Capítulo 40

—Tranquilo, Musculitos. Todo va a estar bien— Me sonrió dulcemente y besó fugazmente mi boca.

Tragué con fuerza cuando vi a Natalia traspasar la entrada a mi oficina. Las manos me transpiraban, ligadas a los nervios que carcomían mi mente. Inhalé y exhalé varias veces para calmar mi respiración. El estómago se me revolvía y los escalofríos se divertían recorriendo toda la longitud de mi espalda.

En unos minutos empezaba la tan esperada junta con Evan Megalos y no podía ser capaz de calmarme.

La figura de Samantha atravesó el umbral y con unos papeles entre sus manos, se acercó a mi escritorio. Hoy era su último día y no importaba lo que dijese, no podía hacerla cambiar de opinión, estaba decidida a irse. Y aunque la entendía, de cierto modo me dolía, no solo perdería a la mejor secretaria que tuvimos con mi padre, si no que también perdía a la que yo consideraba una amiga.

—Jefe ¿Quiere que la posponga?

—No. No te preocupes... ¿Podrías traerme un poco más de café? Por favor...— Me sonrió y dejándome unos documentos junto a mi computadora, salió en busca de mi pedido.

Tal vez una cuarta taza de cafeína conseguiría relajarme, ya que el fumar no me era una opción. Nunca, por ningún motivo, fumaba antes de una entrevista, no podía llegar con olor a cigarrillo, la presencia era demasiado importante en este trabajo.

En cinco minutos, la esbelta rubia estaba de vuelta y con una blanca taza en su poder. Entregándome la turbia sustancia, se dispuso a marcharse.

—Samantha...

—¿Necesita algo más, Señor?— Cuestionó aferrada al blanquecino marco de la puerta.

—Sí. Almuerza conmigo— Relamí mis labios y le di un sorbo a la hirviente infusión.

—Pero... Yo... A Natalia no creo que le guste.

—Lo sabe. No tienes que preocuparte por eso— Dejé la taza sobre el pequeño plato grisáceo y me levanté —Quiero darte ese momento que siempre añoraste y no sé si por egoísta o idiota, no te lo di— Acomodé las muñecas de mi camisa y me aflojé la corbata, que sentía me asfixiaba —Quiero despedirme de ti, como es debido.

—Yo no...

Nick apareció en mi despacho, le hice una seña para que entrara y la obedeció enseguida.

—Evan, llegó— Anunció provocando que un gélido sentimiento me atravesara.

—Perfecto.

Evité tartamudear, aunque por dentro creía sentir a todo mi ser temblar, nervioso y ansioso. Terminé mi café de un solo trago y acercándome al que se volvió mi único secretario, pasé junto a la rubia.

—Piénsalo, por favor.

Con el oji-azul nos metimos en el ascensor, listos para dirigirnos a la sala de juntas. Mi respiración era agitada y se notaba. Luché internamente por calmarla y rasqué mi barba, apenas crecida. Hacía dos días que me había afeitado y ya tenía la sombra adornándome la parte inferior del rostro.

—Evan jamás te dirá algo por lo de Lucas. Aunque no lo creas, casi lo mata cuando se enteró de lo que me hizo. Confía en mí. Puedes calmarte— Argumentó con un toque de gracias filtrándosele en la voz.

—Me alegro de que te diviertas con mi pesar— Bromeé sin poder evitar sonreír.

—Perdón, pero es gracioso verte nervioso. No suele pasar muy seguido— Vociferó entre risas que se morían por abandonar su garganta.

Las grandes y plateadas hojas metálicas se abrieron en el piso indicado. Respiré hondo y acomodando mi saco, me encaminé hacia la sala donde el hermano mayor de mis pesadillas me esperaba.

Tomé el picaporte y entré a la ancha oficina, donde lo más llamativo era una larga mesa de vidrio con varias cómodas sillas a su alrededor. De espaldas a mí estaba un castaño, apenas más flaco que yo y de mí misma altura.

—Señor Megalos— Modulé de manera firme, suplicando que los nervios no se dieran a conocer.

El hombre giró y fruncí mi ceño al ver su rostro. No estaba seguro de si abrazarlo y echarme a reír, o prepararme para la mayor pelea de mi vida.

—¿León?— Me nombró como solo pocos sabían hacerlo.

Sonrió y arrugó su gesto al mismo tiempo. Relamí mi sonrisa y metí mis manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.

—Tigre— Respondí viéndolo acercarse a mí.

