•|Epílogo|•

•|Epílogo: Tiempo, sangre, hueso y polvo|•

“Por favor, sin importar todo el tiempo que estemos en este mundo, nunca olvides esta alma y todo lo que ha hecho para llegar a tu lado.”

El cabello blanco bailó junto al fuego cercano con recato.

Ella no era una persona que rogaba por ayuda, no le gustaba pero reconocía sus propios límites a la hora de pelear y sin sus extremidades más fuertes y con un niño de cinco años esperándola en casa, Enji era su única opción. Era madre soltera por opción, en su momento pudo haber ido detrás de Shigaraki para ayudarlo cuando lo sintió cerca suyo ese día en donde murieron Izuku y Katsuki, pero no lo hizo. Se sintió traicionada después de todos esos meses que estuvo sola, mendigando amor por un hombre que a la hora de ver el destino frente a sus ojos, no pudo elegirla después de todo su camino juntos. Su pequeño hijo de cinco años, con esa mirada tan similar a la de su difunto padre, era un castigo por esa decisión pero la miseria era parte de su vida desde hace años, incluso antes de conocerlo a él. Y con más fuerza el día que los nomus la despojaron de su libertad física así que a sus treinta y cinco años estaba acostumbrada a que la vida la tratase así. Pero tuvo miedo, sin Tenko en su vida, el nombre de Afo seguiría persiguiendo sus pasos si no se aseguraba de que podía proteger a su hijo. Investigó a Afo por años hasta que halló su rastro en una Alemania marcada por el desarrollo. Y qu Enji estuviera viviendo ahí como embajador de Japón de la OMH fue mera suerte, una que agradeció cuando la ayudó a calcinar al vestigio viviente de su pasado.

Se posicionó a su lado, donde las cenizas se mostraban más oscuras. Era de noche, apenas entrando el invierno europeo, Afo había aprovechado los disturbios que rodeaban a la comisión para huir de Japón en un momento oportuno. Fue inteligente pero no lo suficiente como para cubrir sus pasos, sus ayudantes eran estúpidos y demasiado evidentes a la hora de espiar a Mirko y su pequeño Yuu. Después de unos cuantos huesos rotos, ellos lo traicionaron y Afo sin Shigaraki en la escena, era débil. Aún así, no lo suficiente para hacerlo sola, por eso apareció frente al elegante departamento de Enji en Berlín. En un principio no pudo reconocerlo, el hombre bordeaba los cincuenta y cuatro años pero apenas se le notaban, su cabello seguía al rojo vivo y su cuerpo mantenía el músculo debajo de la ropa.

Si Mirko era honesta, siempre había envidiado a Hawks por tenerlo, ahora estaba ahí, no era una visita casual en busca de un polvo que bien podría pedir; necesitaba ayuda y después de explicarle todo al ahora embajador, no tuvo que insistir mucho en pedirla. Una semana después, ahí estaban ambos, viendo las cenizas de un laboratorio clandestino a las afueras de Berlín, con Afo hecho un manojo de huesos negros y cenizas oscuras. La noche tan oscura como la carne y los cimientos del edificio en mal estado, rodeado por maleza seca y árboles lejanos. Una vista miserable pero suficiente para calmar a Mirko después de años investigando a un hombre que siempre la perseguía en sus pesadillas, amenazándola cada noche con quitarle a su preciado hijo.

Lo único de la vida que realmente le importaba.

La calma hizo mella en sus músculos y cayó de lleno en el suelo, las lágrimas mojaron sus mejillas y su risa tranquila rompió el crepitar del fuego. Había estado tanto tiempo temerosa que ahora, con su mayor miedo hecho cenizas, solo podía dejar que sus músculos y mente fueran más allá de la preocupación. Cerró los ojos y contenta sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta un pequeño juguete, el aroma suave de su hijo la envolvió en emoción. Apretó el pequeño juguete entre sus dedos y lloró, evocando un poco de la angustia manchada con felicidad casi plena.

