Capítulo 2

En cuanto Ángel me deja frente a mi casa, le pido que se vaya, porque no tengo ni idea de lo que va a pasar, pero sin duda no quiero que el mejor amigo de mi novio sea testigo.Cuando lo veo lejos me volteo y lo primero que noto es a Mami que me mira desde la puerta.

Papi sale un ratico después desde el patio, pienso que quizás... no, en realidad no pienso, porque inmediatamente llega hasta donde mí, me da tremenda trompada.

Mis hermanos salen corriendo y me lo sacan de encima, pero aun así magulla mi rostro lo suficiente. Me pega como si fuera un hombre* y lo peor es que no puedo defenderme, porque es mi papá. Nunca me había pegado, ni siquiera una vez, siempre había hecho lo posible por no portarme mal, por eso me gané la fama de la santa, o la santurrona en el barrio. Su actitud me rompe el corazón.
¿Darme golpes? ¿Cómo si yo fuera un animal*? ¿A su propia hija? Pues sí, eso es completamente posible.

—¡Hija de la gran...! —Me insulta a diestra y siniestra, maldiciéndome de paso, y soltando improperios sin control, aún luego de que mis hermanos lo separaran de mí. Mami se limita a mantenerse al margen y mirarme con furia como si mereciera los golpes de mi padre, las maldiciones las acepto, pero, ¿Los golpes? Toco mi ojo magullado y no tengo ánimos ni de levantarme del piso—. Rastrera, ¿En eso es que tu andas en la calle?

—Papi —interviene Alberto Miguel, y me percato de que Gertrudis llora en una esquina, me mira culpable y siento la opresión de la traición en mi pecho. Les dijo, les contó que estaba embarazada.

—¿¡Qué papi, ni papi!? Suéltame, que la voy a matar

—Papi, vamos adentro para hablarlo

—¿Qué hablarlo, tú crees que era hablando que ella estaba cuando quedó preñada? No.

Me levanto y camino lejos de ellos directo a la carretera, debo salir de aquí antes de que mi padre cumpla su amenaza. Es entonces cuando veo una maleta en manos de mi hermano menor, Lisandro.

—Tía viene a buscarte en un par de minutos, así que, quédate ahí esperando. Vamos hacer lo posible por aguantar a papi en la casa en lo que ella llega.

—¿Tía Flor?

—No, tía Juana.

¡Juana! ¡No, por favor, prefiero quedarme en casa y que mi padre magulle mi rostro todo lo que quiera! Pero no tengo opción ni puedo exigir, necesito una escapatoria.

En cuanto tía llega, las manos me empiezan a temblar descontroladamente, temo que su marido esté con ella. Por suerte, ella lo confunde con los nervios de haber sido golpeada y entra mi maleta en el baúl*. Nos subimos y me alivia mucho saber que él no está ahí.

—¿Hace cuánto que tu estas preñada?

—Tengo como dos meses

—Te voy a llevar donde una ginecóloga que conozco.

Suspiro, no tengo ánimos de responder.

Aun proceso todo lo que acaba de pasar. Jamás imaginé, que de todos los hijos de mi padre, precisamente a mí me metiera el puño*. Pensé siempre que vería esa escena con Alberto Miguel, o con Lisandro. No conmigo, su "niña predilecta" como me presumía con los pocos amigos que le quedaban.

—Tu papá reaccionó muy mal, dejame decirte, él no debió haberte hecho eso.

No, no debió. Así como muchas cosas en mi vida tampoco debieron pasar.

Llegamos al apartamento de mi tía, situado cerca de uno de los grandes supermercados* de Santiago. Subimos a una tercera planta*, y entonces el terror, la inseguridad y el asco de nuevo se anidan en mí.

En cuanto lo veo mis ojos se aguan*, y me cuesta respirar.

Es él, la bestia, y las raíces de mi amargura profundizan cada vez más. Me mira como si fuera a devorarme, relame sus labios y besa a mi tía, como si su matrimonio significara algo.

Mi estómago se revuelca y tengo que retener con fuerza las arcadas que amenazan con exponer el miedo en mi interior.

