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Ramón afirmó con la cabeza como el tonto que se creía por haber apagado la alegría de Lily. Antes, durante el paseo en motocicleta, con ella aferrada a él, un orgullo desmedido le había colmado el pecho de satisfacción. Pero cuando se dio cuenta de que también había sido el causante de que un brillo húmedo empañara sus ojos, la dicha de los minutos pasados se le desplomó hasta los pies.

Quiso haber callado a tiempo.

Por fortuna, Lily volvió a sonreír y recuperó el ánimo. Entonces lo bañó el alivio, permitiéndole respirar con tranquilidad.

Jamás quería causarle tristeza.

Cinco años atrás, había sido testigo de los estragos que otro hombre dejó en ella. En aquel momento, no lo pensó demasiado, solo era un testigo silencioso, ajeno... y muy joven. No obstante, lo impactó ver a Olga sonreírle a su hija como si nada ocurriera, como si Lily no estuviera hecha pedazos tras la pérdida de su bebé y el abandono del esposo que debió cuidarla. Luego, frente a él, en el resguardo de la puerta de su casa, Olga se había quebrado mientras le extendía unos billetes para que le hiciera el favor de hacer unas compras.

No le había dicho nada, pero sus lágrimas rodaban sin que pudiera detenerlas.

Una madre no llora fácil. Lo había aprendido de la suya, tras verla tragarse el golpe que significó la muerte de su papá. Día con día, Antonia permanecía entera, pero algunas noches, se le escuchaba sollozar, abrazándose a sí misma sobre el colchón, fingiendo dormir para no despertar a sus hijos.

Fue al ver a Olga deshacerse en dolor, similar al de su propia madre, que comprendió que el daño en Lily era mucho mayor al que mostraban las secuelas visibles.

Nunca olvidó aquello.

En medio de comentarios destinados a terminar de aligerar el ambiente, subieron a la motocicleta. Lily le comentó que no quería comprarse un automóvil, pero que quizá sí se compraría una moto. Sugirió entre risas que lo mejor sería una de cuatro llantas, para no caerse fácil. Él le respondió que a su papá no le gustaría mucho la idea. Ambos rieron imaginando al hombre plantar serias objeciones al respecto.

En cuestión de minutos, y casi sin notar el trayecto, llegaron al lugar que ella había mencionado. Sí existía.

A la tenue luz de unos pocos faroles, se reveló un pequeño parque con un área infantil, amplias extensiones de césped y árboles gigantescos que, bajo la oscuridad de la noche, proyectaban sombras inquietantes. Unas mesas redondas de piedra, con bancas del mismo material dispuestas a su alrededor, completaban el escenario.

Solitario, pero en un barrio tranquilo. La parada perfecta.

Al estacionarse, ambos dirigieron la mirada al único hombre en la acera, corriendo junto a su perro, un labrador. Excepto por él, el lugar era suyo.

—A cenar —mencionó Lily, abriendo la bolsa con la ilusión de un alma inocente, luego de que eligieran la mesa mejor iluminada y se acomodaran.

Ramón se sentó al otro lado, frente a frente, ahí tenía mejor vista.

Entusiasmada, ella colocó el empaque de unicel en medio de la superficie de piedra y le dio la bolsita con el tenedor y la cuchara. Lo otro que rescató de la bolsa fueron servilletas y un refresco de naranja.

—Tendremos que compartir todo —observó, sembrando una nueva inquietud en él.

«Sí». Liberó un mudo asentimiento. Casi nunca se le dificultaba hablar, no obstante, se sentía diferente a cualquier otra ocasión en que compartió espacio con Lily. Sacó los cubiertos del empaque en completo silencio, al tiempo que ella abría la bebida.

—Así que estás buscando dónde hacer las prácticas —retomó su bella acompañante, dando un trago corto.

Volvió a afirmar ligeramente, con el rostro caliente; la frescura de la noche no disminuía la sensación.

—El encargado de mantenimiento e innovación de la empresa dónde estoy tiene una vacante. Acepta cualquier ingeniería: industrial, mecánica, mecatrónica, creo que hasta electrónica. Tal vez te interese, sobre todo porque están por rediseñar una de las líneas. Sería un proyecto perfecto para tus prácticas.

Ramón había permanecido con la vista baja, pero aquella mención lo hizo mirarla directo.

—¿De verdad? Pero quiere a alguien titulado, ¿no? —indagó, extendiéndole el tenedor que ella le pidió.

