Capítulo 41

Cuando lo abrazó, noté los mieles orbes de Samantha brillar con más intensidad. Parpadeó repetidas veces impidiendo que ese fulgor se transformara en lágrimas. Relamió su sonrisa y palpó suavemente las esquinas de sus ojos con la yema de sus dedos.

Le dolía irse y una de las pocas cosas que aprendí de ella en todo este tiempo, es que odiaba las despedidas. De manera indirecta, o demasiado directa, intuí que ese dolor fue causado por mi culpa y me sentí muy mal por ello. Nunca me voy a poder perdonar el haberla lastimado, aunque haya sido por amor, Samantha jamás se lo mereció.

Carraspeó y tomando una amarronada caja de cartón, le dio un ultimo beso a Nicholas en la mejilla. Siguiendo la educación que Alexander se encargó de instalarme, me acerqué a ella y le arrebaté la caja de las manos para llevarla yo mismo.

—No hace falta, yo puedo llevarla— Respondió sonriendo mientras entrabamos al elevador.

—Lo sé, pero prefiero hacerlo yo— Le guiñé un ojo y ella puso los suyos en blanco.

Una vez en el estacionamiento, caminamos hasta su auto y acomodé la caja en su baúl. Me hice a un lado mientras esperaba a que terminara de acomodar sus cosas.

—¿Dónde te gustaría ir?— Cuestioné arremangándome la camisa.

En una semana llegaba oficialmente el verano y ya podía sentir el agobiante calor envolverme. Aflojé todavía más el nudo de mi corbata y abrí los primeros botones de la camisa. Odiaba que la ropa se me pegara al cuerpo, el sudor apareciera en mi frente en cualquier momento y la continua necesidad de refrescarme. Y por lo que intuía, este año el calor sería insoportable.

—No es necesario hacerlo, Matt— Sonriéndome con desilusión, se apoyó sobre la puerta abierta de su coche y me miró.

Sus iris recorrieron todo mi cuerpo y se detuvieron en mis manos, las cuales luchaban con la maldita corbata. Inmediatamente leí entre líneas lo que su mirada reflejaba, un inconfundible y lujurioso deseo, lo mismo que transmitían los míos, cuando veían a Natalia. Carraspeé llamando su atención y rápidamente, posó sus iris en mi rostro de nuevo.

Por un momento se me cruzó la sensación de que esto no era una buena idea, pero me lo debía a mi mismo, y a ella.

—Ahora vuelvo— Anuncié y me dirigí a mi coche.

Lo desbloqueé y en cuanto abrí la puerta del conductor, tiré mi saco y mi corbata sobre la butaca del copiloto. Miré si en los asientos de atrás había dejado alguna camiseta para poder sacarme la camisa que sentía comenzaba a asfixiarme. Vi una remera de Zac y automáticamente recordé que hace unas noches le presté mi auto para que saliera con Catalina. Con el ceño fruncido y los ojos cerrados, sacudí la cabeza, alejando las imágenes de ellos usando mi coche para tener sexo.

Inmediatamente tomé mi celular y busqué la conversación que tenía con él.

Encontré una camiseta tuya en el auto ¡¿Qué mierda hiciste en mi coche?! Te recuerdo que es sagrado.

El mensaje recién le había llegado y él ya lo había leído. Esperé a que me contestara al ver los tres puntitos bajo su nombre. Uno, dos y tres minutos pasaron y su respuesta no llegaba.

Suspiré molesto y asqueado. Me estiré dentro del vehículo, tomé la colorada camiseta y la dejé caer en el asiento del conductor, frente a mí. Desabroché una manga de la prenda que traía y cuando estaba por hacer lo mismo con la otra, mi celular vibró.

—:P

Cerré los ojos y respiré profundo. Exhalé frustrado y volví a teclear.

Más te vale que mi auto siga siendo virgen.

—♡

Bloqueé el teléfono antes de que las ganas de matarlo me superaran. Zac sabía muy bien que este auto para mí es totalmente sagrado, seguramente se la sacó para cambiársela por otra o simplemente por calor, el oji-amarillo amaba estar sin remera y con sus infaltables gorras. Por lo que estaba haciéndome la cabeza y él solo se divertía. O eso esperaba.