Enji observó a la omega y su instinto rugió en sus venas, hace años que no tocaba a nadie. Su estancia en Alemania ya casi rozaba los cinco años y la última vez que estuvo con alguien fue en Japón. Alemania no contaba con servicios de Omegas a domicilio cuando algún alfa lo necesitaba, por lo tanto se rindió ante los supresores y pastillas. Cuando vió a Mirko en su puerta, más madura y con un deseo explícito en sus ojos, fue cosa de segundos en aceptar su petición. Y más cuando vió la pequeña fotografía que ella guardaba en su billetera. El pequeño Yuu poseía cabello blanco, ojos rojos y una bella piel tostada, era un niño hermoso. Uno que Mirko ahora podía presumir con orgullo. Afo ya no estaría ahí para quitárselo.

Se acercó a Mirko y la ayudó a ponerse de pie, no podían quedarse mucho tiempo. Ambos se refugiaron en el automóvil mientras iban de camino hasta Berlín, donde Enji poseía su departamento. Mirko seguía llorando por la emoción cuando llegaron, al verla tan débil Enji le invitó una cerveza y con el sentimiento rugiendo por sus venas, ella aceptó. Seguía siendo de noche pero ahora la mañana no era esperada como hace unas horas.

—¿Sigues viviendo en Japón?—Enji preguntó viendo como ella se acababa una sola lata de medio litro, la verdad, Alemania poseía muy buena cerveza así que le siguió la acción poco después de hacer la pregunta.

—Si, pero me voy a mudar. Japón es bueno pero siguen habiendo cosas que no me agradan.

—¿Qué cosas?—Mirko tomó otra lata y la abrió, recibiendo en sus labios el beso frío de la espuma.

—Mi pasado, los recuerdos con Tenko, otras cosas que me molestan. Y la verdad, he estado aquí tres días y se ve bastante agradable. No es Japón, pero Berlín es bonita.

Enji agregó con gusto.

—El idioma es complicado pero con los nativos aprendes rápido, buena economía y héroes honestos. Lo único malo, es que no tienen servicios de Omegas y Alfas a domicilio.

Mirko se mofó.

—Vaya, ¿lo único malo es eso? El ex número uno está acumulado, no puede ser. Igual no te veo llamando a las tres de la mañana a una sexo servidora por algo de tacto, eres demasiado cuadrado para eso—La verdad era esa, Enji conocía algunos números que sus compañeros de trabajo le dieron pero nunca se armó de valor para llamar a nadie. Sentía un poco de vergüenza, después de todo si lo atrapaban con una prostituta, sería un problema para su imagen como embajador. Y si era honesto, no quería volver a Japón, demasiado pronto para su gusto.

—Bueno, si te mudas aquí, tendrás suerte. Eres hermosa y los alfas estarían muy interesados en cortejarte.

Mirko alzó una ceja con curiosidad.

—¿Me encuentras hermosa, Endeavor?—Enji se atragantó con su cerveza, Mirko no pudo evitarlo y se lanzó a reír a carcajadas. Era molesto para Enji, así que calló su risa con un rotundo sí.

—Sí, solo un ciego no sería capaz de ver la belleza de una heroína cómo tú, tan fuerte, tan capaz y con una figura atractiva.

Mirko guardó silencio, observó al alfa y su mirada azulada la hizo sentir casi como en antaño. Por la forma en que la veía, años habían pasado desde la última vez que se permitió ser vista así. Si era honesta, estaba en la misma situación de Enji, supresores en su cartera como caramelos de menta para la garganta. Tomó el último sorbo de su tercera cerveza y se puso de pie con energía, ella estaba sentada en el piso mientras que Enji se mantuvo al borde del sillón de cuero. La elegante mesa de centro ya poseía varias latas vacías y la alfombra mostraba una que otra gota del líquido translúcido. Enji por un instante pensó que ella se marcharía pero sus pasos la llevaron hasta el interruptor de la luz. El departamento quedó a oscuras, solo el sonido sordo del refrigerador de dos puertas acompañaban los pasos de ella hasta el sillón, una mirada y Enji se abrió para recibirla.

—¿Solo eso ? ¿Hay algún otro comentario que quieras darme, Endeavor?—el alfa tragó duro, no importaba la edad, ella seguía siendo imponente a pesar de su estatura. Ligera en su regazo pero potente en su mente, se armó de valor y con un suspiro acercó sus labios hasta la clavícula contraría, depositándolo solo un beso para probar. Ella gimió y fue entonces que se dió cuenta que ambos estaban en esa situación tan incómoda, solos con un pasado que los condenaba a ser amantes de otros.

