Capítulo 31
Sus cachetes enrojecieron y su sonrisa fue nuevamente prisionera de sus dientes. Por un momento el mundo dejó de existir, su mirada se colmó de un brillo conmovedor lleno de anhelo y no necesité nada más para saber lo que por su mente pasaba. Tan característica palabra la desestabilizó y no solo a ella. No me arrepentí de haberla pronunciado, porque estaba seguro de que era el momento correcto.
Los bullicios de nuestros amigos nos trajeron de vuelta. Carraspeando, me enderecé y lamiéndose los labios, ella pasó un mechón de pelo tras su oreja. Sus penetrantes orbes se estancaron en los míos una vez más y meditando lo que diría, me sonrió.
—También estás hermoso, Musculitos— Soltó y nuevamente, enterró sus dientes sobre su pintado labio inferior.
Un escalofrío se adueñó de mi anatomía, guardando las manos en los bolsillos de mi pantalón, sonreí ladeadamente y guiñándole un ojo, me alejé de ella.
La primera hora pasó y cada invitado ya se encontraba cenando en su mesa asignada. Durante la comida, no pude evitar cruzar más de una mirada con la cita de otro hombre y compartir unas cuentas sonrisas cómplices, de las cuales, tres amigos también eran parte.
Como pedido exclusivo de mi madre, la pista de baile se iluminó y el volumen de la banda incrementó hasta llegar a cada rincón del salón. Una a una, las parejas fueron acercándose al centro y lentamente, empezaban a bailar al ritmo de la música.
—Barbie ¿Serías tan amable de concederme esta pieza?— Queriendo sonar como un clásico caballero, Zac hizo carcajear a toda la mesa.
—Por supuesto, Lobito— Flexionando sus rodillas, tomó la mano de su amado y entre risas, ambos se encaminaron hacia la pista.
Con una copa repleta del amarillento y burbujeante alcohol, sonreí observándolos alejarse. No había duda de que nacieron el uno para el otro, se complementaban de una manera tan natural que te hacían creer ciegamente en el amor verdadero.
Con el frágil cristal sobre mis labios, desvié la mirada hacía la morena sentada frente a mí. Con una ceja elevada, vació su robusto recipiente y después de limpiarse las comisuras de su boca con la blanca servilleta de tela, volteó hacia su acompañante, quien le susurraba al oído. Ingiriendo con calma mi bebida, ojeé a ambos levantarse y dedicándome una última sonrisa, tomó la mano de él para unirse a los improvisados bailarines.
Nick me miró fugazmente en espera de mi reacción, guiñándole un ojo, le comenté en silencio que todo estaba bien. Con media sonrisa, se aferró a su chica y entre besos, se mezclaron con el resto de los presentes.
Únicamente Samantha y yo habíamos quedado en la mesa, con disimulación la espié. Sus pupilas danzaban con cada dúo, reflejando el deseo de pertenecer a uno de ellos. Una sonrisa se asomaba sobre sus labios con cada beso que alcanzaba a ver, y un aire de esperanza se desprendía de ella, cuando su vista chocaba con el sobresaliente amor que mi mejor amigo compartía con la rubia. De pronto un halo de culpa me apuñaló.
Al encontrarla así entendí que estaba haciendo todo mal, que yo no tenía derecho a comportarme tan patéticamente con ella. Siempre supe que no era el hombre indicado para Samantha, no merecía su cariño, jamás sería feliz conmigo. Sin embargo, cada vez que intentaba alejarse de mí, yo como buen idiota, la traía de regreso. Estaba impidiéndole ser feliz, la retenía a mi lado, pero no le entregaba nada a cambio.
Sus ojos pronto dieron con los míos y no pude hacer más que sonreírle. Quería golpearme a mi mismo por haber sido tan basura. Sus iris se movían de un lado al otro, buscando alguna explicación a mi mirada perdida en mis propios pensamientos. Llevé una mano a su rostro y acaricié su mejilla con delicadeza, con miedo a romperla.
—Lo lamento tanto— Musité y su ceño se frunció, ignorante de mi accionar.
No quería verla sufrir por mis idioteces nunca más, quería que renaciera de sus cenizas y volviera a volar, que la alegría que conocí retorne a su rostro, que cada parte de ella vuelva a brillar. No quería saber que sufría en silencio por mí, simplemente, deseaba con todo mi corazón que me olvidara y encontrara a alguien más, un hombre que la ame como se lo merece.
Pero tenía que hacer algo, devolverle todo lo que hizo por mí, todo ese amor que me brindó y el consuelo que me obsequió desinteresadamente estos largos cuatro años. Debía despedirme de ella de la mejor manera, intentando que su corazón no se quiebre como lo hizo el mío, que su alma no se desgarre y que su amor propio no desaparezca.
Su mirada seguía expectante a cualquier movimiento que yo hiciera. Dejé salir un suspiro y sin dejar de acariciarla, volví a sonreírle. Me levanté, vacié el contenido de la copa en mi garganta y le estiré mi mano.
