Capítulo D🍎S

Si la fachada de la pseuda gasolinera parecía haber sido protagonista de una película de terror, el interior era aún peor. Entramos a una especie de tienda de víveres, donde las arañas y demás alimañas se estarían poniendo las botas.

Seguí detrás de aquél hombre, pude comprobar con alivio que la apariencia de no haberse lavado en siglos, solo era eso, una apariencia. Olía a limpio, jabón neutro, sin ninguna fragancia en particular. Sin embargo, se me hacía agradable, ante tanta suciedad.

Aparte con el jarrón una gran telaraña que amenazaba con enredarse en mi cabello y con una mueca de asco me alejé de las mohosas estanterías.

—Esto servirá, ¿te gustan las albóndigas con tomate o salsa? —Preguntó dandome un susto.

La verdad, era difícil acostumbrarse a su voz si la comparábamos con su aspecto de indigente.

—Pues...

Lo vi agarrar un par de latas de uno de los estantes, observando con horror lo que parecía comida para perros.

—Eso no es comida para humanos, no voy a comerme esa cosa —le avisé con el ceño fruncido.

Por un segundo pude vislumbrar el atisbo de sonrisa en sus labios. Yo no supe qué demonios le había hecho gracia.

—Sí lo es, son albóndigas, están buenas y es lo que hay hasta que llegue Genaro a traerme provisiones.

Agarró una botella de agua de una de las neveras y abrió una puerta junto a la caja registradora. Lo seguí y recé para no encontrarme una pocilga en lugar de una estancia en condiciones óptimas para vivir.

Gracias a Dios, la pequeña sala situada a la derecha de un angosto pasillo, estaba ordenada y medianamente limpia. Por lo menos no había telarañas ni bichos, estos últimos, mi mayor preocupación.

—Siéntate, calentaré la comida y no toques nada —volvió a ordenar, esta vez mirándome fijamente a los ojos.

Gracias a la luz tenue de una bombilla desnuda sobre nuestras cabezas, pude ver que eran azules. Asentí, embrujada por su mirada llamativa y sumisa me senté en una de las sillas sin mirar antes si estaba lo suficientemente limpia para posar mi trasero en ella.

A la muerda... Qué más podría pasarme ya.

Entonces como si los planetas se alinearan para ponerme todo más difícil sentí mi vejiga protestar. Me estaba haciendo pis y me daba miedo hasta preguntar dónde estaba el baño. ¿Y si estaba tan sucio que cogía una enfermedad mortal? O mucho peor: ¿que cuando me sentara en la taza, algo me mordiera el culo?

Estaba casi segura, por no decir completamente que en esa casa habitaban más seres vivos que en un poblado de África.

Como no sabía si iba a poder ir al servicio en breve, me puse a observar el lugar. Había un par de muebles, figuras de madera con forma de animales colgadas de las pareces y unas cuantas fotografías enmarcadas encima de una mesa auxiliar junto al sofá verde limón.

La decoración dejaba muchísimo que desear. Nada pegaba con nada, era como si hubiese cogido el mobiliario de un vertedero, dándole igual los colores. Por un momento me dio miedo pensar que hubiese sido así.

De pronto escuché sus pasos, luego lo vi salir supuse de la cocina, con dos platos humeantes.

—Puedes soltar esa cosa en algún lugar, parece que fuera tu hijo —gruñe a la vez que deja los platos en la mesa frente a mí.

Lo ignoro deliberadamente y oliesqueo el aire para saber si aquello era de verdad comestible.

—No te vas a morir ni a contraer una enfermedad incurable si comes esto.

—Creo que solo estando aquí estoy infectada de mil y una cosas... ¿Cómo es que puedes vivir así?

Su cara se endurece y sin contestarme se retira una vez más dirección a la cocina. Dejo el jarrón junto a mí, mirando previamente la superficie por si lo ensuciaba. Entonces, me inclino sobre la mesa para ver más de cerca aquellas pequeñas bolitas de carne en salsa que aún chisporrotean de lo calientes que están.

