Capítulo 36
La espera se nos estaba volviendo eterna. Llamé a Nicholas para comentarle el estado de su compañera e hice lo mismo con Zac, quien no dejaba de llamarme, preocupado y ansioso por respuestas.
El sol estaba próximo a esconderse y Samantha seguía sin despertar. Me sentí un idiota por no haberme dado cuenta antes, me detesté por haber sido tan ciego. Aunque le haya insinuado que viera algún médico y ella haya roto su promesa de que lo haría, fui un tarado por no preocuparme como debía, dejando así que esto pasara.
Sin embargo, no podía dejar de pensar en que momento fallé y no me cuidé. Quemé mi cerebro intentando recordar si en alguna ocasión la protección se rompió, pero por mucho que buscara en mi memoria, nada aparecía. Si ella estaba embarazada, estaba claro que llevaba menos de tres meses de gestación y eso me confundía todavía más. En este último tiempo no habíamos tenido sexo, desde que toqué a Natalia, aquel día en el medio del mar, no volví a mantener relaciones sexuales con mi secretaria. La última vez, fue después de cenar en su casa y que haya quedado embarazada en ese acto era imposible, puesto que no hubo penetración, solo sexo oral.
Entonces, sí el embarazo es confirmado lleva más de un mes y medio gestando, de lo contrario, sí lleva menos, ese bebé no será mío.
—Matt— La voz de Natalia me arrancó de mis pensamientos. Sonriendo, se sentó a mi lado y me entregó un sándwich envuelto en papel film —Te traje algo de comer.
—Gracias— Aceptando su ofrenda, lo desenvolví y víctima del hambre, empecé a comer.
Cuando acabamos, tomé la basura que habíamos generado y me acerqué al grisáceo y agujereado tacho para deshacerme de ella. Al regresar, no llegué a sentarme cuando un chico, que parecía de nuestra edad, con una complexión delgada y de cabello abultado y bastante despeinado, apareció. Caminaba perdido, espiando cada habitación con desesperación. Sus pasos eran torpes y sus movimientos demasiado bruscos. Pasó frente a nosotros y se detuvo delante del cuarto de Samantha. Cruzamos una rápida mirada con Natalia y ella me hizo un ademán para que hablara con él.
—¿Vienes a ver a la señorita Samanta Green?— Pregunté a sus espaldas.
El castaño se giró desconcertadamente y reconocí su rostro. El amigo de la rubia por fin había llegado.
—Sí— Afirmó y frunciendo el ceño, paseó sus iris por todo mi cuerpo —¿Tú quién eres?
—Matt Bolton, un amigo— Estiré mi mano presentándome, pero solo la miró con repudio y arrugando su gesto, se cruzó de brazos.
Elevé ambas cejas y sonriendo sin humor, choqué en interior de mis mejillas con la lengua.
—Asique tú eres el famoso y estúpido jefe de Samy— Escupió apretando los dientes.
—¿Perdón? ¿Cómo me llamaste?— Relamí mis labios y sonreí maliciosamente, esclavo de la abstinencia de asistir al callejón.
Mis dedos comenzaron a moverse y la adrenalina circulaba de nuevo por mis venas. Di un paso hacia él y descruzando sus brazos, también dio un paso hacia mí.
—Estúpido— Repitió —Por tu culpa ella esta así.
Las ganas y la necesidad de marcar mis nudillos en su rostro, emergían de lo más profundo de mi ser.
—¡Hey!— Natalia apareció a nuestro lado y poniendo una mano sobre mi pecho, se interpuso entre nosotros —No es momento para pelear. Ambos están acá por Samantha ¿Podrían comportarse?
Clavando sus verdes y hermosos orbes en los míos, me obligó a retractarme. Chistando, me di vuelta y sequé las comisuras de mi boca.
—¿Cómo está? ¿Qué le pasó? ¿Qué tiene?— Interrogó Thomas a mi chica.
—Está dormida. Tenía las defensas bajas, esperan a que despierte para hacerle un análisis de sangre. Pero...— Mirándome con algo de recelo, confesó la incógnita que nos afligía —Puede ser que esté embarazada.
