Capitulo 9
Daniel y Dana pasaron el resto del día abrazados, sin soltarse en ningún momento.
Tampoco hablaban, solo necesitaban la compañía del otro.
Llegó la noche y las enfermeras obligaron a Daniel a irse.
Él no quería, ya que sabía que Dana se quedaría sola.
Él tenía a su madre y a sus amigos para ayudarle a superar la muerte de Harper, pero Dana no tenía a nadie.
(...)
- En el nombre del padre, del hijo y del espíritu Santo. - todos corearon un amén - Podéis ir en paz.
La gente comenzó a irse del cementerio a paso lento.
Los niños agarraban a sus madres con fuerza y sollozaban en sus hombros.
Daniel se quedó parado enfrente de la tumba. Era pequeña, de marfil blanco y con el nombre de Harper grabado en el medio.
Tommy abrazó su pierna antes de salir corriendo al lado de su padre.
Daniel sonrió tristemente a la familia y volvió su mirada a la lápida.
¿Por qué siempre las mejores personas tenían que morir a una temprana edad?
Observó a su alrededor, intentando saber si Dana había venido.
No había ni rastro.
Dejó unas bonitas margaritas debajo de la tumba y salió de allí con las manos en los bolsillos.
Sabía la razón por la cual Dana no había venido.
Durante esos dos días en los que se preparaba el entierro, Dana comenzó a sentirse mucho más débil.
Podría ser por la reciente muerte de Harper, o porque la quimioterapia no estaba dando los resultados esperados.
Las dos opciones eran las causantes.
(...)
Entró al cuarto con sigilo. Dana parecía dormida y no quería despertarla.
Respiraba con tranquilidad y su rostro se veía relajado.
Daniel sonrió y se sentó a su lado, agarrando su mano y depositando un beso en ella.
Ella se removió un poco y abrió los ojos hacia él con una sonrisa.
- Hola. - susurró con voz ronca debido a la larga siesta que se había pegado.
- Hey. ¿Qué tal estás?
- Cansada. - contestó incorporándose con cuidado en la camilla - Siento mucho no haber podido ir al funeral.
Las enfermeras me lo prohibieron.
- Yo también te lo hubiera prohibido. - sonrió divertido - Estás demasiado débil para moverte.
Ella suspiró y asintió mirando al frente. Estaba cansada de la maldita enfermedad.
Encima de la mesa pudo visualizar la gran caja de cartón envuelta en papel de regalo. Un regalo de sus padres que no se había atrevido a abrir.
- ¿Qué es eso? - preguntó Daniel captando donde iba su mirada.
- Un regalo de mis padres para hacerme "feliz". O una bomba de depresión.
- ¿No lo vas a abrir? - cuestionó agarrando su mano.
- Sé que probablemente sea la segunda cosa. Así que no. - le miró con una mueca triste - Pero si quieres, puedes abrirlo tú.
- ¿Enserio?
- Claro. - aceptó ella - Si es malo, solo tíralo. Si es bueno, dámelo.
Daniel asintió levantándose de la silla y caminando hacia la pequeña mesilla enfrente de la camilla. (Joder, que rima más buena😂)
Miró la caja un buen rato, hasta que se decidió a rasgar el papel de simples cuadros.
Después levantó la tapa para sí, sin que Dana pudiera ver nada.
Cerró la caja de golpe y rápidamente lo tiró a la basura. Estaba muy enfadado.
- ¿Tan malo es? - preguntó ella con tristeza.
Él bufó con molestia asintiendo. ¿Cómo las personas que la dieron a luz podrían ser así de crueles?
Una peluca. Una puñetera peluca había en la caja.
Ni un peluche de conciliación, ni una carta de disculpas por no estar con ella. Una peluca para tapar su hermosa calvicie.
Daniel hizo un pequeño gesto con la mano para que Dana se moviera a un lado de la camilla y poder tumbarse a su lado.
Ella lo hizo, y con delicadeza Daniel se tumbó a su merced.
Él la miraba embobado. ¿Cómo podrían querer cambiar sus padres algo tan hermoso?
- Saca una foto. Te durará más. - comentó ella divertida.
Daniel sonrió sonrojado y la acercó a su pecho.
- ¿Para que una foto si te puedo tener aquí ahora mismo? - susurró contra su cabeza y Dana sonrió cerrando los ojos.
- Gracias Daniel. - dijo en un susurro - Eres mi mejor amigo.
Golpe bajo. Pero al menos lo consideraba su amigo. Su mejor amigo.
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