Capítulo XII

(La sangre sigue manchando aún cuando se lavan las sábanas)

15 de marzo del 2021. Andrés Mercedes

De vuelta a nuestra reunión con las chicas, la cuál, había finalizado, decidimos que desde hoy, haríamos una mochila en la cuál guardaríamos nuestra ropa y nuestros objetos de valor, acordamos también que Halsey se encargaría de robar medicinas para que no nos faltaran cuando saliéramos de aquí y Shirley sería la encargada de conseguirnos comida para llevarnos con nosotros; Daniela, por su parte, dijo que tendría una sorpresa lista muy pronto para nosotros, pero mientras se llegaba el día de nuestro escape, debíamos de tener hechas nuestras mochilas para prevenir cualquier cosa, por ende, Barry y yo nos dirigimos a nuestra habitación para comenzar a guardar cosas, sin embargo, pude notar a Barrymore muy ido mientras hacía su mochila, se le veía devastado y con ganas de llorar, su mirada no se levantaba por nada y apenas hablaba, parecía que su alma salía de su cuerpo poco a poco cada día, como si gradualmente me estuviera quedando sin el pequeño Barry.

— Barry... ¿Todo está bien? — Le pregunté angustiado, mientras con mi mano derecha tomaba de manera suave su hombro, el chico me miró de reojo con una mirada agobiada y triste, solo para después alejarse un paso de mí, evitando mi contacto, volviendo a mirar al suelo, respondiendo con un tembloroso "si" salido de sus labios, volviendo al acomodo de su mochila con lentitud; yo solo decidí alejarme y seguir recogiendo mis cosas, pues, debido al estado en el que se encontraba no quería abrumarlo y empeorar todo, sin embargo, mi miedo y angustia no cesaron, esa noche no pude dormir de la intranquilidad, pero mínimo, Barry ya no había llorado esa vez, aunque, no sabría decir si eso era algo positivo o no. En fin, mi noche se pasó en angustias y pensamientos catastróficos.

16 de marzo del 2021. Andrés Mercedes.

Era de mañana, sinceramente, no tenía ganas de levantarme y como siempre, Barry ya se estaba vistiendo... a las 7:00 a.m. Pareciera que el chico notó mi desánimo, por lo qué, sin decir nada aún, se acercó a los pies de mi cama, moviéndome un poco con delicadeza, a lo cuál, yo lo miré, él solo me estiró su manita, ofreciéndome ayuda para levantarme, obviamente, acepté, y en cuanto me levanté, volvió a vestirse de manera cotidiana, este día Barry llevaba puesta una hermosa camisa blanca de botones con unas manguitas que le llegaban a medio brazo, encima se puso un lindo chalequito de punto color azul celeste con un diseño en zig zag, acompañando su conjunto con un pantalón de mezclilla y unos tenis estilo Converse, se veía muy adorable y abrazable como siempre, yo, por otro lado, me puse una camiseta de botones gris, unas bermudas negras y unos zapatos tipo escolares, ambos nos dirigimos en silencio al comedor, para después irnos a clases juntos con las chicas, de nuevo, no hablaba, no decía una sola palabra y su mirada seguía agachada.

Nos encontrábamos sentados en nuestros lugares habituales, yo me solía sentar en la banca de hasta adelante a la izquierda, Barry se sentaba en la que estaba detrás mío y Dani detrás de él, Shirley se ubicaba en la de al lado de Dani, las otras dos bancas eran para Hugo y Halsey, Halsey sentada en la banca de hasta adelante. Estábamos de lo más natural bobeando en lo que llegaba el profesor, pero cuando este llegó, se notaba sumamente afligido, como si viniera de malas.

