Capítulo 12
Capítulo 12
Ahora que he admitido que Manuel me gusta y que he empezado a orar por él, las cosas se han vuelto un tanto incómodas.
He decidido olvidar mi pasado y acercarme más a Dios, es una tarea ardua, pero no imposible y me siento incluso más ligera. Ahora lo que me tiene ida, no son mis problemas, sino que no puedo ni siquiera tener una conversación normal con Manuel sin pensar en la posibilidad de un futuro juntos.
Sé que voy demasiado rápido, y quizás debería involucrar más a Dios, que a mis sentimientos, pero no sé qué hacer, es la primera vez en mi vida que vivo este tipo de situación.
Ni siquiera Jean Luis me tenía tan embobada.
Estoy demasiado mal, le eché chocolate al mousse de fresa y sal en vez de azúcar al flan de leche.
Incluso el pobre Jared está preocupado por mí, se sabe las recetas mejor que yo..
—Ara, ¿Estás bien?
—Sí, ¿Por qué?
—Estás desperdiciando la mezcla de los cupcakes, tú nunca haces eso.
Miro asustada el desastre que acabo de provocar, por echar todo en un solo molde. Se ensució la mesa, y varios utensilios.
—Ven a sentarte, muchacha, ven.
Me guía hasta una silla y me sienta para darme una botella de agua.
Hay una ventana de cristal cerrada entre mi lado de la cocina y la otra donde se hornea el pan. Me levanto, y me acerco para ver quien está ahí a esta hora.
No me sorprende ver a Manuel ahí trabajando una masa con sus propias manos. Maneja la empresa, pero también amasa el pan. La panadería es grande y el negocio es bueno, se podría pensar que él tiene a alguien para que haga el trabajo físico y lo tiene, pero ellos se encargan de las recetas básicas, del pan que se vende al por mayor. Él se encarga de hacer la especialidad de la panadería, que son tres panes exclusivos, según él. Nunca los he probado y me da vergüenza pedirle que me dé.
Uno es de chorizo, otro de puerro y cebolla y el último es un pan francés que olvidé como se llama.
Lo veo gesticular con sus manos y mirar a un grupo de personas, son sus empleados de panadería. Al parecer discute con ellos, porque tiene sus manos en las caderas.
Él es de mecha corta, se enoja por cualquier cosa. Pero siempre son cosas justificadas, eso lo puedo asegurar. No sé en qué momento Jared se pone a mi lado, pero dice—: Botaron una mercancía, y ahora él tendrá que amasar todo de nuevo,
—Eso no es justo, no fue su culpa.
—Pero ninguno de ellos sabe cómo hacer ese pan, fue un encargo para un evento al que asistirán casi 300 personas, y solicitaron varias fundas del pan francés para acompañar el bufet. Las fundas debieron haber llegado hace media hora al lugar, y ellos la enviaron a la dirección equivocada.
—¿No sería más sencillo pedir que quien hizo el encargo lo lleve a la dirección correcta?
—Son unos amigos de Manuel, así que la orden era sin pagar. Él no quiso cobrarles, por más que se lo pidieron, y dejó la dirección escrita, pero la chica a la cual le tocaba ponderar el pedido, perdió la dirección y buscó en el sistema como clientes el nombre de los amigos de Manuel... pues, resulta que encontró un nombre parecido y lo envió a esa dirección.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Soy sobrino de Manuel, lo sé todo. Además en mi tiempo libre, mientras tú te dedicas a salar postres yo husmeo por ahí. A ellos les irá muy mal.
—¿Qué les hará?
—Los hará sufrir mucho.
—¿A qué te refieres?
—Ya verás.
En realidad lo único que Manuel hizo fue amasar todo ese pan y hornearlo frente a ellos sin permitirles moverse ni siquiera al baño. Yo pienso que poco hizo, el proceso de horneo de los panes es largo y van a llegar tarde.
Inmediatamente él coloca toda la masa en el horno, entra alguien abruptamente diciendo algo que no logro escuchar, Manuel sale disparado y casi de inmediato los demás corren tras él.
