Capítulo 28
Entre las sombras que gobernaban el cuarto de la barbie, caminé completamente a ciegas. Jamás había entrado en él y no tenía idea de que cosas tenía dentro o donde estaba la cama, motivo por el cual no tardé en llevarme algo por delante.
—Mierda— Murmuré con mis labios todavía pegados a los de la peli-negra.
Una sonrisa por su parte apareció bajo nuestro beso y mi boca no tardó en imitarla. Sin dejar de devorar la carne hinchada de sus labios, seguí caminando con sumo cuidado de no golpearla y a mi mismo. Implementando una mayor fuerza con mi brazo izquierdo, sostuve todo su cuerpo con él para con la diestra poder tantear hacia donde me dirigía. Mi palma pronto se encontró una pared y aprovechándola, pegué a Natalia contra ella.
Su espalda se arqueó reaccionando ante el frío de la pintura, abracé su cintura y pegué mi entrepierna contra ella, un aliento caliente abandonó su garganta al mismo tiempo en que sus uñas comenzaron a clavarse en mi espalda. La temperatura aumentaba y un sudor compartido empezaba hacer presencia.
Coloqué sus brazos encima de su cabeza y le permití a mi boca dejarle un camino de besos por todo el contorno de su cuello hasta llegar a su busto. Sus jadeos se habían vuelto una excitante melodía para mis oídos. Bajé una de mis manos y pasé mi pulgar por encima de sus labios entreabiertos, buscando provocarme, lo aprisionó con los dientes e inclinándose hacia delante lo metió en su boca. Jadeé ante su acto y alejándolo de su caliente cavidad, lo deslicé por su barbilla y recorrí su piel hasta donde su camiseta me lo permitía.
Pronto sentí su boca pegarse a la mía y sosteniéndola nuevamente, nos separé del mural.
—Tres pasos atrás y a tu izquierda— Indicó cerca de mi oreja y luego de bañarla de su caluroso aliento, pasó su lengua sobre ella.
Hice caso a sus palabras y, ciertamente, me topé con el lecho de la melliza. Recosté su cuerpo y alojando todo mi peso sobre mis codos, me acosté sobre ella. Seguí besándola mientras que sus delicadas manos acariciaban mi torso por debajo de la holgada remera que traía.
De repente una estela espesa de baba caliente adornó mi mejilla y parte de mi oreja.
—¿Qué carajo fue eso?— Pregunté con el ceño fruncido, totalmente desorientado.
Enseguida sentí algo cosquillear mis costillas y de un salto me aparté de la cama. Asqueado y con la erección casi en el olvido, sequé la saliva de mi rostro usando mi propia remera. No podía ver nada, pero si podía escuchar a Natalia carcajear.
Un fuerte destello hizo arder a mis ojos acostumbrados a la oscuridad, parpadeé repetidas veces acostumbrándolos a la luz que la oji-verde había encendido. Con un ojo cerrado, ella sonreía mientras acariciaba a la causante de la espesa laguna en mi rostro. Sonreí y apreté los labios al descubrir a la mascota de los mellizos moviendo su rabo de izquierda a derecha con alegría.
—Seguramente estaba durmiendo cuando llegamos. La llevaré con Chloe— Poniéndose de pie, sujetó el collar de Nina y juntas se encaminaron hacia la puerta —En ese cajón está lo que necesitas, toma uno. Ya regreso.
Tras la ausencia de Natalia, acaricié toscamente mi rostro y me eché sobre la cama. Estirándome, agarré del cajón un cuadrado paquetito de plástico y lo dejé bajo la almohada. No podía usarlo ahora, antes que nada, no iba a desnudarme si ella no regresaba y después de lo de la perrita, la pasión me había abandonado momentáneamente.
Mientras me dedicaba a ojear el cuarto de Catalina, el sonido de la puerta me alertó. La figura de la mujer más hermosa que mis retinas habían visto alguna vez, traspasó el portón y lo cerró.
—¿Sigues vestido?— Elevé ambas cejas ante su ocurrente cuestionamiento y me apoyé contra el respaldo de la cama —Mejor, así puedo quitarte la ropa yo misma— Sin poder mantenerse seria por mucho tiempo más, se echó a reír.
Mordí mi sonrisa y negué con la cabeza, por más que intentara enfrentarla no podía, la vergüenza seguía siendo parte de ella. Antes de acercarse al lecho que compartiríamos, apagó el foco del techo dejando el velador a mi izquierda como el único encargado de iluminarnos.
