INTRODUCCIÓN
23 DE OCTUBRE, 2018
No sentía su cuerpo.
No sentía ninguna de sus articulaciones moverse, y tampoco podía hacerlo. Aunque no era como si ya quisiera.
Temblaba y tiritaba de frío —el cual incrementaba más y más con el pasar de los trémulos minutos—, el cabello casi se le pegaba ya al rostro, no podía parpadear, el aire le faltaba cada vez más y más, a la par que podía percibir cómo sus pulmones se contraían y los latidos de su corazón disminuían su ritmo, a pesar de haber estado latiendo este aceleradamente varios minutos atrás. Estaba sobrecogida de pánico.
Sentía que se moría. Y no podía hacer nada para evitarlo.
Su ropa estaba muy adherida a su cuerpo, tanto que parecía ya formar parte de sus congeladas articulaciones, al igual que la dura y fría superficie que daba la impresión de ser uno con su entumecida espalda.
No podía más que sollozar débilmente y preguntarse, ¿cómo era que había llegado al punto de encontrarse a un paso de la muerte? Hasta ya podía sentirla a su lado, aguardando a que diese el último suspiro para llevársela.
Se hallaba en un grado que hasta ya pensar le costaba mucho, pero no pudo evitar volver a plantearse la pregunta: ¿Qué hizo para terminar allí?
Se le escapó otro sollozo. Pero este venía cargado de culpa.
Con un profundo dolor como tal cual película en el cine todos los sucesos transcurridos en el correr de aquel año vinieron de golpe a su memoria. Quiso gritar de impotencia contra sí misma, pero no pudo.
No le quedaban más fuerzas.
¿Las dos únicas salidas que le quedaban? Implorar por un milagro o… resignarse. Y la última opción era la que le parecía la única viable. No había nada más por hacer.
Y la vida se le iba cada vez un poco más.
Dejó de sentir pánico. Era inútil. Un débil murmullo en su cabeza le repetía que ella se lo había buscado. Que el morir era fruto de su propia cosecha. Más lágrimas corrieron por su rostro. ¿Cómo era que había comenzado todo? Apenas y podía recordarlo.
Un cielo estrellado, uno muy bonito y resplandeciente se lucía frente a su vista, mientras los últimos copos de nieve caían. Aquél daba la impresión de estar dándole la bienvenida al más allá. Se dió el lujo de contemplarlo melancólica unos segundos más.
Sería lo último que vería en su vida.
Había fracasado.
Con las ínfimas fuerzas que le quedaban cerró sus ojos y permitió que las lágrimas continuaran enjugando sus pálidas mejillas, mientras hizo un esfuerzo sobrenatural para rememorar todo en orden desde un principio, emitiendo un frágil suspiro.
A la par que se dejaba abrazar y envolver por la ahora cálida muerte.
UN AÑO ATRÁS
Sevilla, España
Se encontraba sentada en el sofá.
Repiqueteaba sus dedos con inquietud contra sus muslos, mientras una vez más miró hacia el reloj que se encontraba colgado en la pared. Eran casi las cuatro en punto de la mañana.
Suspiró. Su hija aún no llegaba a casa y ella se la había pasado dormitando en el sofá. Había pensado en salir a buscarla, ¿pero en dónde la buscaría? Summer no frecuentaba las mismas discotecas o pubes a diario y las tres anteriores veces que había ido a buscarla desesperada al llegar a casa la encontraba sin sentido en el suelo, abrazada a una botella de alcohol, o sentada dormitando apoyada en la pared, con un porro en la mano.
Sí, su hija se alcoholizaba cada vez con más frecuencia y tendía a adentrarse al mundo de las drogas.
No era la primera vez que sucedía, Summer era una adolescente rebelde sin causa, pero sí era la primera vez que demoraba tanto en llegar.
Y sin causa porque a pesar de la falta de una figura paterna que tuvo Summer —ella era madre soltera— le dió todo cuanto le fue posible para que su hija fuera felíz. Su infancia fue plena y llena de momentos especiales, exceptuando las veces en que la pequeña Summer lloraba porque sus compañeros tenían un papá y ella no. Pero de todas formas, ella siempre encontraba la manera de compensarle ese sufrimiento, claro que sin consentirle demasiado. Summer siempre había sido una niña bien portada.