—Iré a averiguar, tú quédate aquí.
—Ni que seas mi padre, yo también quiero saber.
Salimos y nos topamos con el repartidor, que trae todas las fundas.
En los siguientes minutos todo se vuelve un caos, Manuel toma las llaves del motor y él mismo toma el pedido para hacer la entrega.
Además de guapo, trabajador y cristiano, también es genial.
No tengo que ver mi cara para saber que está roja, pero al parecer Jared si lo nota, porque me jala hasta nuestra área de trabajo y vuelve a sentarme.
—Ya sé cuál es tu mal, soy un genio. De hecho siempre lo he sospechado, pero niña, estás peor que nunca. —Hace ademán de tocar mi frente pero yo me alejo—. ¡Oh sí! La regla de no tocarte, lo siento. En fin, ¿Quieres saber?
—Escupe —digo dándole un sorbo a la botella de agua que me obligó a coger hace unos minutos.
—Estás enamorada de mi tío.
Ahora la que escupe soy yo, y el agua se me va por el camino viejo*. Empiezo a toser y el preocupado da palmadas en mi espalda.
—Loco, no saltes con estupideces haz el favor —digo.
—Claro que sí, es obvio. Tu próximo postre será brownie a la baba que te sale cuando miras a Manuel.
—Muy chistoso. No me gusta tu tío.
—No, claro que no. hace mucho que te gusta, ahora estás enamorada, ¿Qué cambió? Esto se siente demasiado cliché.
—No me da tanta repulsión cuando me toca.
Sé que es muy peligroso admitir eso delante de Jared, con lo chismoso que es, se atreve a decírselo a Manuel.
—¿Te da repulsión que te toquen?
—No me gusta que los hombres me toquen.
—¿Pero por qué...? ¡Oh!, ¿Fuiste...? Oye, lo lamento, seré más cuidadoso de ahora en adelante.
—Lo aprecio mucho.
—Pero, ¿Odias a los hombres?
—Solo a uno, no a todos. No todos tienen la culpa de lo que... me pasó.
—Entiendo... Yo que tú, lo invitaría a comer por ahí.
—¿A quién?
—A Barney... Obvio que a Manuel.
—No, claro que no.
—¿Por qué no? ¿Quién sabe? Quizá también sienta algo por ti.
—No lo creo.
—Puedo ayudarte si quieres.
—No es necesario.
—Miedosa ¿Qué tienes que perder?
...
Esto es definitivamente una mala idea, sé que me gusta y todo, pero no debí acceder a la estúpida idea de Jared, prácticamente me arrastró hasta la oficina y me dejó sola, delante de Manuel.
—¿En qué puedo ayudarte Ara?
—Yo...
Estoy a punto de hacerlo, no sé qué tan sutil debo ser, ¡Ni siquiera debería estar haciendo esto!
Estoy a punto de darme la vuelta cuando él se acerca e insiste con la mirada. ¿Cómo voy a decirle eso... a él... en su cara? No puedo, ¡Estoy muerta de la vergüenza! —¿Puede voltearse por favor?
Él enarca una ceja y hace un gesto extrañado, pero no objeta cuando se voltea.
—¿Ara...?
—Shhh —pido—. Mmm yo, no sé si sea correcto que diga esto, menos en horario laboral y en su oficina, pero...
—¿Te incomodó la escena de hace un rato?, yo...
—No, tranquilo, no es eso.
—Quizá me pasé un poco, no soy yo mismo cuando me enojo. Lo cual es muy común...
—Sí, yo entiendo pero...
—¿Qué es entonces si no?
—Yo... mmm... pasa que...
—Puedes hablar, adelante.
—Mmmm.
—¿Te duele algo?
—No —estoy tan avergonzada que siento como mis mejillas se tiñen de rojo—. ¿Puedo Mmmm... invitarle a comer?
—Yo... —ahora luce tan incómodo como yo y no evita en absoluto el cliché gesto característico de nerviosismo, en su nuca.
