Getting Empire Virginia
Por: Aayla Le Fay (4682689_A)
Etapa: Infancia.
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La privada "Empire Virginia" era un lugar suburbano como cualquier otro, vecinos normales que salían todas las mañanas a trabajar, las esposas quedándose en casa ocupándose de los quehaceres domésticos, los niños por lo regular jugando al football y las pocas niñas que habían, peinando a sus muñecas. Aquel día de verano no era la excepción.
No obstante, aquel día, un enorme camión de mudanza llegaba al "Empire Virginia" y varios hombres salían del vasto vehículo de mudanza llevando cosas como sofás, un enorme televisor y lo que parecía ser un elegante piano de cola. Un par de niños de ocho y diez años, una niña pelirroja y un niño de pelo castaño oscuro observaban en la ventana.
—Vienen otros vecinos a esta privada tan aburrida —se quejó la chiquilla.
—¿Crees que sea un hombre o una mujer? —preguntó el niño.
—Eso es lo que vamos a averiguar.
La niña en un gesto abusivo puso sus manos en los hombros del niño para poder vislumbrar las pertenencias de los nuevos vecinos. Los hombres cargaron entonces la estatua de una gran águila y una enorme pizarra que tenía varias insignias militares. El pequeño de cabello castaño oscuro hizo el mismo gesto que la niña pelirroja.
—¡Oye! ¿Qué haces? ¡Me tapas!
—Es que creí ver la estatua de un águila y el escudo de los militares. Eso significa que se trata de un hombre.
—Claro que no. Es una mujer. ¡Mira!
La niña pelirroja señaló entonces un enorme tocador de porcelana y varios cuadros que reflejaban a una mujer hermosa con un vestido de satín, una corona, y un ramo de flores.
—¿Una miss militar? —preguntó el pequeño.
—Obvio no, tarado. Son marido y mujer.
—¿Cómo lo sabes?
—Ninguna mujer bella se ensuciaría la cara en un trabajo tan repulsivo como ser parte del ejército.
El niño siguió contemplando las cosas de la pareja recién llegada mientras los hombres seguían bajando cosas del camión, varios rifles y trofeos de cacería como cabezas de venado, jabalí, y osos. El chico se asustó, algo le decía que el esposo además de militar, era un gran aficionado a la cacería y a la taxidermia. Después de las cosas espeluznantes del esposo, siguieron los vestidos elegantes finos de la esposa, varias coronas y cetros de reinas belleza. Parecían ser una pareja como cualquier otra, no había nada sobresaliente. El niño empezaba a formular ciertas hipótesis, como que probablemente la pareja estaba recién casada, el esposo acababa de salir de la marina y la mujer era la clásica reina de belleza que esperaba casarse para tener una vida cómoda. El pequeño siguió observando, vio entonces que los hombres bajaban un estante de libros de lo que parecían ser partituras de música y un gran baúl de juguetes que eran claramente de un niño varón. La niña que estaba a lado del pequeño dijo.
—¡Ash! Otra pareja con un niño —se quejó la niña pelirroja. —¿Por qué en esta vecindad no hay niñas?
El niño de pelo oscuro dio una media sonrisa y siguió mirando distraídamente al camión de mudanza y a los hombres fortachones que seguían bajando las cosas del hijo de aquella pareja. La ropa perfectamente ordenada de colores cálidos entremezclados entre azul, naranja y morado. La ropa del niño era elegante pero a la vez desenfadada, quienquiera que fuese el hijo de aquella pareja, debía ser muy recto pero a la vez jovial. Cuando los señores terminaron de desempacar, la niña pelirroja se alejó de la ventana.
—¡Qué aburrido! Pensé que vendrían personas más interesantes. Mejor me voy a ver la tele, están dando Glee.
—Pero Asuka, tú odias Glee.
—Es mejor que perder el tiempo viendo a esa aburrida pareja perfecta —respondió la aludida.
La niña se alejó de la ventana dando brinquitos, el niño de pelo castaño rodó los ojos y se quedó en el marco de su ventana para ver a los hombres partir, alejándose de la nueva casa en venta. Los hombres hablaron con el jefe de la casa, un hombre corpulento, maduro, recio y de porte distinguido que con su mano esbelta entregaba a los hombres lo que parecía ser una pequeña propina, estos agradecieron y se marcharon con su camión.