En el borde del colchón, se despojó de sus zapatillas y sin sacarle los ojos de encima, la copié. Con una ladeada sonrisa la observé gatear hasta mí, posicionando sus rodillas a ambos lados de mis caderas, tomó mi rostro entre sus manos y corriéndome el cabello hacia atrás, relamió sus labios.
—No tienes idea de cuanto te extrañé, Matt— Confesó en un susurro.
Mi corazón fue el primero en reaccionar, latiendo con euforia me suplicó responderle lo que mi mente se oponía a revelar. Mi pecho parecía que en cualquier momento explotaría por la represión que estaba obligado a sentir, pero mi razón me exigía fuerza.
Con una media sonrisa, acomodé un mechón de su pelo detrás de su oreja y acaricié su rostro. Viendo el brillo en sus verdosos iris, sería capaz de jurar, que los míos estaban colmados de uno similar.
—También te extrañé, Natalia— Expresé con un hilo de voz.
Sus labios se estamparon contra los míos y el beso arrancó con velocidad, con una clara necesidad. Nuestras cabezas se movían a su compás y ambos cuerpos se pegaban inconscientemente. Meneándose fuertemente sobre mí, consiguió que lo que recientemente se había dormido, despertara. Aferré mis manos a la tela que recubría sus glúteos y apretándolos, incrementé la velocidad de su baile.
Jadeos se filtraban por el contacto de nuestras bocas y parte de mi ser reaccionaba ante las vibraciones del de Natalia. Metí las manos dentro de su pantalón y masajeé su piel, causándole un sonoro gemido que alteró todos mis sentidos.
Sus dedos buscaron el borde de mi remera y rozando la dermis de mis abdominales, me la arrancó sin tapujos. Despeiné mi cabello y sonreí con ella. Con la latente necesidad de hacerla mía, despojé su torso de las ropas que lo vestían. El beso continuó y mi boca fue descendiendo hasta detenerse en el centro de su pecho, besé lo que su brasier me permitía y acariciando su espalda, me decidí por arrebatárselo.
Cuando su busto se liberó y mi boca aprisionó uno de sus pezones, escuché un gemido, imposible de ocultar, abandonar su garganta. Su espalda se arqueó y con mi mano libre acaricié su otro seno, pronto sus dedos jalaron mi cabello y presa de sus deseos, se pegó más al calor de mi boca.
Su cuerpo seguía igual que hace cuatro años, su sabor y su aroma continuaban embriagándome. Con solo probarla, supe que nadie más la había besado, que nadie más había sido capaz de recorrer su piel, que cada parte de ella seguía siendo mía. En la cabaña marqué su piel con mis besos, y ahora comprobaba que mi marca seguía ahí, totalmente intacta.
Dándole una última lamida, me despegué de ellos y dirigí mis orbes hacia su rostro. Su respiración era agitada y se notaba a kilómetros la excitación que despedía. Sus labios estaban hinchados de tanto haberlos mordido, sus ojos casi cerrados y su cabello caía sensualmente por su cara, a los costados de sus hombros. Sonreí triunfante y con su boca entreabierta, me empujó hacia el colchón.
Colocando sus manos a cada lado de mi cuerpo, besó fugazmente mis labios y marcando un sendero sobre mi piel, descendió por toda la superficie de mi torso hasta llegar a la V que nacía sobre el ras elástico de mis bóxers. Jugando, bajó apenas un centímetro la tela de mis ropas y al sentir su cálido aliento cerca de mi amigo, este latió desesperado por liberarse. Volviendo eterno el momento, lamió aquella cornisa y mirándome, me sonrió con malicia.
Arqueando una ceja y relamiéndome los labios, me acomodé de manera en que pudiera ver cada uno de sus movimientos. Sin perder más tiempo, me desabrochó los jeans y liberó mi masculinidad. El placer me invadió cuando su mano y su boca me masajearon en un rítmico compás. Suspiré profundamente y con la respiración alterada, deleité a mis iris con el show que ella estaba montando con mi entrepierna.
Natalia jamás me había hecho esto, aunque jamás se lo había pedido y tampoco me había atrevido a insinuárselo. En el pasado, para mí, ella era una delicada flor, y si bien no podía evitar llevarla a la cama, nunca se me pasó por la cabeza corromperla de esta forma. Y no me arrepiento de ello, pero ahora, al sentir su húmeda cavidad envolverme, supe que no habría vuelta atrás. Era algo nuevo que estábamos compartiendo y por más que nunca creí que sería capaz de vivirlo, estaba perdiendo la cordura con cada uno de sus besos.