Guardé el móvil en uno de los bolsillos de mi pantalón y desabroché mi manga derecha. No quería estar con el torso expuesto en el estacionamiento de mi empresa, por lo que me apuré a desabrocharla.

—¿Qué haces?— Preguntó la rubia con una risa atorada.

Mi cuerpo se sobresaltó al escucharla hablar. Suspiré alejando el hormigueo que había acariciado mi interior y desabroché el último botón.

—Muero de calor. Iba a cambiarme la camisa— Expliqué y comencé a sacarme la blanca tela.

Sus pupilas estudiando mi piel desnuda me pusieron algo incómodo. Por muchas cosas que haya vivido con ella, la idea de que me observara desvestirme o sin ropa ya no me parecía para nada atractiva, por el contrario, me disgustaba que otra mujer que no fuera Natalia me ponga los ojos encima de una manera tan lasciva.

Con la prenda todavía atorada en mis brazos y su cuello raspando mi espalda baja, el sonido del ascensor retumbó en mis oídos, provocando que el hormigueo reapareciera. Miré por encima de mi hombro, encontrándome con mi chica. Tragué con dificultad y como si me hubiese escuchado, volteó hacia mí.

Todo mi cuerpo se paralizó, incluida mi respiración.

Detrás de ella el rostro de Nick se hizo presente, aumentando todavía más la tensión.

Vi sus ojos descender y no tardó en notar la parte superior de mi cuerpo carente de ropa. Arqueó una ceja confundida y el pecho comenzó a pesarme. De mi rostro pasó inmediatamente a ver a la mujer a mi lado y frunció su ceño.

Ella no podía vernos por completo, ya que una fila de autos nos cubría. Con paso lento caminó hacia nosotros, su hermano la siguió y en su cara se diferenció una genuina confusión. Él le dijo algo que no llegué a escuchar, ella respondió y automáticamente mi joven secretario me encontró. Su rostro, habitualmente alegre, mutó a uno totalmente serio. Aún a la distancia, distinguí su mandíbula trabarse y la oscuridad apoderarse de sus faroles azules.

Cuando llegaron a nosotros yo seguía paralizado, viéndolos, esperando a que lo peor pasara. Natalia reprimió una sonrisa al verme así.

—Yo...Yo...— Tartamudeé nervioso porque ella pudiera pensar cualquier cosa.

Era impresionante como la mayor de los Harper me dominaba, tenía un inmenso poder sobre mí. Jamás temía por la reacción de alguien, por lo que pudieran a llegar a pensar de mí, pero con ella todo siempre era distinto. Me volvía protector, débil, seguro, frágil, todo al mismo tiempo.

Y Samantha notó eso, lo supe por su mirada inundada de ternura. Sonrió con dolor y cruzándose de brazos, se dispuso hablar.

—Quiere cambiarse la camisa por una remera que su amigo le dejó en el coche— Explicó.

Las palabras estaban encaprichadas en no salir de mi boca. Asentí al argumento de la rubia y Natalia comenzó a reír, aliviando mi alma de su precoz tormento. Nick se relajó y volvió a sonreír, después acompañó a su excompañera de vuelta a su auto, dándonos un minuto.

—Te juro que...— La oji-verde se me acercó y posicionó su índice derecho sobre mis labios.

—Musculitos, no tienes que decir nada. Confío en ti.

Destensé mis músculos y resoplé aliviado mientras sentía como mis labios formaban una sonrisa.

—¿Te ayudo?— Musitó acercándose a mi piel.

Le dio un rápido vistazo a su hermano y cerciorándose de que estaba entretenido mostrándole fotos de Chole a Sam, pegó su húmeda boca a mi pectoral expuesto.

Sentir su aliento caliente cerca era como si las llamas de su infierno flamearan para mí, convirtiéndose en un poderoso fuego qué hacía arder mi piel y cada parte de mi anatomía, totalmente hechizada por ella.