El rostro del otro masculino palideció, su tórax subió y bajó con violencia. Inmediatamente, sus iris se estancaron en los míos y dando grandes pasos, se me acercó. Sus ojos derrochaban ira pura y las venas de su cuello sobresalieron. Fruncí el ceño a la espera de que dijera algo.
—Sí esa criatura llega a ser tuya, te mato. Te lo juro— Masculló y estrelló su delgado índice en mi pecho.
—Vuelve a tocarme y es lo último que harás. Te lo juro— Lo amenacé, sarcástico, a centímetros de su rostro.
Golpeé su mano con bastante fuerza, alejándola y demostrándole que hablaba muy en serio.
Volvió a estudiarme con la mirada y me dio la espalda. Yo no podía sacarle los ojos de encima, quería destrozarlo por el simple hecho de haberme amenazado. Natalia no tardó en notarlo y con una de sus manos, giró mi cabeza, obligándome a cambiar mi enfoque visual.
—¿Quién es?
—El amigo— Escupí, intentando volver a clavarle mi enojo con las pupilas, pero la peli-negra me lo impidió. Reteniéndome.
—Entonces tiene motivos para estar enojado, Matt— Acarició la sombra de mi barba y consiguió que mi mirada se relajase —Si me hubiera pasado a mí estarías igual.
—No. Estaría mucho peor— Agarré la mano que me mimaba y dejé que mis labios descansaran sobre ella —Si alguien que no fuese yo, te hubiese embarazado, ya lo habría matado.
—Eso es injusto— Comentó sonriendo mientras miraba con deseo mi boca —Si tú llegaste a embarazar a Samantha, yo no voy a matarla— Acotó arqueando una ceja, sin apartar sus luceros de mis labios.
—La vida no es justa— Encogiéndome de hombros, esbocé una sonrisa y fijando mi diestra a su cuello, me abalancé para besarla.
—¡Eres un maldito hijo de puta!— Exclamó el castaño detrás de mí e inconscientemente, me levanté de un salto.
La sangre comenzaba a hervirme y este imbécil se empeñaba en aumentar la temperatura. Lo único que pude hacer, fue desafiarlo con la mirada, el firme agarre de Natalia me detenía. Sino fuera por ella, el idiota ya sería historia.
—Deberías agradecerle a ella que todavía tienes todos los dientes. Si no estuviera, te los habría bajado uno por uno— Escupí con la mandíbula trabada y todos mis músculos rígidos, listos para pelear.
—¡Yo te bajaré los tuyos si Samy espera un bastardo tuyo!
—¡¿De verdad me quieres hacer enojar?!— Subí el tono de mi voz y me encaminé hacia él, pero nuevamente, el cuerpo de mi chica se había interpuesto.
—¿Esta es la puta por la que lastimaste a Samy?
Mis pupilas se contrajeron y mis manos se hicieron un puño. Aunque una parte de mí me pedía autocontrol, la otra predominaba. Con una velocidad que hasta a mí me sorprendió, lo tomé de su camiseta y lo empujé hasta que su espalda chocó contra la blanca pared del hospital.
—Repite eso y romperé cada hueso de tu cuerpo— Escupí con la mandíbula totalmente trabada.
—¡Matt!— Gritó Natalia a mis espaldas —¡Suéltalo!
Mi consiente y subconsciente, ambos, querían desfigurarlo. Sonreí atrapado por la euforia de volver a pelear, pero la voz de mi chica me paralizaba cada músculo.
Bufé en silencio y sin querer hacerlo, lo solté violentamente. Moviéndome en mi lugar, fastidioso, me reproché a mí mismo no haberle bajado los dientes.
Volví hacia él y me arrimé lo más que pude a su rostro.
—Vuelve a decir alguna estupidez como esa. Vuelve a hablar así de ella o de mi hijo y te juro, por aquello que más quieras, que te mato. Tú no me conoces, no me provoques.
Los veinte minutos posteriores al enfrentamiento con el amigo de mi secretaria, pasaron en completo silencio. En ese lapso de tiempo, no le saqué los ojos de encima ni por un segundo. Esperaba que hiciera un movimiento en falso, para arrojarme sobre él y marcar cada rincón de su rostro con mis artejos entrenados.