Se podía decir que a simple vista no tenían mal pinta y el olor no me desagradaba del todo. Sin embargo, mi sentido común me gritaba que no comiera nada que no supiera de dónde demonios venía. A saber cuánto tiempo llevaban esas latas en el estante de esa tienda abandonada.

El hombre, que aún no tenía el placer de saber su nombre, volvió a entrar en la sala esa vez con un par de vasos llenos de agua y media barra de pan. Lo colocó todo encima de la mesa, sin limpiar la superficie, o ver si había algo que pudiera ensuciarlo. Se sienta con parsimonia, sin darme un vistazo y coge un trozo de pan para después meterlo en la salsa y comérselo.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté sin haber tocado la cuchara aún.

Mis tripas rugían de hambre, pero me conformaba con beber agua de vez en cuando. Prefería esperar a que arreglara el coche y así irme a un sitio más... Salubre.

—Damián. Ahora come o morirás de hambre.

Hago una mueca y con desagrado le doy una nueva mirada al plato.

—De algo tendré que morir —Digo queriendo hacer una broma.

La verdad es que no quería ser tan mala y volver a recalcar que aquello lo tenía hecho un asco. Pero era un hecho. Aquella casa no era un lugar donde vivir.

—¿Sabes si podrás arreglar hoy mi coche? —pregunto nerviosa, cogiendo un poquito de pan y acallando al león de mi estómago.

—No lo sé, aún no sé lo que le pasa —contesta llevándose otra buena cucharada de comida.

Verlo comer solo hace que mi hambre aumente y agarre otro trozo de pan.

—¿Vives solo?

—¿Es que no oíste lo que te dije? No me gusta hablar, menos que me hagan preguntas. Si vas a comer como un jodido pajarito, agarro alpiste en vez de comida. ¡Joder!

De pronto el estómago se me cerró de golpe como también lo hizo mi boca. No conocía a ese tipo, ni qué intenciones tenía realmente. No sabía si era un asesino, un violador, y yo estaba allí sola sin un teléfono ni posibilidad de escapar si algo llegase a ocurrir.

Tenía un arma y piernas fuertes para correr. Yo con los tacones y el vestido que llevaba a lo máximo que podría llegar sería comer arena.

Damián comió en silencio hasta que se acabó su plato y el mío, dejándome el pan para mí. Hacía años que no lo probaba, sin embargo, me parecía la mejor opción comparándolo con la comida enlatada que a él parece encantarle.

Después de recoger la mesa, tirándolo todo al fregadero, me hace una señal con la cabeza dándome a entender que íbamos a ver mi coche. Con celeridad, me levanto de la silla, agarro el jarrón y lo sigo de cerca. Tan cerca que cuando dio un paso hacia atrás chocó conmigo hasta casi hacerme caer.

Sus manos agarraron mis brazos con fuerza, haciéndome equilibrar. Jadeé y cuando abrí los ojos lo tenía a un palmo de distancia de mi rostro.

—No me gusta que esten tan cerca de mí —sisea mirándome fijamente.

Me deshago de su agarre, dando un paso atrás lejos de su cuerpo. Él se queda ahí plantado en mitad del pasillo, semioscuro.

—Lo siento pero si no hubieras andado hacia atrás no nos hubiéramos ni tocado.

—Mantente alejada y no vuelvas a mirarme de esa manera. Nunca.

se gira, abre la puerta y en vez de salir atravesando la tienda, salimos directamente al exterior. El sol me hace cerrar los ojos y el calor aprieta más incluso que antes. Me quedo en silencio y atrás, sin que se de cuenta de mi presencia. No vaya a ser que lo próximo que me diga es que no le gusta que nadie respire a su alrededor.

Pero entonces, estaba tan distraída por pasar desapercibida que no me di cuenta de por donde pisaba. Mi tacón se dobló, mis rodillas impactaron contra el suelo y caí de bruces haciéndome muchísimo daño. Lo que él no sabía, mientras me gritaba, que no soportaba la sangre. Y si era mía, mucho peor.

Lo último que recordaba, antes de despertar en una cama con una ropa que no era la mía, eran sus ojos asustados y su voz llamándome, antes de que me desmayara. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top