Capítulo 22

Catalina

—Ahora vuelvo— Anuncié elevando la voz y le pasé el vaso a la petisa.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, solo voy asegurarme de que Nina esté bien. Disfruta de la vista— Señalando a Matt con la mirada le guiñé un ojo y me alejé, dejándola con la boca abierta.

Mientras me dirigía a las escaleras y esquivaba gente a cada paso, me di cuenta que habían venido más personas de las que tenía pensado.

Quería cerciorarme, por quinta vez desde que la fiesta había empezado, de que mi perrita estuviera bien. Era bastante asustadiza y no se sentía cómoda cuando había demasiada gente a su alrededor, además de que el volumen de la música de seguro no le parecía nada agradable.

Al abrir la puerta de mi cuarto, dejé que la luz del pasillo lo invadiera. Encendí el destellante foco situado en el techo y cerré el portal detrás de mí.

—Nina— Con tan solo nombrarla sus patitas ya estaban corriendo hacia mí —Hola bebé.

En tanto acariciaba su peluda cara, su cola se movía eufórica de un lado al otro. Verifiqué que sus platos estuvieran cargados y me dirigí de nuevo hacia la puerta.

—En un rato vuelvo— Sobando sus cachetes por última vez, salí.

En el pasillo la música invadió violentamente mis oídos, por suerte para mi mascota, en mi habitación el ruido no lograba colarse con total libertad. Al pasar por la puerta del cuarto de mi hermano un particular olor me detuvo.

—Maldito engendro— Susurré apretando los puños de mi mano.

¿Cómo se puede ser tan idiota? ¿Qué persona infringe la ley teniendo a un policía al lado?

Con el enojo circulando por mis venas, tomé el plateado picaporte y empujando la grafitada madera, invadí su privacidad. Una neblina con un particular aroma a ilegal me dio la bienvenida. Esparcidos en el piso, una silla y la cama, había cuatro chicos, aparte de John, y tres chicas.

—¡Todos fuera!— Grité. El grupito se miró entre sí, para después enfocarse en mi mellizo —¡Ahora!— Exclamé elevando la voz y rápidamente, uno a uno, abandonaron la pieza.

Pisando con furia me acerqué al rubio y sin dudarlo le di un golpe en la cabeza con la palma de mi mano.

—¿Qué demonios te pasa?— Cuestionó arrugado el gesto, sin soltar la evidencia que se quemaba entre sus dedos.

—¿Marihuana, John? ¿En serio?— Mirándome como si mis palabras no tuviesen sentido, se llevó el cigarro a la boca —¿Acaso eres idiota? En realidad, sé que lo eres, pero no creí que llegaras a tanto— Le arrebaté el armado cigarrillo y lo dejé caer en un vaso con restos de alcohol.

—¿Qué hiciste?— Levantándose de manera apresurada tomó el rojizo recipiente y observó como su creación flotaba —¿Estás loca?

—¿Qué carajo sucede contigo? Hay un policía en la casa. De verdad que no te funcionan las neuronas, hermanito.

—Es marihuana, Catalina, no metanfetamina.

—Sigue siendo ilegal, tarado— Cruzándome de brazos lo ojeé frotarse el rostro molesto y caer sobre el colchón de su cama.

—Eres más policía que el mismo policía.

—A papá no le hubiese gustado esto, John— Pasando todo el peso de mi cuerpo a una sola pierna, saboreé las paredes internas de mi boca con la lengua —Lo sabes.

Inmediatamente él se enderezó, sentándose en el borde de su lecho. Sonriendo sin humor, rascó su nariz.

—No empieces con eso, papá murió hace años.

—¿Y eso qué? Mamá murió mucho antes y contigo es imposible hablar de ella.

—¿Tú qué sabes que es lo que le hubiese gustado a papá?

—Sé que no le gustaría ver a su hijo drogándose, otra vez.

—¿Quieres volver a la misma discusión de siempre? ¿Por qué mierda no confías en mí?

—Sí confío, pero...— Un secó golpe a la pared me dejó sin palabras.

—¡Deja de joderme, Catalina!— Gritó haciendo que un punzante dolor naciera dentro de mi pecho.

—John, yo solo quiero...— Su ronca voz me interrumpió.

—Vete.

No quería que siguiera los pasos de nuestro padre, solo deseaba que lo respetara, aunque ya no esté. Pero no tenía caso seguir hablando con él, siempre era lo mismo. Suspiré con pesadez y desviando mi vista de él, lo abandoné dando un portazo.

Estar rodeada de gente me hacía sentir un poco mejor, odiaba pelearme con John. Él era la única familia que me quedaba y después de cada discusión odiaba detestaba quedarme sola.

—¿Está todo bien?— La voz de Nata me calmó.

