Capítulo 18

Matt

—¿Cómo estuvo la reunión?— Cuestionó mi secretaria caminando a mi lado.

—Como de costumbre, puro palabrerío.

Al salir de la sala de juntas me dirigí a paso rápido hacia el elevador, la chica que se esforzaba por alcanzarme, sostenía una carpeta que no paraba de garabatear. Las grandes hojas metálicas se abrieron frente a mí y sin perder tiempo las crucé con la rubia a mis espaldas. En tanto esperaba a que la máquina subiera los seis niveles restantes, me recargué sobre la fría y grisácea pared metálica, arqueé una ceja al comprobar cuan concentrada estaba Samantha en lo que hacía.

—¿Qué haces?— Metí las manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón y le otorgué toda mi atención.

—Termino los papeles de...— Respiró hondo y tomándose un segundo, relamió sus labios —Natalia.

Apretando mis propios labios reprimí una sonrisa, me causaba cierta gracia ver el rostro de mi compañera escupir fuego sin motivo. Me sentí en una confusión interna, por un lado, me divertían sus celos mientras que por el otro me irritaban. Sin embargo, ella estaba dando lo mejor de sí, por lo que no tenía nada que recriminarle.

—Genial— Comenté consiguiendo que sus iris se posaran con extrema velocidad sobre los míos —¿Ya está trabajando?

—Sí.

—¡Eso fue rápido!— Exclamé elevando ambas cejas, la rubia solo esbozó una terrible falsa sonrisa. Las puertas del ascensor se separaron frente a mí, cruzándolas y encaminándome a mi despacho, acoté —Acompáñame, necesito darte unos papeles.

Pasando de largo el mostrador que compartía con Nicholas, entramos a mi oficina. De manera automática ella se acercó a mi escritorio en espera de los documentos. Cerré la puerta a mis espaldas y me arrimé a cuerpo en silencio, apoyé mi mano sobre la holgada camisa blanca que cubría su cintura y respiré a pocos centímetros de la piel de su cuello.

No importaba que tan cerca estuviera de su cuerpo, el único aroma que llegaba a invadir mi olfato era el de su caro perfume. No lograba detectar la fragancia natural de su piel, era como si se escondiera de mí, impidiendo que la conociera, o simplemente mi nariz era incapaz de percibirla.

Su anatomía reaccionó estremeciéndose ante mi tacto, su boca se entreabrió instintivamente y sonreí de lado al saber lo que podía provocar con apenas tocarla.

—Creí que en...En el trabajo esto... Jamás, sucedería— Susurró entrecortadamente al percibir como mi mano viajaba hasta su vientre, para, sin descaro, chocar su cuerpo contra el mío.

—Y así será. Solo quería preguntarte si me dejarías pasar a visitarte esta noche, de paso podre recompensarte— Musité, agravando mi tono de voz, cerca de su oído.

Girando sobre sí quedó de frente sobre mí, mis pupilas inmediatamente se fijaron en las suyas, las comisuras de su boca estaban elevadas mientras que su labio inferior era prisionero de sus dientes.

—Solo si prometes no irte en medio de la noche. Quédate a dormir conmigo— Pidió jugando con la corbata que colgaba de mi cuello.

—Sabes que no duermo con nadie— Escupí secamente en tanto alejaba mis manos de ella.

Era increíble lo fácil que podía ponerme de mal humor. Si tuviera que convivir con alguien como yo, no lo soportaría. La paciencia que me tenían mis allegados era realmente sorprendente, en especial la de Sam.

—Sí, lo sé, pero vamos, será solo una noche. Lo prometo— Aferró los dedos de su mano en mi brazo, deteniendo mis movimientos.

Enarqué una ceja y envié mi mirada hacia el lugar donde sus uñas pintadas de rojo resaltaban en lo negro de mi camisa.

Quería tomar su muñeca y alejarla de mi cuerpo de manera áspera, como si su contacto me repugnara, claro, no sin antes dejarle muy en claro que no debía tocarme. Sentí a mis pupilas contraerse y a la sangre fluir con rapidez dentro de mis venas ante su atrevida acción. Con los músculos rígidos, estaba dispuesto hacerle saber lo que por mi mente pasaba, pero justo en el momento en que mis manos apretaron sus muñecas, reaccioné.