El placer era inmenso, simplemente porque era ella quien me agasajaba. Muchas mujeres me habían hecho lo que la oji-verde me estaba haciendo, pero con ninguna lo había disfrutado tanto. Sabía que era la primera vez que Natalia lo hacía, podía darme cuenta, sin embargo, conseguía elevarme con cada embestida y volverme loco con cada arcada.
No solo me sentía extasiado por sus precisos cabeceos, sino que me sentía complacido por saber que nuevamente, había sido el primero para ella.
Con sus pupilas desafiándome, succionó una ultima vez mi virilidad y limpiándose los delgados hilos de saliva que habían quedado en su boca, se bajó de la cama. Froté la parte inferior de mi rostro y al verla sonreír, busqué el paquetito que anteriormente había guardado. Después de despojarme completamente de mi ropa, me lo coloqué.
Parada frente a mí, dejó sus ropas caer lentamente, convirtiéndome en un espía, un espectador. Verla completamente desnuda me generaba más que excitación, mi alma cobraba vida y mi corazón se entusiasmaba, fantaseando con que ella volvía a ser mía, completamente mía.
Sentado, me arrastré hasta su cuerpo y acaricié cada rincón de él con suavidad. Ansioso, pegué mis labios contra su vientre y sentí sus dedos enredarse en mi cabello. Era mi ángel, mi diosa.
Enrollé mis brazos a su cintura y lamiendo su piel, pinté una brillante estela hasta su entrepierna usando mi lengua como pincel. Al besar sus inferiores labios y degustarla una vez más, sentí como si el tiempo no hubiese pasado. Su sabor era el mismo y por mucho que haya pasado, todavía recordaba como besarla, como le gustaba, como conseguir que entre gemidos susurrara...
—Mhm, Matt.
...Mi nombre.
Limpié el brillo en mi barbilla con el revés de mi mano y la ayudé a sentarse sobre mí. Nuestra mirada se cruzó una vez más y con cuidado, me uní a ella. Su cuerpo se estremeció y su interior se contrajo al introducirme en él. Sus dientes mordieron mi labio más fuerte de lo que esperaba, sobresaltándome, pero seguramente le dolía, había pasado demasiado desde su última vez.
—¿Estás bien?— Pregunté y acomodé un mechón de pelo detrás de su oreja.
Con sus ojos apretados, asintió. La abracé con más fuerza, pegándola a mí, ella poco a poco relajó sus músculos y abriendo más sus piernas, las envolvió en mi cintura.
Escondiendo mi cabeza entre su cuello y su hombro, aspiré su aroma, fusionado con el olor a sexo y mi mente estalló. El deseo de nunca soltarla me invadió. Con suavidad, fui dejando sutiles besos sobre su clavícula mientras mis caderas se movían.
—Tranquila— Susurré, sus iris me miraron y parecían retener un par de lágrimas. Pegué mi boca a la de ella y fijé mis orbes en su rostro colorado —Esto me trae recuerdos— Sonreí arqueando una ceja.
—Tú porque no has perdido el tiempo— Contestó relamiéndose la sonrisa.
—Eso no importa ahora.
Aferrado a su anatomía, comencé a moverla con sutileza queriendo que se acostumbrara a mí. No pasó mucho hasta que comenzó a menearse por sí misma.
—¿Estás enamorado de ella?— Cuestionó de repente, con la amargura filtrándose en su voz.
—Ya te he contestado eso.
—Necesito saber que sientes— Aclaró incrementando, pausadamente, la velocidad de sus movimientos.
—¿Por qué necesitas saberlo?— Cuestioné expulsando el aire caliente alojado en mi pecho.
Los jadeos cortaron la charla un momento, el placer exigía una cantidad de oxígeno que si hablábamos no obtendríamos. Cuando su intimidad por fin se acostumbró a la mía, me permití aumentar la intensidad de los golpes.
Con mis dedos firmes a su culo y sus uñas encarnadas en mi espalda, la alcé y girando sobre mí, la apoyé en la cama. Acomodando todo mi peso sobre mi codo derecho, aumenté la potencia de las penetraciones.
Sus gemidos inundaron mis oídos, volviéndose, nuevamente, una droga para ellos. Su espalda arqueada y su entrepierna mojada, me invitaban a seguir. Separándome un poco de su piel, dejé que mis orbes se embriagaran con la imagen de Natalia debajo de mí.
Su caluroso aliento se mezclaba con el mío, sus ojos cerrados me concedían la libertad de estudiarla con los míos y actualizar la figura que tenía grabada en mi memoria. Segundos después, sus iris se enfocaron sobre los míos y tras morder sus labios, no aguanté y la besé.