Al momento en que se fueron, en el umbral de la puerta de la nueva casa apareció una nueva figura que al pequeño de pelo castaño le llamó la atención. Se trataba de un niño desagradado de cabellos grises, ojos rojos, vestido con un uniforme de marinero y zapatos oscuros ilustrados. El muchacho que parecía ser un poco mayor que el niño de cabello oscuro, se acercó a su padre, el hombre alto y recio le puso su mano en la cabeza de aquel chico, y tanto el padre como el hijo entraron a la casa.
El niño de cabello oscuro estaba sorprendido, no solo por el inusual color de cabello de aquel infante sino porque a pesar de que se trataba de un chiquillo de diez años aquel muchacho poseía una belleza que definitivamente no era de este mundo. Su rostro sereno y sus facciones parecían estar hechas de la más fina porcelana, y su dulce faz parecía más de un ángel que de un simple humano.
El muchacho de cabello oscuro sintió latir su corazón, el hijo de los nuevos vecinos lo había hecho palpitar de forma misteriosa. El niño estaba ansioso por saber más acerca de aquel nuevo vecino y la ansiedad lo estaba devorando. Alejándose de la puerta, se dirigió a su hermana.
—Asuka, iré a la tienda. No tardo.
La niña pelirroja no respondió y el niño salió de la casa para dirigirse a la nueva casa de los vecinos. Aquella pareja había comprado la casa más grande y bonita de toda "Empire Virginia", un enorme alojamiento con un estilo colonial latinoamericano, de grandes ventanas y luces, así como también una lujosa cochera.
Según lo que le había dicho su padre al muchacho de pelo castaño oscuro, aquella casa nadie la compraba porque era bastante cara y debido a su estilo tan exótico, muchos vecinos consideraban que era un enorme trabajo administrarla. Pasaron varios años sin que nadie ocupará la casa cuyo número era 78, pero ahora allí estaba una pareja, probablemente de dinero que se estaba alojando.
El niño de cabello oscuro estaba tan embobado contemplando la majestuosidad de la casa que no previno al hijo de la pareja que se acercaba a él.
—¡Hola! —saludó.
El niño que había ido a curiosear la casa se sobresaltó al escuchar aquella voz cantarina. Entonces lo contempló, se trataba del hijo de la pareja. El pequeño muchacho miró a su nuevo vecino que estaba mucho más hermoso cerca, su rostro se veía afable y tenía un porte distinguido. El recién llegado en ningún momento dejó de sonreír y con mucho trabajo el niño de cabello oscuro por fin habló.
—Ho...la.
—Tú debes ser mi nuevo vecino. Un gusto.
—Ehhh, sí —respondió el aludido bastante nervioso.
—Es una casa bonita, ¿eh?
—Sí —coincidió el pequeño.
—Mi padre está arreglando sus trofeos y mi madre está haciendo la comida. ¿Quieres pasar?
—No, no. —dijo el muchacho. —Mamá me ha dicho que es de mala educación entrar a las casas de desconocidos.
El nuevo vecino emitió una carcajada cantarina que se podía equiparar al canto del agua en los bosques para luego tomar la mano de su vecino. El otro notó que la piel de aquel muchacho albino era increíblemente pálida y su tacto, un tanto frío pero a la vez cómodo.
—Yo me llamó Kaworu. Nagisa Kaworu. ¿Y tú?
—Ahh, Shin...Shinji Ikari.
—Shinji Ikari. Un poema. Ikari Shinji-kun —respondió el muchacho guiñándole el ojo y volvió a encararlo. —Ahora que nos presentamos ya no somos desconocidos. Ven.
Era como si estuviese hechizado, Shinji se dejó llevar por la mano pálida y la voz melodiosa de Kaworu, y los dos entraron a la casa. El interior aún estaba desordenado con un montón de cajas por doquier, en las paredes colgaban varias obras que tenían algunos episodios bíblicos y otras eran representaciones de los dioses griegos. En medio del vasto salón se encontraba un hermoso piano negro y las columnas de la casa estaban decoradas con una enredadera.