Apartando el vaso de mi boca, asentí —John y su estúpida marihuana— Mordiéndome el labio inferior me apoyé sobre la fría mesada de mármol.

La petisa comenzó a reír y tomó una lata de cerveza de la heladera, que no tardó en abrir.

—Tranquila, no es para que te pongas así. Solo es marihuana, debes confiar en él.

—Pero el miedo a que vuelva a esas mierdas sigue presente, además de haber un policía en casa— Sonreí en cuanto la imagen de Zac se me vino a la cabeza.

—En primer lugar, no va a recaer y lo sabes, pasó hace cinco años eso. Tienes que darle mérito, terminó la prepa y está trabajando. Debes soltarlo y confiar en él, que seguro eso necesita— Hizo una pausa para darle un trago a la álgida lata y continuó —En segundo lugar, ese policía es Zac y jamás arrestaría a John— Saboreando el amargo gusto de la cerveza sobre sus labios, acotó —Hablando del uniformado, ¿Por qué no aprovechas la fiesta?

—No sé si sea el momento— Contesté el filo del vaso pegado.

—Hace años que no es el momento, ¿Cuándo crees que lo sea? ¿En diez?

—Tengo miedo, no me fue bien con ninguno de los chicos con los que me involucré— Antes de que me dijera algo, añadí —Aunque sé que Zac jamás haría algo así. Sin embargo, también me asusta el después. ¿Y si la chispa desaparece?

—Yo creo que eso sería imposible.

Con los nervios apoderándose de mí, volvimos la oscuridad del salón para bailar con los demás. Al volver vi que Matt y Zac no estaban, seguramente habían salido a fumar. Nunca fui de ponerme nerviosa con respecto a chicos, la única vez que me pasó fue con el tarado de Mike. Sin embargo, con el lobito era distinto, cuando él estaba cerca toda mi anatomía cosquillaba, algo que jamás me había pasado.

Siempre me pareció alguien sexy y no solo por su físico, casualmente su personalidad era lo más atrayente, después de sus ojos, obvio. Al principio tenía una idea totalmente equivocada de él, pero gracias a la amistad que forjó con Nata pude conocerlo mejor y darme cuenta que estaba equivocada. Sin duda era una de las personas más buenas que conocí y como todos, tuvo un fuerte pasado que lo marcó, sin embargo, a pesar de todo pudo salir adelante y lo admiraba por eso.

Aprovechando que no había nadie en la entrada, salí a tomar aire para calmarme un poco y pensar en lo que le diría. Prendí uno de los cigarros que compartíamos con Natalia y me senté sobre el fresco césped mientras mis zapatillas jugaban a pisar las diminutas piedras sobre el asfalto.

—¿Puedo unirme, barbie?— Su voz no solo consiguió sacarme una involuntaria sonrisa, sino que alejó cualquier pensamiento que tuviera.

—En tanto no me muerdas no hay problema, lobito— Jugué hincándome de hombros.

Sonrió dejándome ver su perfecta dentadura y se sentó junto a mí. Las palabras de mi amiga merodeaban en mi cabeza, tenía que pensar algo, no quería dejar pasar más tiempo. En tanto Zac exhalaba el humo de su cigarro, me arrimé a él y apoyé mi cabeza sobre su hombro. Percibí como su cuerpo se estremeció ante mi contacto y eso me animó.

Debía confesar lo que me pasaba con él.

—Lobito...— Musité y lo noté nervioso.

—Barbie, tenemos que hablar— Murmuró y extrañamente mi pecho se infló al mismo tiempo en que mi corazón se contrajo.

—¿Pasó algo malo?— Cuestioné con el miedo de perderlo, aunque irónicamente no lo tenía.

Alejándome de él, debatí mentalmente entre arriesgarme a pelear por lo que podríamos tener o dejar que la oportunidad se esfumara y todo se apagara con el tiempo.

Su mirada estaba fija en el cigarro que brillaba entre el hueco que formaban sus piernas, mordiéndome el labio inferior aposté todo. Pero antes de que pudiera hablar, el peli-negro se me adelantó.

—Yo... Cre...Creo— Suspiró y sonrió sin humor al no poder dejar salir lo que pretendía. Molesto consigo mismo, rascó su cabeza y bruscamente se levantó. Mientras él caminaba en círculos mis iris lo observaban con un toque de gracia —Que sea lo que tenga que ser— Soltó y mi ceño se frunció.

Inclinándose frente a mí, aferró sus dedos a mi muñeca y me levantó aplicando la suficiente fuerza para moverme, pero la justa para no lastimarme. Reboté contra su pecho que subía y bajaba con brusquedad, sentí a su corazón papilar entusiasmado bajo la palma de mi mano. Sus hermosos luceros amarillos observaron los míos y sin vacilar se abalanzó hacia mí, pegando nuestros labios.