—Mi niña, pero tú si estás grande —es una víbora que destila veneno, ¿Su niña? Trago con fuerza rezando para que no escuche el descontrolado palpitar de mi corazón.

—Hola Carlos Javier —sonrío hipócrita, detestándolo con todo mi ser, mientras me obligo a mí misma a ingresar en la casa y escuchar con atención todo lo que mi tía va a decirme. Se sienta regia y erguida en unos de los sillones.

Cuando está cerca de la bestia, se transforma, se cuadra tensa y su voz se torna más dura, casi me grita cuando dice—: Ya tú eres mujer, y tienes la capacidad para entenderme, así que voy a ser clara contigo. En esta casa hay reglas. No tendrás llave personal, porque si dan las once de la noche y tú no estás aquí, vas a dormir en la calle. Cero hombres aquí, si tú quieres ver a tu noviecito páguense una cabaña*, pero que ni se te ocurra traerlo a mi casa. ¿Entendido? —quiero interrumpir para decir que no es mi novio, y que jamás de los jamases volveré con él, pero Juana levanta el dedo en el aire advirtiéndome que no diga nada—. No tengo por qué darte dinero y menos ahora que te voy a poner a trabajar. Nada de bebidas, estás embarazada. Nada de visitas, si usted* quiere ver a alguien páguese un taxi o hasta un motoconcho para ir a un parque o a la casa de quien usted quiera ver. Nada de fumar, y sobre todo cero mentiras, si usted se le hizo tarde en la casa del tíguere y se quiere quedar a dormir, no tienes que decirme disque que te vas a quedar donde una amiguita, así que, mejor se honesta desde el principio.

—Sí, tía.

—No toques nada de la nevera, si tú quieres comer algo tendrás que pedirlo, y cuando empieces a trabajar te voy a habilitar una neverita para que te compres tu propia comida. La habitación la quiero tan impecable como te la di, y por la casa no te preocupes, que tengo servicio de limpieza.

—Yo puedo, por lo menos fregar* o algo, no tengo ningún problema, solo somos tres.

—No, de eso se encarga Edita, la que me limpia. ¿Qué más?... cualquier cosa nos sentamos a volver a tener esta conversación. Si incumples las reglas me costará tener que regresarte para tu casa, así que no pruebes mi paciencia y haz lo que tienes que hacer.

—Sí, señora.

Así como se sentó, se levanta y se encamina hasta una de las habitaciones. La puerta tiene mi nombre, y ese gesto me parece interesante —Es para que no te confundas —se explica, y yo me encojo de hombros.

Abre la puerta y entramos a un espacio amplio e impoluto, con un gavetero en un extremo y una cama queen size en el otro. En uno de los laterales, un espejo corredizo con un closet detrás, todo pintado de un tenue color beige y cortinas blancas, cubriendo el único ventanal que hay. Giro para agradecerle, pero tía ya no se encuentra allí, me topo en cambio con la mirada de Carlos Javier.

—El jueguito, va a continuar.

—¿Qué usted me quiere decir con eso?

—¿Tienes alguna ropita bonita por ahí?

—Tía lo puede escuchar.

—Eso no es gran cosa, de todas formas, tú sabes a quien es que le van a creer, ¿verdad? —Lo maldigo cien veces en mi mente y me acerco a la puerta para cerrarla en sus narices, pero uno de sus brazos ataja la puerta empujándome un poco—. Finalmente, vamos a terminar lo que empezamos. Preñada, o no —mira mi panza aun plana con desdén y yo lucho contra las ganas de arañarle la cara.

¡Qué impotencia! Me lo ofrezca mi tía o no, voy hacer un plan de ahorro para mudarme aunque sea a un cuartico, no podré soportar mucho tiempo en este lugar. Le agradezco en el alma, poder tener mi propio espacio, pero no sé si valga lo suficiente la pena, si eso significa tener que lidiar con la bestia.

Suspiro y decido checar la habitación, para liberar el estrés. Por suerte tiene baño propio, porque jamás de los jamases me quiero arriesgar a tener que verme desnuda cerca del enfermo. Me acerco al closet, siempre quise uno de estos. Lo abro y me sorprende ver ropa de mi talla, unos cuantos pantalones doblados en una esquina, seis pares de zapatos, unas blusas en unas perchas, un paquete de pañales, ropa unisex de bebé en otra esquina, biberones, unos bobos* de colores chillones pero unisex, packs de toallas húmedas, e incluso unos cuantos accesorios para mí, aretes* collares* y demás.