En medio del desorden, una voz angelical se mecía en la casa. En la cocina estaba una mujer esbelta de cabellos grises, llevaba un pañuelo sobre la cabeza y lucía además un vestido floreado. Ella debía ser la madre de su nuevo vecino. La señora volteo a ver al niño y Shinji se sorprendió, aquella mujer no sólo tenía la belleza de su hijo sino que también poseía los mismos ojos rojos, un color profundo y hermoso que hacía un fuerte contraste con su piel, igualmente blanca.
—Hola, hijo —saludó afablemente la mujer.
—Madre, él es Ikari Shinji-kun. Nuestro nuevo vecino.
—Mucho gusto, señora.
—¡Oh, que modesto! Pero dime solamente Kagura, cielo. No soy tan vieja. —bromeó la mujer.
Shinji asintió, el pequeño sospechó que el carisma y la belleza de aquella mujer, su nuevo amigo los había heredado.
—Pero vayan a la habitación de Kaworu. En un momento les preparé algo. —dijo la mujer sin dejar de sonreír.
Kaworu asintió y escoltó a Shinji a su habitación que estaba localizada en la planta de arriba, justo frente al cuarto de los padres del albino. El dormitorio de su nuevo amigo era grande y había montones de cajas esparcidas por todas partes. Solo la cama permanecía tendida de forma cuidadosa. El niño albino se dirigió a una de las cajas y sacó lo que parecía ser un avión la Segunda Guerra Mundial, Shinji lo contempló.
—¿Es de colección?
—Así es. ¿Te gusta?
—Es lindo —susurró Shinji.
—¿Lo quieres? Te lo regalo.
—¿Qué? —preguntó asombrado el niño
—A mi papá le gusta regalarme todas esas cosas de la Segunda Guerra Mundial pero a mí no me entusiasman.
—¿No?
—No —contestó Kaworu revisando cuidadosamente el avión y luego volviendo sus ojos rojos a los de Shinji. —A mí me gusta más la música.
—¡Vaya! ¿Entonces el piano de cola es tuyo?
—Sí. ¿Cómo lo supiste?
Shinji se sonrojó, no quería decirle a Kaworu que él y Asuka habían estado espiando por la ventana. Probablemente si le contaba eso a su nuevo amigo, este se enojaría.
—Me lo dijo Asuka.
—¿Asuka? —el albino inquirió extrañado.
—Mi hermana.
Kaworu no borró su sonrisa y con su voz aterciopelada, se acercó a su nuevo amigo para colocar el avión entre sus manos.
—Si yo fuera un vecino de aquí y llegará alguien nuevo, también sentiría curiosidad.
Shinji se avergonzó y comenzó a temblar de los pies a la cabeza, Kaworu en cambio estudió con cuidado sus fracciones y movimientos. Su actitud calmada y sumamente despreocupada, contrarrestaban con el nerviosismo de Shinji, algo le decía que era como si aquel albino le estuviera leyendo la mente. El niño quiso decir algo pero el sonido de la puerta interrumpió y Kaworu se apartó.
—¿Sí? —dijo el albino con voz melodiosa.
—Ya está lista la comida, cariño. Dile a tu amigo que venga.
—Sí, mamá —respondió Kaworu.
Los niños se sentaron a comer cuando la madre de Kaworu los llamó. Kagura había preparado sándwiches acompañados con sushi y gyozas, el tímido muchacho alzó su mano para agarrar una de las gyozas, con cierta desconfianza con el palillo tomó el alimentó y lo contempló. Kaworu se carcajeó.
—No tiene veneno. Mi madre es una de las mejores cocineras de Japón.
—Je, je. Mi hijo exagera, Shinji-kun —explicó la mujer dando un gesto con la mano, restándole importancia.
—Lo digo en serio, madre.
Shinji contempló la hermosa cara de Kaworu y luego de la de su madre, sintiendo cierta confianza y cierta complicidad entre madre e hijo. El niño finalmente optó por hacerle caso a su nuevo amigo albino y comió la gyoza. Kaworu tenía razón, era el mejor guisado que había probado, ni siquiera su madre cocinaba tan rico como la señora Kagura.
—¡Delicioso! —pronunció Shinji con los ojos iluminados.
Kaworu y su madre sonrieron de nuevo con absoluta complicidad. Después de aquel bocado, Shinji comenzó a soltarse en la plática y desarrollar cierta confianza con su nuevo amigo, uno como no había tenido antes. Cuando terminaron de comer, el albino se ofreció a acompañarlo a su casa.
