IV. Una Fantasía Persistente
Durante los siguientes días, Razer no pudo quitarse aquel cuerpo desnudo de su mente; sus curvas inevitables, su tersa piel centelleante, sus caireles morados cayendo suavemente sobre su frente...
En más de una ocasión, tuvo que morderse la lengua para no gritarle a Nard. ¿Cómo era que él, aquel vago sin oficio de pésima presentación, podía haber seducido a Lexie, la chica que todos los vecinos habían tratado como la hija perfecta en los últimos años?
El siguiente sábado por la noche, Razer ni siquiera quiso ver la cara de Nick, por temor a que su lengua se aflojara. En su lugar, buscó cualquier nombre en su lista de contactos para tomar una cerveza.
Fue así que Jodie Simpson aceptó una velada tranquila en su casa con Razer como invitado. Las latas de cerveza se habían acabado una a una y Jodie comenzó aquel ritual por el que Razer se había hecho famoso.
Pronto, la chica se había quedado desnuda frente a él. Y él no pudo dejar de compararla mentalmente con Lexie. No pudo besarla ni acariciarla, pues todo lo que hacía en ese borroso estado, era desear que Nard se alejara de ella.
—Si no puedes hacerlo, será mejor que te vayas —dijo Jodie con un tono pedante, con intención de herir al chico.
Un tanto mareado, Razer volteó a ver su rostro.
—¿Me escuchaste? —preguntó Jodie.
—Lexie... Lo sien... siento. —susurró él.
El rostro de la chica se tornó rojo de ira. No tardó en aventarle su playera . Él por otro lado, se lamentó de lo que estaba a punto de suceder:
Todo lo que pasó por su cabeza fue el inconforme rostro de Lexie, separando sus labios para que el sucio drogadicto satisfaciera sus deseos.
Todo el tema le parecía incluso irreal. Cargado de morbo e incertidumbre, Razer se vio envuelto en las sombras de la noche varios días seguidos, con la torpe excusa de querer estar seguro de que sus ojos no lo estuvieran traicionando. Aprovechaba para grabarla en su mente, y un día, incluso contempló la idea de grabarla de verdad.
Tenía su celular en su mano temblorosa. Su boca estaba seca. ¿Por qué era tan difícil? Solo debía apretar un par de botones, y no tendría que volver ahí cada noche.
Debía apresurarse si quería tener todo el pietaje desde que la chica comenzaba a retirarse la blusa de encima.
Pero no pudo.
En todas aquellas noches que estuvo ahí, nunca vio una sonrisa por parte de ella. Nunca vio una caricia sincera a alguno de ellos.
Pero tampoco vio resistencia ni escuchó queja alguna.
Guardó su celular y por primera vez en días, no pudo mirar a Lexie vender su cuerpo por droga.
...
—Razer.
La voz interrumpió la concentración del lavavajillas.
—Hey, Jeff —respondió él sin levantar la cabeza.
—¿Qué pasa? Ya son dos semanas que Nick y yo surfeamos solos. —Asomó su bronceado rostro sobre la barra mientras se sostenía en sus brazos para poder ver a Razer dentro de la cocina.
—He estado... ocupado. Buscando empleo, cuidándome de Nard... —Bajó su voz.
—Sí, bueno... Ni siquiera contestas los mensajes.
Razer se tomó un segundo para pensar alguna mentira fabulosa, pero ¿cómo podría explicarle que no soportaba ver el rostro de Nick sin tener que confesar lo que Lexie hacía? Simplemente se encogió de hombros.
—¡Agh! —soltó Jeff, dejándose caer en el banquillo—. Primero Lexie, después Theo y ahora tú.
—¿Qué pasa con el Camarón? —se interesó Razer.
Dejó la esponja de lado, causando que el suelo se mojara.
—Ellen lo ha tenido en su correa desde hace tiempo. Se siente insegura respecto a algún chisme tonto de Lexie o algo.
—¿Qué dicen de Lexie? —Apretó sus puños.
—No le entendí muy bien a Camarón por teléfono. Estaba susurrando. De todas formas, da igual, Ellen es una exagerada. —Suspiró—. Parece que pasaré el resto del verano con Nick.
Razer frunció el ceño al tiempo que volvía a su deber, dejando a Jeff sin habla. Definitivamente esperaba alguna objeción por parte del pelirrojo, pero su corta espera fue en vano.
—Creo que tendré que hacer nuevos amigos —soltó Jeff. No supo si lo que decía era en serio.
Razer fregó y fregó los trastos sucios con odio. Ahora ya todo el mundo lo sabía. Todo el mundo ya debía haber visto a Lexie haciendo esas tonterías. No podía creer lo estúpida que era al dejarse filmar.
No.