¿Cuándo fue que me volví una persona tan fría de afecto y tan violenta a la hora de actuar? ¿Qué era lo que me estaba pasando?

Ser alguien gélido con respecto a mis sentimientos, debido a mi corazón roto, no me molestaba, lo que no me gustaba era ser tan álgido sin motivos, solo porque sí.

Además, tampoco me agradaba eso de ser agresivo, nunca fui una persona violenta, o no más allá de las peleas. Nunca me agradó ese tipo de gente, y ahora, sin darme cuenta, me había convertido en uno más.

Cerré los ojos y suspiré intentando relajar lo tenso de mi musculatura. Cuando me sentí listo, miré fijamente los acaramelados iris de Samantha y fingí una sonrisa.

No quería dormir con ella, en eso me mantenía firme, no deseaba compartir una cama con nadie más allá del sexo. Pero algo en mi subconsciente me gritaba que debía aceptar, que debía devolverle todo lo que hizo por mí de alguna forma, aunque esa no fuera de mi agrado.

—Bien, acepto— Una gran sonrisa se acentuó en su rostro.

Estaba claro que lo deseaba hace mucho tiempo, pero jamás me lo había dicho y es que tampoco le había dado la oportunidad. Luego de acabar con nuestro encuentro me quedaba unos cuantos minutos a su lado y después la abandonaba.

Rodeando mi cuello con sus brazos, entrelazó sus manos en mi nuca. Instintivamente alejé mi rostro del suyo, resaltándole el hecho de que nada había cambiado entre nosotros. Mordió su labio inferior y lentamente lo soltó, ocasionando que este además de brillar, gracias a la escasa esteba que su lengua había dejado, se hinchara por unos pocos segundos. Sus ojos estaban puestos en mi boca y los míos observaban atentos sus acciones, preparado para evitar lo que por su mente pasaba.

—¿Qué te gustaría cenar?— Cuestionó modulando más de lo normal.

—Podemos pedir una pizza— Contesté recargándome sobre mi escritorio, con su cuerpo casi encima mío.

—Siempre comes eso, ¿Acaso tú no cocinas nunca? — Con la sonrisa destellando en su rostro, me miró con sus resplandecientes faroles.

¿Por qué se ponía tan feliz? Solo íbamos a dormir en la misma puta cama.

Concentrándome en su pregunta, los carentes recuerdos de mí mismo en una cocina se presentaban. Las veces que comía algo que no fuera entregado por un delibery, era porque Zac cocinaba, pero a veces él llegaba tarde o simplemente cansado.

Ahora que lo pensaba, me sorprendía de ello. Me gustaba cocinar, me divertía y jamás tuve problemas para hacerlo. Buscando el motivo en lo profundo de mi memoria, encontré la respuesta. Generalmente lo hacía cuando estaba feliz o de buen humor, y lo hacía seguido cuando salía con Natalia, pero desde que nos separamos, aquella actividad se esfumó de mi vida.

—¿Qué te gustaría cenar?— Cuestioné poniendo los ojos en blanco.

Internamente me sentía mal por ser tan agrio con ella, sin embargo, se me hacía imposible comportarme de una forma distinta.

—¿Qué te parecen unas buenas pastas, acompañadas con un dulce vino?— Propuso mientras arrastraba uno de sus dedos a mi barbilla para jugar con la sombra que tenía por barba.

Giré mi rostro a un costado y respiré hondo, no quería que se sintiera mal, pero de verdad que me desagradaba que me tocasen el rostro.

—Suena bien— Relamí mis labios y le sonreí —Yo llevo el vino.

Con una expresión de satisfacción alejó su cuerpo del mío, acomodó sus ropas y peinó su lacia cabellera con la ayuda de sus dedos. Pasé el revés de mi mano por mi boca y con pasos que resonaron dentro del despacho, me acerqué en busca de los papeles que anteriormente le había mencionado.

Luego de hablar todo lo necesario sobre los documentos, comenzamos a debatir sobre un nuevo, posible, futuro socio. Según creía mi secretaria era una buena oportunidad, pero yo no estaba seguro, no me parecía que la empresa necesitaba más inversionistas, igualmente lo discutiría con mi padre.