El alfa tomó la lata de cerveza y dejó caer un chorro en su piel morena, sus labios recibieron el líquido que viajó desde el cuello hasta el centro de sus pechos, dónde se acumuló en el escote generoso. Se acabó la lata entre sorbos y la dejó caer de lleno en la alfombra para tomar el zip de su chaqueta de cuero, se deshizo de ella, de la polera y el brasier que lo limitaban de ver la plenitud de sus pechos. Mirko gimió cuando la boca húmeda y cálida de Enji se aferró a sus pezones, meció sus caderas y percibió en su coño la prominente erección, en contra de ella, buscando ansiosa su humedad. Enji gruño con desaprobación cuando las caderas de Mirko se movieron ansiosas en su regazo, enojado por la acción la tomó de la cintura y le mordió un hombro. Fue por el departamento mordisqueando su piel, suave y tersa frente a sus labios. La dejó caer en la cama y de un solo movimiento bajo sus pantalones, solo dejando la ropa interior ante sus ojos. La mancha húmeda ya era evidente, no pudo evitar sonreír, la forma en que se la iba a follar. Dios, no tenía nombre.

—¿Enji?—Mirko hizo la pregunta cuando vió que el alfa no se movía de su puesto, pero podía sentir en sus feromonas todo lo que estaba planeando. Un solo movimiento y él ya estaba listo.

—Cállate—le ordenó, el instinto de Mirko aulló en su interior y selló sus labios. Quería complacerlo, su Omega interna suplicaba por un poco de aprobación del alfa mayor, por eso abrió sus piernas y se presentó ante él corriendo un poco sus bragas para mostrarle su plenitud húmeda.

Enji mordió su labio inferior y se acercó, la dió vuelta en la cama y alzó sus caderas para quitarle las bragas, rasgando la tela. No pudo evitarlo y las olió, suspiró enloquecido ante el aroma a sexo en ellas. Unos segundos después enterró la boca en su coño, lamiendo la línea húmeda hasta acabar alrededor de su clítoris, burlándose de ella, del movimiento trémulo de sus caderas cada vez que chupaba el pequeño montículo, perfilando con su nariz la línea de su intimidad, a veces follándola con la lengua, sabiendo que no era suficiente para siquiera satisfacerla.

—Enji…—Mirko gimió, agarrando con sus manos, una de ellas de metal que simulaba su piel morena, las mantas de la cama, con los ojos cerrados y empujando sus caderas más cerca de los labios contrarios. Esperando y anhelando, amando la vieja sensación tensa en sus entrañas, antigua amiga de sus recuerdos, coludidos con el dolor y la miseria en su corazón. Pero como madera vieja ante el ardor, se entregó al fuego de su cuerpo. Esperando ser quemada viva, todo por un poco de paz en su placer máximo.

Enji complacido con la respuesta de su cuerpo, entregó más y más con su boca, empapando su mentón sin mesura, hambriento de ella y sus respuestas físicas, sus gemidos y el aroma sexual que a cada movimiento dejaba salir de sus glándulas más íntimas. Años habían pasado desde la última vez y ahí estaba, en las puertas de la sensación más pura y eufórica. Podrían culpar al alcohol a la mañana siguiente, podrían decir que fue algo nacido de su mente, ambos podrían inventar tantas excusas que la verdad no era relevante pensar en ello. No había problema.

Una lágrima singular cayó y con ella, el pantalón de Enji hasta sus rodillas, su polla pesada en su ropa interior se liberó cómo si no estuviera ansioso de introducirse en su coño. La hizo llorar con sus labios, sin decir una palabra y pensaba hacer lo mismo con su polla. La acercó, la punta roma y bulbosa se presionó suave bajo su toque, un leve vaivén por parte de ella y la sensación envolvió su erección; ambos perdieron el aire y suprimieron un grito que no sabían que estaban aguantando. Poco después todo se volvió una bruma borrosa de placer, algo de culpabilidad en los movimientos erráticos, una pizca de orgullo, unas gotas de sudor y el resultado fueron horas de euforia y éxtasis. Tanto tiempo rompiéndose en algo que ya no poseía eco, y por primera vez en años, un temblor trémulo al cruzar la línea los hizo felices y no como si fueran una equivocación de dos situaciones que ellos mismos pudieron cambiar. Solo adultos con los corazones rotos.