Cuando su hija fue convirtiéndose en adolescente los cambios que sufrió fueron los mismos que sufre cualquier otra chica cuando pasa de una edad a otra. Pero este detalle fue cambiando cuando Summer cumplió los quince años. Iba frecuentando sus salidas poco a poco, a fiestas de quince de sus amigas, a películas en el cine, de vez en cuando a una discoteca… Ella no tenía ningún problema con eso, es más, Summer llegaba felíz a casa y le contaba sus experiencias, entre ellas por ejemplo, su primer beso.
Aún recordaba la agradable y entusiasta plática que tuvieron ambas aquél día.
Pero Summer empezó a frecuentar aún más sus salidas, iba en la mañana al colegio y en las tardes casi no paraba ya en casa. Entonces le reclamó este detalle, pero solo consiguió las salidas cambiaran de horario.
Llegaba a casa después de trabajar y no encontraba a Summer en casa. Y cuando la muchacha llegaba —a eso de la medianoche— lo hacía en estado de ebriedad, y había de dos en esas ocasiones que cada vez se volvían más repetitivas: O Summer llegaba apenas y sintiendo sus pies, sin percatarse realmente de lo que sucedía a su alrededor y con la cabeza dándole vueltas; o directo a un confrontamiento verbal con su madre, el cual terminaba con insultos, palabras hirientes y azotones de puerta.
De nada servía el castigarla, ni el darle reprimendas, tampoco las palabras de súplica para que dejase las parrandas, ni los abrazos y lágrimas con los cuales le hacía denotar lo mucho que sufría por ella y cuánto anhelaba que volviese a ser la misma de antes. A Summer parecía darle igual, pues o hacía caso omiso o bien hallaba la manera de zafarse del castigo y se daba sus escapadas nocturnas.
La situación se hacía cada vez más insostenible.
Todo empeoró hacia un mes atrás aproximadamente, cuando Summer probó droga por primera vez. Ni cómo olvidar aquella noche. Su hija retornó a casa con los ojos sumamente rojos e idos, tambaleándose de un lado a otro y sosteniéndose trémulamente de la pared.
«—¿Estas son horas de llegar, Summer? —le había preguntado, acercándose hacia ella. Eran las una y media de la mañana.
—No me rayes —respondió la muchacha, zafándose de su agarre y sin voltear a verla, intentando emprender el camino hacia su habitación.
—Espera —la detuvo, haciendo un poco más de fuerza en su agarre y mirándola fijo a los ojos—. ¿Te flipaste? ¿Estás drogada?
Summer no respondió.
—Te hice una pregunta, ¿te drogaste Summer? —endureció su tono de voz.
—Sí, ¿y? Me la suda —contestó la muchacha.
—No me hables así que soy tu madre. ¿Tienes un morro que te la pisa?
—Y vas otra vez a joder la marrana. Deja de darme coñazos, tía. —Contestó Summer alterada, pero con la voz ahogada, intentando zafarse.
—Yo no te eduqué así, Summer.
—Nah.
—¡Mírame cuando te estoy hablando! —obligó a su hija a verla, quien lo hizo con sumo fastidio—. ¿Qué coños está pasando contigo? Tú no eras así. ¿Se te va la pinza o qué?
—Y ahí de nuevo a comerse el coco. ¡Estamos en pleno siglo veintiuno, madre! ¡Déjame vivir mi vida!
—¡Esa no es manera! ¡Te estás liando una manta a la cabeza, no piensas en las consecuencias que puede originar tu comportamiento!
—¡¡Vete-a-freír-espárragos!! —Gritó Summer enfurecida, pero de repente sintió arder su mejilla derecha.
Su madre la había cacheteado.
Sintió sus ojos arder de ira y las lágrimas empapar su rostro, mientras por inercia subió su mano a su mejilla.
—Esto es para que aprendas a respetar a tu madre, que es lo único que tienes muchachita además de Dios. ¿Qué sucedió contigo? Estás descomulgada, incontrolable, te agarras un pedo… —alzó la vista hacia arriba mientras golpeaba sus muslos, angustiada—. ¿Sabes cómo va a terminar esto? ¡Una vez que entras a ese mundo ya no sales fácilmente! —Hizo referencia a las drogas, a la par que exclamaba lloraba sin percatarse.