Unos golpes en la puerta dieron por terminada nuestra charla, ella tenía más trabajo que hacer y yo debía leer todo de vuelta. Samantha recogió unas carpetas y las llevó a su pecho, me levanté antes que ella para abrir la puerta, además de poder estirar las piernas, no aguantaba estar sentado por más de una hora.

Al abrir el portal me encontré con Natalia del otro lado, fruncí el ceño al verla y al mismo tiempo sentí una sensación de paz rodearme.

Sus orbes se fijaron en mí, sus mejillas adquirieron un muy leve tono rosado, e instantáneamente se pasó un mechón de pelo tras su oreja. De su cuello colgaba una correa que estaba amarrada a la cámara fotográfica que en sus manos reposaba, la misma cámara que yo le había dado para su cumpleaños. Tragué con fuerza sin poderle quitar la vista de encima al oscuro aparato, rápidamente metí las manos dentro de los bolsillos delanteros de mi pantalón. Si iba a verla con regularidad debía sacarme su pulsera, aunque era lindo saber que, al igual que yo, ella todavía usaba y cuidaba las cosas que le obsequié durante nuestra relación.

Antes de que la peli-negra pudiera decir algo, Samantha pasó por nuestro lado, y con una sonrisa resaltando en su cara, jugó.

—¿Te parece salsa boloñesa?— Relamió sus labios y clavó sus ojos en mí, yo solo levanté ambas cejas, me tomó por sorpresa.

Quise observar el panorama y alternar mi mirada entre ellas, pero algo me decía que mejor no lo hiciera o me iría bastante mal.

—Se...Seguro— Balbuceé y cerré los ojos al darme cuenta.

—Entonces, lo veo a la noche, jefe— Confesó dejándome, prácticamente, con la boca abierta —Hola, Natalia— Sonriendo con maldad alzó una mano y moviendo sus dedos, la saludó. Sin esperar a que el gesto se le fuese devuelto, cruzó el marco que dividía el pasillo de mi oficina.

Mis ojos continuaban puestos en Samantha, seguía sin poder creer lo que acababa de hacer. En cuanto volví a la realidad miré a Natalia, ella tenía su ceño fruncido, al verla, sin mi permiso, una carcajada brotó de mi garganta.

—¿De qué te ríes?— Cuestionó con una mueca de molestia que, sin duda, esparcía ternura.

Apreté los labios intentando ponerme serio, enderecé mi espalda y carraspeé —¿Qué necesitabas?

—¿Ella es la chica con la que has ido al restaurante?— Fruncí el ceño y lamí mis labios. Iba a cruzarme de brazos, pero recordé el pequeño objeto de plata que adornaba uno de ellos, por lo que solo me removí en el lugar —¿Sales con tu secretaria?

¿A qué venía esa pregunta? Me tomé un momento para procesarla y buscar la mejor respuesta. ¿Acaso Natalia estaba celosa? No, imposible... ¿O sí?

Mi pecho, por algún motivo, se infló. Lo único que mi anatomía quería hacer era sonreír y, como de costumbre, quería estampar mis labios contra los de ella.

Sin embargo, aunque eso no iba a volver a pasar, tenía curiosidad por saber, si eso era lo que sentía o solo chismoseaba. En el fondo sabía la respuesta, estuve a su lado el tiempo suficiente para saber que significaba cada gesto, pero me negaba a creerla.

—¿Disculpa? ¿Eso te importa?— Fingí desinterés. Parpadeó repetidas veces y sus mejillas enrojecieron.

—Sí... Eh, es decir no, cla...Claro que no— Apretó los ojos y enterró sus dientes en su labio inferior —Perdón— Se disculpó con la mirada perdida en el suelo.

Aprovechando que no me veía esbocé una ladeada sonrisa. Sí, efectivamente estaba celosa.

—¿A qué se debe tú presencia?— Cuestioné en un tono divertido sin borrar la sonrisa.

Cuando sus iris ojearon mi rostro enrojeció todavía más, sabía que era a causa de mi sonrisa, siempre tuvo el mismo efecto en ella.

De repente quería meterla dentro de la oficina, cerrar la puerta y acariciar cada conocida parte de su piel. Estudié su cuerpo en una fugaz mirada, estaba hermosa. Si bien me negaba a besarla y prefería mantener una cierta distancia con ella, la deseaba, tanto con el cuerpo como con el alma, necesitaba tenerla desnuda debajo de mí.