Cuando el amanecer apenas tocó la ventana, el sueño se adueñó de sus cuerpos. Enji observó con una cara serena como Mirko se quedaba dormida en su pecho. Su cabello largo enroscado en sus sábanas, tan bella que no lo podía creer. Una sensación vaga se acopló en su corazón. Quería cortejarla y si algo salía de ello, no lo iba a soltar, estaba cansado de estar solo y Mirko parecía perfecta para acompañar sus tranquilas tardes en Alemania. A la mañana siguiente Mirko se despidió de Enji, no sin antes pedirle su número para mantener el contacto. En respuesta, Enji le entregó su número y una bufanda impregnada en su aroma.

Ella aceptó la prenda y con ello su cortejo.

Los huesos de animales cedieron bajo sus pies, el camino de sangre era difuso pero en sus narices la fragancia casi podía replicar el sabor metálico en su lengua. El bosque mostraba un paraje maravilloso de verdes y blancos bajo un eterno sol, las noches blancas no podían competir contra el desolador escenario. Katsuki estaba al lado de un abeto, su propia piel despellejada volviendo a salir en sus antebrazos, su mano con las garras negras casi arrancando su rostro y ojos tan rojos como la sangre que caía recia por su cuerpo desnudo.

Izuku suspiró ante la imagen pero se acercó hasta su alfa y mostró su cuello en sumisión. El alfa, con movimientos rápidos y erráticos se acercó hasta su cuello, olfateando la superficie caliente y percibiendo el temblor. No era miedo lo que recorría la piel de su Omega, el aroma dulce e hipnótico mermaba un poco esa hambre animal. No era su culpa, no podía controlarse cada vez que su cuerpo era azotado por su único celo en el año. Su estado caníbal enalteció todos sus instintos, su capacidad de controlar su hambre se volvía nula bajo la abrumadora fiebre. Cómo un traidor se adentraba en los bosques en busca de vestigios de sangre animal, de presas que pudieran saciar su voluntad por cazar.
La primera vez que experimentó la sensación fue durante el primer día de colegio de Ryuji, la profesora Omega de su hijo poseía un aroma tan tentador que tuvo que agarrarse de Izuku para no atacar ahí mismo a la docente.

Se perdió durante semanas en el bosque y cuando volvió le pidió disculpas a Izuku, su Omega entendió que la parte animal de Katsuki era más fuerte que su raciocinio. Sin embargo, no importó que se comiera decenas de animales en el bosque, la educadora pensó que la mirada de Katsuki sobre ella era lujuria y decidió coquetearle un día. Al alfa caníbal interno de Katsuki le pareció adorable lo ingenua que era la mujer, y Katsuki apenas rozando sus veintiséis años y ella con veinte… Estaba sufriendo. Pensó que perdería los estribos pero ahí se presentó Izuku, cómo su buen Omega. Olivia, la tierna docente cayó ante Izuku por el gran valor de sus feromonas. Izuku era celoso, por supuesto que lo era, sabía que Katsuki no sería capaz de engañarlo pero que la Omega estuviera tentando a su alfa con trucos baratos lo hizo usar sus látigos y feromonas. Ryuji no entendió la situación entre sus padres y su querida profesora Olivia, pero los otros padres sí lo entendieron más no dijeron nada; el morbo de la situación embriagó la curiosidad de sus almas. Para nadie fue sorpresa cuando la profesora un día apareció con marcas oscuras y profundas alrededor de su cuello, y hematomas en su brazos y piernas. Izuku había hecho que ella no fuera capaz de dirigirle la mirada a Katsuki nunca más a través del miedo y la tortura. 