— Quiero que todos trabajen el día de hoy, sin error alguno, no vengo de humor para tolerar conductas indebidas... ¡Barrymore! Intercambia asiento con Andrés, te quiero al frente. — Dijo a manera de regaño sin siquiera mirarnos a la cara, pues, seguía sacando sus materiales de trabajo, miré confundido a Barry, el cuál, me veía con la misma confusión en sus ojos, y a la vez, con miedo. — ¡¿Qué no me oíste?! Cámbiate de lugar. — Repitió el maestro en tono demandante, por lo cuál, de manera desganada, me tocó cambiar lugar con el chico, sin embargo, comencé a preocuparme, pues, lo que le hubiera hecho hace unos días, aún lo seguía afectando, no quería que le hicieran daño a Barry, pero, nos iría peor si no cambiábamos lugares, por lo cuál, ayudé a terminar de pasar sus cosas, notando una ansiedad en incremento proveniente del chico. La clase continuó con habitualidad, no fué sino hasta la media hora de habernos cambiado que el maestro se acercó de manera acechante a la banca de Barrymore, mientras yo miraba de reojo, Dani, Shirley y Halsey se pusieron en alerta igualmente.

— ¿Qué hace esto afuera? — Decía el maestro tomando el libro de crucigramas de Barry. — Creí que había quedado claro que no te distrajeras en clase. — Regañaba a Barry, mientras que el menor, sin mirarlo siquiera, solo contesto.

— N-no lo estoy usando, solo que no lo guardé al cambiarme de banca, p-pero ahorita mismo lo... — Entonces fué interrumpido por el sonido de una ruptura de papel, el maestro estaba rompiendo el libro de Barry; el chico lo miró con sorpresa y tristeza, se le notaban sus ojitos al borde de las lágrimas.

— Veamos si así aprendes a seguir indicaciones... — dijo entonces tirando el libro destrozado al suelo. — Y recoge tu basura, no quiero las hojas por el piso, ¡Rápido! — Le chasqueó entonces los dedos al menor como indicación de que juntara el libro destrozado del suelo, miré a Barry, su cara gritaba temor y dolor. Dani miraba al maestro con ojos de odio, si las miradas lastimaran, el maestro ya hubiera estado ardiendo y suplicando entre alaridos de dolor, pues la mirada de Dani se había tornado muy tétrica, obviamente, yo no me había quedado atrás, me enfurecía de a poco por la actitud del maestro. Barrymore se limitó a hincarse frente al maestro para recoger las partes faltantes del libro, sin embargo, el hombre, de manera descarada, se agachó un poco para alcanzar la estatura de Barry, recorriendo de manera depredadora la mejilla del chico, tomándolo del mentón para que lo mirara a los ojos. —Así me gusta, eres un chico obediente. — Los ojitos azules del menor ya no pudieron contener más las lágrimas, se quedó paralizado del miedo, y mi paciencia se había agotado, por lo cuál, tomando mi cuaderno, dirigí un fuerte golpe a la cabeza del maestro, el cuál, al sentir el impacto, se levantó enseguida sobándose la zona golpeada, mientras Barry huía hacia la pared. El maestro me miró con una cara de odio profundo.

— No lo vuelves a tocar ¡Imbécil! — Grité, golpeando de nuevo al maestro en la cara con el cuaderno, sin embargo, este reaccionó al fin, golpeándome en el estómago, mientras que, la enfermera Janeth, llegaba para someterme junto con la enfermera Zara.

— Creo que este pequeño rebelde se merece un buen castigo. — Dijo la enfermera Janeth para así, sacarme del salón de clases, me llevarian... al cuarto rojo. A lo lejos, solo escuchaba el doloroso llanto de Barry, gritando mi nombre, mientras que intentaba zafarme del agarre de las señoras, no quería dejar solo al chico, tenía miedo de que algo le pasara, no quería que lo lastimaran... no de nuevo.

Entre jalones, gritos y golpes, llegamos al cuarto rojo, era tal como lo habían descrito, un cuarto meramente de tortura, entre ambas enfermeras me ataron a una pared, a manera de crucifficción.

— ¡Bájame de aquí, hija de perra! — Grité en desesperación, pero lo único que recibí fué una fuerte cachetada por parte de la enfermera Janeth.

