Capítulo 24

Les recomiendo escuchar este tema desde que Matt se mete al mar. Personalmente, me encantó, me erizó la piel al escribirlo y lo usé como inspiración. Espero les guste como queda.

... ... ... 

—¿En qué auto iremos?— Cuestioné acomodándome las ropas ajenas que recubrían mi cuerpo.

—Podemos ir en el mío, a menos que hayas traído tu camioneta blanca— Soltó la rubia dejando su bolso junto a la puerta principal.

—Traje el auto— Perdido en las fotos que pasaban dentro de la pantalla de mi celular, encontré una donde salía la chica a mi lado. Con el ceño fruncido le acerqué el móvil al rostro —Pero creo que ya lo sabes— Ella se echó a reír y guardando el aparato, arqueé una ceja —¿Se puede saber que hacías sentada en el capó de mi auto?

—Me encantaría decírtelo, pero te juro que no me acuerdo.

Poniendo los ojos en blanco me uní a su risa. Cuando el coche de Catalina estuvo listo, todos nos acercamos para acomodarnos adecuadamente, meter a siete personas no era tarea fácil.

Dejé que ellos se acomodaran y fui hasta mi vehículo en busca de mis lentes de sol, odiaba que la luminosidad de sus rayos no me dejase ver con claridad. Al volver Nick y su chica eran los únicos acomodados.

—Solo nosotros sabemos conducir— Mencionó la rubia en tanto su índice nos señalaba una y otra vez.

—¿Eso es un problema?— Cuestioné algo desorientado.

—Depende como lo veas— Sonrió con malicia mientras que me guiñaba un ojo.

Arrugué el gesto ante sus muecas y observé a John sentarse junto a su amigo, a Zac reclamando el lugar de copiloto y a la mandamás rodear su azulado coche para apoderarse del volante.

No tardé en descubrir sus intenciones al ver a Natalia mi lado. Había dos opciones, o se sentaba sobre el mellizo o sobre mí. Batallando contra mí mismo, le hice un ademán para que se acomodara sobre las piernas de su amigo.

—Ni se te ocurra, enana. Estoy frito y pienso dormir todo lo que duremos acá arriba— Declaró el rubio y girando sobre sí, se acomodó dándonos la espalda.

Mis pupilas se estancaron ferozmente sobre el cómplice número uno de Catalina. Sin ocultar su sonrisa, Zac se hincó de hombros y prendió el estéreo, ignorándome por completo. Al igual que yo, Natalia asesinaba a su mejor amiga con la mirada.

Tomé aire y luego de expulsarlo con pesadez ingresé al auto, en cuestión de segundos el cuerpo de la peli-negra se acomodó sobre el mío. Sus mejillas ardieron cuando su trasero rozó mi entrepierna, me moví hacia atrás y ella hacia adelante queriendo separarnos, una vibración se dio lugar en mi interior al aspirar el aroma de su piel a causa de tenerla tan cerca.

Dejé caer mis parpados y me concentré en la música que sonaba de fondo, todo con la intención de que mi mente volase lejos de la realidad, de lo contrario, un ser inoportuno se despertaría y no podría controlarlo.

A medida que el coche avanzaba, mi organismo elevaba su temperatura con cada bache que hacía saltar a Natalia cerca de mi virilidad, produciendo que mi cordura flaqueé y que mis instintos estuvieran próximos a florecer. Era evidente lo agitadas que estaban nuestras respiraciones, podía percibir a su tórax esforzándose por camuflarlo.

Cuando noté al velocímetro aumentar en cortos lapsos de tiempo, aferré mis manos a su cadera, su anatomía se estremeció consiguiendo que mi masculinidad palpitara, suspiré controlando mis impulsos y manipulándola, la senté correctamente sobre mí.

