Capítulo 13

—¿Cómo has llegado tan deprisa...? —pregunta la veterinaria al abrir.

Los perros ladran con energía y el médico tiene que hacer un ejercicio mental importante para no parecer asustado. Aunque le esté gruñendo un husky de cincuenta kilos.

Javier mira a África, sin saber muy bien qué responder a esa pregunta que casi no ha escuchado gracias a los ladridos.

—He subido andando... Pero he tardado lo normal —contesta finalmente.

Ella se percata de que no es Rafa quien está frente a sus ojos. Con asombro, descubre que se siente infinitamente aliviada y además, contenta. No sabe si es por no tener que ver al malhumorado de su exnovio, o más bien exrollo de hace más de un lustro, o por ver al médico aún vestido con la ropa del día anterior y con la barba cada vez en peor estado, frente a su puerta. Manda callar a los perros y éstos se tranquilizan.

—Ah. No, es que... Creía que eras Rafa —dice África—. ¿Ha pasado algo?

Javier se da cuenta de que no ha explicado el motivo de su visita. Tampoco es que lo tenga... Bueno, lo tiene, pero no es nada que no hubiese podido esperar hasta el lunes. Porque, claramente, los sábados por la noche no abren las tiendas.

—Quería comprar una cama para mi cachorro —dice él de pronto.

El buen humor se esfuma del bonito rostro de la joven y pasa a convertirse en un fruncimiento de entrecejo avinagrado.

—La clínica está cerrada, ven el lunes a primera hora o cuando salgas de trabajar y podrás comprar lo que quieras, doctor —responde—. ¿Querías algo más?

Javier hace verdaderos esfuerzos por encontrar otra excusa.

—Quería ver qué tal está tu herida y si has tenido fiebre. Y si te duele o controlas bien la analgesia.

África se mira el brazo. La gasa está bien adherida y el dolor sigue ahí pero la deja vivir. Devuelve la mirada hacia el médico y siente un pequeño cosquilleo en el estómago. ¿De verdad quería ver la herida? Por Dios, si no es capaz ni de tomarle la tensión a Pepe. Su ceño se relaja y de repente la veterinaria toma conciencia de lo bonito que está el atardecer y de lo agradable del canto de los grillos. Mira el reloj, faltará como poco, media hora para que Rafa llegue al pueblo.

—Estoy bien. Creía que si me ponía peor tendría que volver al ambulatorio. Esto de que te visite el médico es un lujo asiático —responde ella, ahora con una media sonrisa—. ¿Quieres pasar? Tengo cerveza en la nevera.

Y Javier, muy sorprendido, y sin activar su filtro cerebro-boca, dice:

—¡La verdad es que sí!

Mientras África lo guía hacia la cocina, va hablando.

—O sea, que has venido a visitarme.

Javier va a decir que no cuando se da cuenta de que ya es tarde para disimular.

Sí, ha ido a verla. ¿Por qué no iba a querer verla? Es la única persona que conoce en el pueblo y que sea joven como él. ¿Acaso es malo hacer amigos?

—Sí... Es que no tenía nada que hacer y como aquí no conozco a nadie...

Ella sonríe de espaldas al médico.

—Bueno, has tenido suerte. Olvidé que había quedado con el veterinario que va a arreglar la pata de tu cachorro. Si no, no me habrías encontrado aquí.

Javier recuerda a Rafa y se le agria el gesto.

—Pues no sé como ibas a ir con el coche roto. ¿Has hablado con el taller? —pregunta él en un intento por cambiar de tema.

África se deja llevar por la conversación mientras le da una lata de cerveza sin alcohol al doctor del Pozo.

—Ven, vamos a sentarnos en el porche. Se está muy a gusto fuera.

Y salen al exterior, donde el azul marino pálido que precede al oscuro ya reina en prácticamente todo el firmamento. Las estrellas comienzan a dejarse ver. Además allí, a diferencia del bosque, no hay una cúpula formada por las ramas de los árboles que impida ver el cielo.

