Propósitos que difieren

Ginebra, Suiza, 1962

Habían pasado ya dieciocho años desde lo ocurrido en Auschwitz, pero Erik no había olvidado el dolor y el resentimiento que lo habían acompañado desde aquel fatídico día. Siendo ahora un adulto de 32 años, el joven se había prometido a si mismo que encontraría a Klaus Schmidt y lo mataría con sus propias manos. Ahora recostado en la cómoda cama de una habitación de hotel, Erik hacía pasar por sus dedos la moneda gracias a sus poderes mutantes, mientras que su vista llena de ira se centraba en el mapa que tenía pegado en la pared, donde tras todos estos años, había ido recabando información sobre Schmidt, lo que le permitiría encontrarlo. Tras enfocar su vista en aquel dibujo que había hecho de Klaus, el joven Erik lanzó la moneda con sus poderes, quedando ésta encajada en el entrecejo del dibujo.

***

Universidad de Oxford, Inglaterra, 1962

Ahora con tan solo 30, 28 y 26 años respectivamente, Charles, Raven y yo nos encontábamos en un bar para intentar socializar un poco con el resto de estudiantes. A punto de licenciarse como profesor, Raven y yo habíamos decidido acompañarlo a Inglaterra para apoyarlo con sus estudios. Raven por su parte estaba estudiando para ser camarera, mientras que yo estudiaba también para ser profesora, pues al igual que mi hermano, tenía la vocación de transmitir mis conocimientos a cuantos pudiera, salvo que él se había decantado por la rama de la genética, dado su interés desmedido en los mutantes. Yo aún no tenía un campo específico en mente, por lo que también estudiaba varias alternativas, como combate o armamento avanzado, aunque ésto no le hacia gracia a Charles, por lo que también estudiaba psicología. De los tres era la que más estudiaba, y eso a pesar de no poseer ningún tipo de mutación, aunque si en algún momento sacaba el tema mi hermano me decía que estaba siendo una exagerada. Pero estaba celosa, lo reconozco. Aún sentía que la conexión que me unía a mi hermano poco a poco había ido resquebrajándose desde la llegada de Raven, y me molestaba pensar así, pero era imposible no hacerlo, sobretodo sintiéndome tan marginada como me sentía todos y cada uno de los días de mi vida.

Levantando mi vista de la mesa donde Raven y yo estabamos sentadas, la primera utilizando su mutación para ocultarse bajo la apriencia de una joven de cabellos rubios, observé que mi hermano estaba coqueteando con una mujer en la barra del bar, utilizando sus poderes para averiguar cuales eran sus preferencias.

–Norman, dame una cerveza y un coñac para la señorita. –escuché decir a mi hermano, dirigiéndose al hombre que atendía la barra.

–Si será caradura... –musitó Raven antes de mirarme a mi–. ¿Te das cuenta de lo que hace, (T/n)? Y luego soy yo la que no tiene que mostrar sus poderes ni usarlos en mi propio beneficio...

Por una vez tuve que reconocer que Raven tenía toda la razón: Charles estaba siendo un botarate y un desconsiderado con nosotras, dejándonos de lado para coquetear, con el aliciente de que estaba usando sus poderes de forma indiscriminada. Tras mirarnos a los ojos y asentir, ambas decidimos acercarnos a la barra.

–¡Mutante y a mucha honra! –exclamó la mujer que estaba con Charles en la barra, justo cuando nos acercábamos.

–Hola. –nos saludó mi hermano, dedicándonos una mirada desde el rabillo del ojo, antes de dar un trago a su cerveza.

–Por lo que veo Raven y yo tendremos que pagarnos nuestras copas... –mencioné con un tono ligeramente sarcástico.

–Perdona, una cola y un zumo. –dijo Charles, dirigiéndose a Norman.

–¿Disculpa? –pregunté algo ofendida–. Charles, no soy una niña. No me trates como tal. –le recriminé algo enfadada–. Ya puedo tomar alcohol.

–Lo sé, pero eres mi hermana pequeña, (T/n), y soy responsable de ti, asi que nada de alcohol. –me aleccionó con un tono sereno.

–Eso no es justo, Charles. –comentó Raven, saliendo en mi defensa por una vez, pues a ella también le molestaba que mi hermano la tratara como una niña.

Charles decidió que no era sensato, ni estaba de humor para discutir con nosotras dos, por lo que prefirió ignorar nuestras protestas. En ese momento, la joven con la que estaba hablando se giró hacia nosotras.