—¿Entonces estudias en la primaria "Ester", Shinji?
—Sí, ¿y tú? —preguntó Shinji, deseando que Kaworu fuese a su escuela para poder estar cerca de él.
—En la primaria "Greek Every".
—¡Oh! —suspiró Shinji en voz baja, agachando la cabeza con cierto desánimo.
Kaworu notó que el ánimo del otro había decaído y mirándole más de cerca, le habló con cierto optimismo y tocando su mano.
—Podemos vernos después de clases. Podríamos jugar. —Kaworu no dejó de sonreír en ningún momento y Shinji le soltó una sonrisa, recobrando el ánimo.
Kaworu tenía razón, después de clases podría verse. ¿Qué importaba que no estuvieran en la misma escuela? Podrían verse terminando las clases y jugar el resto del día. Los dos niños se detuvieron en el umbral de la puerta de Shinji y se miraron. El platinado se acercó al rostro de su amigo, Shinji se quedó muy tieso y sintió cómo de repente una suerte de descarga eléctrica invadiendo su cuerpo. No podía escapar de ella, era cómo si lo poseyera de los pies a la cabeza, lo máximo que pudo hacer Shinji es cerrar los ojos e imaginarse que estaba en un paraíso desconocido. Y aquel dios que lo hacía era Kaworu, ese niño de fracciones perfectas, ojos rojos y piel pálida como la nieve.
A pesar de que eran jóvenes, Shinji sintió un nuevo despertar de amor, queriendo por un instante un beso. No obstante, Kaworu se acercó a su oreja.
—Te estaré esperando —le susurró.
Después de eso, el albino se alejó y se despidió para ir en dirección a su casa. Shinji quedó sorprendido, abrió grande los ojos y su boca quedó entreabierta al ver a su amigo partir, al alejarse la cabellera plateada del niño resplandecía cómo la misma luna.
Sabiendo que ya era tarde, Shinji entró a su casa y fue corriendo a su habitación para asomarse a la ventana y contemplar la casa del albino mientras lanzaba suspiros. Dejó caer su brazo en el marco de la ventana, soltó un suspiro más y dio una mirada soñadora.
Fue a partir de allí que entre Shinji y Kaworu comenzó una especie de rutina cada día después de la escuela. Shinji solía regresar de clases e iba a la casa de Kaworu, donde ambos pasaban toda la tarde platicando. Como Kaworu era un alumno aventajado, en ocasiones ayudaba a Shinji estudiar, especialmente las lecciones de historia y música.
Con Kaworu fue que Shinji aprendió a tocar la flauta aunque no de una manera perfecta y ni sacando melodías preciosas como el albino lo hacía desde el momento en que ponía sus finos labios en la flauta. Shinji solo podía suspirar cada vez que miraba a su amigo tocando el instrumento y escuchando sus suaves melodías.
El castaño no entendía por qué sus emociones florecían y algo dentro de él amenazaba con despertar. Esa tarde no fue la excepción, cuando Kaworu le comenzó a dar lecciones para ejecutar el instrumento musical, el niño de cabellos plateados tomó la flauta de su amigo y poniendo sus labios comenzó a tocarla. El sonido fue adormeciendo los sentido de Shinji y una lágrima comenzó a resbalar por sus ojos.
—Shinji —interrumpió Kaworu.
—¿Eh? —dijo Shinji, saliendo de su trance y parpadeando unas cuantas veces.
—Estabas llorando. ¿Quieres que paremos la lección?
—No estaba llorando —exclamó el otro un tanto avergonzado. —Llorar es para niñas.
Eso al menos le había dicho su padre antes, Shinji por lo regular era un muchacho bastante emocional, cosa que le ocasionaba varios conflictos con su padre, siempre que le salían las ganas de llorar, su padre lo regañaba diciéndole: "Los hombres no lloran".
Sin embargo, debido a su gran sensibilidad, Shinji siempre terminaba llorando a escondidas, lo que también ocasionaba la burla de su hermana Asuka, quien le decía que tenía por hermano mayor a una princesita. No obstante, Kaworu dejó de tocar la flauta para sentarse en frente de Shinji, mirándolo con sus hermosos ojos rojizos.
—Mamá siempre dice que llorar es una necesidad del ser humano en mostrar emociones. Dice que si no lloramos no podemos expresar nuestros sentimientos.