Se sientan en unos asientos de mimbre de exteriores que puso África el año pasado para poder cenar fuera en las noches de verano (siempre que el clima de Villafranca lo permitiese, claro).

—Me da pena, pero creo que voy a tener que cambiar el todoterreno —dice la veterinaria, rompiendo el silencio que se había formado momentáneamente entre ellos.

—¿Cuántos kilómetros tiene? —pregunta el médico con bastante interés.

—Poco más de cien mil —responde.

Javier se sorprende.

—Pues no son muchos para que esté fallando tanto.

—Ya... Bueno, pero no me gusta llevar un coche que me deje tirada... Lo que pasó ayer no dejó de ser peligroso —comenta ella.

Por un instante recuerda al lobo y se estremece, aunque, por lo general, nunca ha tenido miedo de los animales. De pronto se da cuenta de que el médico está sonriendo tontamente.

—¿Qué te hace gracia?

Él señala el todoterreno con un movimiento de cabeza y dice:

—Mariano Rajoy le ha hecho un bollo al techo con su bastón —dice sin poder contener una carcajada.

—Ah, Pepe... Lo cierto es que la gente de por aquí no es muy normal... Pero les acabas cogiendo cariño —dice ella—. ¿Cómo le voy a hacer pagar el arreglo de la carrocería a un pensionista?

—Fue peligroso pero... Divertido —dice el médico.

Se miran a los ojos momentáneamente y la veterinaria retira la mirada. Le arden las mejillas. Tiene la sensación de que cuando sus pupilas se conectan con otras, parte de su alma queda al descubierto. Y, definitivamente, no está preparada para algo así.

—Así que sólo te apetecía charlar un rato —comenta ella, ahora con la mirada perdida en algún punto lejano del horizonte.

Javier se siente más cómodo y menos cortado.

—Sí. Me apetecía verte y, bueno, hacer las paces. Hemos empezado con mal pie y la verdad, no niego que tengo parte de culpa...

—¿Parte? —pregunta ella riéndose.

El médico observa la bonita sonrisa de ella. Los dientes no son perfectos, ni mucho menos. Hay un colmillo que está un poco torcido y los incisivos son demasiado grandes para su cara, pero la manera de sonreír es tan auténtica y contagiosa que le hace sentir una curiosa sensación de paz interior.

—Una gran parte —reconoce él.

Entonces Javier recuerda lo que ha leído esta misma mañana en el ordenador. Se pregunta, una vez más, qué pudo hacer que África acudiera de urgencias al ambulatorio por una crisis de ansiedad. Ahora que la tiene delante vuelve a sentir de nuevo esa curiosidad enfermiza por saber más.

—¿Por qué has venido a trabajar a un pueblo que está dejado de la mano de Dios? —pregunta la veterinaria—. Bueno, tal vez sea meterme donde no me llaman.

El médico deja de sonreír y recupera su semblante serio. Se recuesta hacia atrás en el sillón de mimbre, cruza una pierna sobre la otra y suspira. Mira el cielo, que gracias a las estrellas, ahora parece una cartulina oscura llena de purpurina. Los grillos siguen con su concierto y la temperatura comienza a descender.

—Necesitaba encontrarme a mí mismo —responde finalmente.

No va a dar más detalles. Al menos no de momento. O nunca. Nadie tiene por qué enterarse de que el Javier que es ahora no es el mismo que fue antes. De hecho, por eso vino a Villafranca, para empezar de cero. Sin pasado, sin historia. Ahora este pueblo para él es como un lienzo en blanco, sin borrones. Y es de esperar que siga siendo así.

De pronto un coche se detiene delante de la verja y el conductor apaga el motor. Un hombre alto y que le resulta a Javier vagamente familiar, sale del vehículo y pulsa el timbre que hay fuera. Al sonar, los perros se alborotan y comienzan a emitir ladridos ensordecedores.

—Oh, ahí está Rafa... —dice ella mientras se levanta del sillón.

—¿Y qué hace aquí? —pregunta el médico con un tono algo más agresivo del que le hubiera gustado utilizar.

—Le he invitado a cenar. Ya sabes, si la montaña no va a Mahoma...