–Charles me decía que soy como las criaturas marinas a las que les salieron patas.

–Aunque algo más sexy... –apostilló mi hermano, lo que casi me hizo vomitar. No soportaba verlo coquetear con otras mujeres. Me irritaba. Toleraba la presencia de Raven a su lado a base de costumbre, pero de ahí a que estuviera con otras... No lo dejaba pasar ni por asomo–. Perdona, éstas son mis hermanas: Raven y (T/n). –nos presentó, la chica extendiéndo su brazo para estrechar los nuestros.

–Hola. –la saludó Raven.

–Amy. –se presentó ella, saludándonos también–. Vaya, ¡tu color de pelo es asombroso! –exclamó en cuanto su vista se posó en mi cabello pelirrojo, cuyo color era brillante, pero de una tonalidad más oscura.

–Gracias... –repliqué con algo de incomodidad, pues era una situación nada agradable.

–¿Y para qué estudiáis?

–Camarera. –replicó Raven.

–Profesora, psicóloga, o experta en armamento y combate avanzado. –repliqué yo–. Aún no estoy segura por qué decantarme.

–Ah... Vaya... Veo que te aplicas mucho. –mencionó con un tono que evidenciaba la poca importancia que le daba al asunto.

En ese momento me percaté de que el ojo izquierdo de Raven acababa de cambiar de un color verde a su usual tono ámbar, lo que me hizo reprimir una carcajada sarcástica, pues tanto ella como yo parecíamos decididas a arruinarle a Charles su cita ideal de aquella noche.

–¡Tu también tienes heterocromía! –exclamó Amy, estupefacta.

–¿Decías? –preguntó Charles.

–Mira sus ojos. –indicó Amy, lo que provocó que mi hermano mayor hiciera lo que le había aconsejado, mirando los ojos de Raven, provocando que la sonrisa de su rostro desapareciera de golpe.

–Ya... Raven, (T/n), tenemos que irnos. –sentenció, pagando la cuenta.

Una vez en el pequeño piso que teníamos alquilado mientras estudiabamos, Charles estaba acabando su tesis de genética en el escritorio, yo me acababa de sentar en el sofa estudiando para un examen que tenia que hacer, mientras que Raven se cepillaba los dientes en el cuarto de baño.

–Mutante y a mucha honra... –escuché decir a la joven de piel azul con un tono sarcástico. Tras unos segundos la vi salir del baño por el rabillo del ojo, ataviada con una bata–. ¿Saldrías conmigo? –le preguntó a mi hermano, lo que hizo que yo levantara mi rostro casi de inmediato.

–Claro que sí. –replicó mi hermano sin despegar los ojos del papel–. Cualquier joven se consideraría afortunado... Eres preciosa.

–¿Con éste aspecto? –preguntó la de ojos ámbares.

–¿Con qué...? –fue a preguntar Charles antes de pararse en seco, observando a Raven con su autentico aspecto–. ¿Azul? Tu eres mi mejor amiga.

–Soy tu única amiga. –sentenció ella–. Y Cora no cuenta, porque es tu hermana.

–Ya, gracias por recordármelo, Raven. –comentó el telépata con un tono irónico y una sonrisa agradable.

–¿Y bien?

–Soy incapaz de pensar en ti de ese modo. Soy responsable de ti. –replicó Charles mientras se levantaba del escritorio, dirigiéndose al sofá–. Si hiciera algo así me sentiría... mal. –comentó, sentándose a mi lado, lo que me hizo sonreir, pues hechaba de menos su proximidad.

–Pero ¿y si no me conocieras?

–Por desgracia sí te conozco. –replicó él antes de mirarla–. No sé qué bicho te ha picado. Te preocupas demasiado por tu aspecto...

Yo sabía que Raven se sentía diferente por su mutación, que deseaba que alguien la quisiera por como era, que no la apartaran por su apariencia real. No puedo decir que no estuviera de acuerdo con su descontento, pero ella al menos tenía a Charles, a su lado, quien hablaba con ella... Era como ella.

Tras unos segundos, Raven se acercó al sofá y se quedó quieta frente a mi con una mirada seria.

–¿Te importaría quitarte de ahí? –me preguntó–. Quiero sentarme junto a Charles.

–Lo siento, Raven, pero estoy estudiando y estoy cómoda aquí. –negué yo con una expresión seria en mi rostro.

