Y sigues cayendo en el abismo
Y es entonces cuando todo se derrumba.
Te das cuenta que tu vida no es perfecta, que los que considerabas tus amigos en realidad nunca estuvieron para ti fuera de las bromas que se gastaban, que tu madre no es la mujer perfecta que creías que era y que tu padre ya no te puede llevar en sus hombros. Te das cuenta que la vida es más complicada de lo que creías y que las personas no dudarían más de medio segundo antes de clavarte un cuchillo por la espalda.
Y caes. Vas cayendo de rodillas en el abismo negro que te succiona. Y te aferras tan sólo con el dedo meñique de tu mano izquierda a la superficie de la esperanza pero tu pobre dedo no puede aguantar el peso de la realidad y sigues cayendo durante tanto tiempo que parece infinito y las manecillas del reloj se detienen y andan a la velocidad de la luz de forma indiscriminada. El día se transforma en noche y la noche en día pero tú no lo ves, tan sólo te llegan los rebotes del Sol del medio día o de la Luna llena. Pero también ves pedacitos de cielo, muy pequeños, pero que te dan esperanza porque crees que todo está por acabar aunque no sea cierto y cada segundo sea peor que el anterior.
Y mientras sigues cayendo, esperas. Esperas a que todo eso pare y puedas caer en algún lugar. Sea en el frío piso donde tú sólo debes levantarte como puedas o en los brazos de alguien que te pueda sostener, pero sólo esperas que la caída pare en algún momento.
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