— No sabes cuánto esperé para darte tu merecido a tí, pequeño gusano.— Dijo la enfermera, agarrando un cinturón de cuero yaciente en una mesita de esas de hospital, con el cuál, tomando vuelo, me azotó con fuerza en el estómago, privándome por momentos del aire, mientras repetía esa acción unas cuantas veces, se sentía horrible, mi piel ardía ante cada nuevo impacto, picaba, sentía que pronto me abriría la piel debido a todos los golpes que me estaba dando, las lágrimas no titubearon al salir de mis ojos, aunadas a gritos de dolor salientes desde lo más profundo de mi pecho. — ¿Acaso crees que puedes llegar y tratar a tus mayores de esa manera sin consecuencias? Estás en un error, pequeño monstruo. — Decía la enfermera bajándome de aquel lugar en el que me tenían, amarrándome después a una camilla, notando un jalón en mi camiseta, pues, me había abierto esta prenda, rompiendo algunos botones en el proceso, dejando expuestos mi pecho y torso. — ¿Creíste que ya habíamos terminado? No, esto apenas comienza, pequeño diablillo. — Dijo tomando una navaja, con la cuál, repartía cortes al azar, no muy profundos, por todo mi torso, pudiendo sentir así como mi piel se abría en cada parte que ella cortaba, mientras intentaba sin éxito zafarme del agarre. — Awww~ ¿Te duele acaso? Me alegro, de eso se trata, niño — Vi como entonces tomó un encendedor, con él haría pequeñas quemaduras por mi abdomen y brazos, a pesar de que eran quemaduras de primer grado únicamente, ardían demasiado, creo que entre más leve la quemadura más duele, se sentía un ardor horrible, entré en desesperación al grado de gritar e intentar huir del agarre, me dolía mucho lo que me hacían, quería salir de ahí, comenzaban a dejarme marcas por todo mi cuerpo. — Aquí viene la mejor parte... — Decía la enfermera, soltando el encendedor y la navaja, sosteniendo ahora una toalla y un galón de agua... oh no.

— Oh no, no ¡No, deténgase! — Grité sin éxito, la enfermera colocó la toalla en mi cara, dejando caer el galón de agua sobre esta misma, provocando en mí una sensación de ahogamiento, pensaba que moriría, me sentí como si realmente me estuviese ahogando debajo del agua, como si me estuviera ahorcando y privando del oxígeno, cuando, finalmente, quitó la toalla de mi cara, pudiendo respirar, tomando aire como si fuese un bebé recién nacido conociendo el oxígeno, como si hubiese estado sumergido en el mar por años. Después de toda esa tortura, solo sentí un piquete, seguido de eso, fuí amarrado ahora con la camisa de fuerza, atándo a la par mi pié derecho a la pared para evitar que me escapase. — Ahora sabes qué le pasa a los niños malos, pequeño... tal vez te vea mañana. — Dijo la enfermera Janeth para después salir junto a Zara, dejándome encerrado en aquel horrible lugar, ahora sedado, apenas consciente... ellos tenían razón, era un lugar horrible, ya no quería estar más aquí, mis ojos chorreaban lágrimas como dos grifos abiertos incerrables, me sentía fatal, quería irme... quería volver con Barry.

Daniela Ibarra.

Era hora del almuerzo, habían pasado ya 4 horas y media desde que se habían llevado a Andy... Barry se veía fatal, estaba llorando en silencio, literalmente, no levantaba la mirada por ningún motivo y las lágrimas escurrian por sus cachetes sin ningún esfuerzo en absoluto, se veía inexpresivo y a la vez tan triste y roto.

— ¿Barry...? — Intentó llamarlo Shirley, pero el chico no reaccionaba, la rubia me miró preocupada, preocupada al grado de comenzar a cerrar de maner brusca su ojito derecho mientras se contraía su cabeza; y yo no me encontraba mejor, Barry se miraba deshecho, se miraba sin alma... jamás lo había visto tan triste... el pobre chico se quedó en el comedor todo lo que restó del día, no se movió si no hasta la hora de dormir, cuando se fué a su cuarto en el mismo estado, el pobre estaba mal, estaba totalmente roto. 

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