Capítulo 2: La ratita de Queribus

No sabía qué esperar. Alix estaba un poco nerviosa, apretaba sus manos sin cesar.

El camino fue más largo de lo que imaginó. Cuando salieron del castillo de Queribus no fueron directo a París, sino que visitaron las principales villas de Provenza. Bernard le dijo que quería que conociera los caminos y a los señores en caso algún día lo necesite.

Alix visitó Cabaret, el que pronto sería el hogar de su querida Guillenma. Conoció cuál era la ruta a Saissac, aunque nunca llegó a pisar esas tierras. Pasó por Carcasona, y conoció al joven vizconde. Visitó Tolosa, Narbona, y llegó a una encomienda templaria, donde un tal Froilán de Lanusse la recibió bien.

También fue a Béziers, y conoció a una simpática niña llamada Bruna. Por alguna razón, Bernard le pidió que la viera bien, que recordara cada detalle de esa muchachita. Cierto que la tal Bruna era encantadora, pero no entendía qué importancia podría tener una niña así, incluso menor que ella.

—Algún día lo sabrás —respondió Bernard—. Pero ahora solo ten presente eso y nunca lo olvides: Bruna es muy importante dentro de la orden.

—Bien. —Fue lo único que dijo aquella vez.

Siguieron el camino, pasaron por Montpellier, para luego de varios días cruzar al Ródano en una barcaza algo precaria. Ella ya no podía esperar más. Estaba ansiosa por llegar a París y cumplir con su misión. El señor Bernard se lo dijo, tenía que ser muy cercana a Guillaume y a todo el que lo frecuentara.

Apenas tuvo tiempo de apreciar París, pero lo que vio le bastó para hacerse una idea. En verdad nunca visitó una ciudad tan grande como esa, ni siquiera Carcasona se le parecía. De la isla en medio del río Sena se podía ver la catedral, las bellas casas de los nobles, las murallas, el castillo. Y todo eso rodeado de tantas cosas que parecían crecer desordenadas. La université, y otra parte de la villa que parecía llena de gente, de barcas, de negocios. Hasta pensó que no le daría la vida para recorrer todo.

Bernard no se detuvo a dar explicaciones, se dirigieron de inmediato a la casa de los Montmorency. París le parecía una ciudad grande y también algo caótica, eso quizá era porque había mucha gente a la que cuidar, y los señores no tenían tiempo para todos. "O quizá no les importa", se dijo convencida.

Para variar, encontraron la casa alborotada. Había una fiesta, era cumpleaños del señor, hermano del esposo de la dama Oriza. El gran maestre y ella entraron por otro lado con discreción, pareciera que nadie tenía voluntad para atenderlos, hasta que la misma dama envió a sus siervas.

Primero entró el señor Bernard, quien de seguro andaba dando instrucciones y eso, pues estaba demorando mucho en salir. Alix se encontraba sentada en una silla, en un pasillo solitario, moviendo las piernas de un lado a otro de puro aburrimiento. ¿Cuánto tiempo más iban a tardar? Había andado mucho, como para encima aguantar la paciencia de una dama engreída.

Cuando al fin el señor Bernard salió, lo hizo solo. Se acercó a ella y posó sus dos manos en sus hombros, se agachó y se puso a su altura.

—Ahora todo depende de ti, Alix. Confío en que lo harás bien.

—Yo también lo espero, mi señor.

—Puedes enviar informes para mí cuando desees, se los darás a la dama Oriza, y ella me los hará llegar en la correspondencia secreta. —Alix asintió. Justo entonces la puerta volvió a abrirse, y una doncella apareció.

—La señora Oriza quiere ver a la muchacha.

—Ha llegado tu momento. Suerte, pequeña.

Luego de despedirse de Bernard, Alix siguió a la doncella en silencio hasta que llegaron al lugar donde la dama que sería su tutora esperaba. La vio de espaldas, y contuvo la respiración. No iba a negarlo, tenía cierto temor. En Provenza hablaban del terrible carácter de esa mujer y de cómo todos cedían ante su voluntad, se preguntaba si sería igual de dura con ella. "Pero eso no importa, yo soy Alix de Queribus, sobre mí no pasará ninguna engreída", se dijo convencida.

—Señora, la dama está aquí —anunció la doncella. En ese instante, Oriza se giró. Alix se quedó quieta mientras sentía que la señora la examinaba de pies a cabeza.

—¿Dónde? —dijo de pronto esa mujer. Alix se sintió indignada, ¿quién se había creído que era para decir eso?