Quiero llorar de la emoción que me causa todo esto, e incluso cierro el closet para no verlo, ¡Todo lo que necesito está aquí!

Mi emoción dura poco, sin embargo, cuando veo mi deprimente reflejo en el espejo y si lo otro no me hizo llorar por completo, esto está muy cerca de hacerlo. Mi piel trigueña está más parduzca por el sol que tuve que coger cuando papi me dio golpes, y ni hablar de mi rostro que está vuelto una porquería. Mi cabello naturalmente ondulado, parece un nido de gallina*, los labios resecos y partidos, dan una impresión nada placentera de mi rostro, y para completar mis ojos marrones lucen tan apagados...

Decido que dejar de auto compadecerme y bañarme de una vez por todas, es algo muy inteligente, en especial cuando mi meta es hacerlo rápido y salir a colocarme una pijama de cebra y unas pantuflas de conejo que vi en el closet. Mi habitación tiene aire acondicionado, y aunque papi tenga una economía estable, como somos tantos muchachos en la casa, no podíamos permitirnos tener cada uno un aire acondicionado, solo mis padres tienen uno.

Sacudo la cabeza despejándolos de mi mente, y tomo mi teléfono el cual puse a cargar antes de darme la ducha. Tengo llamadas perdidas de Alberto Miguel, una de Ángel, dos de mami e incluso de papi. Un mensaje de Gertrudis, y dos llamadas grupales de WhatsApp perdidas. Le apago el wifi y lo pongo en "no molestar". No tengo ánimos ni deseos de responder y confirmar que sigo viva, de hecho, si por mí fuera* los dejaría un tiempo más sin saber de mi paradero, pero seguro que ya tía les puso al corriente.

No me permito pensar en Jean, pero sí me lamento de no tener una computadora o una tele donde pueda ver Netflix, o algo.

La cama es muy cómoda, más que la mía... o bueno, la que era mía, nunca había sentido una tan suave y blanda. Las almohadas son iguales de cómodas, y las sábanas tan calentitas, que me quedo dormida al instante, casi sin darme cuenta, y mientras me voy rindiendo* una lágrima corre por mi mejilla.

. . .

Abro los ojos. Con pesar, con esfuerzo. Aunque la claridad aun no es lo suficientemente cegadora, arrugo la cara. Es una manía que tengo, mami dice que lo hago cuando estoy triste.

Vengo de una familia católica, donde los valores están bien cimentados, es por esto que no estoy de acuerdo con Jean acerca de sacarme la barriga. No por lo que "infundieron en mi" sino por lo que verdaderamente creo. Así mismo, por esto un embarazo fuera del matrimonio es casi un sacrilegio para mis papás.

El peso de todo lo vivido tan solo el día anterior recae en mí con fuerza, tanto que tengo que agarrarme del espaldar de la cama, porque si bien lo que pasó ahora se sitúa en el plano de lo emocional, mi cuerpo lo recibe como un golpe físico. Estoy destinada a ser mamá sola es eso o exponer el crecimiento de mi bebé con el enfermo cerca... no, no debería arriesgarme.

Dicen que los traumas de la niñez explotan en la adultez, y no me siento con fuerzas para permitir que algún hijo mío viva lo mismo que yo viví. ¡Jamás!

Siento que esto de la maternidad está formando un nuevo yo, es decir aun no puedo ver a mi bebé, pero sé que está allí dentro y empieza a nacer en mi un instinto que desconocía, el de querer proteger algo que es mío, a toda costa. Aunque eso no quita que sienta mi corazón destrozado, y si de preferencias hablamos, es mejor tener malestares de embarazo, que un agujero en el alma.

Muchos de ustedes piensan, que seguro debería ser más agradecida, sí, talvez, Juana me había sacado de mi casa cuando mi padre ya no sabía si su puño y mi cara eran la misma cosa. Me había encontrado ensangrentada y me había dado un espacio, cuando todos me habían dado la espalda, ella había estado allí... aun si eso significaba limitarme y tratarme hasta cierto punto como una desconocida.