El mismo profesional que me había comunicado el estado de mi empleada, regresó y una vez más, se sumergió en su habitación. Cinco minutos después, una enfermera también desapareció dentro de la habitación 210. No esperamos mucho hasta los dos salieron.
—Señor Bolton— Me puse de pie al escucharlo y me acerqué a él, igual que el estúpido del otro castaño.
—La paciente ya despertó. Acabamos de sacarle sangre, en unos minutos, estarán los resultados. Pueden pasar cuando gusten.
—Gracias, Doctor— Ambos nos saludamos con un movimiento de cabeza.
Miré a Natalia y ella asintió, diciéndome, sin palabras, que entrara a verla. Le guiñé un ojo y después de recibir una sonrisa de sus labios, me adentré al cuarto.
Una de las personas más buenas que llegué a conocer, estaba con un catéter conectado a sus venas, totalmente pálida, con la mirada perdida y cansada. Aunque no fuese grave lo que tenía, me dolía verla así, tirada en una cama de hospital, con sus fuerzas nulas.
Existía la posibilidad de que ella sea la madre de mi hijo o hija, y me odié por saber que podría haber evitado esto. Siempre me juré a mí mismo, que la madre de mis hijos sería mi prioridad, que a aquella que llevaría el fruto de una noche de pasión y amor, según esperaba, jamás permitiría que le faltase o pasase algo.
La sola idea de que la vida de mi bebé estuviera en peligro por un descuido, por algo que se me había pasado por alto, comenzaba a clavar sus raíces en mi conciencia.
—¿Matt?— Cuestionó y sonriéndole, me le acerqué.
—¿Cómo te encuentras?— Tomé su mano y al notarla fría, intenté darle calor con suaves masajes en ella.
—Un poco mareada ¿Por qué estoy en el hospital?
—Te desmayaste en mi oficina, después de la grata charla con mi madre— Bromeé y sus ojos se abrieron al recordar. Suspiré con pesadez y cuestioné lo que carcomía mi psiquis —¿Qué era eso importante que necesitabas hablar conmigo?
Necesitaba escucharlo de ella.
Removiéndose en el lugar, relamió sus labios y fijó su mirada en su mano libre, volviendo a evadirme.
—Que... Ya no trabajaría más en la firma. Que iba a irme— Confesó estudiando mi reacción.
Fruncí el ceño y negué al no comprender.
—¿Por qué? Creí que...
—Te amo demasiado, pero descubrí que también me amo. Aunque muy poco, a comparación...— Sonrió sin humor y alejó su mano de la mía —Iba a despedirme.
—Pero... Lo que dijo mi madre...— Me paré y caminando en círculos, froté mis cienes, totalmente desorientado.
Interrumpiendo nuestra charla, Thomas entró, captando la atención de ambos. Mi humor cambió a uno totalmente cargado de ira. Samantha no tardó en notarlo y lo único que alcanzaba hacer era alternar su vista entre nosotros.
—¿Thomy?
Al escucharla nombrarlo, una sonrisa se apoderó de su boca y aquel vigoroso y flamante odio, abandonó sus ojos. El brillo destacaba en ellos y supe, que no cabía en sí de la felicidad al verla.
Entonces lo entendí todo. Él la amaba.
—Samy— Respondió y sentándose a su lado, acarició su frente con suavidad —¿Cómo estás? Cuando me llamaron y me dijeron que estabas en el hospital... Casi me muero.
—Tranquilo, Tonto. Estoy bien— Ella le sonrió con cariño, pero no con el que él añoraba.
El castaño le preguntó varias veces sobre su estado de ánimo y noté, que nervioso, esquivaba el tema principal. Estaba seguro, de que tenía miedo de la respuesta, incluso más que yo. Como le había dicho a Natalia hace unas horas, si otro que no fuese yo, la hubiese embarazado, me habría vuelto loco y claramente, eso estaba pasándole a Thomas.
Aunque el enojo por sus desubicadas palabras no cesaba, conseguí calmarme al comprender el dolor interno con que estaba cargando. Sin embargo, otra palabrita de su parte y estrellaría mis dedos en su rostro.
—Matt— La única mujer en el cuarto me llamó y poniéndome a su total disposición, dejé de acariciar mi barbilla y me arrimé a su cama —Gracias por traerme y por preocuparte. Puedes irte si quieres, me quedaré con Thomy.
