En tierra transilvana

Estaba nervioso, y no solo por el viaje que iba a comenzar. Tenía la sensación paranoica de que algo iba a ocurrir. No podía evitar sentirse ansioso, algo que nunca le había ocurrido en otros viajes en avión.

Una vez sentado en su lugar, se puso el cinturón de seguridad con aprehensión. No quería estar ni un solo instante sin la protección de algo, así fuera un simple arnés que no haría nada en caso de impacto. Eran cosas que lo dejaban más tranquilo.

Sus dedos tamborileaban sin cesar sobre el apoya brazos. La persona a su lado le lanzaba miradas poco sutiles, que expresaban cuánto le molestaba su actitud. Bram se limitó a sonreírle a modo de disculpa, avergonzado.

Ese viaje era uno de sus sueños pendientes. Por eso, le había parecido genial que lo desafiaran a hacerlo. Feliz con la oportunidad, había planificado todo para que saliera perfecto. Sin embargo, el mal presentimiento agitaba su mente y provocaba un latido errático y doloroso en su corazón.

Miró su móvil, comprobando la dirección a la que me tenía que dirigirse. El nerviosismo, que había mermado apenas pisó tierra firme, volvió a él. El revoloteo en su estómago se acentuó y los vellos de su nuca se erizaron ante la idea de que pronto estaría en el bosque en el que Drácula deambuló durante tanto tiempo. Respiró hondo y cuadró sus hombros, dispuesto a cumplir su sueño.

**********

Su primera noche en el Westenra, una posada alejada de todo y ambientada en honor al vampiro más famoso de la historia, fue un tortura. Le había costado horrores dormirse, a pesar de estar agotado física y mentalmente.

No era algo para extrañarse. Nada más terminar su cena, una muchacha alta como un gnomo y delicada como una ninfa se le acercó. Bram creyó que sería para recoger su plato vacío, pero no.

Herr Schmidt, disculpe que lo moleste, pero hay algo que debe saber —le dijo, en voz baja.

—¿Hay algún problema con mi habitación? —quiso saber, extrañado.

—No exactamente —respondió críptica—. Verá, aquí las cosas son distintas a la ciudad. Los extranjeros nunca nos creen, pero míreme a los ojos y verá que no miento. La noche trae cosas... Cosas malas.

Aquello, lejos de asustarlo, lo emocionó.

—¿Vampiros? —susurró entusiasmado.

—¡Por Dios y la Santísima Virgen! —murmuró con miedo, y se hizo la señal de la cruz— No los llame, se lo ruego. Escúcheme bien, Herr Schmidt: no se asome a la ventana luego de la medianoche y bajo ninguna circunstancia abra la puerta si alguien la golpea.

—No me diga que cree en esas cosas —comentó divertido.

Vamos, que le encantaba todo el asunto vampiresco, pero de ahí a creer que realmente existían había un abismo.

Die Toten gehen schnell, Herr Schmidt —susurró y se apresuró a traducirle— Los muertos van deprisa, y una vez que lo encuentran, no se puede escapar de ellos. No cometa locuras. Quédese en su habitación y haga el tour de día. Es más seguro.

"Pero no tan divertido", pensó Bram.

—De acuerdo, gracias por la advertencia —le dijo, con una sonrisa indulgente.

Se puso de pie, saludó a la muchacha y se dirigió a su habitación. Le temblaban las manos de la emoción. ¿Había llegado el momento de creer? ¿De verdad, esos seres tan geniales existían? ¡No podía esperar para comprobarlo!

Había emprendido ese viaje con la ilusión de ver en directo paisajes y lugares de los que solo había leído y visto fotografías. No esperaba nada más. Aquello encerraba suficiente emoción en sí mismo. Como un potterhead visitando el parque temático de su universo; o el fan de Miyazaki recorriendo el emblemático museo del estudio Ghibli.

"Vampiros de verdad", repetía en su cabeza, mientras armaba su mochila para una excursión nocturna. La sonrisa se le descontrolaba, como niño en dulcería.

El crepúsculo lo maravilló nada más salir de la posada. Emprendió el sendero del bosque, por donde le indicaba el letrero que estaba el castillo en el que se había inspirado Stoker para su novela. Se aseguró de tener a mano su linterna, ya que una vez dentro, el espeso follaje filtraba gran parte de la luz. De hecho, se filtraba cualquier sonido que indicara vida también.

Un letrero nada más ingresar a la zona lo hizo sonreír. Era como el que encontraba Jonathan Harker en su novela favorita. Se parecía a la frase que le había dicho la chica del hospedaje. Le pareció un excelente detalle para el tour al castillo.

Media hora vagando por el lugar le bastó para que la sensación de inquietud y ansiedad volviera a él. Tarareó una canción para no sentirse tan solo, pero fue rápidamente acallado por el graznido de un cuervo.

Se sobresaltó y el corazón comenzó a latirle desbocado, provocando dolor en su pecho. Quizá, no había sido tan buena idea caminar solo por ahí. Pensó en volver, pero al voltear se dio cuenta de que se había salido del sendero y no tenía ni idea de dónde estaba parado.

Un relincho a la lejanía lo hizo caer al suelo, paralizado de terror.

"Die Toten gehen schnell", recordó.

Se llevó las manos a la cabeza y tiró de su cabello negro, haciendo que algunos pelos se le salieran.

El sonido se repitió, haciendo que se pusiera inmediatamente de pie y corriera en dirección contraria al sonido.

No pasó mucho hasta que vislumbró a lo lejos un resplandor verdoso. Creyó que sería, tal vez, un campamento en medio del bosque. Se apresuró hacia ese lugar, algo aliviado por haber dejado de escuchar al caballo.

El terreno ascendió un poco y no pudo ver qué había del otro lado de la colina, hasta que llegó a la cima. El espectáculo lo dejó sin palabras.

Cientos de personas avanzaban por un sendero ancho, en un desgarbado trote y haciendo ruidos extraños. Sus trajes correspondían a otras épocas y tenían como unas luces tenues. Era increíble, la mejor producción que había presenciado hasta el momento. De seguro, se dirigían al pueblo para algún show en honor al terror.

Los filmó un poco con su celular y miró alrededor, buscando la mejor forma de bajar hacia donde estaban. Lo intrigaba ese sistema de luces que no parecían led ni nada que hubiera visto antes.

Cuando estaba a metros de ellos, se sintió inquieto. El maquillaje que llevaban era tan bueno, que parecían zombies de verdad. Algunos, incluso, parecía que carecían de mandíbula. Entendió entonces el miedo que les tenía la chica de Westenra. Una persona sin acceso a internet o televisión se creería cualquier cosa que se le cruzara.

El sonido de una trompeta lo arrancó de sus cavilaciones. Los "artistas" apretaron el paso con la señal, sin importar lo que se les cruzara delante.

Bram descubrió con horror que no eran actores cuando vio que a dos de ellos se les desprendió el brazo por chocarse con un árbol; y que un tercero, al tropezar, se partió en dos por la cintura.

Otro ataque de la trompeta fue acompañado del rumor de multitud de cascos de caballo, galopando en su dirección. Animales relinchando y criaturas gruñendo se acercaban hacia donde él estaba parado, pero ignorando su presencia.

Y justo cuando pensaba dar media vuelta y huir, el que parecía el general de aquel ejército de muertos puso los ojos en él. Lo señaló con el dedo, generando una especie de humo que flotó hasta Bram y lo atravesó, dejándolo con sensación de ahogo.

Tenía que salir de ahí.

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