—No necesariamente. El ingeniero Salas es algo... tiene ideas muy suyas. No se fija mucho en papeles, ni en la experiencia laboral, más bien en la persona. Claro que es necesario que tenga los conocimientos básicos. Tú ya los tienes, el resto puedes aprenderlo ahí —dijo ella, después tomó el primer bocado de papa asada y emitió al instante una expresión de gusto que incrementó el embelesamiento de Ramón.

No podía dejar de pensar en lo linda que se veía a la luz de los faroles.

—¿Y cómo le hago?

—Lleva tu currículum directo. Si quieres puedo comentarle para que te reciba. Seguro le caerás bien. Esto está delicioso, tienes que probarlo. —Y, sin agregar más, ella extendió el tenedor con papa y un trozo de carne asada.

Los ojos se le quedaron prendados del alimento, pero más allá, de la mano que se lo ofrecía. Abrió los labios sin oponer resistencia y lo saboreó. Un burbujeo atacó su interior. El sabor de la papa era de lo mejor, pero no se igualaba a lo que sentía por la forma en que había llegado a su boca.

—¿Crees que debería ir el lunes? —preguntó, agradecido, después de masticar y tragar la mayor parte.

Se le dificultó, pues la sensación cálida y opresiva, dulcemente electrizante, se había ido extendiendo por su cuerpo.

—Claro que sí. Ya han ido varios y ninguno le ha gustado. Pero estoy segura de que quedará encantado contigo —explicó, llevando el tercer bocado a su propio paladar.

—¿Por qué? ¿Qué tengo diferente? —preguntó, intrigado.

—Sabes trabajar.

A Ramón le habían dicho cosas buenas, y muchas malas, pero lo que escuchaba de Lily, cada palabra, era capaz de convertir la noche en día.

—Me encantará ser tu compañera de trabajo.

Sonrió; no podía dejar de hacerlo. En un reflejo, frotó los dedos unos contra otros y desvió la vista hacia el refresco. Lo agarró y dio un trago, más largo de lo normal.

—No te lo acabes, es para los dos.

—Traigo agua en la moto —aclaró, más relajado.

A continuación, se puso de pie y fue por la bebida. Cada paso se sintió espinoso.

Recordó que no debía subestimar el efecto de una chica bonita cerca... y mucho menos si era Lily. La última vez que habían pasado tanto tiempo juntos fue cuando ella le había explicado matemáticas, poco antes del examen de admisión a la universidad. De aquello habían pasado años.

En aquel entonces, estaba demasiado enfocado en obtener buenos resultados para no arruinar el esfuerzo de la señora Marcela por conseguirle una beca. Recién se daba cuenta de que, entre números y fórmulas, no había captado todo lo que Lily era capaz de provocarle.

Frustrado, se reprendió, obligándose a no actuar estúpidamente, igual que lo hizo con Abigail unos días atrás. Con Lily, quería ser mejor, pese a saber que no tenía oportunidad de nada más. Porque ella era un sueño, solo eso. Con suerte, podría ser su amigo.

Un resoplido largo fue suficiente para recomponerse. Regresó con la botella de agua y la misma sonrisa que le había estado dedicando toda la noche.

A pesar de la escasa comida, ambos quedaron satisfechos, repletos de la plática que fluyó entre probada y probada. Ramón se había atrevido a hacer lo mismo que Lily, y le ofreció una cuchara en la boca. Ella aceptó gustosa. Era un gesto inocente sin serlo. Tampoco quería pensarlo mucho, solo disfrutar.

—Vamos a los jueguitos —propuso al terminar, sorprendiéndolo—. Ya se me bajó lo borracha y adoro los columpios —explicó.

De repente, ambos estaban en el área infantil. Lily corrió a los columpios y se subió a uno, su estatura y complexión eran ideales para disfrutar del juego.

—Súbete.

—Yo no quepo ahí —acotó, llegando a su lado.

—Eso te pasa por crecer tanto. ¿Cuánto mides?

Rio e inmediatamente se puso serio para responder.

—Uno ochenta y nueve.

—Vaya, te ves más alto. Igual eres un gigante comparado conmigo.

—Joel es más alto que yo. —Joel, el hermano del que prefería no hablar—. Lo que pasa es que tú no quisiste crecer más.

—¿Me estás diciendo enana?

—No. Estás bien así. —«Perfecta» agregó para sí.

—Solo por eso te dejaré empujarme.

Eso sí podía hacerlo, y con gusto. Se colocó detrás de ella y puso las manos en su espalda baja, absorbiendo con las palmas el calor que emanaba de esa zona estrecha. Dio un ligero empujón, midiendo la fuerza necesaria, y fue incrementándola hasta que la vio alcanzar una altura prudente y, al mismo tiempo, entretenida.

—Oye, ¿cuánto mide Joel? —preguntó ella, en medio de un ascenso.