Lo hice por dos motivos, el primero por querer protegerla, las ruedas tomaban más y más velocidad, y su pequeño cuerpo no estaba protegido como debería, el segundo por ver sus piernas temblar al tener que soportar todo su peso a causa de una mala posición. Ella evitaba rozarme y aunque se lo agradecía, no podía permitir que viajara incómoda y al mismo tiempo tan desprotegida.

Parte de mi cuerpo no dejaba de palpitar y me odiaba por eso. Sin embargo, se me hacía más difícil luchar contra él al notar como un caluroso suspiro abandonaba su garganta y sus dientes se enterraban en su húmedo labio interior.

Luego de una tortuosa eternidad que no duró más de diez minutos, increíblemente, llegamos a un lugar de comida rápida a poca distancia de la playa. Al descender del coche me distancié de todos para reponer el aliento, cuando mis pensamientos se calmaron y mi entrepierna volvió a dormirse, regresé.

—Voy a matarte— Amenacé al oji-amarillo aprovechando que era el último en la fila por entrar.

—¿Fuiste a tomar aire?— Se burló carcajeando sonoramente.

—Me las pagaras— Sentencié moviendo mi dedo índice de atrás hacia adelante cerca de mi rostro.

—¿Hubo muchos baches?— Siguió mofándose disfrutando de mi pesar.

—Sí, ríete.

Llevándome una amarillenta y grasienta papa a la boca, observé a la mayor de los hermanos Harper. Su campo visual era limitado o, mejor dicho, yo no entraba en él. Siquiera se molestó en mirarme por lo menos una vez, sabía que sus nervios seguían a flor de piel, sin embargo, sentía que había algo más.

Por mi mente pasó la probabilidad de que la culpa, procedente a la relación que mantenía con Collins, la estuviera carcomiendo. Mi razón me pedía calma, pero mi corazón bombeaba molesto creyendo en la reciente hipótesis que inconscientemente había creado.

Desvié la mirada a mi bandeja y me dediqué a ingerir mi almuerzo, no podía permitir que mis sentimientos resurgieran cual fénix de sus cenizas, debía distraerme, alejarme si era necesario, de lo contrario estaría muy próximo a pisar el palito.

En el corto tramo a nuestra segunda parada conduje yo, no volvería a pasar por lo mismo, si antes había sido incómodo, ahora sería veinte veces peor.

Al llegar a la playa, el particular y salino aroma del mar inundó mi mente de recuerdos. Lo que más extrañaba de mi antiguo hogar, era la posibilidad de escapar de mis problemas sumergiéndome más allá de la orilla y dejándome llevar por el relajante movimiento de las olas.

Desde que me mudé, esta era la primera vez que volvía a percibir la arena bajo mis pies. Sintiéndome de nuevo en casa, me alejé de los chicos un momento y fijé mi vista sobre el azul océano. Dejé que la escasa brisa me colmara de su fragancia y respiré hondo, intentando grabar cada detalle en mi cabeza para poder revivirlos cuando estuviera de nuevo en mi oficina.

—Deberías tomarte unas vacaciones— No necesitaba voltear para saber de quien se trataba.

—La empresa me está robando mucho tiempo— Cruzándome de brazos, ojeé como mi mejor amigo acomodaba sus manos en su nuca.

—Eres el dueño, puedes hacer lo que quieras. Tienes que vivir un poco más, Matt.

—No creas que es tan fácil— Sonriendo ladeadamente me enfoqué en observar como las gaviotas volaban al filo del agua.

Inmediatamente después de acomodar las cosas sobre la desnivelada superficie, todos comenzaron a despojarse de sus ropas para quedar en mallas, excepto yo, que seguía con la deportiva camiseta de John pegada al pecho.

No pude evitar que mis orbes se deleitaran con el espectáculo, sin intención, que Natalia daba. Me sentía un acosador por observarla desvestirse, pero simplemente, no podía sacarle los ojos de encima.

—Cuidadito, no te olvides que es mi hermanita— Musitó Nick detrás de mí, sacándome sonrisa.

