Capítulo 25

Óscar se siente orgulloso de sí mismo. Al fin ha terminado la novela. Toda la inspiración que parecía haber extraviado en Madrid, entre tanto estrés, coches, contaminación y ruido, había vuelto al fin durante su estancia en la recóndita Villafranca. Las montañas verdes, el frío matutino, el silencio del medio día y, sobre todo, la bellísima veterinaria, que aunque no se ha atrevido a pedirle salir, ha estado muy presente en su imaginación.

Teclea la palabra "fin" en letras grandes bajo el último párrafo. Exhala largamente, satisfecho.

—Solomillo, esto tenemos que celebrarlo.

El gato alza las orejas pero su cara de aburrimiento no cambia.

—Voy a darte una lata de paté para gatos —dice el escritor.

El animal se incorpora rápidamente, sabiendo lo que significa eso. Camina tras su amo y observa salivando, esa masa pastosa que Óscar deja caer en su platito. Ñam, eso va a estar rico.

El escritor saca una copa del armario y una botella de vino blanco sin abrir de la nevera. Frunce el ceño. Lo malo de aislarse del mundo es que cuando necesitas compartir cosas buenas con alguien, el mundo se ha aislado de ti.

Y Óscar detesta beber solo.

Quizá hoy que está cargado de optimismo y seguridad en sí mismo pueda acercarse a la clínica de África e invitarla a una copa de vino para celebrar el final de su novela. Así, como amigos.

Ella lo va a entender sin problemas: ambos viven solos, están en un pueblo pequeño, se han conocido hace apenas dos o tres meses. Tal vez sea una buena manera de iniciar un acercamiento.

***

—Despacio, con cuidado. Mamá, no corras.

—Javier, hijo mío, no estoy inválida, puedo subir escaleras.

—Ya, pero te vas a fatigar si te empeñas en subirlas a zancadas.

—Bueno, si queréis puede quedarse en el sofá, se abre como una cama y yo prometo no molestar —dice África, quien ha preparado por primera vez desde que vive allí, el cuarto de invitados.

El día anterior, antes de que a la madre del médico le dieran definitivamente el alta, ella regresó a su casa y puso sábanas limpias, un nórdico nuevo que tenía sin estrenar y una preciosa colcha que estaba doblada en el armario. Limpió los muebles y colocó un espejo de cuerpo entero en la habitación que hasta entonces ella había estado utilizando.

Hizo compra. Verdura, legumbres, arroz, pescado, pollo, yogures y hasta chocolate.

Cocinó un arroz con pollo y judías verdes que a su juicio salió riquísimo para poder dar de comer a la familia de Javier al día siguiente y después se encargó, como vino haciendo la última semana de sacar a pasear a Bistec junto con sus otros cuatro perros que ya al fin, habían integrado al amigo de Javier como uno más de la manada. Sin embargo, África ya estaba temiendo la adopción del próximo cachorro, que debía tener ya unos seis meses y estaba en casa de su amiga Sara, esperando a ser recogida. La iba a llamar Lola, y como todo buen cachorro, la perrita daría un poco más de trabajo del normal.

—No, hija, no te preocupes, demasiado has hecho ya —dice la madre de Javi—. No quiero encima colonizarte el sofá.

—Como vosotros queráis, no es molestia.

Javier, que está ayudando a su madre a subir las escaleras, mira de reojo a África y le guiña un ojo. Ella se sonroja inmediatamente.

Él se quedará a dormir en casa de la veterinaria hasta que su madre se encuentre repuesta por completo y pueda volver a Madrid. Pero África ya no tiene más camas, salvo la suya que mide un metro y cincuenta centímetros de ancho y es lo bastante grande como para acoger a un hombre de aproximadamente treinta años de edad, guapo y enamorado. De ella.

"Pero nada de hacer ruido", le ha hecho prometer, que se muere de vergüenza al pensar que su ¿suegra? Oh, Dios mío, tiene suegra, pueda escucharlos por las noches. El suegro no le preocupa, los hombres se desconectan por la noche de una manera... Que da miedo.

Bueno, bueno, no llevan tanto tiempo juntos como para poder llamarlos suegros. Aún.

Suena el timbre, pero no el de la puerta principal, si no el cacharro que pita cada vez que alguien entra en la clínica. Porque, la vida viene como viene, pero hay que seguir trabajando para poder comer.