Javier pone los ojos en blanco y siente como la indignación va creciendo dentro de él. Lo estaba pasando bien. Estaba relajado, hablando con África de todo y de nada. La temperatura era buena, las estrellas bonitas y la cerveza fría. ¿Por qué cojones ha tenido que venir este subnormal a fastidiarlo todo?

Gruñe por lo bajo.

Desde el primer momento le cayó mal. Igual que hay simpatías espontáneas, también hay antipatías ¿no?

África abre la verja y saluda al veterinario con un par de besos. Ella parece evitar el contacto pero no lo consigue; Rafa no pierde la ocasión de abrazarla por la cintura.

—Y encima es un baboso —farfulla por lo bajo.

Se acercan hacia el porche y Javier ve que Rafa lleva una botella de vino en una de sus manos.

—Estaba aquí Javi, que ha venido a tomarse una cerveza de mi nevera —le dice África a Rafa, quien le estrecha la mano al médico.

El apretón de manos está cargado de tensión. Rafa esperaba tener a la veterinaria para él solito y Javier, simplemente, se hubiese conformado con no haberle visto la cara al idiota ese.

—África me ha invitado a cenar, al parecer se le ha roto el coche —dice él.

—Sí, ayer tuvimos una especie de aventura en el bosque con el todoterreno y el lobo.

—Es verdad, lo del lobo —dice él, como si estuviese ya enterado de hasta el más mínimo detalle—. Bueno Javi, ha sido un placer, ya te veré la semana que viene cuando vengas a recoger a tu perro.

Rafael lleva una camisa negra (quizá puede que también tenga el alma negra, según Javier) y el pelo lleno de gomina. Apesta a colonia, lo cual es una inequívoca señal de que quiere pillar cacho (o de que ha nacido con una malformación olfativa que le impide hacerse una idea real de los olores que emite su cuerpo). Por un momento Javi piensa en África y se resiste a marcharse de allí. ¿Y si ella no quiere nada con él? Antes ha intentado evitar el abrazo y ahora, la verdad, no parece entusiasmada. Y, lejos de estar contenta, tampoco está relajada, sino tensa y nerviosa. Una de dos: o está coladita por el tal Rafa (lo cual a Javier le parece inverosímil del todo), o no sabe como quitarse el marrón de encima.

—Bueno, había pensado en quedarme a cenar con vosotros... Verás, es que acabo de mudarme y están reformando mi casa... Así que estoy sin cocina y no tengo nada para comer... —miente él.

Por un momento, el médico teme que África tenga un brote de mala leche y le mande a freír espárragos (y con razón porque le está fastidiando el plan), sin embargo, una luz asoma en los iris oscuros de ella, que parece ver una salida perfecta al jaleo en el que se ha metido con Rafa casi sin darse cuenta.

—Oh, es verdad, me lo dijiste —le sigue ella el rollo—. La verdad es que he hecho pasta al pesto para una legión, así que comida hay de sobra, cerveza y vino también. ¿Qué dices, Rafa? Siempre hay sitio para uno más.

Si Rafa hubiese pisado una rata muerta, su cara habría reflejado una expresión más amable en esa circunstancia que en estos momentos.

—Sí, siempre hay sitio para uno más —responde él, arrastrando cada palabra que dice como si fuera cada sílaba un minuto de parkímetro que tuviese que pagar a precio de oro en el centro de Madrid en un día de crisis de contaminación.

***

En el salón de África hay una mesa extensible en la que no faltó sitio para colocar tres platos, tres vasos, tres copas y tres juegos de cubiertos. Ella sabía, de alguna manera, que el médico se había dado cuenta de que no se encontraba a gusto en compañía de Rafa. E incluso de que temía que su exrollo (como ella lo llamaba), se pusiera terco si ella se negaba a enrollarse (por llamarlo de alguna manera) con él. En fin, agradeció para sus adentros que el doctor del Pozo hubiese decidido autoinvitarse a cenar. Ahora se sentía mucho más relajada.