Al oír su voz sacudí la cabeza y con eso alejé los lascivos pensamientos, que probablemente se volverían diarios. Recargué mi hombro izquierdo sobre la pared interna de mi despacho y pregunté.

—Perdón, me distraje un momento, ¿Qué dijiste?

Enarcó una ceja y habló —Ya saqué varias fotografías de las instalaciones, pero cuando quise editarlas, descubrí, que, curiosamente, no hay zona de edición. No hay computadoras libres, todas tenían un dueño y una función fija. Le pregunté a los chicos del piso y me dijeron que nunca hubo un fotógrafo en el área, que si necesitaban imágenes las compraban— Cerré los ojos y sentí a mi nuez moverse con dificultad —Vine a comentártelo ya que nadie más quiso hacerlo.

No me pareció extraña su última frase, todos en el edificio me temían o me respetaban demasiado, por algún extraño motivo. Capaz por mi incesante mal humor.

—Voy a matar a Alexander— Escupí apretando los dientes mientras percibía a las venas de mi cuello palpitar.

—Mhm, ¿Fue una trampa, cierto?— Interrogó y sin más comenzó a reír.

Levanté uno de mis parpados y observé la diversión reflejada en su rostro, esa sonrisa que logró enamorarme consiguió relajarme. Era estúpidamente asombroso, como tan vano gesto tenía tanta repercusión en mí.

Sus verdosos orbes me miraron con diversión, apretando los labios afirmé con la cabeza. Su risa volvió a calarse en mis oídos, para sin siquiera preguntar, llegar a mi pecho.

Intentando ser buen jefe y un ejemplo de profesionalismo, tomé las riendas de la situación. Agarré el puente de mi nariz y suspiré con pesadez. Mi padre no solo se salió con la suya, sino que se encargó de que lo supiera.

Estiré la mano invitándola a pasar, sin dejar de reír, lo hizo. Luego de sentarnos, tomé un bolígrafo, corté un pedazo de hoja de un cuaderno y le pasé ambos.

—Haz una lista de todo lo que necesites, computadora, impresora, programas, y demás— Masajeando mis cienes, continué —Hoy mismo encargaré las cosas— Concentrada, trazaba su letra sobre el amorfo papel —No es necesario que te quedes, si ya no tienes más que hacer, vete a casa.

Cuando terminó dejó a un lado la pluma y me estiró el papel, elevé ambas cejas al ver bastantes cosas anotadas. Tomé aire y pausadamente lo dejé ir, esto haría llorar a mis bolsillos.

—¿Es demasiado?— Cuestionó preocupada —Puedo borrar algunas cosas y rebuscármela, no tengo problema. También puedo traer mi laptop, te ahorraría bastante.

Quería llenarla de besos únicamente por la humildad natural y pura que emanaba.

—No te preocupes, no es nada— Levantándome le hice saber que nuestro encuentro había concluido —Mañana tendrás todo, tomate el día.

Asintió y a paso lento se dirigió a la puerta. Pellizcando las paredes internas de mi boca con mis dientes, me perdí en la vista que el ventanal a mis espaldas me ofrecía.

—Matt— Con las manos resguardadas en mis bolsillos, giré. Junto al marco de la puerta ella mordía la punta de su pulgar —¿Puedo invitarte a almorzar? Quiero recompenzarte por tu invitación del otro día, por haberme dado trabajo y por... Eso— Señaló el escritorio y pasó un mechón de pelo tras su oreja.

Sin poder evitarlo sonreí —Pero todavía no has cobrado— Inconscientemente tomé mis cosas junto con su pedido y me acerqué a ella. Mi mente gritaba no, pero mi cuerpo se movía sin prestarle atención.

—Te prepararé algo— Hincándose de hombros, sonrió conmigo —Pero no pasta.

Moviendo ligeramente la cabeza hacia delante y atrás, reí a causa de sus celos disfrazados de un irónico chiste.

Durante cuatro años, esta sería la primera vez que no me negaría a una comida, las pocas veces que aceptaba era porque sabía que tendría sexo después. Sin embargo, con Natalia siempre sería distinto, queriendo o no, eternamente disfrutaría pasar tiempo a su lado.

Estaba cruelmente condenado a ella, sin duda, era mi infierno personal.    

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top