No podía creer lo estúpida que era al meterse con Nard.
Escuchó que la puerta de atrás se abría. No le importó. Escuchó a esa persona caminar a su lado, y luego, resbalar por el agua en el piso. Para su mala suerte, oyó un grito de mujer.
—¡¿Eres alguna especie de salmón?! ¡El agua va dentro de la tarja, Lalo! —reclamó Lexie, desde el suelo.
—¡¿No podrías fijarte por dónde pisas?! ¡Nunca pensé que fueras tan estúpida! —Arrojó la esponja a la cabeza de la chica.
—¡Tranquilo, Lalo! No fui yo la que dejó medio Océano Pacífico en el suelo! —Ella arrojó la esponja de vuelta mientras se apoyaba de la mesa para ponerse de pie.
—¿Qué pasa aquí? —Lila interrumpió de mala gana—. Sus gritos se escuchan hasta la acera de enfrente —regañó en susurro.
De inmediato, ambos chicos comenzaron a contar su propia versión de los pocos minutos pasados.
—¡No me interesa quién haya comenzado! —Levantó ambas manos para pedir silencio—. ¡Salgan y resuélvanlo como adultos! Tenemos demasiados clientes para estar discutiendo aquí.
—No es necesario, Lila —respondió Lexie—. Ya acabé de hablar con este idiota.
—¿Me llamas idiota? —vociferó Razer.
Lila tomó a ambos por la espalda y los dirigió por la puerta de atrás hasta el callejón. Cerró la puerta en sus narices.
—¡Lila! —gritó Razer de último.
Golpeó la puerta.
—Ah sí. Con eso vas a arreglar todo, cavernícola.
—Tú... —Tomó aire para ahogar algunas palabras que sabía que lo herirían también a él—. Solo cállate.
Lexie giró los ojos. Consultó su reloj de pulso y decidió irse, pero recordó que su mochila estaba en la oficina de Christopher. Si Lila la veía, la obligaría a volver al callejón.
Se cruzó de brazos.
Por otra parte, Razer se mordía la lengua para no hacer una de aquellas preguntas incómodas que tanto le molestaban. Quería hablarle, pero no estaba seguro de qué decir sin obtener un insulto a cambio.
—¿Cómo está Julia? —preguntó de repente.
Lexie lo vio, molesta.
—Lo siento —susurró él. Pensó un momento—. ¿Desde cuándo se volvió tan difícil hablar contigo?
La chica se negó a contestar. Con sus brazos cruzados, ella se recargó contra la pared.
—Es por ese estúpido viaje de carretera, ¿verdad? —Razer estaba harto—. ¡Lexie!
Ella no movió un músculo.
—¡¿Es por eso que te drogas?! —Soltó de repente.
Lexie abrió los ojos.
—¿De qué hablas? —preguntó ella a la defensiva.
—Hablo de que ahora eres más amiga de Nard que de nosotros. Hablo de lo que haces por las noches en la casa abandonada de la calle Jefferson —escupió—. ¿Te parece suficiente? ¿O mejor te deletreo que seguramente todos ya saben que eres una drogadicta, y la puta de Nard?
Razer sintió un golpe en el estómago. Sintió cómo todo el calor acumulado en su cara se bajaba de inmediato a su abdomen.
—¡Tú no sabes nada! —chilló Lexie—. No te busques problemas.
No estuvo seguro, pero creyó haber escuchado que la voz de Lexie se quebraba.
Desde el suelo, la vio irse.
...
Unos días más tarde, Razer hacía su nueva rutina que incluía darle vueltas a toda su vida recostado sobre su espalda. Del cómo habían pasado de ser una familia a ese hoyo de holgazanes buenos para nada.
Escuchó la puerta de la entrada abrirse. Comprobó el reloj. Pasaba de la una de la mañana. Podría ser cualquiera de los hombres restantes.
Si era su padre, en seguida escucharía el refrigerador y el televisor.
Si era Nard, tenía su palo de hockey listo al lado de su cama.
Pero solo escuchó a esa persona caminar hasta el pasillo del segundo piso.
—¿Pa? —gritó Razer, inseguro de tomar su arma improvisada.
La puerta de su dormitorio fue abierta.
De inmediato, Lexie cruzó su habitación para abrazarlo.
Razer estaba confundido. Ella tenía un olor desagradable, y su cabello violeta estaba revuelto. Un inmediato sentimiento de náuseas lo invadió de repente, pero en cuanto miró hacia abajo, notó que ella reprimía un par de lágrimas.
No dijo nada. Solo la abrazó.
★★★★★
Si estás pasando por una situación de violencia de género o te sientes insegura alrededor de algún familiar o amigo, recuerda que no tienes por qué sentirte sola.
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