—Uno noventa y tres.

—¿Y tus otros hermanos?

—¿Estás haciendo una investigación sobre la estatura de mi familia?

El comentario provocó unas risitas compartidas.

—Solo quiero saber.

—María Esther uno sesenta y siete. Max todavía no da el estirón, creo que uno sesenta, es más bajo que María Esther.

—Deberían ser modelos.

La vida probablemente sería menos complicada si pudieran ser algo así, pensó.

—Es una pena que no haya volantín, me encantaba ese juego —Lily cambió el tema de conversación y él lo agradeció.

—Si quieres te doy vueltas.

No supo ni por qué dijo eso, fue una ocurrencia que se le atravesó de pronto.

—¡Estás loco! —Ella rio intensamente y, con los pies, detuvo el balanceo.

A pesar de su aparente objeción, se levantó y se le plantó enfrente. Sacó el pecho, retándolo a cumplir su palabra.

No necesitó decir nada; Ramón supo de inmediato que lo deseaba.

Se inclinó y la alzó con facilidad, como si fuera una niña pequeña, pasando un brazo por debajo de sus rodillas y sosteniéndole la espalda con el otro. Era liviana, igual que pluma. Cargándola, se dirigió a un área despejada del parque.

Una risa divertida escapó de los labios de Lily, con los ojos fijos en los de él y el brillo de la expectativa saltándole en el gesto.

—Agárrate bien —le sugirió y lo siguiente fue acomodarla más arriba, a una altura que le facilitó a ella rodearle el cuello con los brazos.

La primera exclamación se convirtió en una secuencia de risas y gritos cuando comenzó a girar sobre su eje. Entre giro y giro, los calores de ambos se fundieron en un solo ardor, mientras daban vueltas cada vez más rápido.

Se detuvo al sentir que el equilibrio le fallaba, con el pecho subiendo y bajando notablemente. Los músculos le palpitaban por la exigencia del movimiento y el esfuerzo del peso extra, por más poco que fuera.

Durante el juego, la había estrechado cada vez más, hasta sentirla como una extensión de su propio ser. Ella se había aferrado a él como si de eso dependiera su vida. Todavía sentía su aliento en la piel, ardiente y persistente, clavándosele en la memoria.

Lily tardó un poco en retornar del éxtasis de las vueltas, seguía agarrada con fuerza.

—¿Te gustó? —cuestionó.

No podía verla a la cara, pues permanecía con la cabeza sostenida en su hombro y el rostro hundido en la sudadera. Su risa había cesado de pronto, al terminar la explosión entusiasta, y parecía como si quisiera quedarse ahí por siempre.

—Sí. Gracias, de verdad.

La ligera melancolía en su voz lo hizo suspirar. La bajó con cuidado, comprendiendo que la magia había terminado. Una vez con los pies en el suelo, Lily siguió sujetándose de sus brazos con ambas manos, se balanceaba ligeramente, pero pronto recuperó el equilibrio por completo y lo liberó.

—Es tarde.

—Sí, has de estar cansada. Vámonos.

—Pero me la he pasado muy bien —lo dijo viéndolo a los ojos; él supo que no mentía—. ¿Podemos tomarnos una foto? Para recordarlo.

—Seguro, pero me la compartes.

—Claro.

Lily sacó su celular y se dio media vuelta, poniendo su espalda contra el torso de Ramón. Le pasó el aparato y fue él quien se encargó de encontrar el mejor ángulo. Antes de capturar la imagen, se inclinó sobre ella, lo más cerca que creyó poder.

—Ya está —anunció, devolviéndoselo.

Fueron a la mesa a recoger las cosas que habían dejado ahí. Lily tomó su bolsa y los restos de la cena, los tiró en la basura.

Él la aguardó, siguiendo con interés cada uno de sus pasos. Parecía otra, muy diferente a la joven alegre con la que había compartido las últimas horas.

Al terminar, caminaron juntos hasta la moto. El camino a casa de Lily estuvo plagado de silencio.

Ramón no tenía idea de lo qué pasaba por la cabeza de ella, pero quiso quedarse con lo último que le había dicho: fue capaz de hacerla feliz. Solo eso importaba.

***************

Listo, este par de tortolitos regresan a sus casas. Espero que hayan disfrutado su noche de encuentro. Ahora lo que sigue, ¿alguien supone algo?

Muchas gracias, y como seguimos cerca del día de la amistad, le quiero dedicar el capítulo a una de mis lectoras más leales: Mil gracias, Regina, es un placer tenerte aquí y leer tus comentarios; te lo agradezco en el alma.

¡¡Un abrazo a todas!!

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