Pero vivir arrimado no es fácil, y menos tomando en cuenta que el foco central de todas mis pesadillas duerme junto a ella todas las noches. Me es imposible pensar con racionalidad, así que lo siento, pero aunque no me quejo de mi tía, no puedo evitar sentir que me asfixio estando en este lugar.

Hay muchas cosas en mi cabeza ahora mismo. Buenas y malas. Miento si digo que tener un embarazo a los diecisiete años es un trago dulce. Porque no lo es, sin trabajo, y el padre de mi criatura bien gracias*, me siento toda una heroína por no haber llorado hasta ahora, solo necesito un segundo más... un ápice... un...

Es cuando me quiebro.

Me destrozo por completo y las lágrimas empiezan a salir mientras los sollozos aprietan mi garganta. Grito y tiro de mi cabello, si alguien me ve sin duda pensaría que estoy loca de atar y que lo más inteligente que podría hacer Juana conmigo, sería llevarme al manicomio. Golpeo mi pecho porque es lo único que puedo hacer. Lo hago muy distinto a la cultura dominicana, porque aquí significa pedir perdón, no, yo lo hago como vi en una serie asiática donde la protagonista se golpeaba el pecho por la angustia y rabia de la situación que estaba viviendo.

Lloro, y creo que la palabra se queda corta ante mi desesperación, siento que no puedo caer más profundo, he tocado fondo y lo único que me rodea es oscuridad. Amargura, ¿qué más podía ser? La siento en cada poro de mi piel, la exudo. No tengo escapatoria, nadie me escucha, nadie me apoya... ¡Estoy desamparada! Y sé que soy irracional al pensar así, debido a que, repito, mi tía se ha hecho cargo de mí. pero es que no puedo evitar sentir que mi mundo se derrumba lentamente, las paredes a mi alrededor se tornan más pequeñas, empiezo a hiperventilar como hacía mucho tiempo no lo hacía, no hay suficiente oxígeno para mí en este lugar.

Muerdo mis labios fuertemente para ya no seguir gritando, no sea que mi tía llegue de donde sea que se encuentre a tumbarme la puerta.

Estoy sin fuerzas, siento que ya no puedo más... solo quiero que se acabe...

Recuerdo todas las técnicas que aprendí hace un tiempo en internet, sobre cómo detener un ataque de pánico. Empiezo a respirar despacio, pero me cuesta, y me frustra, así que lo intento varias veces más sintiendo que me ahogo. No logro calmarme de inmediato, y me da un terror horrible salir a buscar a mi tía, no solo porque sienta que puede juzgarme, sino porque ver a Carlos Javier solo lograría ponerme peor.

Así que me enfrento a la realidad de que estoy prácticamente sola, y me armo de valor para superar esta crisis que mi mente me propina.

. . .

Quedo dormida una vez más y al despertar, siento que mi episodio anterior fue solo un sueño, pero las huellas de las lágrimas, un punzante dolor de cabeza, y por su puesto el nudo en mi garganta, me confirman que no, que todo fue real. ¿Qué tan posible es quedarse dormido luego de llorar y tener un ataque de pánico? No lo sé... ya no sé nada.

Las náuseas me inundan y no llego a tiempo al baño, me descargo sobre el piso y sostengo mi estómago, temiendo irracionalmente que mi bebé se me vaya a salir por la boca. Nadie sostiene mi cabello, así que se ensucia con mi propio vómito.

Oigo el toque firme de Juana del otro lado de la puerta, pero, si no quiero ni existir, ¿Cuánto menos hablar con tía? Golpeo el piso con mis puños apretados, resentida con todo y con todos. La creciente amargura en mi corazón, incluso me sorprende ¿Cómo alguien que apenas hablaba y era tan entregada a los deseos y opiniones de los demás puede sentirse tan amargada? No es solo la situación que estoy viviendo ahora, tal vez hace mucho que estoy cansada de soportar en silencio y nunca quejarme, tal vez llevo años comparando el trato de mis papás hacia mí con el de mis hermanos, tal vez... tal vez solo estoy explotando lo que había corroído mi interior desde hace mucho tiempo atrás.