Asentí acariciando las paredes internas de mi boca con la lengua.

—Cierra la boca, se te cae la baba, pervertido— Susurró mi mejor amigo junto a mí.

Con mis retinas enfocadas en la única peli-negra, le di un rápido golpe al muslo de Zac. Sin poder evitar carcajear apretó la zona de impacto y frunció sus ojos ante el molesto cosquilleo, dejándose caer sobre la arena comenzó a retorcerse mientras que, entre risas, varios gemidos escapaban de su garganta.

—Le... Diste al... Nervio— Confesó haciendo pausas obligatorias por la falta de oxígeno.

—Te lo mereces— Con la mirada puesta en el mismo punto, comencé a reír por las quejas que mi amigo lanzaba al aire.

El calor producido por el brillante astro sobre nosotros, no tardó en volverse insoportable. Sintiéndome asfixiado por tela de la remera, decidí sacármela. Con mi torso expuesto saboreé la momentánea frescura de la libertad que mi cuerpo tanto estaba exigiendo.

—¡Yo así no puedo!— Con la remera aun enredada en mis brazos, giré ante la exclamación de la rubia —Pero que bueno que se puso el día.

Aunque no se notase, un ardor se produjo en mis pómulos, reí nervioso y terminé de sacarme la camiseta. De reojo noté que Natalia se había quedado mirándome, exactamente igual a como yo lo hice con ella.

—Imagínate yo que vivo con días así. No sé cómo me contengo— Se burló Zac haciendo reír al grupo.

Mientras el oji-amarillo y la rubia mantenían una charla con Natalia, mi secretario descansaba sobre las piernas de su novia y el rubio parecía dormirse, deseé refrescarme. Aprovechando la oportunidad, me levanté y palpé mi malla deshaciéndome del exceso de arena. Sin decirles nada al respecto me encaminé hacia el mar.

La satisfacción me llegó cuando el agua de la orilla bañó mis pies, arrastrándome, lentamente, hacia lo profundo. Sonreí para mi mismo y me adentré en el agua. Mi anatomía se estremeció al hundirse en lo gélido del mar. Cuando la marea me llegó al pecho me detuve y flexionando las rodillas me zambullí.

La frescura inigualable del océano recorrió cada centímetro de mi piel, recordándome cuan pequeño era ante él.

Al salir a la superficie y rellenar mis pulmones con el aire necesario, anclé mis pies a la arena mojada y me quedé mirando el horizonte, como si nada a mi alrededor existiese.

—Es hermoso— Rompiendo el dulce canto del oleaje, Natalia llegó a mi lado.

—Sin duda ¿Y los chicos?— Pregunté al dar un rápido vistazo a nuestro lugar y encontrar solo al mellizo.

—Fueron a comprar bebidas. John fue el único que se quedó, pero creo que esta dormido— Soltó y comenzó a reírse, acelerando mis pulsaciones.

—¿Por qué tú no fuiste?— Arqueando una ceja, disfruté de la suave corriente que viajaba alrededor y entre mis piernas.

—Quería refrescarme un poco, y Cata no me dejó ir.

Reí silenciosamente y negué con la cabeza. Cuando algo se le metía a la rubia, era imposible de contradecir.

—Amas el mar, ¿Cierto?— Interrogó curiosa mientras sus dedos jugaban sobre el filo del agua.

—No hay nada tan majestuoso y aterrador, al mismo tiempo, como él. Es simplemente, sorprendente.

—Entonces eres como el océano— Declaró.

Volteé mi cabeza y la vi unos cuantos centímetros detrás de mí, de seguro no hacía pie donde yo estaba. Caminé hacia atrás y el agua que hace poco llegaba hasta casi mi cuello, ahora se estancaba bajo mis pectorales.

—¿Crees que soy aterrador?— Cuestioné sin emoción mientras que lentamente me le acercaba, con una falsa intención de intimidarla.

—Lo que creo, es que eres sorprendente— Se burló dejándome ver una maliciosa sonrisa.

