Capítulo 4
El doctor del Pozo, sin saber como, se ha dejado convencer por dos amigotes de la universidad para salir a las fiestas de San Martín, un pueblo más grande que Villafranca, que está a una media hora en coche y en el que esta noche habrá música de pueblo dirigida por alguna orquesta ambulante que tocará canciones de hace cincuenta años, garrafón del malo, y ancianos de ochenta años bailando como si tuvieran veinte aun a riesgo de romperse una cadera (o las dos).
—Quita esa cara Javi, tío. Eres un amuermado —le dice Jose, un cardiólogo recién salido de su formación especializada que trabaja en uno de los hospitales más grandes de Madrid y que ha viajado unos seiscientos kilómetros para pasar el fin de semana con su amigo, que aunque se niegue a reconocerlo, está hecho una mierda, trabajando en un pueblo de mierda, viviendo en una casa de mierda y todo, en general, de mierda.
—Claro, para ti es fácil. Vives en la ciudad, tienes un trabajo de puta madre, tu novia es un cañón y tu coche puede coger los cien kilómetros por hora sin escupir una fumata blanca por el tubo de escape.
—Eres un exagerado, macho —responde Quique, el otro amigo, que va en el asiento de atrás cotilleando los cds de música ilegal que tiene su amigo Jose en su BMW—. Jose es un pijo que siempre estará ahí para recordarnos a todos lo que no somos y deberíamos ser, así que no te agobies.
Quique desertó de la medicina mientras estudiaba para el examen MIR. Ahora estudia periodismo y es un escritor Indie de novela negra superventas en Amazon. No tiene novia, ni quiere. Nunca ha querido. Es más, él reconoce que lo que le ocurre es que quiere a demasiadas mujeres al mismo tiempo y que no es que no tenga novia porque no pueda, es que ninguna chica está de acuerdo con su filosofía poliamorosa. En fin. Que Quique es un viva la virgen de mucho cuidado que ha caído de pie y no se sabe cómo.
—No sé cómo me he dejado convencer para esto —farfulla Javier del Pozo, médico de cabecera de Villafranca, hoy por la noche Javi, un hombre de veintiocho años que sale de fiesta con sus amigotes sólo para que dejen de darle la murga.
—A ver, tío —dice Quique—. No sé de qué te quejas: tienes trabajo, tienes casa, eres médico, ganas dinero, eres guapo... Lo que pasó, pasó hace mucho, olvida tío o toda tu existencia se va a convertir en basura. Porque es lo único que vas a atraer hacia ti con esa actitud que tienes.
—Adivina quién se va a convertir en el próximo autor Bestseller en libros de autoayuda —se ríe Jose.
—Pues no se me había ocurrido, tío. Tiene mucho tirón —responde Quique, que se lo ha tomado en serio. Muy en serio.
—Me aburrís, sois lo peor y os odio. Me tenía que haber quedado en casa —les dice Javi a sus dos amigos.
—Jo tío, es lo más bonito que nos has dicho nunca —responde Quique—. Por cierto, en ese pueblo al que vamos, además de adultos mayores frágiles de riesgo (o sea viejos que se caen a pedazos), también hay chicas jóvenes ¿verdad?
El doctor del Pozo resopla y pone los ojos en blanco. Se teme que va a tener que conducir él a la vuelta.
***
—Mira que precioso... —dice África mientras sostiene un cachorro de labrador recién nacido entre sus manos.
Nora, una labradora de cincuenta kilos, acaba de dar a luz cinco cachorros en San Martín (el pueblo de al lado de Villafranca). Lo peor ha sido tranquilizar a la pobre perra cada vez que sonaba uno de los petardos de las fiestas del pueblo. Gracias a Dios han cesado a tiempo para que la criatura pudiera relajarse lo suficiente como para parir semejante camada.
—Malditos petardos —dice Sara, la dueña—. Qué mala suerte que haya coincidido con el parto de la pobrecita Nora.
Se arrodilla al lado de la veterinaria y acaricia a otro de los cachorros mientras éste se encuentra mamando leche de su madre. Sara tiene treinta años y curiosamente también está embarazada (a penas de tres meses) y vive con su novio, Cristian.
—Sí, menos mal. Oye, ¿me dejas quedarme con uno de estos pequeñines? —pregunta África, que se está encariñando peligrosamente con la pequeña perrita que tiene entre los brazos.
—Por supuesto que sí. No hay nadie mejor para tener uno de mis cachorros que tú. Oye, ¿te quedas a tomar algo?
África tuerce el gesto. Está cansada, tiene una novela en la mesilla de noche que está a punto de terminar y la verdad, promete ser mucho más interesante que lo que pueda encontrar en las fiestas de verano de un pueblo perdido en medio de una montaña.
—Creo que me iré a casa... Hoy he tenido un día de lo más surrealista —dice ella evocando los momentos vividos con Dolores, el periquito del marido de Ramona y la incontinencia de Agustina.
—Venga Afri, quédate esta noche a tomar una copa, son las fiestas, verás que lo pasas bien —insiste Sara con una sonrisa de ilusión extremadamente persuasiva—. Por fi...
Entonces África claudica.
—Está bien, pero sólo una copa, sin alcohol y me voy.
—¡Ya serán un par y bien cargadas! Sabes que puedes quedarte a dormir si quieres, así no tienes que coger el coche para volver a Villafranca.
—No te pases...
—Es que, como yo no puedo beber, lo vas a hacer tú por mí.
África se ríe. Esta Sara y sus ideas.
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