—Si no quiere no hay problema.
—No es que no quiera, es que no tengo tiempo la verdad, para salidas con amigos.
Amiga, auch.
Sonrío, aunque me siento muy avergonzada. Nunca había invitado a un hombre a salir conmigo. En dominicana no se estila salir, como en las películas gringas, algunas parejas lo hacen antes de ser novios, pero muchos nunca tuvieron una cita antes de ser pareja.
Le murmuro que está bien y me voy a mi lugar de trabajo.
—Ok Dios —susurro—. Supongo que me lo merezco por llevarme de Jared y no hacer las cosas en el orden correcto, fui directo a la boca del lobo y... ¡Ay Dios! —me quedo en un rincón y lloriqueo por la vergüenza que siento. Jared me encuentra y me tiende una lista de los pedidos que hicieron los clientes, se supone que yo debo tomar las órdenes, pero estaba muy ocupada siendo rechazada por Manuel. ¡Me dijo amiga! Y es muy probable, que me haya llamado así, porque verdaderamente eso sea: una amiga.
—¿Qué te dijo Manuel?
—Nada.
—No lo creo, luces un poco triste.
—Es tu culpa... no, en realidad es mía por hacerte caso.
—¿Te rechazó?
—No quiero hablar de eso.
Al menos, ahora para distraerme de Manuel, trato de concentrarme lo mejor que puedo en mi trabajo y pienso en que voy a ver a mi bebé una vez llegue a casa, todo sea por olvidar mi pequeño desliz.
. . .
Ha sido un día muy largo, cuando me despido y salgo por la puerta de los empleados, por fortuna no veo a Manuel. Voy a pedir un taxi cuando recibo una llamada de Alberto Miguel.
—Emergencia de hermanos. Lissandro se escapó de la casa. Carmen avisó a papi y mami cuando llegaron, y lo andan buscando como loco, dejó su teléfono aquí en la casa.
—Voy para allá.
No me importa lo que mis padres hayan hecho conmigo, Lissandro es mi hermano y si tengo que pisar esa casa de nuevo, solo para encontrarlo, entonces lo haré.
Llamo a tía Flor y le cuento para que no se preocupe si llego tarde.
No sé dónde podría estar, y me lamento de no ser tan cercana a él como debería, ¿Por qué lo hizo? ¿Qué estaba pasando por su cabeza? Parece que en esta familia, yo no soy la única que ha recibido daño.
¿Dónde podría estar?
Creo que sería demasiada coincidencia si me lo encuentro en el camino.
Siento mi teléfono vibrar, pero no me da tiempo de tomarlo, porque el taxi me deja justo frente a mi casa.
No me paro a pensar en lo doloroso que es regresar, después de la humillación que viví aquí, simplemente entro.
—Ara, qué bueno que llegaste. —Me recibe Gertrudis, le sonrío con los labios apretados. No hay tiempo de hablar.
—¿Dónde están papi y mami?
—Están en la sala, Lissandro ya apareció.
—¿Y por qué no me dijeron?
—Alberto Miguel te llamó y no respondiste.
—¡Ah sí, verdad! No la cogí porque ya estaba aquí, y tampoco vi quien fue que me llamó.
Cuando entro a la sala, me siento como una completa extraña, como si todos allí se amoldaran muy bien juntos, y yo fuera la extraña. Incluso María Valentina luce parte de la familia.
Mis padres ni me miran, pero tampoco objetan que esté aquí.
Veo el rostro de mi hermano marcado, así que sé que mi padre ya "habló" con él.
—Lissandro...
La mirada que me dedica me parte el alma, y tengo que tragar para bajar el nudo de mi garganta.
—Ven, tenemos que hablar. A solas.
Se levanta, y me sorprende que mi padre no lo haya detenido. Lo tomo del brazo y subimos hasta su habitación. no pienso reclamarle, ni nada, solo quiero saber por qué lo hizo.
—Ara, yo...
