Capítulo XI

(Arrastrándome de vuelta a la vida)

18 de septiembre del 2012. Andrés Mercedes.

Tal vez se preguntaron el cómo llegué hasta este punto, pues, para mucha gente, la depresión es de los más mínimos padecimientos, uno el cuál no necesitaría atención, incluso, para muchos, este ni siquiera les preocupa, pues piensan que es pereza o que se puede "curar" estudiando o haciendo otra cosa al azar... la gente jamás pudo estar tan errada. Creo que uno de los principales problemas para la gente depresiva es precisamente la equívoca imagen que se tiene del padecimiento, además, en mi caso, y en la mayoría, los padecientes de este mal, no somos apoyados en absoluto por nuestra familia o somos juzgados de "haraganes", cuando la realidad es totalmente distinta, no sabes lo difícil que puede ser para un depresivo levantarse diariamente de la cama, no sabes la energía que te consume, no sabes lo doloroso que es el querer terminar con tu vida de manera prematura a una edad extremadamente temprana por sentirte inútil y solo, y si sábes lo que es sentirse así, espero que puedas salir pronto, encontrar la ayuda que te mereces, porque si, este padecimiento también nos puede hacer sentir no merecedores de cosas buenas, e incluso, muchos podemos llegar a buscar el autocastigo.

Esta historia será comenzada con un pequeño yo, un yo de tan solo ocho añitos de edad, un pequeño niño que aún tenía esperanzas, aún intentaba persistir en su deshecha vida. Mi madre biológica, la cuál, aquel dulce niño de ocho años amaba, había sido abandonada por mi padre (el cuál, nunca conocí) durante su embarazo, pues él se había cansado de las conductas irresponsables que ella tenía, además de que se gastaba el dinero de mi padre para comprar vicios, los cuáles, en aquel momento, apenas eran cigarros y alcohol, aunque pronto se convertirían en cocaína y estimulantes de otro tipo. Para cuando yo nací, mi padre ya llevaba un mes lejos de nosotros, sin embargo, a pesar de su abandono, siempre le mandaba dinero a mi madre para que mi manutención fuese más llevadera, aunque claro, como era de esperarse, mi madre tomaba ese dinero para adquirir drogas y cigarros, dejándome a veces con ropas desgastadas y útiles escolares de calidad mediocre. Recuerdo con claridad, cómo una vez había llegado ebria a la casa, yo, que siempre regresaba solo de la primaria, me encontraba en el comedor, cuando me percaté de su llegada, dejándose caer al sofá, aún con un cigarrillo encendido en la mano, no podía fumarlo de tan borracha que se encontraba.

— Mami... Otra vez olvidaste la comida. — Decía yo hambriento, pero aún así, intentando no incomodar a la mujer.

— ¡Cállate! Como si no pudieras cocinar algo tú ¿De verdad tengo un niño tan inútil? Pero claro, eres igual al cretino de tu padre. — Exclamaba ella tropezando algunas palabras. Me encontraba triste ante las palabras de mi madre, pero solo me resigné a intentar encontrar algo de comer, afortunadamente, había una lata de maíz amarillo en agua que se encontraba en la alacena, por lo cuál, esa fué mi salvación, mi alimento del día. El resto del día me la pasé en mi cuarto, mientras que podía escuchar a mi madre maldiciendo y tirando cosas de la sala y de la cocina, las cuales, por cierto, estaban hechas un desastre.

— ¡Mierda! Maldito desgraciado, me enjaretó a su chiquillo malcriado, si de verdad fuera tan hombre vendría y se lo llevaría con él, así no tendría ese maldito estorbo en mi casa... — Gritaba tambaleándose bruscamente, hasta caer desmayada por tanto alcohol. Así eran las cosas en mi casa, todos los días me acostaba llorando, mirando a las estrellas, suplicándoles por dejarme ir de este lugar, rogándoles para que me llevaran a un lugar más hermoso, un lugar donde me sintiera querido... de sobra está decir, que ese niño era tan inocente, que no sabía que las estrellas jamás harían ese milagro por él, por más que él lo anhelara.

Pasaban los días, yo iba a la escuela, pero muy desganado, a pesar de ser un niño inteligente, me sentía tan agotado y desgastado que no quería hacer nada. Recuerdo que un día de esos, por la tarde, llegué de la escuela, pues las clases habían acabado, y lo primero que vi al entrar, fué a un hombre junto con mi mamá besuqueandose en el sillón.

— ¿Mami? — Dije confundido ante tal escena.

— ¡Andrés! ¿¡Qué haces aquí chiquillo!? — Exclamó ella, alejándose abruptamente del hombre, el cuál, ahora la miraba con la misma confusión que yo.

— ¿M-mami...? ¡Tienes un hijo! — Gritó el hombre, levantándose del sofá, arreglándose un poco el mugroso cuello de su playera para irse.

— E-espera, te lo explicaré... — Decía mi mamá suplicante ante el hombre.

— Creo que dejé bien en claro que yo no quería compromisos de ese tipo, así que, lo siento, pero me voy... — dijo aquel hombre para abandonar la casa, mientras me empecé a percatar de cómo mi madre comenzaba a mirarme con un odio inmenso en su rostro, como si me estuviese culpando por lo ocurrido momentos anteriores.