—Yo soy Alix de Queribus —dijo lo más firme que pudo. O lo intentó. Oriza y su mirada fiera la hicieron callar de inmediato.

—Ratita. —Fue lo único que le dijo y hasta le pareció ver que sonreía con cierta burla—. Oriza de Labarthe no bajará a la fiesta de su cuñado con una ratita. Pónganla decente, rápido.

Alix no tuvo tiempo de mandar a volar a esa dama altanera, se quedó con la palabra en la boca cuando las doncellas se la llevaron. Contenía la rabia que le daba ser tratada como un estorbo para esa mujer. Que si, era hermosa, pero no tenía ningún derecho a llamarla "ratita". Ah no, esa presumida se las iba a pagar, nadie se metía con ella y salía ileso.

Cuando las doncellas terminaron de arreglarla se quedó algo sorprendida. Se veía, vaya.... Hermosa. Como una dama muy joven, pero una dama al fin. Una dama linda, como siempre quiso su tío Xabaret que fuera. Aún contrariada por su nueva apariencia, las doncellas la sacaron por un pasillo donde al fin se encontró con la señora Oriza.

—Escúchame, ratita. —Alix frunció el ceño. Pero ya se las iba a pagar, vaya que si—. Muchas mujeres inútiles de París sueñan con ser parte de mi círculo cercano, pero tú tienes el honor de acompañarme, según las órdenes del señor Bernard. Te presentaré como una sobrina huérfana que llegó hoy. No digas mucho, si preguntan por tus padres solo di "que es muy doloroso" y no quieres hablar de eso.

—Claro. —Igual no tenía intención de hablarlo.

—Te señalaré a Guillaume de Saissac apenas lo vea, sé discreta. Es un muchacho joven, pero vive con los Montfort y anda siempre con el heredero, Amaury. Puedes empezar por ahí.

—Bien.

—Me complace lo hayas entendido, ratita.

—Señora, no me gusta que me llame así...

—Cállate. Andando.

Oriza la desesperaba. Apenas la había conocido y ya no la soportaba.

Cuando entraron al salón se hizo silencio y Alix no supo qué cara poner, menos qué pensar de esa demente que hacía un momento la miró con desprecio y le dijo "ratita", pero que de pronto sonreía radiante para los invitados, y saludaba con mucha educación a su cuñado, el señor principal de los Montmorency.

Notaba que Oriza llamaba la atención, y por eso ella también. Era la primera vez que la veían en París, y además en una fiesta importante, por supuesto que hubo murmullos. Cruzaron el salón, los invitados la saludan, Oriza apenas asentía. Y cuando al fin estuvieron ante el señor de los Montmerency, la dama hizo una inclinación que ella trató de imitar. 

—Querido cuñado, ella es Alix —la presentí al fin, haciéndose a un lado para que todos la miraran—. Es una pobre sobrina mía que ha quedado huérfana y no tiene a nadie en el mundo, así que he tomado su tutela.

—Siempre tan generosa, Oriza, un ejemplo para la cristiandad. —"¡Pero si es una grosera!", se dijo escandalizada Alix, fingiendo una sonrisa.

—Y yo agradezco mucho vuestra hospitalidad, señor. Mi tía Oriza es una gran mujer, es un honor para mí estar ahora bajo el cargo de una dama tan admirable.

—¡Pero si es un encanto! Llévela con las niñas de su edad, cuñada. Se va a aburrir entre nosotros.

—Claro que sí, ven conmigo.

No podía creer que logró ser tan hipócrita, Guillenma estaría orgullosa de sus modales. Oriza y ella avanzaron por el salón, Alix miraba con discreción a los lados, hasta que la dama se detuvo.

—Ese —dijo despacio— es Guillaume. Bernard confía en ti y espero no lo decepciones. Haz lo que tengas que hacer.

—Si...

Para cuando se dio cuenta, Oriza había retrocedido para ir junto a su esposo y los demás Montmorency. Estaba sola en el salón.

Al fin tenía frente a ella a Guillaume, y no era como lo imaginó. Se veía muy joven y además parecía distraído. Se suponía que tenía que caerle bien al chico, y no sabía cómo, considerando que era mayor. Respiró hondo y avanzó, ella sería "ratita", pero Oriza era una rata que la había dejado ahí sin siquiera presentarla y sin compañía. Avanzó despacio, como tanteando el terreno.

Fue entonces que lo vio. Hasta el momento solo se había fijado en Guillaume, pero de pronto llegó ese otro. Alto, delgado, con un bello cabello negro rizado. Tendría la misma edad de Guillaume, y en realidad le pareció muy simpático. Al verse, los dos jóvenes se escabulleron y hablaron con complicidad. Alix se acercó con discreción. Lo que sea que esos dos iban a decirse, le interesaba, eso podría ser la clave.