—Tranquilo, tranquilo. Ven aquí —lo abrazo y lo arrullo como suelo hacer con Ana—. No sé lo que te motivó a hacerlo, y no te juzgo, pero ¿Escaparte de casa mi niño?, ¿Cómo le ibas hacer para sobrevivir?
—No me escapé... solo, necesitaba respirar.
—¿Qué fue lo que pasó, cuéntame?
—Fuiste tú, Ara.
—¿Cómo así, qué hice?
—Encontré tu diario y lo leí.
Oh... mi diario.
Suspiro, ¡Oh! Debí haber quemado ese diario hace mucho tiempo, pero ahí lo guardo.
—¿Por qué lo leíste?
—No estaba en el hospital, me enteré del boche que le eschaste a papi, por otra persona.
Aunque me hubiera gustado estar, en su lugar estuve aquí cuidando de Carmen.
Solo eres tres años mayor que yo, ¿Cómo es posible que te hicieran tanto daño y yo no me diera cuenta?
—No, no, por favor, no digas eso.
—Tú... ¡Oh Ara! Tuviste que sufrir tanto.
—Sí, así fue, pero por favor... mira, ahora estoy mejor, lo he estado superando, Dios está sanando mi corazón.
—Lo siento tanto.
—No mi amor, tú no tienes nada que ver, por favor, no llores —se acurruca en mi hombro y lo escucho sorber su nariz. Me rompe el corazón que se haya ido, solo porque leyó mi diario, me imagino cómo tuvo que impactarlo para que saliera de casa dejando a mi hermana de 8 años sola.
—Creo que tengo depresión.
—¿Por qué lo dices?
—La psicóloga de la escuela me lo dijo.
—Si quieres, puedo tratar de llevarte a vivir conmigo. Y así te tomas un respiro.
—No creo que papi y mami te dejen, además, ¿Cómo voy a dejar sola a Carmen en esta casa? No puedo, no quiero que ella se vea afectada. Todos hemos sufrido un poco aquí, pero ella es la más pequeña.
—Así es. Te admiro por tu valentía, pero igual quiero que sepas que estoy aquí para ti y que si quieres venir a mi casa eres bienvenido.
—Lo sé, gracias. Me compré un teléfono porque me quitaron el mío. Anota mi número y por ahí hablamos.
—¿Por qué te lo quitaron?
—He estado un poco rebelde.
—¿Y yo por qué no enteré?
—Ara, ¿Cómo yo me iba a comunicar contigo si, ni Alberto ni Gertrudis viven aquí...
—¿Cómo que Gertrudis no vive aquí?
—Ella se casó.
No entiendo cómo es que mi hermana se casa y nadie me lo dijo, ni siquiera Alberto Miguel.
—¿Y por qué no me invitaron a la ceremonia?
—Porque no hubo, a ella se la llevaron*
—Ah... así que se escapó también. Todos nos hemos ido por la puerta chiquita alguna vez, menos Alberto que se casó.
—Alberto se fue de la casa mucho antes de casarse.
—¿Cómo así?
—Él tuvo una discusión fuertísima con papi un día, agarró una maletica y se fue.
—Ah pero aquí pasa de todo y yo ni me entero.
—Desde que tú te fuiste las cosas cambiaron radicalmente, Ara. Como si tu hubieses sido el pilar mas importante de la casa, y se haya derrumbado cuando papi te botó.
Ignoro el nudo que me provocan sus palabras
—Perdóname por no estar cerca de ti mientras pasabas un momento difícil.
—Yo tampoco estuve en el tuyo, estamos a mano.
Lo abrazo y lo sigo meciendo, diciéndole que todo va a estar bien. Desde que tengo a Ana, ha crecido en mi un sentido maternal que no sabía que tenía. Me siento otra persona, completamente distinta. No me hice mujer cuando Jean Luis me quitó la virginidad, tampoco cuando estuve embarazada, no, crecí cuando la sostuve en mis brazos por primera vez, y desde entonces ha sido lo único que me motiva aun en mis días oscuros, hasta que conocí a Dios, por supuesto, él también me ha sostenido, sin él, ni siquiera Ana podría haberme sacarme del hoyo donde me encontraba, cuando él me rescató.
