III. La Casa Abandonada

Nick tomó una lata de cerveza del suelo y la vio por un largo tiempo. La aplastó entre sus manos y corrió por su sala aún tapizada de basura de la fiesta de ese fin de semana, simulando un juego de básquetbol. La lanzó a una bolsa negra junto al sofá, pero cayó unos centímetros más allá.

Había postergado sus deberes hasta esa tarde, que tuvo una fuerte pelea con Lexie.

A pesar del intercambio de leves insultos, Lexie había cerrado la discusión con un portazo de su dormitorio, y Nick había concedido en silencio que tal vez cuatro días entre basura no era la mejor forma de vivir.

Theo tocó la puerta un par de veces.

—¡Theo, mi amigo! —le saludó Nick con una amplia sonrisa.

—No voy a ayudarte a recoger —dijo de inmediato.

El chico bronceado dejó caer sus brazos.

—¿Qué quieres, Camarón? —El tono de Nick ahora era de fastidio.

—Solo vine a saludar a Lexie. Hace unos días no la veo.

—La señorita correcta está en su habitación.

Poco le importó que algunas latas no estuvieran aplastadas. Todas acabaron en la misma bolsa.

—¿Siguen peleando? —Arqueó sus cejas.

—Cada vez que abre la boca, es para fastidiar. ¿Desde cuándo se volvió una... adulta?

—No lo sé, Nick. Lexie siempre ha sido alegre. ¿No crees que algo pueda estar molestándole?

Nick arrugó su nariz. Esa era una pésima excusa. Vio sus recuerdos por un momento. Desde chicos, además de hermanos, eran los mejores amigos. Era cierto que el último año se había distanciado puesto que Lexie se había mudado a Seattle debido a la universidad, pero siempre había encontrado tiempo para bromear con él.

Sin embargo, también era cierto que su actitud no había sido más que hostil con todos en las últimas semanas.

Nick rascó su cabeza.

Theo pensó en preguntar si había intentado hablar con ella, pero era obvio que estaba sumergido en sí mismo.

—Tú lo has visto, Camarón —dijo Nick sin mucho interés. Se desplomó en el sofá frente a él—. Nada ha cambiado. Seguimos insistiendo a que venga a surfear con nosotros o a comer algo en Melted Shell's, pero siempre da sus tontas excusas de salir con Julia.

—Ellen y Julia han estado saliendo mucho. Y sabes que Ellen nunca saldría con Lexie... ¿Julia y Lexie volvieron a hablarse?

—Exacto. Todo es mentira. Siempre regreso y su puerta sigue cerrada.

—¿Te importa si subo a verla?

—Hazlo. Y de paso dile que deje de ser tan molesta.

Theo asintió una vez. Subió las escaleras con calma y tocó la puerta celeste. No esperó a que Lexie contestara para abrirla.

Hecha un ovillo, Lexie se encontraba acurrucada con un libro en un rincón de su habitación. Alzó la vista, con un dejo de temor y confusión.

Caminó cautelosamente hasta ella, quien devolvió su atención al libro en sus manos.

—¿Estás bien? —susurró Theo.

—Claro —dijo ella en el mismo tono.

Se negó a verlo.

El rechoncho de cabello azabache bajó su libro para obligarla a encararlo.

—¿Qué quieres, Camarón?

Su tono grosero tomó por sorpresa a Theo, pues ella solo se había referido a él con ese apodo muy pocas veces.

Tomó aire para ignorar ese ataque.

—¿Por qué no vamos por un helado y me cuentas qué pasa?

—¿Por qué de pronto te interesas? ¿Porque alguna vez fuiste mi mejor amigo? ¿Ellen te abandonó por alguien más interesante? ¿Por qué ninguno de ustedes puede entender que quiero estar sola? ¿Por qué no entienden que odio sus estúpidos juegos? ¡Maduren un poco, de una vez! —Dibujó una mirada furiosa llena de temor.

—¿Fui?—preguntó, confundido.

—¿Te lo deletreo? ¡Sal de mi habitación! —Estalló en un salto que hizo que él la imitara para defenderse a sí mismo.

Lexie empujó a Theo por el costado sin ningún cuidado, provocando que se tropezara con su propio pie.

Poco le importó que él hubiera caído sobre su hombro. Lexie cerró la puerta, golpeando las piernas de su amigo con ella.

...

Los chicos se encontraban en el muelle, con sus pies colgando sobre el mar. El océano brillaba en cientos de chispas que reflejaban la luna. Tras ellos, se escuchaban a chicos más jóvenes que disfrutaban de la feria que ahí había vivido desde hace años.

Theo le había contado a Jeff y Razer lo que sucedió horas antes fuera de la habitación de Lexie. Así mismo, compararon historias, y agradecieron que esa vez, Nick no estuviera cerca de escuchar la conversación.

—Si eso es lo que quiere, yo digo que ni siquiera nos preocupemos que existe —escupió Razer con recelo.

—¿Solo así?—preguntó Theo consternado.

—Casi te rompe las piernas. No me extraña que Ellen no pueda soportarla.

—Sabes que ese no es el motivo —terció Jeff.

—Ellen piensa que hubo algo entre Lexie y yo —explicó Theo con naturalidad—. Pero ahora que los conoce mejor, sabe que Lexie es totalmente de Razer.

Este se alertó al escuchar su apodo.

—¿A qué te refieres, Camarón? —Arrugó su entrecejo.

Theo lo vio con una mirada obvia desde el otro lado de Jeff.