—Ojalá mi madre se pareciera un poco a la tuya —suspiró Shinji.
—¿No te dejan llorar en tu casa? —interrogó Kaworu un tanto desconcertado.
El pequeño Shinji negó con la cabeza, dando a entender que no quería entrar en detalles sobre lo rígida que era su crianza, con unos padres que preferían el trabajo antes que a sus propios hijos. No obstante, su nuevo amigo parecía transmitir otra clase de acto, uno que el castaño no había conocido antes. Kaworu le dijo con su voz cantarina y hermosa.
—Puedes llorar si quieres.
—Kaworu, tú, eres estupendo —dijo Shinji mirándole con ternura.
El niño albino tomó la mano de su amigo y acarició su cabello.
—Para eso estamos los amigos.
—Sí —replicó Shinji.
En cuanto Shinji dejó la casa de Kaworu, este se acostó sobre su cama con los brazos hacia atrás y suspiró hondo. Cada vez que pasaba más tiempo con Shinji, reafirmaba con lentitud sus sentimientos hacia él, lo que más quería el niño albino era hacer feliz al otro, incluso no le importaba los conflictos que existían en su casa. El hecho de contemplar a Shinji y que él viniera todos los días a verlo, era un motivo de felicidad en la vida del joven Nagisa y todo lo que deseaba era que aquella felicidad nunca se terminara.
En la mente de Kaworu, el hecho de jugar con Shinji era un motivo para alegrar su día. No obstante, las discusiones con los padres de Kaworu eran cada vez más frecuentes. Su padre por lo regular regresaba después de una semana a casa y Kagura comenzaba a sospechar de las infidelidades de su marido. Cuando la madre de Kaworu confirmó sus sospechas, se armó un gran escándalo en el "Empire Virginia". Las vecinas cada que veían a Kagura salir de su casa a comparar comida, cuchicheaban entre sí.
—Mírala, pobrecita. Su marido la engañó.
—¿Quién lo diría? Tan bonita y el marido poniéndole el cuerno.
Kaworu detestaba aquellos cuchicheos, al principio intentó ignorarlos pero cuando él y su madre salieron en una ocasión a comprar comida, una vecina gorda con tubos en la cabeza dio un susurro a su hija mientras lanzaban una mirada de desaprobación a Kagura, el niño albino no lo resistió más e intentó responderles a esas dos horribles mujeres. Sin embargo, su madre lo detuvo.
—Deja que ladren los perros, hijo —respondió con calma.
Por otro lado, Shinji se enteró también de los problemas por los que estaba pasando su amigo con sus padres, por lo que la tarde del lunes cuando regresó de la escuela, se dirigió directo a casa de su amigo. El niño castaño tocó la puerta, esperando ser recibido por Kaworu como él acostumbraba. Sin embargo, quien lo recibió fue la madre de su amigo, quien a pesar de la situación tan difícil por la que estaba pasando, Kagura recibió al niño con gran cordialidad.
—Lo siento, Shinji-kun. Pero Kaworu hoy no se siente bien.
—¿Qué? —inquirió Shinji perplejo, que temiendo algo grave, se apresuró a preguntar más. —¿Está enfermo?
Kagura negó con la cabeza de forma triste.
—No ha querido salir de la cama.
—Señora, déjeme pasar por favor. Quizás pueda ayudarlo.
—No creo que puedas. Se niega a ver nadie.
—No importa. Quiero hablar con él, quiero verlo —suplicó Shinji con gran desesperación. —Por favor, señora.
Kagura contempló al niño con aquellos ojos café que comenzaban a volverse acuosos. La mujer echó un suspiro y aceptó.
—Pasa entonces.
El niño agradeció que Kagura lo dejara pasar y se dirigió al cuarto de Kaworu, que como era de esperarse, estaba cerrado con seguro. Shinji no se le ocurrió otra cosa que tocar.
—Kaworu, ábreme.
Hubo un gran silencio. Shinji en respuesta aquel silencio, volvió a tocar esta vez con más fuerza y levantando un poco más la voz.
—Por favor —chilló.
—Vete de aquí, Shinji —respondió Kaworu con una frialdad que no era propia de él.
—¡No! —dijo tajante.
—No quiero ver a nadie —replicó el albino.