Quiero que mi familia conozca su amor, no necesariamente que se cambien de religión, eso es una decisión muy personal, pero sí que lo conozcan. Aun mi padre, quien me ha hecho mucho daño, sé que él cambiaría si tiene un encuentro con Dios, porque yo lo hice, cualquiera puede hacerlo igual.
Suspiro, porque la verdad es que no tengo ni idea de cómo manejar esta situación.
—Prométeme que no volverás a escaparte.
—Muchacha, yo no me iba a tirar de un puente, o me iba a ir para siempre, yo solo necesitaba un chin de aire.
Le regalo una sonrisa, y un par de segundos después el toque de la puerta nos interrumpe.
Es Alberto, decido que tendré una conversación con él más adelante.
Salgo del cuarto de mi hermano, y una fuerza extraña me lleva a caminar hasta allí.
No estoy segura de querer estar aquí.
Era mi guarida, pero también es el nido de todos mis problemas.
El diario más que nada, ¡Ese estúpido diario! Tengo que hacer algo con él. Carlos Javier está en proceso de pagar por lo que ha hecho, así que tener ese diario encima solo me está causando una preocupación innecesaria.
En cuanto entro, no me detengo mucho en mirar el lugar, solo de pensar como me sentía aquí, siento que me asfixio. Las paredes se vuelven más pequeñas mientras busco con desesperación mi diario.
No me atrevo a preguntarle a Lissandro dónde lo dejó, porque ni siquiera sé si alguien más le puso la mano. ¡Oh Dios! No resisto pensar en alguien leyendo todas esas cosas, ni siquiera yo me atrevo a leerlas casi 9 años después, dejé de escribir en él cuando cumplí diez años y algo.
Hasta que cumplí los trece donde hice el boceto de una carta de suicidio que nunca entregué. ¿Qué tanto afectaron mis lamentos a mi hermanito? No quisiera que se viera influenciado por mí. No, jamás, no me lo perdonaría.
Ahogo un sollozo lastimero y lo busco en mi closet, donde el condenado está sobre una pila de libros de la escuela donde estudiaba.
No me atrevo a releerlo, estoy demasiado reciente, no quiero reabrir viejas heridas luego de todo el trabajo que ha hecho Dios en mí, y el mismo que llevo yo haciendo.
Prefiero concentrarme en el rechazo de Manuel.
Lo cual es mucho que decir. Tomo el diario y lo entro por debajo de mi blusa, de modo que no se note, y me lo pueda llevar libremente sin el escrutinio de mis padres. Es agotador pensar en ellos, yo quisiera poder olvidar todo, pero supongo que aún no puedo.
Me presento en la sala y la mirada gélida que me da mi papá no me sorprende nada.
Mi madre por el contrario tiene una expresión extraña que no logro identificar.
No hago preguntas, simplemente me despido y me doy la vuelta. Pero me detengo en cuanto recuerdo un asunto muy importante.
—Ustedes dos —señalo a mis padres mientras mil formas de decir lo siguiente fluyen en mis pensamientos— necesitan mucho de Dios. Tienen el alma podrida. No lo merecen, pero los tendré en mis oraciones, porque después de todo son mis padres, lo quieran o no. Sé que no he sido la mejor hija, y hasta cierto punto traje vergüenza a este hogar. Sin embargo han sido ustedes quienes lo han desbaratado con sus propias manos. Les sugiero que se den un descanso y se liberen de toda esa toxicidad que llevan dentro.
—Ara —sisea mi madre, la ignoro.
—En un par de semanas, me voy a llevar a Lissandro.
—¿Y Crees que tienes la autoridad para hacerlo?
—Álvaro —reprende mi madre mirándolo con los ojos abiertos.
—Tú no te metas. Esta reunión debería ser familiar, y tú Arabela, no eres de la familia.