Siento como si todos mis sentidos colapsan, como si de repente todos mis problemas se convierten en un peso imaginario que me aplasta. Las lágrimas me cierran de nuevo la garganta y no puedo responder a la incesante llamada de mi tía, tanto que hasta siento las náuseas de nuevo. Recuerdo con una mueca la razón por la cual odio llorar, es justo por eso, no puedo llorar sin terminar vomitando.

—Arabela Báez Rodríguez, ábreme la puerta para no tumbártela.

—Tía —murmuro— acabo de vomitar, a ti no te va a gustar este tollo* que está aquí.

—Pudo ser un malestar del embarazo, o quizás te cayó mal la comida.

—Sí —miento, lo que menos necesito ahora es a mi tía indagando, preguntando y poniéndome los pelos de punta, como si verdaderamente se preocupara por mí.

—¿Quieres que te traiga algo?

—No, tía, gracias.

—Cualquier cosa, Edita anda por ahí.

—Ok, gracias.

Suspiro aliviada cuando la escucho alejarse y entonces me dispongo a limpiar todo para recostarme un rato.

Pero, ¿Ya saben eso de que las embarazadas comemos por dos? Mi criatura empieza a exigírmelo, porque tengo un hambre exagerada para haber vomitado recientemente. O quizás no, quizás es solo una excusa que quiero poner para comer mucho y hartarme la panza.

Me ataca un antojo, y pensar que yo era de la que se burlaba de los famosos "antojos" de las mujeres. No es como que crea en esas cosas, pero tengo tanto deseo de un pan con chocolate, que abro la puerta de la habitación para ir a la cocina.

¡Oh! Pero el deseo se me va tan rápido como vino, tengo el fugaz pensamiento de que mi hijo va a nacer con un pan en la frente* —de hecho de ahora en adelante lo llamaré Pancito—, debido a que en calzones y frente a la nevera, yace Carlos mirándome como si me estuviera esperando. Las náuseas vuelven a mí en cuanto lo miro.

—Ya me estaba extrañando no haberte visto en el día completo.

—Buenas noches —¿Cómo cruzar y llegar hasta la nevera sin tener que acercármele?

—¿Querías algo? Tú sabes que no puedes coger nada de la nevera, pero si tú...

—Solo quiero una botella de agua. Están en la alacena, de esas si puedo tomar una.

—¿Y tú bebes agua caliente?

—Sí.

—Ah pues yo sé que otra cosa calie...

—Buenas noches.

Lucho con las arcadas y llego casi corriendo hasta mi habitación cerrando la puerta con seguro, porque es la única forma en la que puedo dormir tranquila, porque no quiero ni escuchar su voz.

Como si no tuviera suficiente ya.

. . .

Mi tía me llama para que baje a desayunar. Menos mal, porque por un momento pensé que me iba a mandar alguna cafetería a comprarme mi desayuno. Me presenta un plato con un sándwich de dudosa procedencia, miro hacia atrás buscando a Edita, seguro que fue ella que lo hizo, porque Juana no sabe cocinar. Le sonrío y le agradezco y engullo la delicia como lo que soy: una mujer embarazada que se acostó sin cenar, luego de vomitar y llorar con todo lo que tiene.

Reviso mi teléfono por debajo de la mesa, ni una llamada que me apetezca devolver. Suspiro y termino de comer. Y no bien entro el último mordisco en mi boca, cuando tía empieza a atacar* para que salgamos rumbo al primer lugar que visitaríamos; una panadería.

Cuando llegamos de inmediato el delicioso olor azota mis sentidos, en lo personal siempre me ha gustado el pan, por lo que trabajar en una panadería no sería tan tortuoso. El dueño, o el dependiente, no estoy segura, se asoma tras un mostrador con una expresión de sorpresa.

—Doña, buenas tardes, ¿En qué podemos servirle? —pregunta el hombre con una sonrisa demasiado grande, se dirige a mi tía mientras yo aparto la mirada. Su atención me pone nerviosa... El tipo se ve bien.