— Mami... yo... —

— ¡Cállate! — Me gritó, para después, azotar una fuerte bofetada contra mi cara, haciéndome caer al suelo, comenzando a llorar por el miedo y el dolor. — ¡Eres un pendejo inútil, acabas de arruinar mi oportunidad con ese hombre, todo es tú culpa, por tí tu padre se largó, alejas a todos de mí, no puedo ser feliz gracias a tí! — Dijo tomándome con fuerza del brazo, para así, volver a golpearme, dando otra bofetada en mi rostro. — ¡¿Quieres que sea una miserable como tú?! Maldito chiquillo llorón — Exclamó por último para empujarme contra el suelo, dejándome ahí tirado, tomando su botella de cerveza y su cigarrillo para salir por la puerta, quedándome solo en la casa, mientras lloraba de manera incesante. Me sentía mal, tenía miedo y estaba muy triste, me sentía como un parásito, sentía que mi madre no podía ser feliz por mi culpa, incluso, me sentía un mal agradecido, llegué a pensar que tal ves era mi culpa el no tener familia, que tal vez me lo había ganado por ser un niño tan inútil y arruinar la vida de mi madre, solo quería un abrazo, quería a alguien que estuviese a mi lado, quería algo a lo cual aferrarme, alguien en quién confiar, pero, lo único que obtuve fue llanto y dolor, me sentía horrible, quería salir de aquí, quería ser feliz, quería ser un niño como los demás, que jugara y se riera con sus amiguitos, pues, todo este tiempo, me quedaba solo en los rincones de la escuela, por miedo a ser rechazado, por miedo a el odio de mis compañeros, solo quería ser feliz... quería salir de ahí, dado a todos estos horribles sentimientos, tomé unas tijeras de algún cajón en mi alcoba, haciendo presión en mis muñecas con las mismas, lográndo así cortar mis pequeñas muñecas mientras que sangre comenzaba a brotar, dolía, dolía demasiado, pero era mi manera de castigarme, castigarme por haberle hecho pasar todo esto a mi madre, castigarme por ser un inútil... castigarme por haber nacido... no quería existir más. Tal vez sea más que obvio que nada era mi culpa, pero era un niño de solo ocho años, y me sentía de esa manera por lo que mi madre me hacía pensar a diario, por sus hirientes palabras dirigidas hacia ese pequeño niño que era antes. Después de haber lastimado mis pobres muñecas, solo lloré, lloré incesantemente, lloré hasta caer dormido... Al día siguiente me levanté como pude para irme a la escuela, los cortes no eran tan profundos, pero si se notaban, además, si había sangre en ellos, por ende, decidí lavarlos y cubrirlos con dos listones, uno para cada muñeca, para que así, no se percataran de lo que había debajo (hasta la fecha, aún uso esos listones), después de eso, me fuí a la escuela, sin desayunar, pues además de que no había nada, me sentía tan mal que no quería comer en absoluto.

Pasaron algunos días, realmente en este punto la convivencia con mi madre se había limitado demasiado, además, ella empezaba a consumir drogas, entre ellas heroína y cocaína, además, su ausencia se hacía notoria en la casa, hablo de ausencia física, pues ausente siempre fué, tardando en volver hasta dos semanas, dejándome solo por varios días, sin embargo, se llegó la gota que derramó el vaso. Era de noche, aproximadamente las 12:30 a.m. Era de madrugada, mi madre se había ido a su cuarto fumando y bebiendo, mientras que yo me dispuse a irme a mi habitación, sin embargo, a esta hora que les menciono, comencé a notar un olor extraño, un olor como a quemado... ¡¿A quemado?! La casa se estaba incendiando, aparentemente, mi madre se había quedado dormida con el cigarrillo encendido, dejándolo caer a la alfombra, haciendo que esta prendiera fuego.

— ¡Mami, despierta! — Intentaba llamarla, pero era inútil, estaba noqueada, intenté entrar a su habitación, pero antes de poder dar un paso, partes de techo incendiadas cayeron frente a mí, haciendo que, finalmente, mi madre despertara, dándose cuenta de lo que estaba ocurriendo.

— ¡Andy! ¡¿Qué rayos haces?! ¡Hay que salir! — Gritó entonces, tomándome con fuerza del brazo, llevándome casi a rastras fuera de la casa, donde se encontraban ya algunos vecinos y los bomberos apenas llegando. Mi madre decidió llevarme a un lugar un poco más apartado de la gente, donde con su rostro enfurecido, comenzó a regañarme de nuevo. —¿Acaso querías matarme, pequeño maniático? —

— No mami, i-intenté advertirte, e-en serio. — No terminé mi frase cuando mi mamá ya estaba levantando la mano para golpearme, sin embargo, fué detenida por uno de los bomberos que estaba en la escena.

— ¡Todo esto fue culpa suya! — Gritaba mientras los bomberos la sometían, a la par, llegaban unas patrullas que se llevaron a mi madre, pues, aparentemente, descubrieron rastros de las drogas en la casa que aún no se habían quemado.

