11. Encrucijada

—¿Mi presencia le disgusta? ¿Y por qué la tuya no? ¿Esto es un disgusto selectivo?

Ella nunca se había comportado de esta manera tan irracional. En este momento lucía irreconocible. En muchas ocasiones me pidió que le ayudara en su relación, pero con esta actitud, pareciera que quiere todo lo contrario.

—Si realmente quieres su bienestar y todo lo que buscas es apoyarlo, es el momento de demostrarle que no lo dices de la boca para afuera.

—Hemos tenido muchas diferencias y peleas, pero jamás habías intercedido por alguien más por encima de mí. No quiero ni pensar que has traicionado nuestra amistad y que si estás yéndote de su parte es porque estás ligándote a mi marido.

—¿Qué demonios estás diciendo, Mariana?

—Te conozco bien. Has estado actuando extraño desde que te pedí este favor. Anoche precisamente me dijiste muchas cosas sobre él, incluso me comentaste que habías renunciado y ahora te encuentro aquí. ¿Y esto? ¿Qué explicación tienes para darme? ¿Qué hace esta tarjeta en el escritorio de mi marido?

¡Maldición! ¿Por qué se me ocurrió dejarle eso ahí?

—No es el lugar ni el momento para hablar de esto. Te pido nuevamente y de buena manera que abandones la oficina. Harás que termine en el hospital, si no es en la tumba.

—Podía esperar una traición de cualquiera, excepto de ti, Ossian — estrujó la tarjeta y la arrojó a sus pies, enterrándole el tacón una y otra vez—. Ahí es donde te veré el día que debas rendir cuentas por lo que me has hecho— abandonó la oficina, tirando la puerta detrás de ella.

Si no le expliqué las cosas al instante, es porque conozco que cuando está así, lo mejor es darle su espacio, pues no va a entrar en razón por más que se intente. Al mismo tiempo, creí que de esta manera ella saldría de la oficina lo más rápido posible y así él podría recuperarse.

Ahora me encuentro en una encrucijada. Sé que está mal, aún no se recupera de su agitación y temblores, pero no me atrevo a tocarlo. Eso podría empeorar el asunto.

—¿Quieres que llame a una ambulancia? Bueno, no creo que sea buena idea.

Alcancé a ver el bastón que utiliza para tocar ciertas cosas y arriesgándome a que pudiera empeorar, lo tomé con ambas manos y se lo extendí, esperando que tomara el otro extremo.

—Necesitas aire fresco. Tal vez te haga bien ir a la azotea. Aunque no sé si este abierta. Sé que no quieres tocar nada que este sucio y en esta condición que te encuentras, puedes perder el equilibrio y, créeme, el suelo tiene más bacterias que lo que pueda tener este bastón.

Sus ojos miraban primero al bastón y luego a mí. Sacó el pañuelo de bolsillo y creí que era una forma de rechazarme, pero me sorprendió que lo hubiera tomado del otro extremo, después de haberlo cubierto con el pañuelo.

Sé que debíamos parecer dos locos caminando por el pasillo, yo un poco más adelante y él detrás, ambos sujetando el bastón por los dos extremos. No era momento de pensar en eso, pero sentía que estuviera paseando a un hermanito, tal vez un sobrino.

Le pedí a una empleada que nos encontramos por el pasillo que me dijera cómo llegar, pues no tenía idea. Hay tantas puertas y oficinas que es difícil memorizar cada cosa.

Cuando por fin llegamos, él se veía más tranquilo. Su fatiga poco a poco se calmó, incluso sus temblores, aunque permanecimos en completo silencio. Él se veía perdido en el espacio. Esos ojos avellanas se veían más claros por la resolana. En este ángulo se ve tan diferente. Hasta podría decir que luce muy lindo.

—Es raro no escucharte gruñendo por todo.

Dejó escapar un suspiro antes de coincidir con la mirada.

—¿Por qué? ¿Por qué regresaste?

No tenía una respuesta clara a su pregunta, pues yo mismo desconocía la verdadera razón.

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