Capítulo 16
Apretó sus labios e intentó sonreír, giró su cabeza hacia la ventana y secó las lágrimas que se derraban sin su consentimiento. Mi corazón se estrujó al verla llorar, en este mundo no existía cosa más dolorosa para mi alma, que ver su rostro bañando en su propio lamento.
Quería romperme la cabeza a mi mismo por haber causado su llanto, y al mismo tiempo sonreír, porque significaba que al igual que yo, ella también seguía sintiendo la esencia que el cadáver de nuestra relación nos dejó.
Aparté la vista de ella y me perdí en el oscuro líquido que reposaba dentro del firmado recipiente situado entre mis manos, la ira comenzaba a circular por mis venas a causa de la culpa, mientras que mi razón gozaba el triunfo de no ceder ante mis impulsos, la batalla dentro de mí parecía no querer acabar.
Un sorbido de su nariz incitó a mis pupilas a fijarse en ella, sus labios temblantes comenzaban a hincharse debido a las mordidas que sus propios dientes les daban, y sus hermosos orbes verdes habían enrojecido, sin dejar de perder su brillo. Realmente, quería golpearme.
Me levanté de mi silla y me senté junto a ella. Su pecho se movía de manera brusca y, ¡Carajo, como me molestaba verla así! Inhalé y exhalé calmando la bronca que yo mismo me había producido.
—No llores, por favor, Natalia— Sin meditar mi acción tomé su mano, su cuerpo se estremeció al sentir mi contacto produciendo como consecuencia un hormigueo en mi vientre.
—Perdón, no sé qué me pasa. Soy patética— Elevó las comisuras de su boca y dejó salir un suspiro que quiso hacer pasar por risa. Mordió nuevamente su carmesí labio inferior logrando, inconscientemente, que mis ojos se posaran sobre ellos.
El deseo que sentía por besarlos quemaba vigorosamente mi pecho, mis labios se separaban exigiendo volver a probar los suyos.
Cerré los ojos y sacudí la cabeza, no podía tener esos pensamientos.
—Sí tú crees que eres patética por esto, me dejas en el peor de los lugares— Me mofé de mí mismo intentando sacarle una sonrisa real —Por favor, no llores. Odio verte llorar.
Ahora si su sonrisa fue auténtica, tanto que consiguió sacarme una a mí. Lamió sus labios saboreando el rastro que varias lágrimas habían dejado a su paso. Deseaba con el alma ser yo quien degustara ese salado sabor, y me odiaba por eso.
—Lo lamento tanto— Soltó acongojada y, de la nada, con bruscos movimientos se levantó de su silla.
Seguí su cuerpo con la mirada, esquivó las mesas que abarcaban el bar y sin vacilar lo abandonó. Con velocidad me erguí sobre mis pies y busqué mi billetera, dejé caer unos cuantos billetes sin siquiera preocuparme por saber su valor y la seguí.
Una ráfaga con olor a humedad me recibió al salir del local, busqué su anatomía con los ojos y no tardé en encontrarla. A pasos rápidos llegué a ella y sin dudarlo aferré mis dedos a su muñeca.
—Te hice perder el tiempo, realmente lo siento, Matt.
—Tú jamás me has hecho perder el tiempo, Natalia— Confesé. Impulsivamente arrastré un mechón de pelo que el viento había llevado hasta su rostro, y lo coloqué detrás de su oreja.
Un apretón en mi mano me llevó a ver la causa, había olvidado que mi extremidad sujetaba la de ella. Al sentir su cálida y, como recordaba, suave piel apoyé la otra encima, queriendo poder tocar un poco más.
Extrañaba sus caricias más que nada, lo bien que me hacían, la paz que me daban.
Ya no sufría por Natalia, por lo que fuimos, pero si percibía la gracia de lo bueno. Ya no lloraba, pero sí reía.
Ahora que había otra mujer merodeando por mi subconsciente, se me hacía más llevadero mi pesar. Acababa de entender que ambas me hacían bien, a su lado el pasado no parecía tan malo, y el presente era algo que podría llegar a disfrutar.
Arriesgándome a todo lo que vendría ligado con la decisión, tomé su barbilla usando tres de mis falanges y con mi mano izquierda sequé las gotas que todavía nacían de sus lagrimales.
Un fuerte crujido del cielo nos asustó, levanté la cabeza y divisé una delgada línea blanca, con destellos violeta, excesivamente brillante formarse en el grisáceo firmamento. Adherido a otro fuerte zumbido, las nubes se rompieron y el agua comenzó a descender ferozmente.
Volví mi vista a ella y ya se encontraba empapada por la tormenta. La gente a nuestro alrededor corría apurada queriendo escapar del clima. Fijando mis ojos sobre los suyos, apreté mis labios preparándome mentalmente para lo que iba a decir.