—¡Me habló, me habló! —dijo el chico recién llegado a Guillaume.

—No puede ser cierto...

—¡Pero te lo estoy diciendo! Me acerqué a ella, le recordé que soy el heredero Montfort, me sonrió, y le hice prometer que me reservara una pieza en el baile.

—¡No te creo! —Guillaume hablaba con cierta emoción, como si celebrara una gran hazaña—. ¿En verdad crees que lo haga? Esa dama no baila con nadie así no más...

—¿Y eso qué? Soy un Montfort y tú deberías recordarle que son de Provenza, quizá así...

—Shhh... mira...

Alix también miró. El baile estaba por iniciar, y Oriza avanzaba al centro junto con su esposo. Los dos muchachos se quedaron viéndola en silencio, y Alix notó como ambos suspiraron.

—Es hermosa... —dijeron a la vez. La niña sonrió. Listo, lo tenía. Una forma de acercarse a Guillaume, y de paso vengarse de Oriza.

—¿Hablan de mi tía? —Al escuchar aquello, ambos se sobresaltaron y giraron de inmediato con sorpresa.

—¿Y esta dama de dónde salió? —preguntó Guillaume.

—Más bien diría duende —dijo el otro. Alix apretó los puños. En fin, esos dos se la iban a pagar también.

—Espera, dijo que su tía es la dama Oriza —dijo Guillaume

—Eso no es cierto —contestó el otro muchacho—. Nunca la hemos visto aquí.

—Como quieran, iré a decirle a mi tía que dos nobles y jóvenes idiotas sueñan tener un baile con ella, pero nunca pasará.

—Espera, espera —la detuvo Guillaume—. ¿En serio eres sobrina de la dama Oriza?

—Llegué hoy, claro que soy su sobrina. Solo andaba por aquí, y escuché sin querer la conversación.

—Si, claro, sin querer —ironizó el otro chico—. Ya olvídate de ese duende, ni siquiera sabe quiénes somos.

—Guillaume de Saissac y Amaury de Montfort, por supuesto. —Eso último lo supuso. Oriza mencionó que Guillaume era buen amigo del heredero Montfort, y quizá era ese chico.

—Eres un duende astuto —le dijo el joven Amaury. Hasta le pareció notar que sonreía.

—Así que les gusta mi tía Oriza.

—Es una dama encantadora —le dijo Guillaume, siendo lo más educado posible.

—Quizá pueda hacerles un favor. No sé, quizá hablar bien de ustedes, ¿no creen?

—¿Y por qué harías algo así? —le dijo Amaury, arqueando una ceja y llevándose una mano al mentón.

—Si ustedes son buenos conmigo, seré buena con ustedes. No conozco a nadie aquí, y los dos parecen ser jóvenes reconocidos. Quizá si me presentan, quizá si me tratan bien... Si, mi tía se sentiría muy satisfecha.

—Déjame ver si entendí —le dijo Amaury—. Quieres usarnos para hacerte conocida en la corte de París, nosotros seremos tus protectores, y tú nos acercarás a la dama Oriza.

—Tú lo has dicho.

—Es una mocosa astuta. —Aunque a Guillaume no parecía hacerle mucha gracia el trato. Alix sonrió, ya los tenía donde nos quería.

—Un duende, mi buen amigo. Los duendes son muy astutos.

Amaury le sonrió. Se agachó un poco y posó despacio una mano en su hombro. Ambos se miraron a los ojos en silencio por un instante. Sin querer, Alix también sonrió.

—¿Cómo te llamas, duende?

—Alix. Alix de Labarthe —contestó, tomando el lugar de origen de Oriza para hacer su mentira más creíble. Al escucharla, Amaury la miró con asombro.

—¡Alix! Así se llamaba mi madre, qué curioso.

—Sí, qué lindo... —murmuró, pues no supo qué contestar. "Así se llamaba". Eso quería decir que la señora estaba muerta.

—Alix, mi nuevo duende querido —continuó Amaury, mostrando una sonrisa que le pareció encantadora—. ¿Sabías que ya te adoro? —La muchacha rio. Algo le decía que se iba a divertir mucho con esos dos.



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Y así fue como el duende del mal conoció al par de sátrapas, digo, a Guille y Amaury versión jóvenes babosos xdddd

Meme para no perder la costumbre 

PD. En el próximo capítulo sale un salto temporal de dos años



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