Capítulo 24



—Discúlpame, no vengo por eso. Soy el padre de Javier del Pozo, creo que lo conoces.

La veterinaria abre los ojos de par en par, las rarezas van en aumento. Sin embargo, rápidamente contesta.

—Sí, pero no está aquí, si es lo que quiere saber —dice amargamente.

—Por supuesto que no está aquí, está en el hospital, ha tenido que llevar a mi mujer a urgencias porque se encontraba mal y me ha pedido que viniera a recoger su teléfono y me ha dicho que usted sería tan amable de llevarme hasta la ciudad.

A la joven de rizos oscuros se le escapa una sonrisa de alivio, un suspiro y ay, Dios. Se ha cargado el móvil del médico.

Invita a pasar al padre de Javier hasta la casa mientras ella vuelve corriendo al banco de madera y recoge el teléfono del suelo.

—Seré idiota –se dice a sí misma.

***

Ya en el salón, África mira avergonzada el Iphone de Javier: tiene la pantalla rota en mil pedazos... Lo dejó caer de sus manos cuando él contestó en el teléfono de Olga...

­—Si quieres espero fuera, en el coche —dice el padre de Javier, que está siendo sometido a un tercer grado por Bistec, el único perro que hay en el interior de la vivienda en esos momentos, sin saber que esa criatura adorable de cuatro patas pertenece nada menos que a su hijo.

—No, de verdad, no hace falta. Tardo un momento —dice África mientras sube escaleras arriba con el teléfono roto y con la intención de vestirse con algo un poco más decente que los vaqueros manchados por las patas de Luna y Rey y el jersey con la espalda empolvada del banco en el que ha pasado más de una hora sentada.

Elige unos pantalones negros y una blusa azul pastel con unos botines de ante marrón, se cambia en un santiamén y después se lava los dientes a toda prisa, se recoge los rizos con una pinza y se echa una pizca de colorete. Toda la operación no le ha llevado más que cinco minutos: fruto de la adrenalina.

Con el abrigo puesto, el bolso en la mano y en la otra un Iphone para tirar a la basura, baja las escaleras y se encuentra con el padre de Javier, que está haciéndole carantoñas a Bistec sin saber que es su nieto perruno.

—Es el perro de su hijo —dice ella con una sonrisa.

—No me digas, a él nunca le han gustado los perros. Me sorprende. Bueno, vámonos.

África asiente y ambos salen por la puerta, dejando al pobre Bistec sólo tumbado sobre la alfombra.

Por lo menos, los perros de África ya han dejado de ladrar, pero miran a su dueña compungidos. ¿De verdad nos vas a dejar sólos sin sacarnos a dar un paseo?

"Lo siento, pequeños", piensa ella.

***

Javier estira su espalda sobre el respaldo duro y frío de la sala de espera. Inspira con fuerza y traga saliva. Olga pone su mano sobre la pierna del médico.

—Tranquilo. Nos dirán algo dentro de poco.

—No estoy tranquilo —responde él—. Ya sabemos lo que hay.

—Bueno, pero ya sabes que los infartos son algo que hoy en día se controla y se trata, ten un poco de confianza.

Javier mira a la rubia de ojos azules. Sigue siendo extremadamente guapa y el tiempo aún no ha hecho mella en su piel. Sin embargo, aunque siente respeto y aprecio hacia ella, no siente atracción ninguna.

En realidad, no siente atracción por ninguna mujer que no sea África, por lo que al no cogerle el teléfono le ha generado el triple de ansiedad de la que ya venía soportando. Suplica para sus adentros que su padre haya sido capaz de llegar hasta la bonita casa blanca, recoger su teléfono y traer a esos maravillosos y enormes ojos oscuros al hospital.

Unos Crocs rosas resuenan por el pasillo: pertenecen a una cardióloga ataviada con pijama verde, dueña de una melena pelirroja recogida tras las orejas y un gorro verde de esos de quirófano a medio poner sobre su cabeza. Sale de la unidad coronaria con aires de satisfacción.

—¡Olga! —dice ella con una sonrisa—. ¿Tú eres Javi, verdad?