Al renegar su instinto por consumir a la docente, comenzó el comportamiento demente de Katsuki durante sus celos. Para no hacerle daño a Izuku y mucho menos a Ryuji, se escapaba por las cuarenta y ocho horas hasta un bosque cercano y ahí dejaba ir su instinto, y las última seis horas iba Izuku con un bolso con ropa y comida, no eran para Katsuki, eran para él. Su alfa al verlo presentarse, tanto el sumisión y cuerpo, lo tomaba de tantas formas que muchas veces Izuku durante esas seis horas se desplomaba del desgaste. Pero siempre cuando despertaba, iban de camino a casa, en los brazos de Katsuki, tranquilos y con la naturaleza de fondo. Él siempre le pedía perdón por su comportamiento errático y violento durante el sexo, nunca le pedía perdón por ser una bestia… Porque al final del día, cuando Katsuki iba hasta el bosque para cazar animales, Izuku hacía lo mismo en la ciudad… Solo que con personas.

Katsuki no lo sabía, no entendía cómo su Omega podía tener tanto autocontrol al no sucumbir cómo él ante el instinto. La verdad estaba detrás de la carne que Izuku guardaba con tanto recelo en su congelador, la consumía con anhelo en la misma mesa donde Ryuji comía religiosamente su avena con frutos secos, él consumía un hombre que intentó aprovecharse de él. A veces eran personas que se podrían considerar malvadas, otras veces eran pobres diablos que no podían mantener su mirada en el suelo. Izuku no discriminaba, sin su alfa en casa y con Ryuji en el colegio, dejaba ir todos sus deseos. Solo treinta y ocho horas al año necesitaba para liberarse y suplir sus deseos caníbales. Las seis horas restantes eran solo carnalidad animal, y la verdad, eran bastantes necesarias en su sistema.

Así funcionaron bien hasta que Ryuji cumplió los dieciocho años y ellos dos seguían aparentando unos veinticinco años. Las personas empezaron a confundir a Katsuki con un hermano de Ryuji y al alfa menor no le gustaba la idea. Quería respuestas de por qué sus padres se veían tan jóvenes después de todos esos años.

—Ryuji, ya basta—era tarde, los tres estaban cenando una carne muy sabrosa que no parecía provenir de algún animal. Ryuji no sabía nada de su estado caníbal de nacimiento, Katsuki e Izuku acordaron no decirle nada pero el alfa no era estúpido, agil igual que Izuku y fuerte como Katsuki.

—NO, ¡QUIERO SABER LA VERDAD!—Katsuki dejó caer el vaso en la mesa.

—Ryuji, tu padre dijo que basta—Katsuki no era amenazante, al contrario, mantenía cierto respeto por Ryuji debido a que hace años los había salvado pero era normal que se hiciera preguntas. Sus jodidos padres parecían de su edad, pero la forma en que le estaba gritando a su propio padre lo estaba irritando—. Si quieres hacer preguntas, está bien, te las responderé pero no te atrevas a hablarle a tu padre así. Él no tiene la culpa.

—Kacchan…—Izuku lo observó con sus lindos ojos verdes, Katsuki lo había pensado antes, decirle todo a Ryuji. Tomó la mano de Izuku y esté asintió, no sabían qué tipo de reacción tendría Ryuji ante sus actos pero estaban listos. Incluso si él los llamaba a ambos asesinos.

—Ven a mi oficina, tengo muchas cosas que contarte y más que mostrarte. Pero antes de eso debes saber que tu padre no es culpable, si buscas una persona a la cual culpar por todas las cosas que voy a mostrarte, esa persona soy yo, nadie más.

Ryuji no dijo nada ante las palabras y siguió a Katsuki por su enorme cabaña, cuando llegaron a la oficina, su padre abrió una puerta que a simple vista parecía un cuadro de una enorme e imponente montaña nevada pero tocando las zonas correctas se abría. Al invitarlo adentro Ryuji vió a su padre mostrarle lo que a simple vista no podía verse, el pasado de ambos en Japón brilló delante de sus ojos y la guerra que los dos vivieron se reflejó en sus lágrimas. Las palabras de Katsuki empezaron poco después de que su hijo tomara asiento y viera todos los documentos de la comisión, los engaños y castigos que impartieron antes de que fueran una institución respetada y regida por la OMH. Ryuji no dijo nada, no mostró signos de alguna emoción. Izuku trató de acercarse a su hijo para explicarle con más detalle la situación pero él no pudo siquiera tolerar el tacto de sus manos. Lo único que podía ver era la sangre en sus manos, las personas que murieron bajo sus colmillos. Y cuando Katsuki protegió a Izuku de las feromonas asqueadas de Ryuji, por primera vez, Ryuji pudo ver lo que muchos de sus amigos susurraban detrás de sus espaldas. Son monstruos.

