Capítulo 42

Cerré la puerta de mi coche, bajé la ventanilla junto a mí, giré las llaves en el tambor y al compás del motor que comenzaba a rugir, encendí el estéreo. Puse primera, aferré mi diestra a la goma del volante y con la izquierda llevé un cigarrillo a mis labios.

Hacía ya dos semanas de que Samantha había renunciado y gracias a su ausencia, el trabajo se nos multiplicó tanto para mí como para Nicholas. Haciéndonos pasar horas extra en la empresa.

Suspiré agotado y le di otra calada al cigarro. Sosteniendo el pucho con la presión de mis labios, sostuve el negro volante con mis dedos izquierdos, aflojé el nudo de mi corbata y le subí el volumen a la música con los derechos. No podía esperar para llegar a casa, zambullirme en la piscina o darme un baño de agua fría, y recostarme unos cuantos minutos.

Casi a medio camino, mi celular comenzó a sonar. Miré el semáforo y aprovechando la luz roja, tomé el aparato. Al ver que era Zac, fruncí el ceño por lo inusual de su acto y después de deslizar mi pulgar por la pantalla, lo apoyé en uno de mis oídos.

—¿Todo bien?— Cuestioné y sostuve el móvil con mi hombro para poder volver a sujetar el volante.

Ven a buscarme.

—¿Por qué? ¿Sucedió algo?— Con el gesto arrugado, temí por una mala noticia.

Ven y salgamos a tomar algo con Chris— Respondió con alegría y calmó la rigidez que mis músculos habían empezado a experimentar.

Tarado, creí que te había pasado algo.

Aw, te preocupas por mí— Se mofó entre risas.

Sonreí y le di una rápida pitada a mi cigarrillo. Alejé el celular de mi oreja y lo puse en modo de manos libres, para poder conducir con más cuidado.

Estoy cansado— Reproché e instintivamente, un bostezo nació de mí.

Creí que ya habías dejado de ser un viejo amargado—Siguió bromeando.

Ya estaba a pocos minutos de llegar a la casa que compartía con el uniformado de mi mejor amigo.

Ya ves que no— Resoplé riendo mientras que el blanquecino humo se escapaba en cada palabra que modulaba —Estoy a menos de diez minutos de mi cama.

¡No!— Gritó y reí con el ceño fruncido —Pásanos a buscar, le caíste bien a Christian— Insistió.

También me cayó bien, pero estoy de traje. Además, quiero refrescarme y cerrar los ojos, Zac— Argumenté enarcando una ceja y absorbiendo los últimos extractos de nicotina del cancerígeno filtro, lo tiré por la ventanilla.

Mierda— Lo escuché susurrar y detuve nuevamente mi camino por culpa de otra bombilla roja —Solo un rato ¿Sí? Te lo recompensaré.

Relamiendo mis labios, aceleré una vez más y miré a los costados para cruzar la calle. Me parecía algo extraña la insistencia de Zac, no la invitación porque si por él era saldríamos todos los días.

De acuerdo, pero pasaré primero por casa.

¡No!— Volvió a negar, incrementando mi confusión. Arrugué el gesto y le bajé un poco al volumen de la música —Eh.... Ya estamos saliendo... ¡Con un demonio, ven y ya!— Concluyó entre risas.

No estarás drogado ¿No? Si lo estás le avisaré a tu jefe— Me burlé doblando a la izquierda y cambié mi destino por la comisaría donde mi hermano trabajaba.

Mientras reía, lo escuché carcajear junto con otra persona, la que supuse era Christian.

[...]

Estacioné frente al departamento de policías y no se me fue difícil encontrarlos. En cuanto los vi toqué bocina y cuando cruzaron la calle para llegar hasta mí, desbloqueé las puertas del auto.

—Al fin, no lo aguantaba más— Se quejó el oji-amarillo simulando sofocación mientras se sacaba el pesado chaleco anti balas por la cabeza, para arrojarlo a la parte de atrás de mi coche.

—Hola, Matt— Me saludó el otro oficial, reprimiendo una risa por la actitud de Zac.

—Christian— Hice un ademán con la cabeza, devolviéndole el saludo.

Aunque ellos también acababan de salir del trabajo, a diferencia de mí, ambos tenían ropa más cómoda que la mía. El castaño traía unos vaqueros y una remera casual mientras que el peli-negro tenía unos pantalones deportivos y una camiseta blanca. Resoplé internamente por ser el único calcinándose por su propia vestimenta.