Mi estómago se removió y una sonrisa se escapó de mi boca. Con su izquierda tomó mi cintura en tanto su diestra lentamente soltaba mi muñeca para posarse en mi nuca. Sus ojos estaban cerrados, disfruté el placer de verlo frente a mí y pronto lo imité.

Cuando estuve lo suficientemente relajada intensifiqué su beso pasando mis brazos por detrás de su nuca, sentí su sonrisa bajo entre mis labios y en un rápido movimiento me alzó, mis piernas rodearon su cintura instintivamente. Nuestras lenguas sincronizaban a la perfección y nuestras cabezas se movían de un lado al otro permitiendo que el oxígeno no escaseara.

—¿Qué ibas a decirme, lobito?— Susurré sonriente, todavía con nuestros labios pegados.

Se alejó lo suficiente como para poder verme a los ojos, con su hermosa sonrisa adornando su cara, corrió un delgado mechón que intentaba interponerse entre nosotros.

—Creo que te amo— Confesó inmovilizándome.

Reí involuntariamente y parpadeé reiteradas veces para poder reaccionar. Me relamí degustando el sabor que sus labios me habían dejado y acaricié su mejilla. Mordí el labio inferior y volví a reír.

—¿Y si te digo que creo lo mismo?— Pregunté levantando una ceja.

Sobre el amarillo de sus orbes, un brillo que antes no había visto nació. Su sonrisa se incrementó y colocando su diestra detrás de mi cabeza, me empujó hacia a él para volver a besarme.

Sin preguntarme comenzó a caminar conmigo encima y reí bajo el calor de su aliento.

—Vamos a matarnos.

—Tranquila, conmigo jamás te pasará nada— Apretando sus dientes a mi labio inferior me calló.

Pronto sentí la fría pared chocar suavemente contra mi espalda, mi cuerpo se arqueó ante el helado contacto, pero el fuego que emanaba de Zac me resguardó.

—¿Me acompañas a ver a Nina?— Cuestioné arrebatándole la gorra que traía sobre su cabeza.

—¿Dónde está?— Repreguntó sin despegarse de mí.

—En mi habitación— Susurré borrando todo rastro de mi sonrisa y enfoqué mi vista en la suya.

Relamiéndose los labios me bajó y sonriendo, bromeó —No me vayas a violar, barbie.

—Sería incapaz, lobito— Me burlé y tomé su mano para guiarlo.

Al entrar a mi cuarto mi mascota corrió a recibirnos, enseguida Zac se sentó en el suelo para jugar con ella. Fruncí mi ceño y reí a la vez, es por estas cosas que me gustaba tanto. Me dirigí a los platitos de mi perra para ver si seguían con sus respectivos suministros y por suerte así era.

Mi cuerpo vibró al sentir como el del oficial se pegaba a mí. Tiré mi cabeza hacia atrás, dejando mi cuello descubierto y en seguida su boca se aferró a él. Abrazó mi cintura con su brazo derecho y me giró, sus labios separados indicaban a la perfección lo que pasaba dentro de sus pantalones. Sonreí victoriosa ante ello y mordí suavemente su labio. Mientras me volvía a besar me alzó y con delicadeza me depositó sobre mis ropas de cama.

Alojando todo su peso sobre sus codos, pegó su entrepierna a la mía, aumentando la temperatura que nos envolvía. Los besos se volvieron mojados y la ropa comenzaba a estorbarnos.

—No— Negó de repente y se separó.

Arqueé una ceja y relamí su sabor en tanto percibía lo acelerado de nuestras respiraciones.

—¿Qué sucede?

—Así no— Negando con la cabeza se acostó junto a mí y giró su rostro para mirarme. Con el revés de sus dedos acarició el contorno de mi cara, me removí para estar acostada de lado y así poder contemplarlo mejor —No en una fiesta, no después de haber tomado tanto, no así.

—¿Qué tiene de malo?— Cuestioné curiosa.

—Te amo demasiado como para que nuestra primera vez sea de esta forma— De mi rostro pasó a acariciar la piel desnuda de mi brazo —Quiero estar cien porciento consiente cuando te toque. Quiero poder amarte en la cama y grabar en mi memoria cada detalle de tu piel. Aunque eso no saca el echo de que podemos tener sexo salvaje— Bromeó sacandome una carcajada.

—¿No se va apagar el fuego después de que me toques, lobito?— Cuestioné con el miedo a flor de piel.

—Barbie, podría tocarte toda mi vida, de mil formas distintas y jamás se apagaría— Respondió colmándome de amor.

—¿Lo juras?

—Lo juro— Sonriendo se arrimó y aplicando el vigor necesario, me pegó a él para volver a besarme.

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