—Tú no puedes controlar mi vida. ¡Deja de ser una cotilla! ¡Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío! ¿Qué tiene que me flipe de vez en cuando? No es que me haga una estúpida adicta si por Dios, ¡ya no soy una niña! Todos los chavos en mi escuela lo hacen —se alteró Summer, sentía la necesidad de desahogarse.
—No porque el resto lo haga quiere decir que tú también. ¿Lo ves? Ahí sí que me estás demostrando que eres una niña todavía.
—¡Mamá, tengo dieciséis años! ¡No quiero que me vean como una pringada!
—O sea que si no te drogas eres una pringada. ¿Esa es tu lógica, Summer?
La adolescente solo atinó a suspirar sumamente fastidiada, a entornar los ojos con exasperación y a cruzarse de brazos. Se sentía bastante irritada, sin contar que tenía bastante ansiedad, no sabía de qué, pero la tenía.
Quería huir de su madre, de repente le tomó mucha desconfianza.
Se hizo un tenso silencio unos segundos.
—Y una mierda pinchada en un palo —dijo la madre—, no me interesan tus motivos, no vuelves a probar una porquería de esas en tu vida.
—¡Tú no eres quien para controlarme! —la muchacha sintió enfurecer más. Estaba colorada de la rabia que sentía.
Asimismo su madre.
—¡Soy tu madre, y mientras permanezcas bajo este techo me obedecerás y respetarás! No estás hablando con tu igual, Summer.
—¡Bien! Entonces ya no quiero estar bajo tu estúpido techo. ¡Puedes quedártelo que ya no lo necesito! —exclamó—. Yo me piro de aquí. Que te den morcilla.
Y corrió hacia su habitación, muy decidida y dispuesta a empacar sus pertenencias y marcharse de ese ambiente que la asfixiaba.
—¡Summer! —gritó su madre, corriendo tras ella, pero cuando llegó la muchacha le cerró la puerta en la cara, asegurándola luego—. ¡Summer! —golpeó la puerta—. ¡Summer, abre esa puerta! —continuó golpeando, pero su hija hizo caso omiso.
»—¡Te estoy hablando, abre esa puerta de una vez! —insistió, pero parecía inútil—. Tú no puedes pirarte de casa, Summer. Hasta que tengas la mayoría de edad y una profesión hecha no tienes esa opción. ¡Entiende que lo que hago es por tu bien! No quiero que termines como… —se detuvo al comprender que estaba a punto de hablar por demás, se limpió las lágrimas y prosiguió en su intento—. ¿Te estás haciendo la sueca? ¡Summer! —tocó la puerta otras veces, pero no hubo respuesta alguna.
Más bien escuchó risas de fondo.
—Muy bien. Abriré la puerta con llave —sacó las susodichas de su bolsillo y abrió la puerta.
Pero al hacerlo no creyó encontrarse con la ropa de su hija esparcida por todas partes, su maleta vacía tirada a otro extremo de la habitación y a Summer tumbada sobre su cama casi sin sentido, respirando entrecortadamente.
—¡Summer! Summer, cariño —intentó reanimarla dándole palmaditas en el rostro. Pero de repente la muchacha se puso a sollozar.
—Déjame —dijo Summer mientras volteaba su cabeza a otro lado, pero su madre continuó su acción—. ¡Que no me rayes, que estoy empacando! ¡Déjame en paz! —exclamó de repente, sobresaltando por un momento a su mamá—. ¡Vete! —chilló.
—No. No me moveré de aquí. Por Dios eres mi hija, Summer, odio verte así —su madre empezó a derramar lágrimas.
Sentía su corazón destrozado al ver que su hija la rechazaba.
—Por favor, te lo pido, pírate de aquí —Summer rompió en llanto, pero su mamá tan solo negó con la cabeza—. ¡¡Que te pires!! —se exaltó.
Su madre se sobresaltó unos instantes, más no hizo caso, muy por el contrario la abrazó, a pesar de los forcejeos de su hija por intentar liberarse la abrazó con fuerza. A Summer no le quedó otra opción más que rendirse. Ambas lloraban. Su madre empezó a acariciar su cabellera.