—No me iré de aquí hasta ver qué tienes —respondió Shinji. —Si no abres la puerta, me quedaré a dormir aquí si es necesario.
Shinji estaba dispuesto a cumplir con sus amenazas y a pesar de que Kaworu ya no le respondió, se sentó frente a la puerta hasta que sintió que esta se abría de forma violenta. El niño se movió de forma rápida y pudo ver a Kaworu con su usual cabello despeinado, llevaba puesto unos pantalones de pijama con la cara de Darth Vader y una enorme sudadera gris oscura. Mostraba una expresión somnolienta, además de una cara de pocos amigos y sus ojos lucían más aterradores que lo usual, cosa que provocó que Shinji se hiciera para atrás.
—Ya me viste. ¡Adiós! —dijo el niño e intentó cerrar la puerta pero Shinji puso el pie y entró a la habitación de Kaworu sin que este pudiera hacer nada.
—Yo sí quiero verte y no me iré hasta que me digas qué tienes.
—No lo entenderías —aseveró el niño albino.
—Quiero entenderlo —replicó Shinji. —Quiero entender todo lo que concierne a ti.
Nadie más que Kaworu se sorprendió de las palabras que decía Shinji. ¿Dónde había quedado aquel niño inseguro que lloraba por cualquier pequeñez y que cada vez que él o su madre le sonreían se acomplejaba? Kaworu sospechaba que hasta el propio Shinji se asombraba con esa determinación.
—Kaworu-kun si es por tu padre, yo...--
—¡No! —exclamó Kaworu. —No se trata de ese monstruo que nos engañó a mi madre y a mí.
—¿Entonces? —inquirió Shinji.
Kaworu se recostó sobre el costado de su cama tomando la mano de Shinji para que se sentará. El castaño obedeció sin desprender los ojos de su amigo.
—Shinji-kun, mi madre y yo nos iremos a vivir a Dublín con mi abuela.
—¿Qué? —dijo Shinji, aquella noticia hizo que el corazón del pequeño diera un brinco brusco y sintió que todo le daba vueltas. —Debes estar bromeando.
—Yo desearía que así fuera. Hoy le dije a mi mamá que la odiaba porque me iba a apartar de ti —confesó Kaworu con lágrimas en los ojos, utilizando la manga de su sudadera para secarlas.
—Pero solo llevas aquí cerca de cuatro meses. ¡No puedes irte!
Kaworu no tuvo valor de mirar a Shinji a los ojos para decirle que su partida era inevitable y que dentro de unas semanas ya no lo vería nunca más. Eso ponía al albino de muy mal humor, incluso como para gritarle a su madre, cuestionándole que lo obligaba a mudarse de nuevo.
Tratando de no perder la poca calma que tenía, lo cual era difícil puesto que a pesar de que Kaworu era demasiado era maduro para su edad, según sus padres y el resto de sus parientes, él seguía siendo un niño. Si hasta le había dicho a su madre que la odiaba por alejarle de a Shinji. Replicando las palabras que su progenitora le había dicho en el desayuno, Kaworu suspiró y dijo.
—Está casa le pertenece a mi padre y como mi madre pidió el divorcio, él se negó a darle esta casa. Mi abuela le ofreció a mi madre su casa en Irlanda. Nos iremos allá mientras intenta independizarse de mi padre.
—No puede ser. ¿Tan cruel es tu padre? —preguntó Shinji.
—Siempre ha sido un saco de basura —dijo Kaworu con un brillo inusual en sus ojos.
—¿Pero acaso no tienes parientes aquí, Kaworu?
Su amigo negó con la cabeza, entristecido por no darle esperanzas a Shinji sobre la posibilidad de quedarse con él.
—Lo siento, Shinji-kun. Sé que me odias por tener que irme.
Shinji en ese momento mostraba varias emociones sobre la noticia de que pronto Kaworu se iría pero ninguna se acercaba al odio. Él nunca podría detestar aquel niño albino de ojos rojos, su amistad florecía de una manera pura y hermosa, tornándose en algo más sólido. Acercándose a él, el niño castaño le ratificó sus sentimientos.
—Nunca podría odiarte, Kaworu-kun. Tú has sido muy bueno conmigo.