—Tienen razón. Pero al menos inviertan en un psicólogo, o hasta un psiquiatra si es necesario. Jamás les perdonaría que rompan a Lissandro como lo hicieron conmigo. Él no está bien, necesita ayuda profesional.
—Lo que haga o no con mis hijos, es de mi incumbencia.
—Solo digo. Yo ya soy un caso perdido, y he tenido que lamerme las heridas sola desde que tenía diez años, porque ustedes...
—¿Nunca lo vas a superar, seguirás hablando de eso cada vez que nos veamos? —sisea mi padre y mi sangre empieza a calentarse, arrugo el ceño.
—¿Creen que fue fácil? Yo los necesitaba a los dos y eso no se olvida fácil. Quería recibir amor, no rechazo.
—Tienes que entender que Carlos... —interviene mi madre
—No —la interrumpo—, ustedes son los que tienen que entender el punto aquí. sus hijos no les importan, porque si hubiese sido así, me hubieran creído la primera vez que dije que me estaban haciendo daño. ¿Cómo pueden ser tan insensibles? ¿Qué los entienda? ¿Ustedes alguna vez me entendieron a mí?
—Ara —intervino Alberto— vámonos, se hace tarde.
—Mi hija crecerá sin sus abuelos, por culpa de ustedes.
—También crecerá sin un padre, y eso es culpa tuya —contrataca mi papá y casi suelto una risa, aunque la gracia no llega a mis ojos.
—No, te equivocas. Es culpa tuya y también culpa del dichoso padre de la niña. Él fue quien decidió no estar en la vida de mi hija. Pero no es una conversación que deba tener con ustedes, igual es como usted ha dicho, señor Álvaro. No pertenezco a esta familia.
—Yo me quiero ir con ella —dice Lissandro.
—Tú no te vas para ninguna parte, porque si te paras de ahí la someto a la justicia por llevarse a un menor.
—¡Álvaro! Es tu hija —grita mi madre
—¡No es mi hija! ¡Es su hija! —Mi rostro se desencaja y miro a mi madre. Ella está pálida, su labio tiembla ligeramente—. ¡Tú, eres la culpable por convencerme!
Lo que viene después me deja aún más aturdida, mi padre se levanta y golpea a mi madre.
Todos reaccionamos un milisegundo después. Alberto Miguel lo toma de los brazos y lo empuja contra la pared, Gertrudis y yo nos paramos delante de mi mamá.
—¡A mami tú no le levantas la mano, me oíste! —grita mi hermano, pero todo es difuso.
¿Qué pasó? ¿Qué hizo que un hombre tan correcto haya pegado a su hija y ahora a su esposa? ¿Qué desencadenó esa furia?
No logro entenderlo y tampoco lo justifico, ahora menos luego de verlo golpear a mi mamá.
—¿Cómo es eso de que no soy tu hija? —digo inoportuna a nadie en particular.
—No eres mi hija, nunca lo fuiste. Solo has traído desgracia a mi vida.
—Tú también a la mía, Álvaro —dice mi madre de repente sorprendiéndonos a todos—. Y te equivocas, siempre has estado equivocado, Arabela es tan hija tuya como lo es mía.
—No es mi hija, ¡No es mi hija! Yo no engendraría una cosa así.
—Lissandro la pastilla —dice mi madre. El niño se levanta y toma un blíster de encima de una mesa y le echa una en la boca a mi papá, también le da un poco de agua, aunque lucha no faltó. Es demasiado difícil manejar a una persona dominante.
—¿Pastillas de qué mami?
—Para la presión
—Papi no sufre de la presión —refuto.
Hay algo aquí, algo terrible que nos están ocultando.
—Ma —insisto.
—Ara, ya vámonos —dice Alberto.
Lo sigo detrás de mi cuñada y no puedo evitar sentir un dolorcito en mi corazón y en mi consciencia.
Quizás dije o hice algo que pudo impactar a mi cuñada, Dios sabe que mi intención no es hacer tropezar a nadie.
