Las nubes parecían burlarse de mi cuando alcé la mirada.

Nadie puede tocar el cielo con una mano así como nadie puede reordenar las nubes o llevar a las aves a cielos más altos, pero por cinco maravillosos minutos, creí que sería posible llegar hasta ahí.

Observé la soga en mi mano y el árbol al que deseaba sostenerla con una mueca de asco.

Tenía doce años, maldita sea y ya estaba pensando en esta estupidez, pero ¿Porqué no acallar estos recuerdos de una vez por todas? ¿Porqué aspirar a tocar el cielo con una mano cuando podría estar ahí?

Alcé mi mano cubierta de raspones al cielo y me imaginé palpando la textura de las nubes, apachurrando alguna de ellas o quizá simplemente cambiándole el orden con alguna de sus compañeras solo por pura diversión.

Pienso que si fuese una nube daría gracias por mi vida una y otra vez, me reiría de los pobres ilusos que les pedían deseos, olvidado de que alguna vez yo fui uno de ellos. Tocaría el cielo a mis anchas y me movería por él, sin el terror a la vara de madera que en casa me esperaba.

El cielo despejado empezó a nublarse y en mi corazón sentí la señal para hacerlo.

<<Es ahora o nunca>> me dije a mi mismo

Coloqué la soga tal y como lo había practicado y me aseguré de que la rama fuese lo suficientemente fuerte para resistir mi propio peso y me pasé la soga por el cuello, esperando la horrible sensación de ahogo descrita por desafortunados sobrevivientes.

Pero nada ocurrió al cabo de cinco, diez o quince minutos, así que empecé a analizar.

¿Qué hice mal?

Y entonces lo noté: Yo no estaba colgado, sino de pie y la soga no apretaba lo suficiente como para cortarme la respiración.

Incluso en morir era un fracaso.

Desaté la soga rogando no haber atraído miradas incautas y fui corriendo a casa. Miré el cielo por última vez, anhelando tocarlo.

Supongo que lo comprendí mientras le suplicaba que dejase de golpearme o mientras sentía la sangre recorrer mi espalda.

Los fracasos como yo jamás tocaremos el cielo.