–(T/n), por favor, ¿podrías dejarle a Raven ese sitio? –intercedió Charles, lo que me hizo levantarme del sofá, y coger mis cosas–. De todas formas ya te he tomado la lección hace poco y lo dominas todo. No te preocupes por el examen. Seguro que lo apruebas. –me indicó con una sonrisa que yo no reciproqué, pues me encaminé directamente a mi cuarto.

–Buenas noches. –me despedí de ambos antes de subir las escaleras a mi cuarto. Cerré la puerta de un portazo, coloqué el pestillo, tiré mi libro de texto contra la pared, y me tiré en la cama con lágrimas en los ojos, las cuales no dejaban de caer.

"¿Sabes Charles? Casi me alegro de que decidieras no leer mi mente, porque ¿sabes una cosa? ¡Te odio! ¡Odio que me dejes de lado de esta manera, y odio que prefieras a Raven por encima de mi! ¡No soy taciturna! ¡Soy humana, y eso parece que no te basta incluso si soy tu hermana pequeña! ¡Iros los dos al infierno! ¿¡ME OYES!? ¡AL INFIERNO!", grité en mi mente lo más fuerte que pude, en un vano esfuerzo por que mi hermano mayor escuchara mis pensamientos. Despues de aquello me quedé dormida, aún con lágrimas en mis ojos.

***

Francia, 1962

Erik había comenzado a rastrear y perseguir a Klaus como si se tratase de un sabueso en busca de su presa. Acababa de llegar a un banco, donde esperaba encontrar alguna de las respuestas que buscaba tan desesperadamente. Una vez entró añ banco, se presentó ante el presidente, hablando con él en un impecable Francés.

–La posesión de este oro es ilegal. –le dijo el dueño del banco al joven–. Debería informar a la policía.

–No hay que jugar a este juego. –le indicó Lehnsherr con un tono sereno.

–Entonces, ¿de dónde lo ha obtenido?

–De un amigo. –replicó el joven de 32 años–. Él me recomentó que viniera a su banco.

–Entiendo. –afirmó el dueño–. ¿Conoce nuestrs términos, señor?

–Sí. –replicó Erik mientras asentía, examinando la foto enmarcada de una niña–. Y usted debería conocer los míos. –le indicó con una sonrisa, tras dejar la foto donde estaba–. Este oro es lo que queda de mi gente. De sus posesiones derretidas. Arrancado de sus dientes. Éste es el precio de su sangre. –le informó al banquero, dejando clara su procedencia–. Y usted puede ayudarme a encontrar a los bastardos responsables de esto. –comentó con un tono ligeramente serio, observando cómo el hombre trataba de activar una alarma con su mano izquierda, donde portaba un reloj de metal, que el mutante utilizó para detenerlo–. Tch, tch, tch... –dijo el joven, haciendo un leve gesto con su índice a modo de negación–. No toque esa alarma. –comentó antes de levantarse y sentarse en la esquina de la mesa, cerca del banquero–. Necesito a Schmidt. Klaus Schmidt. –sentenció con un tono serio que no admitia amenaza alguna–. ¿Dónde está?

–Nuestros clientes no dejan direcciones. No en-

–¿No en este tipo de banco? –lo interrumpió Erik, finalizando por él la frase, paralizándolo con su mano derecha apoyada en su pecho, antes de fijarse en su boca, alzando su mano izquierda–. Rellenos metálicos, ¿eh? No es oro. –comentó con un tono airado–. ¿Preocupado porque alguien puede robárselos? –preguntó mientras continuaba manipulando el metal de los rellenos con fuerza.

–¡Argentina! ¡Schmidt está en Argentina! –exclamó el banquero, aterrorizado por lo que sucedía–. ¡Villa Gesell! ¡Por favor!

Erik continuño manipulando el metal, pensando en lo sencillo que sería matarlo allí mismo, pero en ese momento recordó la foto de la niña que había visto, lo que hizo que se decidiera. Tras unos segundos de forcejeo, el joven sacó el relleno de metal de la muela, agarrándolo con su mano izquierda.

–Gracias. –sentenció el mutante tras observarlo por unos breves instantes. Unos segundos después, Erik caminó lentamente hasta el lado opuesto de la mesa, recogiendo su maletín–. Me encantaría matarlo. –comentó, sin querer dar más explicaciones–. Recuerde mis palabras... Si le advierte acerca de mí, lo encontraré.

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