Nos dimos un rápido abrazo y seguidamente lo invité a sentarse. Una costumbre que tenía mi padre, era que, para aquellos más allegados, guardaba unas botellas de wiski en uno de los armarios que abarcaban este particular despacho. Tomé dos gordos y vidriosos vasos, y les eché un poco del anaranjado alcohol. Me senté junto a él y le entregué su bebida.

—Quien diría...— Comentó divertido.

—Jamás me hubiese imaginado que eras dueño de una empresa.

—Lo mismo digo de ti, León.

—Dime Matt— Respondí entre risas, ligadas a recuerdos a su lado.

—Como creciste, Matt.

Tigre, o mejor dicho Evan, fue el único amigo que tuve en el callejón donde pasaba la mayor parte de mi antiguo tiempo. Lo conocí hace muchísimos años, incluso antes de conocer a Zac. Él me cuidó, me enseñó a curarme y a pelear, fue una especie de mentor para mí. Tigre me lleva tres años solamente, por lo que cuando lo conocí él ya estaba terminado la preparatoria y me lo cruzaba muy poco en ella.

El castaño frente a mí recibió su apodo por ser el mejor en lo que hacíamos, mientras que el mío me fue dado por él y gracias a eso, todos me respetaban en el oscuro y sucio ring. Una sola vez tuvimos que enfrentarnos, ya que no había favoritismos, y esa fue la única pelea que perdí, realmente me destrozó.

Me parecía una locura y una enorme coincidencia a la vez, que él sea el hermano mayor de Lucas.

—Es increíble que después de tanto fuéramos a ser socios laborales— Comenté, aun con la sorpresa recorriéndome.

—¿Has vuelto allá? Me llegaron rumores de que el león había regresado— Sonrió y le dio un seco sorbo a su vaso.

—Volví por un tiempo, pero no me di a conocer como en las viejas épocas. Simplemente pegaba, recibía golpes y me iba— Involuntariamente, moví mis dedos mientras mis orbes los miraban fijamente.

—¿Perdiste el control otra vez?— Cuestionó preocupado.

Él sabía lo que me había pasado en el colegio, el día que conocí al oficial Drago, e intentó ayudarme a controlarlo, a no cegarme. Sin embargo, nunca logró conseguirlo, no del todo, pero sí me ayudó a resistir más, haciendo más larga la distancia entre mi lucidez a la hora de pelear y la falta de control.

Un hormigueo vagó por mi vientre y un sudor frío ascendió lentamente desde mis pies hasta mi frente. Sonreí nervioso y froté mi barbilla. Decidí sincerarme y tocar el tema con cuidado.

—Cuando dejamos de vernos fue porque conseguí alejarme de eso, pero hace unos años decaí.

—Fue por una mujer ¿No?

Solté un suspiro de alivio en cuanto evadió el motivo de mi recaída y sonreí. No sé cómo lo hacía, pero siempre adivinaba todo lo que pasaba por mi cabeza sin tener la necesidad de preguntarme.

—Por ella lo dejé, por ella regresé y por ella lo dejé una vez más— Respondí sonriendo y volví a mirarlo a los ojos.

—Son lo único capaz de cambiarnos— Asentí y con la imagen de Natalia en mi cabeza, le di otro trago a mi wiski.

—¿También te llegó una?

No pude evitar mostrar mi sorpresa. Muy pocas veces nos vimos en algún lugar que no fuera el turbio y oscuro callejón, casi no nos cruzábamos en el instituto y no más veces de dos salimos juntos, pero sabía que él era un hombre bastante mujeriego. Era imposible hablar de sentimientos sin que se te reía en la cara.

—Mia... No sé exactamente que me sucede con ella, pero no puedo sacármela de la cabeza.

—También caíste, Evan— Me burlé sacándonos una risa a ambos.

Unos minutos después comenzamos con la charla por la que nos habíamos reunido en un principio. Aclaramos unas cosas del contrato, acordamos puntos sobre la parte económica y casi una hora después, ya estábamos concretándolo.

—Bienvenido a la firma Bolton— Cerré la carpeta con los documentos y poniéndome de pie, le ofrecí la mano.

—Gracias, socio— Sonriéndome, estrechó mi mano.

Megalos acomodó su traje y al segundo de acabar con todo el líquido restante en su vaso, apretó sus labios ante la sensación del alcohol pasando por su garganta.

Necesitaba contárselo, ahora mucho más que antes. Fue un gran amigo y apoyo durante mucho tiempo y no podía ocultárselo. Así esto produjera una pelea, debía ser leal a mis principios de siempre decir la verdad, sin importar problemas que me trajera.