Por otro lado, sabía que había sido bastante estúpida al invitarlo a su casa. Qué narices, al acceder a cenar con él. Ella evoca el momento en el que, en segundo de carrera, decidió trasladarlo a la zona amigos. "Lo siento Rafa, es que no te veo de esa forma", le había dicho ella, "me caes muy bien pero te mereces a alguien que sea capaz de quererte y yo no soy esa persona". Durante los tres años más que estudiaron juntos, formaron parte del mismo grupo de amigos y Rafa supo resignarse a su condición de "amistad". Sin embargo, nunca perdió la oportunidad de acercarse de más a África, y es por eso que a lo largo de la carrera, ella tuvo que tener mucha paciencia y mano izquierda para darle largas. Ahora que se reencontraban casi cuatro años después, la veterinaria pensó erróneamente que podría retomar la amistad con él, que ya se le habría pasado el "calentón" de la universidad y se comportaría acorde a la relación que tenían: exclusivamente amistosa.

Gran error.

Y ahí estaba ahora, sentada en una mesa, entre dos hombres: uno muy borde e imprevisible que había mentido sobre su cocina, y el otro demasiado previsible y desagradable para ella.

"¿Cómo habré llegado a esta situación?" se pregunta África para sus adentros. Porque jamás se hubiese imaginado hace un par de días encontrarse en semejante tesitura.

Se marchó a la casa de su difunto abuelo para vivir una vida tranquila, apartada del mundo y, con suerte, jubilarse rodeada de perros y libros allí en lo alto de la montaña.

—Vamos a brindar por mi nuevo amigo —dice de pronto Javier, que parece estar divirtiéndose mucho a costa de Rafa.

—¿Yo? —pregunta el veterinario en un alarde más de egocentrismo (lleva toda la noche hablando sobre sí mismo).

—No, hombre. De mi perro, Bistec —dice el médico.

África contiene la risa. Esos comentarios hirientes propios del doctor del Pozo son los que suele tener para sus pacientes, así que Rafa está recibiendo el mejor trato posible, viniendo de él.

—No sé si tu perro va a estar muy contento contigo, tío. Eres más borde que la madre que te parió —dice Rafa mientras levanta la copa para hacer chinchín.

Sin embargo, aprieta tanto el cristal con sus dedos, que África teme que estalle en su mano (y no porque pueda cortarse, si no porque acaba de comprar el juego de copas hace poco).

—Lo sé, África me lo dice muy a menudo —responde Javier sonriendo.

Ella aún está conteniéndose para no reír. Pero es imposible. Estalla en una gran carcajada y el médico la observa con diversión. Ahora ya parece más relajada, la verdad.

—Sí, es un tío muy borde, pero en el fondo tiene buen corazón —le dice ella a Rafa—. Si te trata mal, es que te aprecia.

—Así que a África debes de odiarla porque la tratas bastante bien —dice él mirando tan fijamente a los ojos del médico, que casi se queda bizco.

Rafa es un hombre de tamaño mediano, ni muy alto ni muy bajo, de pelo castaño, ojos de color indefinido (un castaño grisáceo con motitas oscuras) y constitución delgada. Si hubiese sido menos egocéntrico tal vez África hubiera sido capaz de sentir algo por él, en algún momento.

—Por supuesto, la odio con todas mis fuerzas —responde el médico.

Brindan. Después África saca una tarrina de helado que se reparten como postre y, cuando ya están a punto de terminar la velada Rafa tiene una gran idea. ¿Y si acerca al médico a su maldita casa en obras y luego vuelve con África? Así mata dos pájaros de un tiro: queda bien con el capullo y se queda a solas con la chica.

—¿Quieres que te lleve a tu casa, Javier? —pregunta él.

—Oh, no, seguro que no te pilla de camino... Y como se te rompa el coche... Uf, no quiero pasarme toda la noche abrazo a ti debajo de una manta... Ya he vivido esa experiencia y es horrible —responde el doctor del Pozo en un tono que, de lo serio que parece, hace dudar de que el comentario haya sido realmente sarcástico.