—¿Por qué, Summer? —le preguntó en voz baja—. ¿Por qué, eh? ¿Qué hice yo mal como madre? ¿En qué fallé? —sentía su corazón encogerse ante cada pregunta formulada por ella misma.
Intentaba encontrar las respuestas, lo analizó todo, más no encontraba nada lógico que justificase a su hija. La susodicha se quedó dormida al cabo de unos minutos. Con pesar la recostó en su cama y por consiguiente empezó a hurgar sus cosas. Encontró dos bolsitas de marihuana en el bolsillo de su chaqueta, negó con la cabeza y se dirigió al baño, vaciando todo ese tóxico contenido en el inodoro.
Definitivamente su hija andaba en malas compañías y no podía permitirse que volviera a probar droga ni que continuase en esas frecuentes parrandas. Y así lo decidió, por su propio bien la cambiaría de colegio.»
Sabía que su hija iba a oponerse a tal cambio, al día siguiente le comunicó su decisión y tuvieron otra enorme discusión, pero no había vuelta atrás. Summer cambio de colegio, pero siguió en las andanzas y parrandas, con ello solo consiguió que cambiara unas malas compañías por otras similares y ya no sabía qué hacer al respecto.
Negó con la cabeza, se incorporó y puso su mano bajo el mentón. ¿Qué es lo mejor que podía hacer? Empezó a derramar unas cuantas lágrimas de dolor. El tiempo la apremiaba más conforme a cada minuto que pasaba.
Volteó nuevamente a ver el reloj y ya eran las cuatro en punto de la mañana.
Suspiró. Estaba decidido, si Summer no llegaba en cinco minutos iría con la policía. En ese intervalo de tiempo fue a buscar un abrigo, pero cuando estaba a punto de salir oyó sonar unas llaves en el picaporte de la puerta. Era Summer quien ingresaba a penas sosteniéndose a sí misma, toda vomitada, con el cabello revuelto, la ropa algo caída, los ojos sumamente rojos y un fuerte olor a trago.
Se sorprendió, su hija jamás había llegado a casa en un estado tan deplorable, no daba crédito a la imagen que le devolvían sus ojos, Summer parecía una vagabunda. Sintió la incredulidad, la decepción y la ira recorrerla y lo último que sintió fue su mano impactar fuertemente contra la mejilla de su hija, quien debido al golpe perdió el equilibrio y cayó al suelo. Su ira y decepción eran tantas, que siquiera reparó en que aquello no había sido una cachetada, sino una fuerte bofetada que de seguro dejaría un moretón en su mejilla. Pero sentía que su hija se lo merecía y era lo mínimo que le podía pasar después de todo lo que había hecho.
—¡¡¿¿Pero qué diablos te pasa??!! —preguntó Summer enfurecida, empleando un tono de voz muy grave y con la mano posada en su mejilla—. ¡¡Con dos huevos que me vuelvas a poner un dedo encima!! —amenazó incorporándose.
—¡¡Con dos huevos qué, muchacha malcriada!! —su madre estaba igualmente enfurecida—. ¿Y qué diablos me pasa? ¡Son las cuatro de la mañana y más! —señaló el reloj—. ¡¿Acaso son estas horas de llegar?! ¡¿Y peor en ese estado?! ¿Acaso te parece lógico? No sabes cómo me tenías aquí, ¡hasta iba a ir con la policía!
—¡No es mi culpa que seas una maldita exagerada! ¡¡Si te gusta liar la parda sin motivo alguno!!
—¿Maldita exagerada? ¿Yo soy la que exagera acaso? ¡Solo mira como estás, detente a verte un momento! Pareces una vagabunda —la miró con suma decepción y con incrédulas lágrimas haciendo el recorrido por sus mejillas.
—¡Vagabunda tu abuela! —Summer no lo aguantó más y sintió una ira negra consumirla.
No razonó, en un impulso se fue directo a empujar a su madre, y lo hizo con tal fuerza que esta última perdió el equilibrio y sintió su cabeza impactar fuertemente contra la pata de madera de la mesa. Y ahí se quedó. Estática e incluso muchísimo más incrédula que antes.