—Ten— Sacando de no sé dónde, el oji-amarillo me arrojó una camiseta grisácea al rostro. La extendí frente a mí y arqueé una ceja al ver a Homero Simpson en su centro —La tenía en mi casillero. Póntela, a menos que prefieras seguir con la camisa pegada al pecho— Comentó riéndose.

Suspiré profundamente y me cambié. Nunca fui de usar camisetas con dibujos, siempre preferí lo liso y monocromático. Sin embargo, no tenía muchas opciones en este momento.

Una vez en el bar, entre el amargo sabor de las cervezas y la espesa nube de humo producida por los cigarros, compartimos un momento agradable, divertido, sin preocupaciones o lamentos. Algo que, desde que Natalia volvió a mi vida, parecía pasarme más frecuentemente.

Los chistes predominaban y las risas los acompañaban, dándome un respiro de todo el caos que mi vida siempre fue.

—¿Tienes alguna linda chica por ahí?— Cuestionó mi amigo sonriente y se metió unos maníes a la boca.

—No. Ni una— Christian negó débilmente y se mofó de sí mismo, sacándole un par de risas a nuestras bocas.

—¿Un codiciado soltero?— Volvió a interrogarlo.

—No soy de pensar mucho en mujeres— Las comisuras en los labios del oji-amarillo se elevaron y automáticamente puse los ojos en blanco. Lo conocía lo suficiente como para saber cuáles eran los comentarios que su mente estaba eligiendo para vociferar —Antes de que lo pregunten, no. No soy gay. Pero tengo más problemas que vida, básicamente. No tengo tiempo para dedicarles atención y mucho menos para pensar en ellas.

—Otro que se me escapa. Definitivamente no tengo suerte con los hombres— Y ahí estaba el comentario que esperaba.

Con Christian no pudimos evitar carcajearnos ante la actuación de aflicción por parte de Zac.

—¿Y ustedes? ¿Tienen pareja?— Preguntó el otro policía mientras pegaba el filo del vaso a sus labios.

—Sí. Salgo con una hermosa Barbie hace un par de meses. Increíblemente, no puedo dejar de amarla— Confesó dándole un doble sentido a sus palabras.

—¡No digas esas cosas, Zac!— Reproché gesticulando una mueca de asco a la vez que la risa del oficial Davis resonaba —Después no podré sacarme esa maldita imagen de la cabeza.

Mordí mis labios y alejando la horrible estampa que amenazaba con ilustrarse en mi mente, le di un trago a mi cerveza.

—¿Y tú?— Señalándome con su bebida, Davis elevó ambas cejas.

—Tengo a alguien...

—Está con su ex, la que viene "amando" desde que se reencontraron...— Antes de que siguiera, lo interrumpí.

—Ya entendió— Me defendí y no tardé en percibir la carcajada de Christian aumentar.

—La "reconquistó" a espaldas del nuevo novio de ella. Claro con mi ayuda y la de su padre...

—¿Te callas?— Pedí y la risa atorada en la garganta del que decía ser mi amigo, brotó con violencia.

—¿La amas?

—¿Qué si la ama? Diría que amarla es poco...— Los otros dos masculinos sentados conmigo, rieron mientras que yo sonreía al recordarla, como siempre.

Negué con la cabeza a las palabras de Zac e ingerí todo el alcohol a mi disposición. Por suerte, el tema de conversación cambió y casi dos horas después decidimos irnos.

Mis pies pedían liberarse de la cárcel que los zapatos se habían vuelto para ellos y mis ojos exigían la oscuridad y tranquilidad de mi habitación. Christian decidió irse por su lado, negándose a que lo llevara.

—Me cae bien— Confesé apagando el motor y paso seguido, me desabroché el cinturón de seguridad.

—Tiene un pasado bastante... penumbroso, pero es buen chico. Le costó bastante soltarse conmigo, me sorprendió que contigo fuera más sencillo. Me hace acordar mucho a ti.

Hice una mueca con mi boca y asentí en silencio, yo percibía lo mismo.

Luego de agarrar mi camisa, bajarme del coche y bloquearlo, nos acercamos a la entrada de nuestro hogar. Cuando estaba sacando las llaves, con la negra prenda bajo mi brazo derecho, Zac se detuvo en seco y tomó su celular. Sus pupilas se movían de izquierda a derecha.

—Me...— Se trabó y fruncí el ceño —¿Qué día es hoy?— Fingió desconcierto y resguardó su teléfono en el bolsillo de su pantalón.

—¿Viernes?— Formulé obviando la información.