—Un momento, ha venido alguien para que lo atienda —anuncia África.

—Vale, hija, sin problemas, tú a lo tuyo que no queremos estorbarte.

—No estorbáis, ni mucho menos, no quiero oír esas tonterías —dice la veterinaria con una sonrisa mientras baja escaleras abajo, hasta el sótano.

Y es que la clínica tiene otra entrada, a un lado de la fachada blanca, para no obligar a sus clientes que traen mascotas enfermas a vérselas con sus cuatro (ahora cinco, y próximamente seis) perros en el jardín.

Cuando al fin pone sus pies en la sala de espera, África enarca ambas cejas en una mueca de confusión, pues juraría que ella es la dueña de una clínica veterinaria y no de una tienda de vinos ni de copas.

—Vale, espera... Tú... Ya recuerdo, tenías un gato. ¿Solomillo? ¿Dónde lo has traído? —pregunta ella con una sonrisa educada pero distante.

Óscar comienza a sudar, no ha sido buena idea.

—¿Recuerdas cuando nos vimos arriba en la montaña? Sólo quería decirte que he terminado mi novela y, como estoy aquí solo en el pueblo y sólo te conozco a ti, quería brindar con alguien. Si te parece bien.

África siente de pronto una oleada de ternura. Recuerda bien aquella conversación, cuando ella salió a montar a Pan y se detuvo en su mirador favorito. Necesitaba pensar y se encontró al escritor allí arriba. Entonces empieza a recordar retazos de las palabras que intercambiaron.

—¿El niño de tu novela se hace mayor? Dime, cómo acaba —dice ella mientras coge una de las copas y se deja servir un poco de Albariño.

Óscar, gratamente sorprendido al ver que la veterinaria recuerda todo lo que él dijo, se anima a destripar parte de la historia.

—No, es un niño que no crece nunca, pero la gente a su alrededor lo sigue tratando como tal, sin embargo es tan tranquilo y sabio como un inmortal de doscientos años. Así que se las apaña para sobrevivir en distintas épocas de la historia.

Óscar se sienta sobre uno de los asientos y ella lo imita. Lo cierto es que es un hombre agradable y le parece muy intelectual.

—¿Y el perro que lo sigue a todas partes? —pregunta África divertida.

—Eso no te lo voy a contar, lo tendrás que leer —se hace el interesante.

La veterinaria da un sorbo. Está rico. Bebe un poco más.

—Bueno, pues cuando salga, me lo compraré y te buscaré para que me lo dediques —dice ella con cariño.

Lo cierto es que le parece un hombre muy agradable y le ha sorprendido el detalle de traerla vino. Es un solitario, como ella.

—¿Sabes? Agradezco mucho haberte conocido. Gracias a ti recuperé la inspiración. Cuando te vi allí arriba, sola, con el caballo... Se ve que eres muy especial —añade Óscar, quizá haciendo un poco la pelota, quizá a sabiendas, quizá con dobles intenciones.

—Ya, eso ya lo sé yo. Mi novia es muy especial —salta Javier desde la puerta de la sala de espera—. ¿Me invitáis a un poco de vino? Porque si no hay vino para mí, pues habrá que joderse.

África pone los ojos en blanco, pero no tarda en echarse a reír. Se siente insultantemente feliz. No como Óscar y su dignidad que andan ambos rodando montaña abajo.

***

Han pasado ya unos cuantos meses desde que los padres de Javier regresaron a Madrid, sin embargo, se han aficionado a visitarlo a él y a su chica al menos una vez al mes, así que se puede decir, que ha recuperado a su familia y África ha sido adoptada por unos maravillosos padres postizos que la cuidan y la consienten como si fuera su propia hija.

Sin embargo, el asunto que que trae a colación esta parte de la historia es fundamentalmente económico. ¿Para qué demonios va a estar Javier pagando el alquiler de su casita del médico si duerme todos los días en la cama de África? Todos los días come en casa de África, cuando hace compra la mete en la nevera de África y se ducha en el baño de África, tanto así que ya podría decirse que es también su baño, puesto que sus cuchillas de afeitar, su gel de baño, su champú y su colonia ahora compiten con el maquillaje y las cremas de la veterinaria por un espacio en las estanterías del que él llama "el spa".

