Un gran día estaba comenzando.
Desperté con el sol en la cara y cuando abrí los ojos quede en una ceguera temporal pero nada iba a arruinar mi grandioso día.

Me levanté y fui a desayunar, cuando salí de mi cama, me dí el dedo meñique contra la madera...

¡No pasa nada!

Seguí mi camino sonriente como siempre.

Cuando fui a desayunar mi madre no estaba, pero había dejado una nota.

Seguro es como la semana pasada, que me dejo el desayuno en la heladera.

Mi mamá es tan considerada...

Rayis:

Como seguramente viste,
no hay nada para desayunar.
No tuve tiempo de
hacer el desayuno y no
hay nada en en la heladera.

Mamá

¡Nunca me había pasado algo así! Pero bueno la vida está llena de sorpresas, ¿verdad?

Tomé mi mochila y fui a la parada del autobús, el cuál suele llegar unos minutos después que yo pero... Esta vez... ¡estuve media hora esperando! Adivinen quien tuvo que ir a la escuela caminando y llegó tarde.

Jamás había llegado tarde, Dios, van a matarme.

Estaba muy perdida en mis pensamientos, sin prestar atención, hasta que me encontré en el piso, yo y mis hojas desparramadas.

Levanté la vista y ahí estaba el chico, era tan lindo. Tenía ojos verdes y el cabello castaño.

—Fíjate por donde vas, estorbo —y el se fue, de muy mal humor. Sin siquiera preguntarme cómo estaba.

Me levanté y empecé a levantar mis hojas.

Definitivamente este no es mi mejor día, pero siempre dije que hay que ser optimistas.

Entré en la primer clase y me senté en el único lugar vacío.

—Rayita... ¿Así que se digno a llegar?

_Si profesora, discúlpeme, se me hizo tarde porque... —Ella me interrumpio.

—No interesa, tengo noticias..., exámen sorpresa —la profesora dejó una hoja en mi escritorio y luego volvió al suyo.

¡Mierda!
Exámen de... –vi la hoja lentamente– historia, bien, ya doy por perdida la materia.