—Ha pasado suficiente tiempo con nosotros para ver lo obvio. El único que no lo sabe es Nick. Pero, ¿quién lo culpa? Ni siquiera se había percatado que Lexie tiene un problema. —El chico de cabello corto color negro vio sus piernas cubiertas por un pesado pantalón de mezclilla. No pudo evitar compararlo con los pescadores de sus amigos.

—¿Tiene un problema? —preguntó Jeff—. ¿Por qué no nos lo dijo? Tal vez podamos ayudarla de alguna forma.

Razer recordó aquel golpe que Lexie le propinó ese día de la fiesta. Cerró sus puños, arrugando su playera. Sintió tanta furia que su mandíbula comenzó a doler al apretar sus dientes.

—Es una pérdida de tiempo —interrumpió el pelirrojo—. Todos tenemos problemas, ¿bien? Pero ninguno de nosotros golpea a los demás. Si Lexie quiere jugar ese juego, ¡bien por mí!

—Calma, Razer—dijo Jeff, pero su amigo ya se había puesto de pie.

—¿A dónde vas? —preguntó Theo en un grito.

—A resolver mi problema —masculló Razer.

Eufórico, con el latido de su corazón en sus oídos, Razer corrió a su casa con el único propósito de golpear a su hermano, si lograba ver de frente ese rostro deformado por las drogas. Pero su hogar se encontraba dormido.

Entró al número 1213 de la calle Fall Way para encontrar el desastre usual, esta vez un poco más revuelto. En un pensamiento pesimista, vio a su hermano revolviendo las pocas pertenencias de los Torres, para buscar un poco de dinero.

Se apresuró a su propia habitación, donde el desastre continuó. Razer soltó un gruñido al encontrar, que incluso su ropa había sido revuelta, y ahí, al fondo del armario, una pequeña caja de madera había sido cruelmente vaciada.

Los ahorros que tenía desde que trabajaba con Christopher habían sido saqueados.

En venganza, se apresuró a la habitación de Nard con el objetivo de devolver el favor. Pero la puerta estaba cerrada con llave.

Sin dudarlo un segundo, volvió brevemente a su habitación para buscar su palo de hockey. Estrelló una y otra vez su posesión contra la puerta de Nard, sin pensar que tal vez el palo se rompería antes.

Entre los golpes llenos de furia, escuchó el motor de un auto. Cesó los ataques para escuchar mejor. Se apresuró a la ventana y pudo distinguir entre las cortinas, el viejo Mustang  descuidado del amigo de Nard.

Escuchó de la cochera un estruendo que le hizo sacar la cabeza por la ventana. Alcanzó a ver una figura descuidada que corría de vuelta al lado del copiloto.

—¡Nard!—aulló Razer.

Pero el auto simplemente arrancó.

Decidido a darle a su hermano su merecido, Razer cruzó la calle a casa de los Mayfair, para tomar la bicicleta de Nick que yacía en el suelo sin cuidado.

Pedaleó entre las sombras tras el Mustang que se dirigía al centro de la ciudad. Sin notarlo, condujeron a Razer hasta su guarida; una casa a medio construir que tenía fama de resguardar a vagabundos a costa de los dueños.

Dejó caer la bicicleta cuando se dio cuenta que los que salían del Mustang, eran solo los amigos de Nard con una caja de zapatos bajo el brazo.

Unos metros lejos de ellos, Razer notó que los encapuchados del Mustang, burlaban una puerta tapiada, por el costado de la casa en donde encontraron un camino más fácil por la ventana.

Una vez que se aseguró que estuvieran adentro, Razer caminó de puntillas cerca de la morada, solo para confirmar que Nard estuviera dentro. Ahora sabía dónde se escondía ese drogadicto inmundo.

Deseó haber llevado el palo de hockey con él. Eran más en número, pero confiaba en su buena condición a comparación de los demacrados imbéciles. Estaba seguro que...

Sintió como si un balde de agua fría le hubiera caído encima cuando escuchó que una voz en particular hablaba con su hermano.

Se asomó con cautela dentro de la casa para confirmar su sospecha.

Nunca había sentido aquella mezcla entre excitación y repulsión, pues en efecto, ahí estaba Nard. Y delante de él, el cuerpo desnudo de Lexie, que la chica intentaba tapar sin mucho éxito.

—Dile a la cámara lo que quiere oír —Nard recitó con una voz áspera, acercando su celular a la cara de la chica hincada.

—Cógeme ahora —dijo ella sin ánimos.

Su cara se veía sombría y sus manos comenzaban a vencer su pudor. La cámara la recorría de arriba abajo haciendo énfasis en sus pechos.

—Déjame verte —pidió Nard, autoritario.

Finalmente sus manos cayeron a sus costados, causando que Razer por primera vez en su vida, envidiara el lugar de su hermano. Se preguntó fugazmente si era alguna especie de venganza ideada por Lexie, por haberse metido con Julia o Carrie.

—Eso —le animó Nard, mientras a su acto de perpetración, se le unían los encapuchados del Mustang.

Ambos caminaron alrededor de la chica con las cámaras de sus celulares apuntándole directamente.

Entonces, toda excitación en Razer se esfumó. Ahora entendía todo. No parecía que Lexie se negara a que la grabaran un montón de tipos asquerosos. No estaba atada, y a pesar de no sonreír, ella acataba las instrucciones de Nard tal como él quería.

Razer llegó a sentir asco por ella. Y en cuanto el primer miembro la penetró, él ya no pudo seguir observando. Ahora entendía el cambio en su amiga. Era obvio: ella también debía estar consumiendo drogas.


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Si estás pasando por una situación de violencia de género o te sientes insegura alrededor de algún familiar o amigo, recuerda que no tienes por qué sentirte sola.

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