—Vine por el trabajo, tengo una postulante.

—¿Trajeron su currículum?

—No, ella no ha trabajado anteriormente.

—¿Qué edad tiene?

—Tengo diecisiete —respondo inmiscuyéndome. El hombre hace una mueca.

—Oh, lo siento. No me gusta contratar menores de edad, pero puedo referirlas a algún otro local que esté buscando empleados.

—Me gustaría que trabajara aquí, necesito que esté cerca de mi casa.

—Lo siento, mi doña, pero no puedo romper con los principios del establecimiento.

—Déjame hablarte más claro a ver si entiendes. Está preñada, y no quisiera que trabajara muy lejos de casa —me mira con tanto cariño que tengo que morderme los labios para no reírme, hasta yo casi se lo creo.

—Lo lamento.

Juana sigue insistiendo, pero él solo nos dedica una amable sonrisa y pregunta si vamos a consumir algo. Ambas negamos y salimos de allí. La otra alternativa es ponerme a trabajar en una banca, que está aún más cerca del apartamento. En este me aceptaron de una vez, puesto que Juana conocía al dueño. Así que aquí me quedé.

En cuanto se enteró de todo, Ángel vino a mi trabajo a saludarme.

—Mira, tú vas a tener que dejarme tu teléfono para yo contactarte y saber de ti, y más ahora que me dijeron dique que tú estás preñada.

—¿Cuándo te enteraste?

—Ahora mismo que fui a casa de Jean Luis a buscarte, y doña tata su vecina, me dijo que se había mudado con una mujer. Luego Alberto Miguel me llamó me contó todo y me dijo que Jean se había mudado con María Valentina la prima de Julio.

Ángel continua hablándome pero honestamente no presto mucha atención. ¿Cómo iba a decirle a mi hijo o hija que su papá corrió a casarse con otra cuando se enteró de que yo estaba embarazada? Estoy a punto de ponerme a llorar aquí mismo. ¡Odio esta sensibilidad por todo!

—Tú sabes que Antonela y yo siempre estaremos para ti en lo que sea que necesites.

—Sí, gracias Ángel, buen viaje. Y salúdame a mi hermano.

—Tu hermano y yo ya no hacemos coro. Pero si lo veo se lo diré.

—¿Y por qué, qué pasó?

—Porque si mi papá, a una hermana mía le hubiera hecho lo que a ti te hicieron, yo no lo hubiera permitido.

—Pero Ángel, él no tiene la culpa de mis errores como quiera, que me hayan botado de mi casa es culpa mía.

—Claro que no. tú cometiste un error, un solo error dentro de una familia, y tú me excusas, que ha cometido muchos errores. La decisión de botarte fue demasiado radical ¿Y darte golpes? Eso ni siquiera tiene justificación. Si yo fuera tu hermano me hubiera plantado frente a tu papa y... ¡Ay!, gracias a Dios que yo no soy el hermano tuyo.

—Gracias por pensar así —sonrío, porque no puedo decir más. Él por fortuna se va dejándome con un enorme agujero en el alma, pero al igual que Alberto Miguel en el caso mío, Ángel no tiene la culpa de lo que Jean Luis hizo.

Pienso en que, cuando tenga dinero suficiente voy a ir a encararlo.

Atiendo a unos cuantos clientes casi sin poder ocultar mi decaimiento, y luego de una tarde súper larga llego a la casa de mi tía.

—Tía, llegué.

—Qué bueno que llegaste. No solemos cenar juntos, así que si tú quieres cocínate algo.

—Está bien.

¿Cocinar? ¿Con la angustia que tengo en el estómago*?

Entro a mi cuarto y cierro con seguro. Me dedico a martirizarme entrando al Instagram de María Valentina solo para confirmar las palabras de Ángel, porque podía estar equivocado, ¿Verdad?

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Glosario de términos

1- Como si fuera un hombre/ 2- Como si fuera un animal: la comparación "Como si fuera un hombre" se usa cuando a un niño, o a una mujer le hacen determinada cosa que está "estigmatizado" debe ser propinado únicamente a los hombres (hay otras variantes como "Como a un animal, como a un perro" y así lo vemos en el segundo asterisco) todo depende de la persona.