Colocó sus manos en mis hombros y lentamente las deslizó por mis brazos, trayéndome el recuerdo, de forma inversa, de cuando la desnudé por primera vez. Siguió besando mi piel hasta llegar a mi cuello, donde suavemente succionó la dermis que lo cubría, provocando una palpitación bajo mis pantalones.

—Natalia...— Solté en casi un gemido.

Extrañaba demasiado tocarla, besarla y devorarla con pasión, una que solo ella podía desatar, y después abrazarla con la calma que era capaz de hacerme sentir.

Su suave tacto siguió deslizándose por mis brazos hasta que por fin llegaron hasta la camisa, la cual arrastró hasta sacármela por completo. Mi cuerpo no se movía, estaba cegado a su merced, dejando que encendiera todo eso que luchaba por mantener apagado.

Se inclinó y mientras trazaba un camino de besos en mis abdominales, me arrancó la camisa a través de mis manos. Aferré mis dedos a la tela antes de que cayera al suelo y abrí los ojos, para verla disfrutar de la tortura que le causaba a mis más salvajes impulsos.

—Te extraño...— Masculló con sensualidad y atrapó mi labio inferior con sus dientes.

—Si no estuviera tu hermano, saciaría tu sentimiento acá y ahora— Farfullé y arrojé mi camisa al interior del auto.

La abracé por la cintura y la pegué a mí. Al igual que la mía, su piel hervía y su boca entreabierta me dejaba muy en claro que era lo que quería.

Me resistí a besarla, por mi bien, el de ella y la mente de Nicholas. Atrapé su nuca con mi mano derecha y pegué mi frente a la suya, nuestros labios separados permitían que ambos alientos se fusionaran e incrementaran el deseo por pecar.

Besé su frente, frustrado por no poder poseerla como los dos deseábamos que hiciera. Natalia me sonrió y mordiendo su labio inferior, acarició mi pecho descubierto, jugando con el hilo de conciencia que aún tenía.

[...]

Cuando Samantha apagó el motor de su coche, descendí de él y metiendo las manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón, esperé a que hiciera lo mismo.

—Pantalón de vestir, zapatos y una camiseta roja. Tú sí sabes de moda— Se burló riendo.

—Soy un innovador— Le sonreí e hincándome de hombros, esperé a que pasara al frente para seguirla.

Estirando mi mano por delante de ella, le abrí la puerta del restorán y después de que entrara en él, la imité. Ya sentados en la mesa, dejé mi teléfono a mi lado y tomé la carta que un joven mozo nos ofrecía.

—¿Qué quieres tomar?— Interrogué con los ojos puestos en la lista de vinos.

—Lo que tú quieras.

—Un Almaviva Puente Alto— Pedí el jugo de uvas que recordaba en un primer puesto de algún ranking de catadores de vinos.

—Buena elección, señor— Afirmó el chico y escribió mis palabras en una libreta que tenía en una de sus manos.

—¿Compartimos unos mariscos?— Pregunté cerrando la carta y devolviéndosela al hombre de tes morena que esperaba pacientemente nuestra dedición. La rubia asintió y relamiéndose los labios, también le entregó su menú al mesero —Y una cazuela de mariscos, con pan extra por favor.

El masculino vestido de blanco y negro, terminó de anotar nuestro pedido mientras ojeaba a mi acompañante, que por mucha disimulación que intentó implementar, no se me pasó por alto. En cuanto notó mi mirada fría sobre él, guardó el bolígrafo en el bolsillo de su negro delantal y se alejó.

—Natalia es muy comprensiva al no oponerse a que salgamos juntos... Y solos.

—Natalia sabe muy bien que jamás la traicionaría, antes muerto.

—Tiene suerte de haberte encontrado, de haber tenido el poder para enamorarte. Debe sentirse afortunada de tener un hombre como tú, que la ame tanto. A de ser hermoso tener algo como lo que ustedes tienen.

—Tú también tienes a alguien, todos lo tenemos, solo hay que saber verlo.

—¿De qué hablas?

—Thomas.