Kaworu se acercó a Shinji y ambos se dieron un fuerte abrazo, los dos lloraron y se consolaron mutuamente. Ambos deseaban que el tiempo se detuviera en ese instante para siempre, qué importaba el mundo, qué importaba los problemas entre los padres de Kaworu, ese era un momento íntimo entre ambos niños. Algo que hasta podría catalogarse como una despedida entre amantes.
La privada de "Empire Virginia" vio partir la noche del lunes a una madre con un pañoleta sobre su cabeza y una gabardina, tenía una enorme maleta en una mano y en la otra sujetaba a su pequeño hijo. Aquella tarde tan triste, Shinji se quedó contemplando la casa donde el albino y su madre vivían. Ahora estaba ocupada por la otra mujer del padre de Kaworu, una tipa bastante vulgar de cabellera rubia y busto enorme.
Shinji no quería voltear a ver la casa y siempre que regresaba de la escuela evitaba contemplarla, no quería que se le estrujara el corazón. Aquella tarde, para Shinji no fue la excepción, llegó a su hogar y encontró que su hermana Asuka veía la televisión como de costumbre, por lo que planeaba encerrarse en su cuarto y hacer la tarea. No obstante, la pelirroja volteó a ver a su hermano mayor.
—¡Hey! —dijo ella. —Tienes una carta
—¿Para mí? —preguntó Shinji que estaba a medio subir las escaleras.
—Sí. Enviada desde Dublín.
Al escuchar el nombre de la capital de Irlanda, el corazón de Shinji dio un vuelco. La persona que le envió aquella carta no debía ser otro que Kaworu Nagisa, el castaño corrió hasta donde su hermana se encontraba y apresuradamente leyó la carta junto con la dirección. En efecto decía para Shinji Ikari, de parte de Kaworu Nagisa. Asuka un tanto extrañada preguntó de forma petulante.
—¿Es de ese niño raro del 78?
Shinji no le contestó, solo le dio las gracias a su hermana por darle la nota y corrió a encerrarse a su habitación para leer la carta de Kaworu.
Querido Shinji:
Este tiempo en Irlanda se me ha hecho una eternidad. Mamá y yo nos quedamos en casa de mi abuela. Nuestra casa es muy pequeña pero se encuentra al lado de un jardín, en frente de un palacio. Mamá dice que le perteneció a un rey que quería mucho a un príncipe de otro reino lejano. Una tarde, al príncipe le dijeron que tenía que casarse con su prima, una princesa de otro reino lejano, para que su dinastía no desapareciera nunca. El príncipe no quería casarse, pues el amaba profundamente al rey, y quería estar siempre con él. No obstante, el rey le dijo: No importa lo que suceda ni con el tiempo ni con la muerte, mi corazón siempre será tuyo, estaremos entrelazados más allá del tiempo.
El rey cumplió su promesa, mil años después, cuando los estadounidenses profanaron su tumba encontraron su esqueleto abrazado a uno de menor estatura. Se determinó que se trataban del rey y el príncipe unidos por siempre. Esa historia me dejó pensando mucho en ti, Shinji-Kun, y lo mucho que disfruté viviendo y compartiendo contigo momentos en Empire Virginia.
Te haré la misma promesa que le hizo el rey al príncipe, no importa lo que suceda ni con el tiempo ni con la muerte, mi corazón siempre será tuyo, estaremos entrelazados más allá del tiempo. Pero yo te prometo que nos volveremos a ver, sin importar que yo esté en un avión o tú en desierto. Nos vamos a volver a ver otra vez...porque yo te amo.
Tuyo, Kaworu.
Shinji lloró mientras leía la carta de Kaworu, pero esta vez su llanto era diferente, en él cabía un halo de luz, esa debía ser la esperanza de un amor juvenil y con posibilidad de un futuro mejor. Después de mucho tiempo de sombría presencia y días de penumbra, el semblante de Shinji se iluminó y sus ojos adquirieron un brillo de alegría.
El mañana lucía prometedor con aquellas palabras que Kaworu le enviaba, diciéndole que se volverían a encontrar y que no importaba el espacio ni el tiempo, ellos estarían unidos eternamente. No importaba que ambos fuesen tan solo niños o que fuera un amor entre varones, no importaba nada, solo ellos dos. Era como un espacio vacío que no poseía un principio ni un final. Reflexionado para sí, el niño dijo en una voz queda.
—Realmente mañana será otro día.
FIN.
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