Él rascó su nuca y con pasos torpes, se acercó a su moto. Sobre su boca una sonrisa imposible de ocultar, se instaló. Arqueé una ceja y ladeé un poco la cabeza, esperando a que dijera algo.

—Olvidé que... Tengo que ir a ver a mi barbie...— No necesitaba conocerlo desde hace años para saber que me estaba mintiendo. Relamiendo mis labios, me giré hacia él y me crucé de brazos —Si no voy a verla, me extraerá lo único que me permitirá ser padre.

—Como digas...— Arqueé una ceja y sonreí viéndolo bajar la motocicleta, desde jardín delantero hasta el asfalto.

Volvió a ojear su móvil y pellizcando su labio inferior con los dientes, resopló.

—Antes de irme ¿Compartimos un cigarro?

—¿Acá afuera?— Cuestioné perdido por sus extrañas acciones.

—Sí...

—Bien— Me eché a reír.

Sacando la caja del bolsillo de mis pantalones, me senté sobre el cordón a unos cuantos pasos frente a la puerta, el oji-amarillo regresó e hizo lo mismo. Me puse un cigarrillo entre los labios y le pasé otro.

—¿Estás seguro que está todo bien?— Cuestioné y él me sonrió despreocupado —¿Entonces?

—Quería preguntarte si te gustaría ir acampar el próximo fin de semana.

—¿Acampar?

—Sí. El día de mi cumpleaños acordamos hacer un viaje los cuatro ¿Recuerdas?— Inhalando el humo, asentí —Bueno, pensando donde ir y todo eso, di con la idea de acampar.

—¿En la playa?

—No. Al límite del bosque, a las orillas del lago.

—¿Cerca de la ciudad donde vivíamos antes?

—Sí, por allá. Queda a pocos quilómetros de tu antigua casa, pero a varios de esta urbe.

Relamí mis labios y lo medité unos segundos. Hacía más de cuatro años que no volvía para aquel lugar. Extrañaba bastante mi viejo hogar, en el que crecí.

—Las chicas viven allá, eso es mucho más cómodo. Vamos con la moto, buscamos tu camioneta y dejo a mi bebé en tu casa o en la de Catalina.

Mi camioneta, otra cosa a la cual no me acercaba hacía más de mil días. Otro lugar lleno de recuerdos.

Acepté su propuesta y en cuando culminamos con los puchos, le dio otro rápido vistazo a su móvil y se levantó con velocidad. Me dio la mano e implementando un poco de fuerza, me ayudó a levantarme. Tecleó algo sobre la brillante pantalla, su fulgor parecía haber incrementado con la caída de la tarde, y después de guardarlo, me sonrió.

—¿Seguro que no estás drogado?— Interrogué riendo, pero ahora de verdad lo dudaba.

—¡Que no!— Reprochó divertido y palmeó mi hombro —Ya era hora...— Sonrió todavía más y creí llegar a notar un brillo en sus amarillentos orbes.

Fruncí mi ceño totalmente extrañado, y algo asustado. Suspiró y parpadeando varias veces, intentó ocultar lo sentimental que eran sus ojos. Apretando sus labios, caminó hasta su moto. Con el casco puesto y las luces de su vehículo encendidas, se fue.

Me quedé prácticamente con la boca abierta, con la palabra en la punta de la lengua y con una enorme confusión en la cabeza.

Cerré la puerta principal y me encontré con un par de velas en el suelo.

—Mierda— Mascullé creyendo que la luz se había ido, pero al tocar la tecla pegada a la pared, el espacio se iluminó.

Dejé mi camisa sucia en el cesto del lavadero y regresé a la sala, después de soplar cada diminuta llama, subí las escaleras. Fruncí el ceño al ver más fueguitos al ras de las templadas baldosas. Arqueé una ceja al comprender que los escasos y anchos cirios trazaban un sendero, el cual no tardé en comprobar que conducía hasta mi cuarto.

Reduje la velocidad de mi masticar y tragué ásperamente, sin terminar de triturar el pedazo de pan que había tomado al pasar por la cocina.

Abrí la puerta de mi habitación y todo estaría completamente a oscuras, si no fuera por las candelas invadiendo precisos rincones de mi pieza. Pétalos de rosas blancas le dieron la bienvenida a mis pies. Me adentré, curioso por lo que me esperaba del otro lado.

Mi corazón palpitó desesperado y eufórico al encontrarme con Natalia parada a los pies de mi cama. Con su sonrisa atrapada por sus dientes y dos cervezas, de mi marca favorita, entre sus manos.

—Bienvenido,musculitos.    

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