Capté como mis palabras la habían tomado por sorpresa al verla arrugar el gesto, pero casi al instante lo cambió por una sonrisa y una mirada colmada de ternura y afecto.

—¿Thomy? Es un amigo— Respondió jugando con el diminuto salero.

—¿Pero no sientes algo por él?

—La verdad es que sí, lo quiero muchísimo. Aunque no estoy segura de hacerlo como una pareja.

Interrumpiéndonos, el chico que nos atendía regresó con la botella que ordené y no tardó en abrirla frente a nosotros. Le agradecí con un gesto y arrebatándole el cilíndrico envase, llené nuestras copas.

—Yo creo que él quiere ser algo más que tu amigo— Retomando la conversación, le di un trago a mi oscura bebida —Cuando estuvimos en el hospital, lo vi enloquecer por tu estado y supe que su mundo se derrumbaba con la errónea noticia que le di. Además, tuvo el valor de enfrentarme en cuanto revelé mi identidad y estuvo dispuesto a pelear por ti, a defender cada lágrima que, sin intención, te saqué.

Samantha se quedó muda unos momentos, con sus orbes fijos en la cesta de pan, pero con la mente en un lugar muy lejano. Ingerí el reconocido vino mientras esperaba a que procesara mis palabras y acomodara sus pensamientos.

—¿Estás... Estás diciendo que él me ama?

—Estoy seguro de que él hace mucho más que amarte. Dale una oportunidad, sé que no te arrepentirás.

—¿Por qué lo dices?— Arqueó una ceja y se metió un pedazo de pan remojado en salsa a la boca.

—Porque cuando un hombre se enamora cambia, todo lo ve distinto. Vuelve posible lo imposible con tal de ver a quien adora feliz. Tu sonrisa pasa a valer más que todo el oro del mundo— Sonreí al pensar en mi amada —Te hace sentir única y especial, porque para él lo eres. Y Thomas lo demostró aquel día.

—¿Eso sientes tú por Natalia?— Resoplé divertido ante su evasión y cuestionamiento.

—Yo siento mucho más que eso por ella, Natalia lo es todo para mí, sería capaz de dar la vida por ella sin siquiera dudarlo. Pero volviendo a tu amigo, deberías pensarlo y tomar una decisión, porque hasta el hombre más enamorado se cansa de esperar.

—Tú no te cansaste— Comentó con el filo de la copa sobre sus labios.

—Sí lo hice, pero volvió en el momento justo.

Sus luceros no tardaron en inundarse, apuñalándome con una invisible daga de culpa. Actuando estar bien, fingió una sonrisa y cambió el tema.

Alrededor de quince minutos después, la comida humeaba en medio de nosotros y seducía a nuestro sentido del olfato. Embriagamos nuestros paladares con la delicia que habíamos elegido almorzar al compás de palabras pronunciadas por la esbelta mujer frente a mí. Comenzó a contarme como su sueño de actuar iba tomando forma, me detalló cosas de los famosos a los que había conocido y me nombró los lugares que este nuevo empleo la llevaría a conocer, pero su mirada brilló precisamente al nombrar las pequeñas oportunidades que le surgían.

En tanto devoraba los mariscos en mi plato, no dejaba de sonreír empático, me alegraba verla entusiasmada, llena de esperanza y alegría. Compartía su gozo por la nueva etapa que estaba viviendo y por lo mucho que le esperaba.

—Me alegro muchísimo por ti, de verdad. Deseo con cada parte de mi ser, que triunfes y puedas ser plenamente feliz, Samantha.

—Gra... Gracias— Sonriéndome, agachó la cabeza y saboreó su comida —Espero... Espero que tú también puedas ser feliz.

—Gracias— Esbocé una sonrisa y en tanto refrescaba mi garganta, recordé las palabras de Nicholas cuando se despidió de ella —Nick dijo algo de "visítame cuando vuelvas"... ¿Tienes pensado irte?

Relamió el fuerte sabor del vino sobre sus labios y apoyando sus cubiertos sobre los bordes del plato, limpió las comisuras de su boca con una servilleta de tela.