Subió la mano a su cabeza y le dolía mucho en la parte izquierda, sin duda ahí se formaría un chichón. Su mirada incrédula y decepcionada no se apartó un momento de su hija, incluso las lágrimas se quedaron quietas en sus pálidas mejillas. Su hija, su propia hija le había levantado mano y si el golpe hubiese llegado a ser mucho más fuerte hasta podría haber llegado a matarla.
Por su parte, Summer también se quedó congelada y temblando en su sitio, igualmente estática e incrédula a lo que acababa de hacer, por unos momentos no se sintió bajo los efectos del alcohol y la marihuana. ¿Realmente ella le había levantado mano a su propia madre? ¿Realmente casi había estado a punto de matarla? ¿Por qué lo hizo?
Ambas no se apartaron la mirada. No la reconocía, ¿dónde estaba Summer? Porque la muchacha que tenía enfrente no parecía ser su hija. Una hija jamás le levantaría la mano a su madre.
Aún así con pasos temblorosos Summer caminó hacia ella y se agachó enfrente suyo. Con temor levantó su mano para ver si su madre tenía alguna herida, pero ésta la apartó empujándola bruscamente.
—No me toques —le ordenó su madre, mirándola con frialdad.
—P-perdón —tartamudeó la muchacha—. T-te juro que no sé qué me pasó, n-no quise hacerlo, yo…
—Tú ya no tienes solución, Summer. O sí la tienes, pero nunca vas a aceptarla. ¿Llegar al punto de levantar las manos contra tu propia madre? No hay duda de que caíste muy bajo —negó con la cabeza e intentó mirarla con desprecio, pero lo único que se leía en sus ojos era la decepción.
—P-por favor, no digas eso…
—Estás destruyendo tu vida, estás destruyendo la mía con tu actitud. No sé si lo que acabas de hacer tenga perdón, pero por tu propio bien álejate de las drogas, álejate del alcohol…
—No puedo —la cortó tajante Summer, incorporándose—. No puedo, por más que así lo quisiera no puedo. ¡No puedes pedirme eso! No puedo —comenzó a negar frenéticamente con la cabeza.
—Entonces pena por ti —su madre le dedicó una lastimera media sonrisa.
—N-no, no puedo. ¡No puedo, no puedo, no puedo! ¡No puedo! De ellas no, no puedo —Summer comenzó a tener un ataque de ansiedad y empezó a aparecer gente enfrente suyo.
Apareció Marcos, apareció Laura, aparecieron el resto de sus amigos, su madre le sonreía maquiavélica desde su sitio y le repetía que debía alejarse de las drogas y el alcohol, mientras que Marcos, Laura y el resto con las mismas malas intenciones le ofrecían más.
—¡Nooooooo! ¡¡Ya déjenme en paz!! —les pidió tapándose los oídos. Entonces vió a su madre levantarse con sangre emanándole desde su cabeza y acercándose hacia ella con la misma maquiavélica sonrisa.
—Aléjate, aléjate, aléjate —canturreaba—. Mira lo que me hiciste —y se le acercaba como fantasma.
Pero en realidad su madre al ver que su hija estaba teniendo un ataque de ansiedad, alucinando y experimentando psicosis se levantó y se acercó para calmarla. Pero no sabía que en ese estado su hija estaba malinterpretando sus intenciones.
—¡¡Nooooo!! ¡Yo no te hice eso! ¡Ya pírate de aquí, me tienes harta! —Summer retrocedía con miedo, pero su madre seguía avanzando hacia ella.
—¡Summer, por favor! Tú no estás bien…
—¡Pírate de una vez! ¡Déjame tranquila! ¡Tú nunca haces nada bueno por mí, yo no te importo en realidad! ¡Te odio! —gritó con todo sentimiento y a tambalones y tropezones corrió hacia su habitación, encerrándose.
Los gritos de parte de Summer no cesaron al cabo de unos minutos, gritaba de miedo, pánico, desconfianza y furia.
Su madre nuevamente se quedó estática en su sitio.
«—¡Te odio!» —En su mente no paraban de repetirse y reproducirse aquellas dos palabras, que habían sido acompañadas por la mirada roja y enfurecida de su hija que delataba el tal.