¿Acaso estaba jugando conmigo? Enarqué una ceja y me acerqué un poco más.

—¿Sabías que el que juega con fuego, se quema?— Cuestioné con un tono rasposo, peleando para que mis sentimientos no surgieran.

—Dicen también que, si estás con el demonio correcto, el infierno puede ser divertido. ¿Tú qué crees, musculitos?— Elevé ambas cejas ante sus palabras ¿De qué carajo me perdí?

Un hormigueo se adueñó de mi vientre al escucharla llamarme por el apodo que ella misma me había otorgado. Sus piernas retrocedieron y las mías las siguieron, la claridad del agua me dejaba ver su silueta, aunque algo distorsionada y difuminada.

Antes de que pudiera dar otro paso, desapareció frente a mis ojos. Enarqué una ceja y la busqué con la mirada bajo el agua, roté sobre mí para registrar mi retaguardia, pero algo me sobresaltó. Su figura apareció frente a mí. Con mis latidos acelerados su cuerpo emergió rozando el mío.

Mis labios se separaron al tenerla cerca y parte de mi anatomía se endureció al ver como su traje de baño se pegaba a su cuerpo. Sus verdosos orbes buscaron los míos, mi vista se alternó entre su boca y su mirada. Peleando contra mi mismo, suspiré y apoyé mi frente contra la suya, mezclando su aliento con el mío en tanto cerraba los ojos, intentando contenerme.

Su respiración al igual que la mía se aceleraba cada vez más, de pronto su lengua se hizo presente para lamer su labio inferior. Mi cordura estaba a la deriva, dependiendo de un débil hilo.

En cuanto sentí la tela que recubría sus senos pegarse a mi piel, perdí.

Apoyé mis manos en su cuello y estrellé mi boca contra la suya. Sus labios me respondieron casi inmediatamente, sus brazos pasaron por detrás de mi cuello, me agaché al mismo tiempo en que mis manos recorrían su contorno hasta llegar a su trasero, donde se detuvieron para sujetarla y alzarla.

Sus piernas se enrollaron a mi cintura, fijándose a ella. Las olas rompían contra nosotros, pero no lograban moverme, estaba inmovilizado, besándola, perdido ante el sabor que sus labios emanaban, ante la fragancia de su piel haciéndose una con la mía.

Nuestras cabezas se movían de un lado al otro facilitando el beso, su cuerpo se frotaba instintivamente contra el mío, volviendo más rígida la carne dentro de mis pantalones, que se esforzaba por romperlos.

—Esto está mal— Susurré pegado a su boca.

El beso continuaba, respirar era algo difícil. El infierno parecía rodearnos y evaporar lo que hace instantes me parecía un helado océano.

—Lo sé, pero no puedo evitarlo— Se separó apenas un poco para poder hablar.

Sus jadeos estaban volviéndome loco y la ropa comenzaba a estorbarme. Si seguía así no podría aguantar mucho más.

—Tienes novio, Natalia— Sentencié queriendo que se alejara de mí, porque yo no podía alejarme de ella.

Sus pupilas se dilataron y un brillo resplandeció sobre lo verde de sus iris.

—Él no eres tú, Matt— Confesó excitando a mi corazón.

—Te arrepentirás, recuerda como estuviste cuando estábamos comiendo, y solo te sentaste en mis piernas ¿Qué pasara con esto?

—Debatía entre seguir a mi corazón o a mi razón, y si te miraba era predecible quien ganaría— Con las gotas aun recorriendo su rostro, acotó —Me arrepentiré si te vuelvo a dejar ir, Matt.

Mi razón dejó de existir y una sonrisa directa desde mi corazón, adornada con las mariposas que en mi estómago volaban, nació para ella.

Acaricié su rostro y volví a besarla. El beso aumentaba su nivel y pronto su feminidad chocaba contra mi miembro, mandando a la mierda mi moral y mi razonamiento.