—Ven— Sus orbes estaban colmados de sentimientos, podía darme cuanta a cientos de metros.
Dudó unos segundos y sonriéndole divertido, moví mi extremidad frente a ella para que se apresurara. Algo indecisa la tomó y con cuidado se levantó. Con su mano y la mía entrelazadas a la altura de mi hombro, la lucí hasta llegar al centro de la pista. Girando sobre mí, aferré mis dedos izquierdos a su cintura y mejoré el agarre de nuestras manos.
—¿Desde cuando quieres bailar y hacer lo que los demás?— Cuestionó con una sonrisa que hace mucho no veía.
—Desde que dejé de ser tan idiota.
Una risa se escapó de sus labios apretados y sonriendo con ella, comencé a guiarla para que nuestros movimientos sean rítmicos. La música sonaba de fondo y la culpa poco a poco se despegaba de mi conciencia. Sus palmas sudaban, a pesar de haber degustado tantas veces su cuerpo, jamás habíamos compartido algo así y esto la ponía más nerviosa que verme desnudo. Reí ante ello y su mirada se alzó para encontrase con la mía.
—¿Qué es lo que lamentabas?— Su mano sobre mi hombro apenas ejercía presión y eso es porque tenía miedo a mi reacción, me di asco por eso.
—El haber sido un patán contigo— Sincerándome, elevé su brazo y la hice girar.
Agachó su cabeza con sus heridas todavía latentes. Solté su mano y posicionándola en su espalda, la pegué a mi cuerpo.
—No sabes lo mal que me siento.
—Nunca fue tu culpa— Murmuró sobre la tela de mi camisa —Yo me quedé porque quise. Aunque... No voy a negar que me hubiese encantado que me quisieras como la quieres a ella.
Sentí su sonrisa a través de la tela y cerrando los ojos, la abracé. Era una chica perfecta, pero claramente, no para cualquiera.
—Quisiera haberte querido con esa intensidad, realmente te lo merecías, Sam.
Palpando suavemente los alrededores de sus ojos, se alejó de mí. En sus orbes el exceso de agua se hacía notar y me entristeció ser el causante de su llanto.
—Gracias. Debería irme— Susurró y antes de que pudiera responderle, desapareció entre la multitud, dejándome solo en el medio de la pista.
[...]
Con mis codos sobre la barra, pedí un vaso de wiski y liberé a mi conciencia de Samantha, por fin pude librarla de mí. En cada sorbo que le daba al vaso, comprendí que nadie podría ocupar el lugar de Natalia.
—Musculitos— Giré mi cabeza encontrándome con la peli-negra.
—Sonrisitas— Sonreí y empiné el vaso una vez más.
—¿Sucedió algo? No vi a Samantha por ningún lado— Cuestionó y aprisionó un sorbete azul con sus labios pintados de rojo.
—Digamos que la liberé— Sin soltar el tubo de plástico, elevó una ceja y riendo, continué —Por fin maduré y dejé de engañarnos.
—¿Se fue?— Preguntó sin comprender del todo mis palabras.
—Sí.
—Casualmente, Jack también— Arqueé una ceja y pronto una risa en común nació —Debe trabajar mañana.
—Me parece bien, es un excelente médico— Vaciando el alcohol del gordo vaso, dejé salir un aire caliente de mi pecho y me alejé de la barra.
—Sí... También una excelente persona, no merece lo que le hice— Con la mirada perdida en su colorido vaso, relamió sus labios.
El azúcar que adornaba su trago había quedado pegado en su boca y las ganas de limpiarla con mi lengua, apareció. Cada parte de mí deseaba volver a probarla, a saborearla, pero preferí hacerlo con la mirada cuando noté a mi padre acercarse.
—Juro que no quiero interrumpirlos— Comenzó sonriente ante la escena poco comprometedora —Pero te necesito sobre el escenario, hijo.
—Iré por la cámara— Lamiendo ella misma los extractos de azúcar y sonriéndonos, Natalia se perdió entre la gente.
—Si no soy cupido, me le acerco bastante— Bromeó Alexander consiguiendo que una sonora carcajada brotara de mi garganta.
—Ya papá...— Con su mano pegada a mi espalda, nos acercamos al escenario.
Todos los presentes estaban reunidos frente a nosotros, cada invitado con una delgada copa de champagne en las manos y atentos a las palabras que el exdueño les regalaba. En primera fila estaban mis amigos y ella, sonriéndome detrás de cámara arrebatándome la misma mueca.