3- Baúl: Maletero de un auto.

4- Meter el puño: darle una paliza a alguien que involucre puños. En la cultura dominicana se usa el concepto de "pela" que es cuando los padres corrigen a sus hijos pegándoles con una correa o con la mano (en algunos casos, con la primera cosa que tengan en la mano, sea una chancla o una cuchara grande /que por cierto en mi país se le llama cucharón/ todo es válido para que te lo lancen en modo de "corrección") No todos los padres corrigen de esta forma con el paso de los años este tipo de "educación" ha ido en decadencia, y los padres de la última generación prefieren otros métodos. Cuando le dabas una golpiza a tu hijo para "corregirlo" ahí también se aplica el "le metió el puño".

5- Supermercado: Es el significado global de la palabra, un establecimiento tipo almacén donde buscas lo que necesitas, exhibido en mostradores y lo pagas en una caja. Existe el concepto de colmado también, o en los lugares menos desarrollados "pulpería" (aunque decir pulpería se considera bajo y como proveniente de alguien ignorante, o algún anciano ya que así era como se le llamaba en otros tiempos) en este lugar, es el dependiente quien te busca lo que necesitas y te despacha por una barra. Son establecimientos pequeños, que por lo general tienen los barrios, pero casi siempre están provistos de lo más cotidiano.

6- Tercera planta: Tercer piso.

7- Ojos se aguan: el concepto de "aguar los ojos" es cuando estás a punto de llorar y tus ojos se llenan de lágrimas. Aunque no necesariamente llegues a llorar. El término más estándar en wattpad es: Se me cristalizaron los ojos.

8- Cabaña: Motel. Aunque en otros países los moteles se usen para pasar una noche, el concepto de motel o cabaña en república dominicana es un lugar donde por lo general parejas ilícitas, o parejas en general van a hospedarse con el propósito de tener relaciones sexuales. Son lugares de mala reputación ya que si te ven en un motel, o saliendo de un motel fácilmente piensen que estabas teniendo relaciones con otra persona.

9- Nada de visitas, si usted: Ok, esta parte puede ser un poco confusa. El dominicano tutea a cualquiera pero cuando quiere expresar un punto o cuando se enoja emplea el "usted". Por ejemplo yo de la nada puedo estar hablando contigo, tuteándote y si sucede algo que me enoja puedo pasar a emplear el "usted" en la conversación.

Ej:

—Marcos tú lo que eres, es un loco
—Te he dicho que no me digas así, que no me gusta.
—Tú eres un loco porque nada más un loco actúa así.
—Mire, el que está loco es usted.

10- Fregar: Lavar los platos.

11- Bobos: chupete, chupetín, tetera, como lo conozcan en su país. El objeto de plástico que los bebés usan para chupar. (En la jerga urbana bobo significa "problema").

12- Aretes: Pendientes de las orejas.

13- Collares: colgantes, gargantillas, etc.

14- Nido de gallina: Cuando el cabello de alguien está enredado, enmarañado o exageradamente despeinado se compara su cabello con el nido de una gallina.

15- Si por mi fuera: Si de mí dependiera.
(Edit. Me acabo de enterar que esta frase se usa en otros países así que no es tan necesaria la explicación).

16- Me voy rindiendo: En ese tenor significa "me estoy quedando dormida" también se usa el "Se quedó rendido" que vendría siendo "se durmió profundamente".

17- Bien, gracias: En este tenor, la frase se usa para alguien que se desentendió de una responsabilidad y no tienes idea de su paradero:

Ej: —Loca, ¿Y tu hermano?
—Sabrá Dios, bien, gracias.

18- Tollo: se aplica a cualquier cosa desastrosa.

19- Pan en la frente: el dominicano es muy supersticioso y se cree que si una mujer embarazada tiene un antojo, pero no la complacen, o no puede de alguna forma comer ese antojo, su hijo saldrá con una mancha o lunar de ese antojo en su cuerpo.

20- Atacar: apresurar para que se haga algo.

21- Angustia en el estómago: hay un tipo de angustia, muy profunda que según el dominicano se siente en el estómago.

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