—Bájate, es mi última advertencia— Sentencié batallando internamente contra la calentura que brotaba por cada poro de mi piel —Piensa en tu chico, en lo idiota que es por no darte lo que necesitas.

—Cada vez que lo intenta pienso en ti.

—Es más imbécil de lo que creí.

Remojó sus labios y acarició mi cabello, mandándolo hacia atrás.

—Tú lo sabes mejor que nadie— Susurró cerca de mi oído.

—¿Qué sé?

—Que, siempre has sido tú.

Me alejé para mirarla, sus ojos brillaban y su sonrisa estaba atrapada por sus dientes. Sonreí y dejé salir el aire retenido dentro de mí.

—Mierda— Solté en un suspiró y flaqueé.

Su lengua bailando dentro de mi boca y sus piernas aferrándose más a mi cintura me dejaron en claro que es lo que quería. La deseaba sin vacilar, poder sentir nuevamente el calor de su interior era algo que me volvía loco. Pero esto no iba a significar más, o por lo menos no se lo haría saber si llegase a ser así.

Acaricié el contorno de su cuerpo hasta llegar a su entrepierna, lentamente rocé la piel de mis falanges con la de sus labios externos metiéndome debajo de sus ropas. Su boca me soltó y junto con un gemido su cuello quedó a mi completa merced.

Succioné la delicada dermis de su cuello mientras mis dedos preparaban su cavidad para el ingreso de mi masculinidad. El calor que provenía de sus paredes hacía reaccionar al falo del que quería deshacerme, ya que no me dejaba disfrutar como era debido.

Su cabeza se enderezó y pegando sus labios a los míos dejó que su mano se deslizara hasta mi pantalón. Tragué con fuerza al sentir como acariciaba la parte más caliente de mi anatomía, dejé salir un pesado aliento en tanto su mano tomaba velocidad.

De la nada, mi razón tomó las riendas de la situación. Abrí los ojos y me negué a sucumbir tan fácilmente, sumándole que no tenía protección a mi alcance para poder disfrutar tranquilamente de su cuerpo. Alejé mis manos de su feminidad y me hice hacia atrás alejando las suyas de mi miembro.

—Tendrás que pelear si quieres algo de esto— Jugué alzando ambas cejas entre jadeos que me esforzaba por ocultar.

Sonriendo ladeadamente la bajé de mi cintura cerciorándome de que hiciera pie.

—Con palabras bonitas no me tendrás para ti, valgo más que eso. Pero, sí es un buen primer paso— Guiñándole un ojo, acomodé, disimuladamente, a mi amigo dentro de lo que ahora parecía un apretado pantalón.

A pesar de estar a nada de prender fuego la ropa que traía puesta, me sentí orgulloso de mi mismo al no rendirme, me reanimó el poder decirle que no. Sin embargo, la había besado y si eso seguía pasando sería un gran punto en mi contra.

Si Natalia realmente quería pelear por mí, iba a tener que darlo todo. Como yo lo di todo por ella.

—Vales mucho más, en eso tienes razón— Sonriéndome pasó un mechón de pelo tras su oreja —Aprendí la lección, Matt.

Sumergiéndose de nuevo, salió a mis espaldas. Peinó hacia atrás su empapada cabellera negra y moviendo las caderas volvió a la orilla, sin dejar de mirarme por encima de su hombro. Mis pupilas la siguieron todo el camino de vuelta mientras mis dientes aprisionaban mi labio inferior, aguantando las ganas de correr a ella y hacerla mía. Cuando estuvo junto a los chicos, cerré los ojos y me sumergí, buscando apagar el incendio que Natalia había provocado.

Noté que en estos cuatro años no solo se volvió más lujuriosa, sino que, junto con su cuerpo, una personalidad sensual había surgido. Si antes me gustaba, ahora, infernalmente me encantaba. Y no estoy seguro de que eso sea algo bueno para mi juicio.

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