Quizás mi comportamiento de hoy no fue tan cristiano.
—Hey... mis amores —los detengo y les obsequio una sonrisa, que me devuelven con premura los dos—. Lamento la escena anterior, en especial para ti Marivale. No quisiera que la opinión que tienen acerca de mí, o de lo que Dios ha hecho en mi vida cambie por la escenita que se me montó en la casa...
—Tranquila —dice mi cuñada con una sonrisa limpia—. Cuando una persona está herida dice y hace cosas de las cuales después se arrepiente. Tu problema, Ara, no es lo que le hayas dicho o no a tus padres, es que aún falta mucho por sanar en tu corazón. No me malinterpretes, nosotros no somos quienes para juzgarte. Dios trabaja por medio de procesos y no todos los procesos son iguales. Lo que tú pasaste fue muy difícil y hay muchas áreas de tu vida que van a cambiar, eventualmente... ahora, vámonos que hace un calor demasiado grande
Mi hermano me da un corto abrazo y subo a la parte trasera.
Me quedo pensativa un rato ante lo que dijo mi cuñada, ¿acaso ella?...
—Y Ara, algo más. Si te sientes culpable, con la consciencia cargada o lo que sea, es posible que sea el espíritu santo indicándote que hiciste algo que quizás no le gustó.
—¿Cómo sabes tanto de esto? ¿Eres cristiana?
—No lo era hasta hace poco, cuando conocí a tu hermano, juntos empezamos a visitar una iglesia... En fin, es muy largo todo mi proceso Algún día te contaré mi testimonio, y espero que para esa fecha estés lista para contarme el tuyo.
Sonrío genuina y ella me devuelve el gesto.
Mi teléfono vibra en mis manos y entonces es cuando me percato de la hora. Son las diez de la noche y no he llamado a mi tía ni una sola vez para saber de mi hija.
Veo que tengo varias llamadas perdidas de ella y un mal presentimiento se instala en mi pecho.
—Ara —responde en cuanto la llamo.
—Dime tía, ¿Qué pasó?
—Nada, tranquila. La niña comió y se durmió, no te preocupes. No fue por eso que te llamé.
—¿Qué pasó entonces?
—Unos muchachos aquí que te andan buscando.
—¿A mí? ¿No se habrán equivocado de dirección?
—No mija, tú eres la única Ara que trabaja en una panadería como repostera.
—Ya casi voy para allá, Alberto Miguel me está llevando, ¿Hace mucho que llegaron?
—No, inmediatamente se pararon en la puerta yo te llamé.
—¿Cómo son?
—Uno tiene el pelo largo y el otro lo tiene corto.
Muy descriptiva mi tía, nótese el sarcasmo. Sonrío aunque no pueda verme y cuelgo. ¿Quién está en mi casa y por qué?
. . .
Las diez y media de la noche es un poco tarde para atender a una visita, pero aquí estoy, charlando animadamente con dos sujetos que definitivamente no esperaba ver.
—¿Quieren que les sirva algo más?
—No, Ara, tranquila.
Ambos lucen tan distintos fuera del trabajo. Jared es quien tiene el cabello corto, no tanto en realidad. ¡Y su piel es tan pálida! No me había fijado antes. Manuel posee un color parecido, y con el contraste de su cabello pues, ¿No les había comentado antes lo atractivo que me resulta?
Se me hace difícil extenderle un vaso con jugo, que le ofrecí, y casi se lo derramo encima. ¡Pero es que me siento tan nerviosa!
—Manuel tiene algo que decirte, Ara, así que yo me voy a sentar en la esquina y los ignoraré.
Se levanta y se va y yo le dedico una mirada extrañada.
—Ara —inicia mi jefe—. Quedé un poco preocupado luego de lo que dije hoy más temprano. Aún seguía enojado, no estaba razonando de la forma correcta. Además me tomó por sorpresa que me invitaras a salir, y quizás por miedo a malinterpretarlo, reaccioné de esa forma en particular. ¿Qué te parece si un día quedamos Jared, tú y yo?