—¿Por qué no permanecieron muertos? ¡Hubiera sido mejor haber muerto que ser parte de esto, de esta familia llena de enfermos!—Izuku sollozó ante las palabras de su hijo, Katsuki cubrió con sus manos la cabeza de su Omega, Ryuji no le tenía miedo a su padre porque era un alfa calmado y amable cuando se trataba de hacer favores a la comunidad. Ellos no hablaban más de lo común, siempre entre ellos, nunca ampliando su círculo personal, desapareciendo cada cierto tiempo…

Ahora lo entendía, ahora todo tenía sentido: eran monstruos.

Sus amigos le decían que eran bestias que consumían animales en el bosque, que se regocijaban con la carne cruda en sus estómagos y él no les creían... Ahora todo cobraba sentido, siempre se consideró a sí mismo diferente, más fuerte, con feromonas más penetrantes que los demás. Ahora era hijo de unos caníbales, poseía una media hermana y además era caníbal de nacimiento con unos poderes que apenas entendía. Ryuji sentía asco, impotencia y frustración. Debieron haberle dicho la verdad desde un principio, eran sus padres, se lo debían después de todo. Se sintió traicionado. Entre los tres se formó un silencio. Izuku trató de extender su mano hasta su hijo para pedir perdón pero Ryuji corrió su mano con fuerza y lo fulminó con asco. Eso fue definitivo para Izuku que se aferró a Katsuki, con una sola mirada y ambos padres se marcharon dejando atrás a un herido Ryuji.

El silencio formó parte de Ryuji a partir de ese día, no le dirigió nunca más la palabra a sus padres. Aunque Izuku muchas veces le imploró que le dirigiera la palabra, explicando con sollozos y dolores lo que había pasado, el joven alfa nunca levantó la mirada para mostrar empatía por su padre. Cuando el silencio se hizo una costumbre, Ryuji se fue de Noruega para estudiar en Inglaterra medicina. Su gran mente y aspiraciones personales lo llevaron a ser un estudiante de renombre en Cambridge. Olvidó por completo su apellido y tomó uno nuevo para iniciar su nueva vida. Ryuji Daigo destacó sobre todos. Después de titularse, siguió especializándose y comenzó una investigación para obtener un segundo doctorado. Con solo veinticinco años empezó a estudiar sus propias células caníbales, y mientras lo hacía, conoció a la mujer que sería su esposa. Una alfa de ojos azules y cabellos azabache, llamada Alicia dos años mayor que él que lo guío hasta los mejores caminos que su corazón pudo entender. Cuando Ryuji cumplió treinta años y sostuvo en sus brazos a su primer hijo, entendió lo que su padre le susurraba entre sollozos.

"Todo lo que hicimos fue por amor."

Lo contó a su esposa toda su verdad, la razón de porqué en un inicio era una persona tímida y silenciosa cuando parecía que todos los alfas de su edad solo deseaban comerse al mundo. También le contó sus motivos para empezar con la investigación de las células caníbales en humanos. Su esposa, una mujer llena de ciencia, por primera vez le imploró que buscara en su corazón el perdón para sus padres. Ryuji volvió a Noruega después doce años, lo que encontró ahí fue una enorme cabaña vacía. Los recuerdos de su infancia, la forma en que Izuku le enseñó a caminar, las palabras delicadas de Katsuki cuando cometía errores y el aroma familiar de su pequeña cocina los domingos de lasagna. Se quedó en su hogar vacío y lleno de polvo por horas hasta que su corazón encontró suficiente de las huellas de su infancia. Al salir una cabellera rubia como el platino lo saludo con una mirada tan roja como la de su padre.

—¿Quién eres?—la mujer le sonrió para mostrar una hermosa dentadura caníbal. Ella no parecía de más de unos veinte años, demasiado joven pero aún así sentía que era parte de su familia, el aroma la delataba con claridad.