Así que, hace un par de días, habló con el dueño de la "casita del médico" y le dijo que daba por finalizado el contrato y que le devolvía las llaves, ya que había encontrado un alojamiento un poco más "definitivo", aunque nunca se sabe.

Pero en Villafranca, los rumores vuelan, se transforman, digievolucionan o como se quiera llamar. Así que allí está medio pueblo armando jaleo en el consultorio pensando que el médico de familia que les ha estado atendiendo durante un año ha sido víctima de la maldición del pueblo y ahora, se marchará y estarán un mes o dos esperando hasta que un nuevo doctor esté dispuesto a trabajar donde Dios perdió las manzanas que Adán y Eva al final no se comieron.

—A ver, es imposible que el doctor atienda a trescientas personas esta tarde, queridos míos —anuncia la administrativa del centro de salud, asustada por la avalancha de pacientes que se han amontonado esa tarde frente a la consulta del doctor del Pozo.

¿Habrá epidemia de gripe? No, en el mes de agosto es imposible. Si acaso golpes de calor... Pero en Villafranca nunca sube tanto la temperatura.

—Ya pero yo necesito mis pastillas para dormir y si se va a marchar, ¿voy a estar un mes con insomnio? No señor, no me voy de aquí sin un taco de recetas —dice una mujer de unos sesenta años con cierta adicción al género de las benzodiacepinas.

—Bueno y yo un mes sin echar un polvo, que mi marido sin viagra no tira —salta Agustina indignadísima, ganándose un gran codazo de su marido, sentado justo al lado de ella y con cara de haberse comido media caja de guindillas.

—¡Venga ya Agustina, si ya no tienes edad ni para el vaginesil! —le grita Charo desde la otra esquina—. Yo sin mis recetas de Algidol no me marcho de aquí.

—A ver lista, que el Algidol no lo cubre la seguridad social —dice alguien cercano, también sediento de recetas de a saber qué.

—¡Pues yo como farmacéutico ya les voy diciendo a todos ustedes que me van a desabastecer, así que las compras se hacen poco a poco! No creo que todo el paracetamol, el lormetazepam y las cajas de Viagra de Agustina sean necesarias y urgentes en el momento actual. —avisa Lord Voldemort desde el mostrador de la administrativa.

—Eso dilo por ti, majo, que ni duermes ni follas y así tienes la cara que tienes —Charo como siempre, repartiendo a diestro y siniestro.

—¡HAYA PAZ! —una voz masculina y profunda se impone en la sala de espera.

Javier del Pozo entra en mitad del berenjenal, vestido con su bata blanca, su camisa y su corbata y el fonendoscopio negro alrededor de su cuello. Su sola presencia genera un silencio sepulcral, pues ya tiene fama de malas pulgas (aunque sabe mucho, según la señora que se comió el filete empanado con arena).

—¿Se puede saber qué se celebra hoy en este lugar? —pregunta Javier ocultando con éxito el terror vivo que siente al ver tanta gente agolpada en la puerta de su consulta.

—No, más que celebración esto es un luto, doctor del Pozo. Se marcha usted y nosotros sin nadie que nos recete los medicamentos.

—Me marcho una semana de vacaciones a Canarias, Dolores. Luego vuelvo y seguiré pasando consulta.

Agustina suspira, aliviada, y su marido, más.

—¿Entonces por qué ya no vive en su casa? —pregunta Charo—. Porque ya nos han dicho que ha entregado las llaves.

Javier decide salirse por la tangente. Saca la llave de la consulta, abre y antes de cerrar la puerta dice:

—Ah amigo, si ya lo sé yo, está viviendo con la veterinaria... Si ya decía yo, que ahí había tema —dice el farmacéutico siendo fiel al más puro estilo Jorge Javier (ya me entendéis).

Un murmullo generalizado se extiende entre el gentío.

—Juro por mi vida que al que no esté aquí por una causa mínimamente justificada, se le va a inyectar Nolotil en el culo para que no vuelva a quejarse sin motivo.

—Si yo no quiero, no va a pincharme —dice otra señora allá entre la muchedumbre.

—Pruébeme y verá —dice Javier tan serio, tan serio, que cuando llegan las tres de la tarde, sólo ha atendido a cuatro personas que estaban para mandar al hospital.

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jejejej pues queda el capítulo final y un buen epílogooooooo espero tenerlo pronto :)

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