—Antes que te vayas necesito confesarte algo— Con los ojos entrecerrados, secó las comisuras de su boca. Respiré profundamente e intenté no tartamudear —Yo fui quien mando a tu hermano, Lucas, al hospital.

Me escuché a mi mismo tragar con dureza. Procurando no cerrar mis manos en puños, ya que eso daba un indicio de pelea en nuestro pasado, esperé en silencio a que dijera o hiciera algo. Relamí mis labios y lo vi levantar ambas cejas y resoplar divertido.

La presión alojada en mi pecho desapareció cuando me sonrió. Sonreí como repuesta, todavía con los nervios bailando por mis venas, y rasqué mi nuca.

—Me alegra que hayas sido tú quien lo puso en su lugar. Lo que hizo fue estúpido y por demás inmaduro. Cuando salió del hospital, por insistencia de Anna, lo fui a ver y le dejé muy en claro que quien cuidaba de nuestra hermana era yo. Me pidió que fuera a buscar a un tal Matt para devolverle el favor, obviamente no lo hice, pero si lo hubiese hecho y me hubiera cruzado contigo, jamás te habría tocado un pelo. Siempre fuiste el hermanito que quise que Lucas fuera.

—Si sabía que él era tu hermano, nunca lo habría enfrentado.

—No te preocupes, se lo tenía bien merecido— Me sonrió una vez más, espantando los fantasmas y los nervios enterrados en mí —¿Tú eres algo de Nick? Ese chico me cae muy bien. Cuidó a mi hermanita, se quedó a su lado y es un gran padre con mi sobrina.

Abandonando la sala de juntas, nos encontramos al oji-azul viniendo hacia nosotros, quien no pudo evitar sonreír al ver a su cuñado.

—Es mi secretario y también mi cuñado— Respondí en cuanto llegó a nosotros.

—Nick, que gusto verte ¿Cómo están mis chicas?— Cuestionó palmeando el hombro del peli-negro.

—Terrible y Chloe bien, creciendo— Bromeó sacándole una carcajada a Evan.

—¿Quién diría que prácticamente íbamos a ser familia, León?

Nicholas frunció su ceño y alternó su vista entre nosotros. Acompañamos al nuevo socio hasta el elevador y en cuanto las puertas se cerraron, llamamos el de al lado.

—¿León?— Cuestionó el oji-azul con una sonrisa de confusión y gracia.

—Resulta ser que tu cuñado es un viejo amigo mío...

—¿Te dijo algo sobre lo de Lucas?

Las hojas metálicas se abrieron en el décimo piso y Nicholas me acompañó hasta mi oficina. Me senté detrás de mi escritorio mientras que el hermano de mi chica hacía lo mismo delante de él.

—Dijo que siempre quiso que fuera más parecido a mí.

Se echó a reír y me uní a él. Realmente la casualidad había sido mucha, pero por suerte todo terminó por salirnos bien.

—Ya me veía peleando con él, destruyendo la mesa de vidrio y arruinando la reputación de la empresa.

—Evan no pelea. Anna siempre dice que es mucho más tranquilo que Lucas— Comentó con una ironía que desconocía.

Le entregué la carpeta con los papeles firmados por los dos representantes de las empresas nombradas entre sus líneas y después de verificar que todo estuviese en orden, abandonó mi despacho. Me enorgullecía cuanto había crecido el desempeño laboral de Nick, entró sin saber nada al respecto y ahora, con mucha dedicación y responsabilidad por su parte, se había vuelto capaz de cargar con todo él solo. Ya que su compañera lo abandonaba, con justas razones claro.

Estaba terminando de relatar el correo dirigido a mi padre, dándole a conocer al nuevo socio y al mismo tiempo la baja de nuestra exsecretaria, cuando la rubia cruzó la puerta.

—¿Has aceptado?— Después de mandar el email, le regalé toda mi atención.

—Sí...

—Excelente.

Le sonreí, como supe nunca le había hecho, y tomando mis llaves y el celular, caminé hasta su lado. Pasé mi brazo por sobre su hombro y la acompañé hasta su escritorio, el cual estaba vació: sin la foto de sus padres, sin su toque personal. Una sensación de vacío me atrapó y apretándome los labios, me convertí en testigo de la despedida que montaba con mi único secretario.

—Espero verte pronto en los cines— Vociferó Nick con alegría, refiriéndose a los sueños de ella sobre convertise en actriz —Cuídate.

—Y yo espero ver más fotos de Chloe.

—Visítame cuando vuelvas, será un placer que la conozcas.

Entonces fruncí el ceño ¿A dónde iba?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top