—Tu novio es un idiota— Susurré cerca de su rostro.
Gruñí al percibir sus uñas enterrarse en la carne de mi espalda.
—No es... Que no lo haya intentado— Respondió entrecortadamente, sin apartarme la mirada —Simplemente, él no eres tú.
—Me encanta escucharlo— Confesé sonriendo ladeadamente.
—¿Te volviste narcisista?— Remató arqueando una de sus cejas.
—No, solamente me encanta saber que sigues siendo mía.
—¿Y tú? ¿Sigues siendo mío?— Preguntó y de su garganta un profundo gemido se disparó.
—Estoy jodidamente condenado a ti desde el día en que te conocí, Natalia.
Sintiendo un cosquilleo en todo mi cuerpo, aumenté la fuerza y pronto sentí a la morena removerse placenteramente debajo de mí.
—Pero eso no me hace tuyo, no soy de nadie— Concluí arqueando una ceja.
—Eso... Es tram...Trampa— Soltó como pudo echando su cabeza hacia atrás.
—Tienes que pelear si quieres que vuelva a ser tuyo— Sentencié y devoré su cuello mientras sus jadeos me hacían temblar.
—Entonces... Esto es solo el principio.
Esbozando una provocadora sonrisa, me besó. Sujeté una de sus piernas y la coloqué sobre mi hombro. Sus gritos acompañados por sus ojos en blanco, me decían que estaba haciendo las cosas bien. Pronto sentí como su interior me apretaba y como sus piernas empezaban a temblar.
Pegué mi frente a la de ella y moví mis caderas en círculos extendiendo su tortuoso gozo, la piel que recubría mis costillas no tardó en sentir sus dedos aferrándose a ella. Un choque eléctrico recorrió mi columna y un cosquilleo llegó a la punta de mi pene. La penetré una y otra vez haciéndola mía, sabiendo que no había sido de nadie más.
—Adelante— Susurré sobre sus labios —Sé mía una vez más.
Su cuerpo se volvió rígido y pocos segundos después, gritó devorada por la pasión que inundaba su interior. Siendo el único espectador de su éxtasis, solté un gruñido y exploté dentro de ella.
—De vedad te extrañaba— Reveló atándose las zapatillas.
—¿Me dices a mí o al sexo?— Me burlé terminando de abrochar mis jeans.
Riendo, terminó de colocarse la remera y se acercó a mí. Peinó mi cabello y sonriéndome, entrelazó sus manos detrás de mi cuello. Rodeando su cintura, la pegué a mi torso todavía desnudo y besé su frente.
—A ambos— Bromeó y apoyó su cabeza en mi pecho.
Automáticamente mis manos comenzaron acariciarla. La angustia diaria que me envolvía y el vacío que gobernaba mi alma, parecieron estar ausentes desde que confesó extrañarme. Deseaba con todas mis fuerzas quedarme a su lado, pero tenía fe en que ella pelearía por mí.
Casi media hora después, los chicos llegaron con tres bolsas marcadas por el logo de una heladería.
—¿Chloe se durmió?— Preguntó Anna.
—Diez minutos después de que se fueron— Respondí colocándome mi abrigo.
Mientras que Natalia y Catalina se dirigían a la cocina para preparar el helado, Nick elegía una película y Anna iba a vigilar a su hija, me escapé al patio trasero en busca de la calma proporcionada por un cigarro.
El gélido viento nocturno me estremeció, mi cuerpo había quedado algo agotado después del encuentro con Natalia. En tanto la nicotina daba un corto paseo por mis pulmones, una presencia se paró a mi lado.
—¿No tardaron demasiado?— Interrogué expulsando el humo.
—Fuimos y volvimos caminando, la heladería no queda cerca ¿Cuánto fueron? ¿Cuarenta o cincuenta minutos?
—Lo hicieron apropósito— Arqueando una ceja, miré a mi mejor amigo.
—Confieso que nuestro objetivo era dejarlos solos un rato, pero no esperábamos tardar tanto— Pasándome una lata de cerveza, curioseó —¿Qué sucedió?
—Lo que esperabas que suceda— Dándole un trago al helado alcohol, reí con él.
—Cada vez falta menos.
—¿Para qué?— Frunciendo el ceño, relamí mis labios y le devolví la bebida.
—Para que vuelvan a estar juntos.
Guiñándome un ojo, regresó a la casa. Lo seguí con la mirada y riendo, negué con la cabeza.
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