—Sí, viajaré a Londres. Mis padres me consiguieron una buena oportunidad para poder crecer en lo que hago.

—¿Cuándo viajarás?

—Mañana.

Fruncí mis labios y asentí. Estaba contento por su escala personal y laboral, sin embargo, el amargo sabor de saber que no volvería a verla bailaba dentro de mi boca.

—En ese caso, espero que consigas todo lo que te propongas, Sam.

En el momento en que nuestros estómagos estuvieron repletos, la botella vacía y nos sentimos satisfechos, pedimos la cuenta, no hubo forma de evitar que fuera a medias, era bastante obstinada con dejarme pagar a mí. Aceptando su invitación de llevarme de vuelta y evitarme tomar un taxi, fuimos hasta su coche y nos condujo de regreso al estacionamiento de mi empresa.

Con el motor todavía prendido, ambos descendimos del auto y nos encontramos al frente de este. Sonreí nostálgico ante la partida de la rubia mientras que en sus ojos la tristeza anidaba una vez más.

—Va hacer muy difícil no verte por las mañanas y tomar un café hecho por alguien que no sabe ponerle la medida justa de azúcar— Sonreí un poco más, mostrándole los dientes, queriendo que las lágrimas desaparecieran de los faroles que tantas mañanas me recibieron con alegría —Te voy a extrañar muchísimo, pero debes encontrar tu lugar, alcanzar tus metas, lograr todo eso que te propones y confío ciegamente en que vas a conseguirlo.

Una lágrima resbaló por su mejilla y con la angustia bailando por mis venas, tomé su rostro entre mis manos y borré la diminuta gota cargada de sentimiento.

Mordiéndome el labio inferior, la envolví con mis brazos y besé su cabeza mientras nos mecí con lentitud, queriendo despedirme de todo, de la mejor manera posible y grabarme un poco de ella en lo más profundo de mí.

—Gracias por todo lo que hiciste por mí. Jamás me merecí tu amor, tus lágrimas y desvelos, pero te agradezco el no haberme abandonado. Quiero que sepas que jamás voy a perdonarme el haberte herido y que estoy en deuda contigo— Escuché sus sollozos y mi corazón se estrujó —Te quiero, Sam y espero, de todo corazón, volver a verte.

El ardor en mis escleróticas no tardó en aparecer y sonriendo, evité que mi llanto naciera y así impedir que el suyo aumentara. No quería que saliera de mi vida, sin embargo, no podía retenerla a mi lado.

Ella por fin correspondió mi abrazo y llenándome la remera de su dolor echo agua, implementé más fuerza en lo que podría ser nuestro ultimo encuentro. Queriendo evitar que mi exsecretaria siguiera sufriendo una despedida, me despegué y le sonreí confiado, aunque por dentro también estaba dañado. Sequé una vez más su llanto con mis pulgares y aferrando mis manos al contorno de su rostro, besé intensamente su frente.

Débiles espasmos se adueñaron de sus músculos, su nariz y parpados inferiores estaban hinchados y colorados. El agua no dejaba de abandonar sus ojos y sin decirme una sola palabra, cortó bruscamente el abrazo. Me dejó solo y se subió nuevamente a su coche, me miró por el parabrisa y no pude no sonreírle, iba hacerme lo mismo, pero una vez más, el llanto se apoderó de ella.

Me dolió verla abandonar el estacionamiento con semejante pena cubriéndola, pero entendía que era lo mejor. Samantha debía irse, buscar su felicidad y sabía que para eso tenía que alejarse de mí.

Me quedé parado, en un apagado lugar viendo su coche abandonar el establecimiento. Seguí a pie las marcas de la goma y una vez en el exterior perseguí el coche con la mirada, hasta que desapareció de mi campo visual.

Llevé un cigarrillo a mis labios y después de prenderlo, expulsé el humo. Con la mirada todavía puesta en el último lugar donde mis iris contemplaron su vehículo, castigué a mis pulmones y liberé mi alma.

Con el filtro entre mis labios, sonreí, afligido por la pérdida de una amiga, pero feliz por haberla conocido.    

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