Rafael aprieta la servilleta que tiene en la mano hasta reducirla a cenizas. África traga saliva, acaba de relatar con bastante exactitud lo que ha pasado la noche anterior entre ella y el médico, algo que no le había contado a Rafa, en absoluto.

—Bueno, al menos el lobo no os mató —responde el veterinario de mal humor.

—Ni el frío, gracias a Dios, África es una estufa —dice el médico, ahora con una gran sonrisa, porque sabe que está jodiendo en lo más vivo de su alma al Rafa de los huevos.

África se pone roja como un tomate y se levanta.

—Bueno, voy a recoger los platos. Haced lo que os dé la gana, yo me voy a acostar en un rato. Mañana tengo cosas que hacer —dice ella como indirecta hacia ambos caballeros.

"Largaos de mi casa" hubiese sido demasiado cortante.

—Eh, escucha Afri, esta semana podríamos vernos un día... Más tranquilos, ya sabes. Podría invitarte a cenar a mi casa —susurra el veterinario cerca de ella.

A África le recorre un escalofrío, pero de los malos. De esos que te estremecen cuando ves una cucaracha muy grande o una araña con las patas muy largas.

—Imposible, madrugo mucho y de momento, estoy sin coche.

—Puedo venirte a buscar —insiste él.

África recuerda de pronto una película de Ryan Reynolds... ¿Cómo era? Ah, sí. Sólo amigos. Al final uno de los dos chicos que quiere enrollarse con la prota sólo está buscando lo que se conoce como "el polvo de la venganza" por haberle rechazado durante el instituto. El escalofrío se hace más intenso.

—No, no puedes porque creo que voy a viajar a Madrid a ver a mi hermano. Reunión familiar, ya sabes —miente ella.

Y miente fatal, piensa Javier.

—Bueno Rafa, vámonos o África nos va a morder un ojo. La conozco, está cansada y harta de nosotros.

El veterinario y el médico caminan hasta la puerta y África no se molesta en acompañarlos.

—Hasta luego —se despide ella.

Rafa no se despide del médico. Atraviesa la verja, se sube al coche, arranca, enciende las luces y desaparece. Entonces, Javier, que aún no ha llegado a la salida, decide darse media vuelta y volver con África.

—¿Te ayudo a fregar? Se te va a levantar el apósito y te va a doler —dice él.

La veterinaria, que estaba concentrada en el estropajo, salta y grita al mismo tiempo.

—¡Joder! ¡Qué susto!

Javier echa a reír.

—¿Te hace gracia, pedazo de idiota?

—Oye, oye... Sin faltar, por favor.

—Anda, coge esa cacerola y frégala. Mientras voy a limpiar las migas del mantel.

Javier obedece la orden como si fuera un soldado raso.

—¿Tan horrible ha sido dormir conmigo en el coche? —pregunta ella con una pizca de indignación en la voz mientras desliza el recogemigas sobre la tela.

Javier, que se está esmerando en acabar con hasta la última gota de pesto del antiadherente, se detiene un momento y evoca el momento en el que enredó sus dedos en los rizos de ella. No fue horrible, en absoluto.

—Hubiese sido peor tener que dormir abrazado a tu gran amigo Rafa. Uf, con lo que apesta a colonia hubiese amanecido ebrio —responde él de manera ingeniosa.

Sin querer, África ríe al recordar el pestazo a Hugo Boss que emanaba Rafa. Sí, hubiese sido una experiencia mortificante el tener que pasar la noche en un habitáculo tan reducido con él.

—Tienes toda la razón —responde África—. La verdad, no sé por qué he tenido que invitarlo a cenar. Creí que asumiría que sólo somos amigos pero...

—¿Asumir que sólo sois amigos? Si no llego a estar yo aquí mañana amaneces atada a tu cama —dice él.

Ella termina con las migas y dobla el mantel. Javier ya está aclarando la cacerola y en breves va a ponerse con una sartén.

—Vale, no hace falta que seas tan brusco. Rafa jamás haría nada sin mi consentimiento, pero sí, venía con esa intención y se hubiese llevado un gran chasco.