¿Realmente su hija la odiaba? ¿O eran las drogas que le hacían sentir eso? Ya no sabía en realidad, pero sin duda todo lo que le había dicho Summer al último la había lastimado, más que cualquier cosa que hubiera hecho. Eso le supo como una profunda puñalada al corazón, le hizo creer que todo lo que hacía por su hija era absolutamente en vano.
Summer no estaba nada bien, al fín y al cabo era su hija y quería ir a tranquilizarla y a decirle que todo estaría bien. Más no le pareció buena idea, su hija lo que menos parecía necesitar y a lo que rehuía en esos momentos era su compañía. La estaba odiando y no quería darle más motivos para alterarla.
Con pasos trémulos se sentó en el sofá y comenzó a llorar. Lo hizo en silencio, pero expresando todos sus sentimientos en esas lágrimas.
¿Por qué las cosas debían ser así? ¿Desde cuándo su hija se empezó a comportar de esa manera? No hallaba alguna respuesta concreta a esas preguntas. Pero la situación le dolía muchísimo. ¿Qué iba a hacer ahora?
Lo pensó, lo pensó y lo pensó. Poco a poco dejó de llorar y también se percató que los gritos provenientes de la habitación de Summer habían cesado. Al menos eso. Pues sus pensamientos y sentimientos eran todo un manojo. Lo meditó un poco más intentando poner la cabeza fría. Y lo decidió.
Intentó buscar otra solución, pero de momento parecía ser lo mejor para Summer. Lo mejor para el bienestar de su hija, pues la situación se había hecho insostenible y no quedaba de otra. Aún estaba a tiempo, el cual a ella ya casi se le había agotado.
No quedaba más.
Aún con lágrimas en los ojos se dirigió a la habitación de su hija y la abrió con llave. Summer se había quedado dormida en el suelo, casi apoyada a la pared. Suspiró y con suma cautela para no despertarla procedió a quitarle la ropa y los tenis con vómito y los reemplazó por su pijama, tras ese acto la levantó como pudo y la puso sobre su cama. Luego trajo shampoo desde el baño y le lavó las puntas de su cabello, pues también tenían vómito. Tras unos minutos también lavó sus pies.
Agradeció internamente que Summer se hubiera quedado profundamente dormida, pues no habría conseguido aquello. Finalizó con recostarla y fue en ese momento en que Summer abrió los ojos, más en vez de apartarse solo le dedicó una sonrisa y le acarició levemente la castaña cabellera.
—Y yo te amo —fue lo último que le dijo, dándole un beso en la frente, entonces Summer volvió a cerrar los ojos. En ese momento la abrazó y volvió a llorar unos instantes en silencio.
Acto seguido y con pesar se incorporó, levantó el shampoo, el balde de agua, la ropa y los tenis de su hija del suelo y se dirigió a la puerta, ya estando a punto de salir miró muy bien el rostro de su hija.
—Entenderás que esto es por tu bien —pensó y cerró la puerta.
Luego se dirigió al baño para lavar su ropa y sus tenis y después de hacerlo salió a colgarlos en el cordel de aquel pequeño patiecito. Tras terminar de hacer eso miró hacia el cielo. Estaba muy estrellado y bonito, e incluso las estrellas le parecían augurar cosas buenas. Ojalá así fuera.
Se tocó la cabeza, le dolía menos pero ese sector estaba un poco inflamado. Ya no importaba.
Ya no había vuelta atrás. Sacó el celular de su bolsillo y procedió a hacer una importante llamada.
N/A:
¿Qué tal el prólogo? ¿Les pareció muy sad? ¿Odian a Summer? Seguro que sí. ¿Por qué estaría muriendo al inicio del prólogo?
¿Qué creen que suceda en el Capítulo 1? Jajajaja, muchas pregunta, y aquí va la última: ¿Qué les pareció la terminología española? Repito, ¡a mí me encanta!
Espero que la historia les esté gustando y si es así, no olvides dejar tu estrellita, es de gran apoyo para mí.
Si bien hay mucho drama por aquí, no olvides que también habrá aventura ;-)
¡Besos!
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