—...Luego de varios años con esta empresa al hombro, entendí que era momento de retirarme y dejar que otro tome las riendas de este pequeño imperio— Sosteniendo el micrófono, el cuerpo de mi padre giró en mi dirección y con su brazo extendido, añadió —¿Y quién mejor para eso que mi propio hijo? Matt, ven por favor— El sonido de las ovaciones mezcladas con aplausos, y silbidos creados únicamente por Zac y Nicholas, abarcaron todo el salón. Con algo de vergüenza por estar frente a tantas personas, me acerqué a mi padre —Todo lo que construí a lo largo de mi vida ahora está en tus manos. Espero que puedas manejarlo con la paciencia que esto requiere, como bien hiciste hasta ahora. Sé que podrás llegar lejos, hijo mío— Sobre lo verde de sus luceros, el fulgor de un conmovedor llanto se dejó ver. Volviendo la vista al frente, acotó —Con ustedes, el nuevo dueño: Matt Bolton— Aplaudiendo, retrocedió dejándome solo con el micrófono.
—Antes que nada, gracias, papá— Dedicándole una mirada, agradecí —Sin ti es obvio que nada de esto hubiese sido posible— Asintió y sonriendo, secó las lágrimas que se le escapaban —No tengo mucho para decir. Lo esencial es darle las gracias a cada uno de ustedes, por el cariño con el que me recibieron, por la confianza que depositaron en mí y sin duda, por el increíble trabajo que hacen. Prometo dar todo de mí para ustedes, que son la base principal de esta compañía— Los aplausos nuevamente colmaron mis oídos y uniéndome a ellos, me despedí sin saber que más decir —Espero que podamos seguir trabajando juntos por mucho tiempo más. Salud— Elevé mi copa y pronto todos me copiaron.
Después de dar el primer sorbo, cada uno abrazó a sus allegados. En cuanto bajé el fino cristal, los brazos de mi padre me rodearon y no dudé ni un segundo en corresponderlo. Tardó en separarse y el motivo era obvio. Sonriéndole, tomé su rostro y sequé las secreciones que se escurrían por la piel de su mejilla. Mi familiar terminó de despejarse de mí en cuanto una anatomía, parecida a la mía, se me tiró encima, Zac apretó mi cintura con sus brazos y despegó mis pies del suelo.
—¡Bájame ya mismo porque te mato, Drago!— Exclamé entre risas a las que Alex se unió.
—¡Felicidades Shrek!— Dio una vuelta y me bajó. Lo empujé para que me soltara, pero como si mis acciones le importaran poco, me abrazó de nuevo —Mierda... Ya eres todo un hombre, y pensar que cuando te conocí eras un niñito enojón al que todos le tenían miedo.
—¿Y quién dijo que dejó de ser así?— Bromeé palmeando su espalda.
Cuando el brindis concluyó y las felicitaciones por fin acabaron, la pista de baile volvió a ser el centro de atención. Los chicos dejaron de bailar en pareja para hacerlo todos juntos descoordinadamente, ya que sus pasos no iban con el ritmo de la música, pero se divertían y eso era lo que importaba, tanto así que después de haberse unido mi papá, sus colegas también lo hicieron, creando una gran ronda donde todos eran incluidos.
Queriendo un respiro de tantas personas, me dirigí al balcón, toda su superficie era de mármol y color hueso, el mismo que predominaba dentro del lugar. Con la tranquilidad de la noche y en compañía de las estrellas, tomé un cigarro y calmé cada parte de mi ser en las consecutivas caladas que mi boca le proporcionaba.
—Felicidades una vez más, Musculitos— No necesité verla para que una sonrisa brotara automáticamente de mis labios.
—Gracias una vez más, Sonrisitas— Respondí y al igual que yo, apoyó sus ante brazos sobre la gruesa baranda.
Sin permiso, sus finos falanges rozaron mis labios y me arrebataron el cilíndrico filtro. Chocando las paredes internas de mi boca con la lengua, asentí e incliné mi cabeza de lado para observarla mejor.
—¿Qué harás cuando la fiesta termine?— Interrogó con el humo escapándose de su interior en cada palabra.
—No lo sé. Irme a casa, supongo.
—¿Solo?
—Jamás voy con nadie— Arqueando una ceja, apoyé mi codo izquierdo sobre el barandal y giré mi cuerpo hacia ella.
Tiró el cigarro al piso y con su zapato de tacón le dio fin a las últimas cenizas encendidas. Se acercó lo suficiente hasta que su vientre casi rozaba el mío, enredó sus dedos en mi corbata y expulsándome el humo casi en el rostro, me miró fijamente.
—¿Haces excepciones?
Antes de contestarle, me separé del frío mármol y velozmente pasé mis antebrazos por detrás de sus piernas y luego de alzarla, la senté sobre la baranda. Mientras ella reía, pasé un mechón de pelo detrás de su oreja y sonreí.
Sus inquietos dedos pronto jugaron con el cuello de mi camisa y mis manos acariciaron su espalda desnuda. Estaba a la altura perfecta para besarla sin tener que hacer más que inclinarme hacia delante. Posicioné la palma izquierda de mi mano en su cuello y acaricié el contorno de su rostro.
—Tú siempre serás mi excepción, Sonrisitas.
—Y tú mi amor, Musculitos.
Aferrándose a la tela que recubría mi cuello, me atrajo a ella y por inercia, pegué mis labios a los suyos. Con la luna y las estrellas como únicos testigos de nuestros desbordados sentimientos.
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