—Me parece genial... pero todo esto pudo habérmelo dicho mañana en la tranquilidad del trabajo, o en un mensaje.
—Si hubiese tenido tu número, talvez, hubiese sido más fácil.
—Oh, lo siento. Déjeme anotalo.
—¿Si sabes que puedes tutearme, Ara, verdad?
Le sonrío y anoto rápidamente mi celular en un post–it y se lo pego en un brazo. Él ríe ante mi acto y lo invito a sentarse de nuevo, en lo que Jared regresa.
Todo es felicidad y sonrisas hasta que veo al sobrino de Manuel ondear mi diario en el aire en dirección a nosotros.
—Encontré esto en el piso, pensé que sería importante. ¿Dónde lo pongo?
No respondo, porque me invade el terror de que haya hojeado algunas páginas. ¿Desde cuándo soy tan descuidada como para dejar ese libro tirado en el piso? Quizás él lo tomó y está usando eso de excusa.
Algo se apodera de mí, un impulso. Me acerco y lo tomo, él frunce el ceño.
—No hacía falta que me lo arrebataras mija, te lo iba a dar.
Le dedico una sonrisa apretada y me disculpo para ir a guardar el diario donde nadie pueda encontrarlo.
Cuando regreso, Jared luce tan incómodo que se despide apresuradamente y se va.
—¿No vinieron juntos?
—Sí, pero él anda en su propio vehículo.
—Entiendo. ¿Us... tú ya te vas?
—Debería sí, es muy tarde.
—Nos vemos mañana en la iglesia.
Me sonríe y hace ademán de abrazarme, me alejo un poco. Él parece no reparar en ello y me da un abrazo incómodo donde mi cuerpo se encuentra demasiado pegado al suyo.
Es Manuel, no me hará daño... nunca me ha causado repulsión su toque.
—Cuando alguien expone algo de tu vida. —Me dice—. Te cierras, te entras en una burbuja y te aíslas dentro de ti misma. No sé lo que pasa por tu cabeza cuando haces esto, pero luces triste. No me malinterpretes, soy muy observador. ¿Somos amigos, no? porque lo somos, cada vez que hagas eso voy a abrazarte.
Me sorprendo a mí misma cuando mi voz sale ronca —quizás es un abrazo justo lo que no necesito.
—¿Por qué piensas eso, Ara?
—No me gusta que me toquen, Manuel. Sé que tengo que trabajar en eso, y sé que Dios puede ayudarme, pero...
Coloca mis manos en su espalda y vuelve a abrazarme, una pequeña alarma se enciende dentro de mí.
—Entonces tendré que abrazarte mucho para que te acostumbres a mí. No sé lo que pasaste, no necesito saberlo. Pero quiero que sepas que puedes contar conmigo. Soy tu jefe sí, pero fuera de la panadería, podemos ser amigos.
Amigos. Sonaba bien y al mismo tiempo me partía el corazón. No quiero ser su amiga. Sé que no lo conozco, pero podía imaginarme una vida con él. Quizás no tanto, pero ¡Vamos! Me gusta, y me está diciendo que somos amigos, eso me deja en una categoría muy baja, sin embargo lo agradezco, al menos es algo ¿No?
Cuando sale por la puerta, siento como si algo muy importante me hubiera sido arrebatado. Y es irónico porque en mi arranque de autodefensa por el asunto de Jared y el diario, no había querido que me tocara, ahora quería que se quedara y me abrazara de nuevo.
Sacudo mi cabeza antes de que se llene de pensamientos que no me convienen, y sonrojada me dirijo a mi habitación a dedicarle toda mi atención a mi hija y a la cama.
*******************
Prepárense, las cosas cambiarán radicalmente a partir de este capítulo
Anexo
1- Camino viejo: cuando por comer rápido, o no masticar bien la comida, los restos se van por el área de las vías respiratorias.
Si se me pasó alguna palabra déjenla en los comentarios jejeje
La Rafe ❤
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