—Himawari Bakugō, tu media hermana—era imposible que se mantuviera tan joven a menos que se hubiera dejado caer en el canibalismo—. Papá me dijo que si un día regresabas a buscarlos, te diera esto.

Cuando Himawari se acercó para entregarle una carta, el aroma fuerte de la sangre aún podía sentirse en su aliento. Trató de soportar el aroma pero ella parecía más divertida que otra cosa.

—¿Cómo soportas comer personas, como soportas quitarles la vida para sobrevivir?—Himawari suspiro, parecía cansada.

—Lo soporto porque es lo que escogí por mi misma, no soy una heroína cómo algún día lo fue nuestro padre, tampoco soy una buena persona pero el mundo está lleno de personas que se hacen llamar a sí mismas buenas cuando no lo son, yo solo aceleró el proceso de lo que creo es bueno, asesino por necesidad y placer. Asesino asesinos y acabo con violadores, organizaciones criminales han caído bajo mis manos y no me siento avergonzada por ello. No voy a decirte lo que ellos han estado haciendo estos años porque no me corresponde pero por mucho que los quieras culpar por algo que no hicieron, tomaron la responsabilidad de ello y buscaron la forma más eficiente de hacer justicia cuando nadie más podía hacerlo. Puedes culparnos Ryuji, puedes incluso odiarnos y todo lo que quieras pero no nos vas a detener—Ryuji observó la carta entre sus manos, dubitativo de hacerlo. Himawari posó su mano en su hombro, le sonrió y pudo ver en ella algo que muchas veces pudo ver en Katsuki—. Me alegra haberte conocido Ryuji.

Después de eso, Himawari se marchó dejando a Ryuji en una encrucijada. Por mucho que quisiera entender, no podía… Aún así, una parte de su corazón aún deseaba decirle a sus padres que eran abuelos, que su hija poseía unos hermosos ojos rojos y unas bellas pecas que adornaban su piel con decoro. Se decidió a abrir la carta y sólo halló una dirección. Llamó a Alicia y le pidió un consejo, y ella le dió el coraje suficiente para enfrentar sus miedos. Emprendió camino a Japón, su país de origen lo recibió como Ryuji Daigo pero cuando llegó al lugar, solo podía sentir el apellido Bakugō en sus hombros. Era una hermosa casa que estaba a las afueras de Musutafu, y cuando trato de tocar el timbre, el aroma familiar impactó a Ryuji con gentileza, casi se desploma en sus pies cuando escuchó una risa suave. Se movió hasta el patio trasero cuando pudo ver a sus padres sentados juntos en una mecedora bajo un hermoso cerezo en flor, lucían igual de jóvenes que la última vez que los vió. Estaban felices y por el estómago abultado de su padre lo entendía. Pasaron unos segundos antes que Izuku notara su presencia.

—¿Ryuji?—un pequeño susurro antes de llorar, los había extrañado mucho, doce años mermaron por completo su ira y resentimiento.

Katsuki se levantó y llegó hasta su lado, la voz de Ryuji se pronunció para pedir disculpas pero no pudo terminar ninguna oración cuando sintió el par de brazos tomarlo como si fuera parte de un tesoro precioso. Sollozó en el pecho de su padre, después de unos minutos sintió el otro par de brazos cerca de su cabeza. Ambos lo estaban acunando cómo si fuera un pequeño bebé, quizás lo seguía siendo a pesar de todo. Cuando Ryuji suspiró para calmar sus propios sollozos pudo sentir un leve aroma en sus padres, no era el familiar que con tanto orgullo exudaban al estar cerca suyo y mucho menos el lechoso que su padre emitía por culpa de su embarazo, no, era otro más agrio. Casi imperceptible pero levemente putrefacto en sus sentidos.

Triste.

Porque la eterna juventud que gozarían por el resto de sus años poseía un precio alto, que lentamente iba a marginarlos de los demás. Pero no podía imaginar lo doloroso que sería ver a sus amigos e hijos morir mientras ellos seguían ahí, estancados en el tiempo. Al menos se poseían al otro. Y ahí, después de años viendo sus propias células a través de la ciencia, lo entendió…Ellos lo eligieron, aceptaron su enfermedad. Su amor y las consecuencias del mismo. Era solitario, era su camino elegido.

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