—A veces os empeñáis en ser nuestras amigas cuando es imposible —dice él recordando, sin querer, un episodio amargo de su vida—. A veces, simplemente es mejor alejarse... Y dejar vivir a la otra persona.

—Te juro que lo intenté alejar pero es como una puta rémora —responde fuera de sí África—. Y vamos a dejar el tema, por el amor de Dios.

Ella guarda el mantel en uno de los cajones y después introduce la pastilla de detergente en el lavavajillas, que está lo bastante lleno como para poder ponerlo en marcha. Javier, sin darse cuenta, posa sus ojos en las caderas de ella, que se está inclinando de una manera demasiado sugerente sobre los botones de dicho electrodoméstico. Rápidamente deja de mirarla y respira. Demasiado tiempo sin oler una mujer, se dice a sí mismo.

"Y más tiempo que voy a estar así, toda mi vida si soy capaz", piensa. Es una decisión que ha tomado hacia poco y que le hace sentir mucho menos culpable, mucho más libre y por tanto, más feliz: no volverá a tener nada con ninguna mujer nunca más. No se lo merece, eso es todo.

África puede ser una buena amiga en un pueblo tan lleno de gente mayor. Quizá pueda acercarse a tomar una cerveza con ella algunas tardes y hablar del tiempo. Sí, le gusta ese planteamiento. ¿Y si se echa novio? Bah, no hay que pensar en eso ahora.

—¿Y tú por qué viniste a vivir aquí? —pregunta él cambiando de tema.

Ya han terminado de recoger. África saca de la nevera una botella de vino rosado y coge dos copas.

—¿Quieres quedarte un rato? —pregunta ella—. Pero ya te voy diciendo que no es para echar un polvo, sólo para charlar un rato. Estoy de los nervios y ahora no podría dormir aunque me pusiera valeriana intravenosa.

Javier se ríe.

—Puedes estar tranquila, aunque si te ves muy necesitada siempre podemos llamar a tu amigo Rafa.

De nuevo África se ríe. El médico se da cuenta de que disfruta de hacerla reír. Tiene una risa auténtica y contagiosa. De modo que ríen los dos.

—Eres gilipollas —le dice ella entre carcajadas.

—Todo el mundo me adora, ya lo sabes —contesta él elocuentemente.

—Pues esta casa que ves, era de mi abuelo... Murió hace casi tres años y me la dejó a mí.

—¿Eres su única nieta?

África niega con la cabeza mientras sirve el vino en las copas.

—No, pero yo era la única que venía a visitarlo. Desde niña siempre me gustaba estar con él. No me presionaba para que fuese mejor que los demás ni para que "diera la talla". Me quería tal y como era. Un día, le dije que de mayor quería vivir aquí con él. Supongo que se lo tomó al pie de la letra porque cuando se leyó su testamento... Me había dejado la casa.

—¿Tus padres no te quieren tal y como eres? —pregunta Javier con curiosidad.

—Mis padres se creen perfectos y quieren que sus hijos estén a su altura. A mí me parece una mierda de altura y he preferido marcar yo mis propias metas —responde África—. Supongo que cuando me enteré de que tenía una casa propia y dinero más que suficiente para hacer las reformas necesarias, decidí aislarme del mundo en este bonito lugar.

—O sea que estás huyendo de algo.

—Oye, ¿ahora eres psicólogo? No huyo de nada. Me gusta este lugar y aquí puedo tener la vida que quiero, es todo —resume ella, poniendo punto y final a la conversación.

Sin embargo, Javier no pilla la indirecta y comete un error.

—Cuando tuviste aquella crisis de ansiedad... ¿Fue por Rafa? ¿O por tus padres...?

Gravísimo error.

África abre mucho los ojos y lo mira, sin saber muy bien qué pensar.

—¿Has leído mi historial? —pregunta ella con un tono de voz tan plano y tan carente de expresión que a Javier se le hiela la sangre en las venas.

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Y el siguiente!!!!!! Espero que os esté gustando jejejeej 

besitossss

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