32. Masoquista

Quería probar hasta dónde llegaría, si había perdido por completo sus miedos e iba a ser capaz de responderme. Honestamente, no era por subestimarlo, pero temía que no le agradara haber cambiado de rol tan de repente. Pero me sorprendió cuando menos lo esperé. Sus besos en mi espalda fueron tan dulces, suaves y con tanta pasión que me traía suspirando. 

Por un momento me convertí en un helado en pleno sol de verano. Me derretía tener toda su atención para mí y que pusiera en práctica todo lo que le hice. Alguien como él, que era tan apático y no podía siquiera tocarme las manos, era el mismo que tenía su boca y sus dedos en esa zona. Si esto no es una demostración de amor verdadero, no sé qué mierda podría ser. 

—Tom… — gemí su nombre cuando se hundió en mis adentros, moviéndose pausadamente, pero ocupando un gran espacio. 

Su gruñido y fatiga erizó mi piel. La habitación estaba más clara, permitiendo que pudiera ver nuestro reflejo en el espejo que había frente a la cama, algo que lo hacía más placentero, el ver al hombre que tanto quiero detrás de mí, mordiendo sus labios y con esas manos tan perfectas tirando de mi cintura hacia él. 

Los sentimientos, las emociones y las sensaciones, estaban a flor de piel. Siento que voy a desfallecer en sus brazos en cualquier momento. 

—Tommy, eres el mejor. Lléname más, por favor — mis ruegos vinieron acompañados de esos gemidos que se aflojaban de lo más profundo de mi garganta. Mi voz se oía distorsionada, diría que hasta fina. 

Me enderecé, haciendo fricción con mi espalda en su abdomen y me abrazó, su antebrazo me sirvió de almohada, mientras su barbilla descansaba en mi hombro. 

—¿Así? — su sonrisa me derritió en todos los aspectos habidos y por haber. 

—Sí— mi fatiga no permitía que pudiera hablar claramente. 

—¿Sabes? Me pasa lo mismo que a ti— depositó un cariñoso beso en mi mejilla, mientras continuaba moviéndose. 

Oír su voz y respiración tan cerca de mi oído, más sentir sus apasionados y delicados besos, causaba que mi cuerpo se volviera el doble de sensible. 

—Jamás había sentido algo así, pero estoy tan feliz de que lo haya experimentado por primera vez contigo, y es algo de lo que no me voy a arrepentir nunca. Me encanta todo lo que me haces sentir. No quiero soltarte nunca.

¡Maldita sea! Cada vez que me habla bonito, siento tanta vergüenza.   

Me tendí en la cama, volteándome boca arriba y abriendo mis piernas para que se acomodara entre ellas. Quería grabar con detalle su hermoso rostro, su perfecto cuerpo, esos ojos avellana que solo se fijaban en mí. 

Estaba pagando por haber cambiado de postura. Si algo tiene él es que tiene buena memoria y repetía exactamente lo que le hice. El gran detalle, porque sí es un gran detalle, es que la diferencia de tamaño es… algo distinta. 

Él estaba disfrutando de ver su obra. Se ha vuelto agresivo y brusco de repente. Sus fuertes manos presionaban mis piernas mientras su peso estaba sobre mí. En mis delirios podía verme en silla de ruedas por unas cuantas semanas, pero ¡joder, con él vale la pena todo! En la escala del 20, a su soltura y movimiento de caderas, le doy un 100. 

Mi lado masoquista era el mismo que le pedía más a gritos, provocando a ese demonio que se oculta en su interior, porque todos tenemos uno, aunque busquemos ocultarlo del mundo.

—Quiero tus manos de collar, por favor— le rogué. 

—¿Qué? — cuestionó confundido y sonreí malicioso. 

—Así —agarré sus dos manos y las llevé a mi cuello—. Esa ha sido mi fantasía desde que vi tus manos. Perdón por ser tan depravado y masoquista, pero solo tú sacas ese lado de mí. Ahorcame, reclama lo que es tuyo. 

Sus mejillas se enrojecieron, la frente y hasta las orejas. 

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