—Te confieso que cuando me propusieron la idea me negué, por temor a caer. Pero cuando estuvimos juntos, cuando estuve a tu lado, te juré jamás abandonarte, te prometí estar para ti cada vez que me necesitaras— Relamí mis labios otra vez al ver como los suyos latían debido a su continuo mordisqueo. Percibía como clamaban mi nombre —Jamás rompí una promesa, y está no será la primera vez. Si necesitas el trabajo, te lo daré. También juré que nunca dejaría que algo te faltase, y así será.
Su mentón temblaba debido al conjunto de emociones que de seguro vivía, de su sonrisa escarlata las gotas de lluvia se deslizaban para morir en su barbilla. Sus verdosos orbes brillaban más allá de las lágrimas. Inconscientemente la acerqué a mí, sus iris estaban enfocados en mi boca y los míos se alternaban entre la suya y su mirada.
Mi corazón latía exaltado y mi respiración lo acompañaba en cada movimiento. Sus labios lentamente se acercaban a los míos, nuestros calurosos alientos no tardaron en chocar uno con el otro.
Sabía perfectamente que estaba mal, pero no podía detenerme.
La humedad producida por el clima hacía que mi pecho pesara el doble, el viento frío me impulsaba a calentarme con su anatomía y el agua que nos rodeaba me inundaba de recuerdos.
Subí mi otra mano y con ambas tomé su rostro, me perdí un instante en lo inflamado de su labio inferior. Era increíble como la fragancia de su colonia combinaba a la perfección con el aroma a tierra mojada que la lluvia traía.
Dirigí mi mirada hacia la suya y la descubrí mirándome, mordía su labio inferior después de haberlo lamido anteriormente y sonreí ante ello, era perfecta, de eso no había duda.
Un solo cruce más de nuestras pupilas bastó para que ella se acercara hasta pegar su boca con la mía.
Mi corazón se aceleró más que antes, mi pecho se infló ante el sabor olvidado de su boca, era mucho más exquisito de lo que creía recordar. Me alejé de ella para mirarla una vez más, para saber que no estaba soñando, para saber si en sus ojos el deseo y el placer eran mutuos.
Sonrió y subió sus brazos hasta ponerlo detrás de mi cuello, enredó sus dedos en mi cabello mojado y lamió el sabor que mi boca había dejado en la suya.
Sin decir más, cerró los ojos y se volvió acercar, bajé mis parpados y con mi lengua lamí sus labios pidiéndole permiso para intensificar su beso. Sentí una sonrisa debajo de mi boca y enseguida me abrió paso para gozarla, sin quedarse atrás, ella entrelazó su musculo con el mío, consiguiendo que bailasen en sincronía, dándole a mi paladar un deleite exclusivo del único sabor que lograba embriagarme.
Bajé mi mano izquierda hasta su cintura y la pegué a mi cuerpo, la necesitaba pegada a mí. Mi diestra viajó hasta su nuca para ejercer más presión, mi cuerpo exigía que estuviera más cerca.
De repente reaccioné, me dejé llevar por el momento, por sus labios. Deseé este momento por tanto tiempo que ya comenzaba a olvidarlo, no fue como soñé, sin duda lo había disfrutado, pero algo faltaba, no se sintió igual que cuando la besé bajo la lluvia frente a la casa de su amiga, algo cambió. De todas formas, por un beso no iba a caer ante ella otra vez, pegar su boca a la mía no iba a ser suficiente para olvidar todo lo que sufrí.
Yo no besaba a nadie, y eso la incluía.
Solté su cuerpo y escurrí el exceso de agua que se deslizaba por mi rostro. Ella abrió sus ojos con lentitud, inmediatamente sus mejillas enrojecieron y retrocedió, alejándose de mí.
—Perdón, fue mi culpa— Comentó —Dios, esto está mal— Llevó las manos a su rostro y mordió su labio inferior nerviosa.
Esperándome algo así esbocé una ladeada sonrisa y metí las manos dentro de los bolsillos delanteros de mi pantalón.
No mentiría, la situación llegó a divertirme. Si bien yo no quería rendirme ante sus labios y me enfurecía el no poder controlarme, me daba gracia pensar en como la culpa por el maldito médico la carcomía.
En su beso pude distinguir el deseo, ella quería hacerlo y lo comprobé cuando me besó por segunda vez.
—Tampoco me olvidé del rubio— Escupí y acaricié las paredes internas de mi boca con la lengua.
Aunque no pude evitar que mis labios sonrieran al imaginar su reacción. Excelente forma de pagarle los cuidados que tuvo hacia mi padre.
Una mueca de molestia y pena se dibujo en su cara, arqueando una ceja me hinqué de hombros.
—¿Qué?
—Nada— Por un segundo puso los ojos en blanco y suspiró sacandome una risa. La conocía lo suficiente para saber que en el fondo le había divertido —De...Debería irme— Pasó un mechón de pelo tras su oreja y batalló contra las pesadas gotas alojadas sobre sus pestañas.
—Claro. Habla con tu hermano, él te dirá como será tu trabajo y todas esas cosas— Sonrió por escasos segundos, a diferencia de mí, comenzó a ponerse incómoda por la situación —Descuida, esto nunca pasó— Guiñándole un ojo, me despedí —Mándale saludos a tu madre.