—Sí, es él —dice la rubia.

Javier asiente a la vez que nota los latidos de su corazón en el cuello.

La cardióloga, que debe rozar los treinta y cinco años, se sienta al lado del médico de Villafranca con una sonrisa.

—Tu madre está perfecta, cielo. No era un infarto, tiene un Takotsubo. ¿Habéis discutido o ha tenido algún susto...?

Olga emite una risa nerviosa, no de alegría, si no de estrés.

—Pues no me extraña nada lo que me dices —comenta ella.

Javier respira agitadamente.

—Ha venido a verme... Llevábamos dos años sin vernos y sin hablar... Y bueno, mi hermano murió hace cinco años...

La cardióloga apoya su mano en el hombro del doctor del Pozo.

—Vale, tranquilo, habrá sido eso. Le hemos hecho el cateterismo y en la imagen hemos visto que no tiene ninguna coronaria obstruida y que el corazón tenía un déficit de movilidad apical, ya sabes, típico de la miocardiopatía de Takotsubo o síndrome del corazón roto, como lo quieras llamar. El pronóstico es muy bueno... Debes estar tranquilo. Además ten en cuenta que este síndrome es típico de mujeres posmenopáusicas que tienen un susto, les roban o les dan malas noticias o algo les sobresalta, entonces los síntomas son muy parecidos a los del infarto e incluso las pruebas (excepto el cateterismo) arrojan resultados muy similares. La vamos a tener un ratito más controlada con nosotros y en dos-tres horas si todo va bien, que irá bien, la subimos a planta, ¿de acuerdo? Después es probable que tarde dos o tres semanas en recuperarse del todo, así que habrá que tomárselo con calma.

Los músculos de Javier poco a poco se destensan, da las gracias en un casi inaudible susurro y se despide de la amable y sonriente doctora que acaba de informarle.

Olga rebusca en el bolsillo de su bata y saca un billete de cinco euros.

—Te invito a desayunar, ¿quieres? —dice ella.

Pero Javier no la está escuchando. De nuevo unos pasos al fondo del pasillo le hacen levantar la mirada.

Salta de la silla y se pone en pie. Su padre camina hacia él con la cara pálida como una vela recién comprada y una mujer lo sigue de cerca.

Es África.

—Olga, explícale a mi padre lo que ha ocurrido, por favor. Tengo que hablar con ella un momento —le pide él a la que una vez fue su amiga.

—Vale —responde la rubia—. Pero tengo que volver a trabajar en un rato —dice mientras fija su mirada en África.

Javier saluda a su padre con prisas, aunque con cariño. Le da un abrazo y le dice: "mamá está bien". Entonces se para frente a la veterinaria y ella deja de respirar.

—Te he roto el Iphone —confiesa avergonzada—. Lo... Lo siento.

Ella lo saca del bolsillo y se lo enseña. Va a caer una bronca y lo sabe.

—Trae, dámelo —dice él.

África se lo entrega, entonces Javier lo tira al suelo y el móvil termina de romperse. Ella lo observa, atónita.

De pronto, el médico se abalanza sobre la dueña de esos ojos marrones que tanto le han quitado el sueño en los últimos meses para besarla y abrazarla.

África deja correr algunas lágrimas por las mejillas mientras disfruta del contacto. Está enamorada y se siente completamente a merced de sus impulsos. Oficialmente, tiene una debilidad y es él. Y le dejaría hacer con su cuerpo todo lo que él quisiera. Incluso trenzas.

Javier huele la vainilla en el cuello de la veterinaria mientras la abraza con fuerza contra él.

—Te juro que si te quedas conmigo en Villafranca, te dejaré romper todos los Iphones que quieras.

Pero una alarma roja se enciende en el cerebro de África.

—¿Cómo amigos, Javier?


Se miran a los ojos, él sonríe con esos labios rodeados de barba rubia que la vuelven loca. 

—No, no quiero que seas mi amiga nunca más. 


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OJO AL DATO: ESTO NO ES EL FINAL.... PERO SE ACERCA muajajajaja

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