—No me iré hasta que venga el médico a informarnos que tienes.
Me sonrió con dulzura y relamiendo sus labios, se sumergió en sus pensamientos. Sentía la mirada con odio de su amigo sobre mí, pero ya no había una respuesta por mi parte. Respiré hondo ante lo tenso de la situación. Los tres guardábamos silencio, cada quien zambullido en sus propios problemas.
Sacándonos de lo que pareció un eterno momento de reflexión, el doctor traspasó el umbral con un conjunto de papeles pegado a su pecho. Con el otro masculino nos levantamos al mismo tiempo, ansiosos por esos resultados.
—Señorita Green, ya tengo los resultados del análisis— Samantha se sentó sobre la camilla y yo sostuve mi barbilla mientras estancaba toda mi atención en el profesional hombre mayor —Estás anémica. Esto explica tus continuos dolores de cabeza, mareos, náuseas, desmayos, la debilidad, el cansancio y demás. Pudo haberte sucedido al ser una mujer joven y estar en edad de fertilidad. Seguramente, habrás perdido mucha sangre durante tus periodos menstruales. No te preocupes, es tratable y no tardarás en recuperarte.
—¿Y el bebé?— Pregunté nervioso por la salud de mi futuro heredero.
—No hay ningún bebé, Señor Bolton. Los síntomas son muy parecidos y esto pudo confundirlos, pero la señorita Green no está embarazada.
Quise sonreír, sin embargo, estaba claro que no debía hacerlo. De todas formas, vi a Thomas hacerlo mientras suspiraba aliviado, por otro lado, Samantha no se mostraba ni feliz ni contenta, al contrario, parecía bastante confundida con mi pregunta.
En cuanto el diplomado abandonó la habitación, me acerqué a la rubia y tomé su mano, sin importarme que su amigo arrugara su gesto.
—Si necesitas algo, sea lo que sea, llámame ¿De acuerdo?— Sonriendo asintió —Siempre estaré en deuda contigo por todo lo que hiciste por mí. Y pretendo devolverte lo mismo, Sam. Quiero estar para ti.
—No lo hice para que me retribuyeras, Matt— Alejando sus manos de las mías, tomó la de su amigo —Espero que puedas ser feliz, que puedan, ser felices. Estoy segura de que ambos lo merecen, tú más que nadie.
Apretando mis labios, reprimí una sonrisa pintada de angustia por tener que alejarme de alguien que me ayudó durante mucho tiempo y que estuvo en mi peor momento.
—Espero volver a verte.
—Tengo que recoger mis cosas de la oficina, asique volveremos a vernos— Bromeó dejando caer su cabeza sobre la blanca y rectangular almohada.
Cerré la puerta de la habitación con cuidado y dramatizando, alargué la espera que carcomía la conciencia de Natalia.
Caminé hacia ella y tomando su rostro entre mis manos, apoyé mi frente sobre la suya. Fingí dolor y noté en sus ojos el desconsuelo.
—¿Lo está?— Cuestionó desilusionada, pero aún así acariciaba mi pecho con suavidad.
—Esta vez el destino jugó a mi favor— Comenté y la vi dudar, no sabía si sonreír o llorar.
—No te entiendo, Musculitos. Explícate.
—Señorita Harper, usted será la primera y única mujer, con el honor de convertirse en la madre de mis hijos.
—¿O sea qué...?
—No seré padre... A menos que sea contigo, Sonrisitas.
Rio y rápidamente se tapó la boca con ambas manos, ocultando la enorme sonrisa de alegría. Le sonreí de vuelta y un brillo ligado a un llanto de felicidad, se apoderó rápidamente de sus infernales ojos verdes.
Rodeé su cintura y levantándola apenas unos centímetros de las blanquecinas baldosas, estrellé mis labios contra los suyos. Escondiendo su rostro entre mi cuello y mi hombro, me abrazó, con fuerza, como nunca antes lo había hecho.
—Siempre seré tuyo. Para todo. Y tú siempre serás la única mujer en mi vida, Sonrisitas.
—Te amo— Susurró.
Sequé las lagrimas de emoción que escurrían dulcemente por sus mejillas y uní nuestras bocas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top