Girando sobre mis talones di unos cuantos pasos, miré una sola vez para atrás y ya estaba parando un taxi.
—¡Ah! Y a tu novio— Finalicé con una ladeada sonrisa.
Frunció sus labios ocultando una sonrisa y puso los ojos en blanco, sin espera más volví a rotar sobre mí, triunfante, y me alejé por completo. Sequé la abundante cantidad de gotas sobre mis labios y me encaminé a la empresa.
[...]
Intentando no tocar nada eléctrico opté por subir los diez pisos por escalera, con la respiración agitada por el ejercicio, empujé la puerta de emergencia y aparecí al final del pasillo. Los ojos de mis secretarios no tardaron en situarse sobre mí, Nicholas rio al verme, intentó disimularlo, pero no era algo que se le diera bien, por otro lado, la rubia tapó con su mano la sonrisa sobre sus labios y enarcó una ceja.
—¿Les divierte algo?— Cuestioné fingiendo mal humor. Ambos carraspearon y negaron con la cabeza, al notar como habían caído me eché a reír. Posicionándome delante de la barra alta que me separaba de ellos, arremangué las empapadas mangas de mi camisa —Nicholas, habla con tu hermana, mañana empezará a trabajar aquí.
—¿Es en serio? — Soltó Samantha en un tono de queja, inmediatamente con el oji-azul la miramos.
—¿Tienes algún problema con ello?— Fijé la vista en sus ojos y relamí mis labios esperando una respuesta.
—Creí que no la querías aquí— Escupió apretando los dientes mientras que se cruzaba de brazos.
—Y así es, pero hice una promesa y yo jamás rompo una— Colocando la llave de mi oficina en la cerradura correspondiente, acoté —Además creo que esto no tiene por qué importarte.
—Nos traerá problemas— Concluyó dándole un doble sentido a sus palabras.
—¡Eh! No hables así de mi hermana, tú no la conoces— Defendiendo el nombre de su hermana, Nick se puso de pie —Ella no mezcla el trabajo con su vida personal.
Sabía exactamente a lo que se refería la rubia y Nicholas no era ningún estúpido tampoco, suspiré con pesadez y con la puerta ya abierta, giré únicamente mi torso para mirar a los ojos a mi secretaria.
—Te equivocas, jamás nos traerá problemas. En todo caso, Samantha, me los traerá a mí.
Noté su labio temblar y a sus ojos volverse cristalinos, odiaba causar eso en las personas y más en ella quien estuvo conmigo todo este tiempo. Sin embargo, me sacaba de quicio que la gente no entendiera cuando les explicaba algo, o peor, cuando pasaban por alto mis palabras y se comportaban como se les venía en gana.
—Ven un momento, por favor— Haciendo una pausa, añadí —Nick, comienza con el papeleo de Natalia— Escuché como en un suspiro, la rubia expresaba su desagrado.
—Sí, jefe— Miré al morocho por un segundo y descifré las palabras sin sonido que me dedicó, "Gracias", luego de guiñarle un ojo me adentré al cuarto.
En la privacidad de mi oficina, me acerqué al ventanal y comprobé como la tormenta lograba cubrir cada parte del cielo. La idea de mojar los asientos del auto, con mi ropa, no me estaba gustando.
—Acá estoy— Se oyó a mis espaldas casi en un susurró.
Volteé a ver a la dueña de aquel conocido tono de voz y tomé mis cosas del cajón de mi escritorio, con las llaves del coche en la mano, me le acerqué.
—¿Se puede saber que te sucede?
—Esa chica... No lo sé, no me da buena espina— Aligerando su tono, caminó hacia mí.
—Lo que te da son celos, Samantha, y creí haberte dicho, muchas veces, que dejes de sentirlos.
—¡No puedo hacerlo, Matt!— Sin importarle que mis ropas estuviesen empapadas, se pegó a mí y jugó con mi corbata —Por su culpa te has lastimado a ti mismo, te has peleado incontables veces, y ahora, como si nada regresa a tu vida, y lo peor es que tú caes a sus pies, permitiéndoselo.
—Yo no caigo a los pies de nadie, estás equivocada— Escupí trabando la mandíbula.
—Yo mataría por qué tus ojos brillasen al mirarme como lo hicieron hoy luego de que la vieron— Tomé su mano con firmeza y la alejé de mi cuerpo, sus pupilas siguieron el movimiento involuntario de su extremidad, pero por alguna razón se estancaron en mis labios —Espera, tú...— Deteniendo sus palabras, apoyó dos de sus falanges sobre mi boca, me alejé de manera brusca. Sus ojos revelaban un venidero llanto —La... La has besado.
Tomé la base de su mentón y con una mirada fría acompañada de un tono igual de helado, hablé —Yo no beso a nadie, ya te lo había dicho. Ella cometió el mismo error que tú, las dos creyeron tener el derecho hacerlo y ambas se confundieron.
Soltándola tomé mi móvil que descansaba momentáneamente encima de un pilar de hojas y salí de mi despacho, dejándola sola con su lamento.
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