— ¡Mamá! — Exclamé asustado.

— Tranquilo, pequeño, te llevaremos a un hogar donde te cuidarán mejor ¿De acuerdo? — Decía uno de los policías, mientras me levantaba en sus brazos para así, llevarme a donde él me había dicho.

Esta era la primera vez que entraba al programa de hogares temporales, de aquí en adelante, todo se tornaba deplorable gradualmente.

Dos años después del incidente, aún me encontraba en una casa hogar mientras esperaba la llegada de una nueva "familia", tenía la esperanza de que esa familia me quisiese, que esa familia me amara y me llevara al parque como siempre hubiese querido. Mi estancia en la casa hogar se había tornado más deprimente de lo que ya era en un inicio, los demás niños me hacían de lado y se negaban a convivir conmigo, por lo cuál, pasaba la mayoría de mis tardes mirando una televisión antigua ubicada en la biblioteca cruzando la calle, ahí proyectaban películas muy buenas, por ejemplo, una vez me quedé a ver la película de "Depredador" del 87, me gustaba esa película, aunque a la vez, me daba un poco de miedo, sin embargo recuerdo que mirarla me daba una sensación de alegría, pues, las películas siempre habían sido mi manera de escapar de este mundo, siempre que miraba una película me gustaba hacer pequeños dibujos de ellas, incluso, jugaba solo en la habitación de la casa hogar a que yo era el alienígena de esa película, me gustaba imaginarme siendo algún personaje de la obra que mirara, era entretenido y me ayudaba a sobrellevar mi estancia en aquel lugar.

Había llegado el día en que mi primer familia me adoptó, tenía diez años ya, yo estaba, más que contento, nervioso, tenía miedo de que me pasara lo mismo que con mi mamá, además, tenía que convivir con dos hermanos nuevos, una niña menor que yo, de unos ocho años llamada Lita y un chico mayor que yo, de unos trece, llamado Emanuel, ellos eran muy unidos entre sí, jugaban siempre juntos, compartían sus juguetes y dulces, pero siempre me excluyeron, recuerdo con claridad que cuando llegué a la casa mis nuevos padres nos dejaron jugar en el jardín, pero ellos no se me acercaron, y por el contrario de ser buenos, me insultaron.

— Tú no eres nuestro hermano, no te nos acerques, rarito. — Decía el mayor, mientras que la niña pequeña solo me sacaba la lengua y se alejaba junto a su hermano, pero a pesar de eso, yo ya me había acostumbrado a la soledad, por lo cuál, me la pasaba en mi cuarto, mirando películas en un DVD portátil que mis "padres" me habían regalado, era como una computadora muy pequeña, pero solo tenía unos cuantos botones y un lector de CD's, en ese aparatito miraba películas día y noche, era mi manera de pasar el tiempo, sin embargo, una vez, Lita entró a mi habitación, aparentemente quería que le prestara mi DVD.

— ¡Dame eso! Yo lo quiero. — Dijo la niñita para seguido arrebatarme el dispositivo, comenzando a picar todos los botones, pues ella no sabía cómo funcionaba.

— ¡Ey, deja eso, niña! — Dije para después intentar recuperar mi DVD, pero la más pequeña no parecía querer soltarlo, por lo que, entre jaloneo, la pequeña cayó al suelo, golpeándose en la cabecita con la puerta de la habitación, haciendo a la menor llorar, motivo por el cuál, llegó corriendo su hermano mayor.

— ¡¿Qué le hiciste a mi hermanita?! — Preguntó exaltado para después hincarse junto a la niña, tomando su cabeza entre sus manos, intentando revisarla con cuidado. — ¡Mamá, Andrés le abrió la cabeza a Lita! — Gritó el mocoso, mientras que sus padres llegaban a la habitación preocupados y asustados por lo ocurrido.

— ¿Qué? No es cierto, yo no fuí, ella... — Fuí entonces interrumpido por el hermano nuevamente.

— Claro que si, yo te vi, y mira, rompió el DVD que le regalaron. — Apuntó entonces al aparato que, debido al jaloneo, había terminado averiado. "Mis padres" se veían afligidos, claramente no les había causado una buena impresión al convivir con sus hijos. La madre se llevó a Lita al hospital lo más rápido que pudo, mientras que el padre se quedó con nosotros cuidándonos, se veía decepcionado y agotado, pareciera que ya no le agradaba más, o por lo menos eso sentía yo, pues cada que mi mamá biológica se ponía de ese modo, seguían insultos de su parte, yo no quería que eso pasara de nuevo, me sentía tan culpable, creí que lo había hecho mal de nuevo, pude haberle prestado el DVD a Lita y nada hubiera pasado, todos seguirían felices y la niña estaría ya en casa... no, esa sensación de nuevo no... me sentía muy abrumado, tenía de nuevo la necesidad de castigo que me alcanzó aquella noche en casa de mi madre cuando apenas tenía ocho, así que, una vez "acostado" en cama para "dormir", tomé con sumo sigilo unas tijeras del lapicero que había sobre el hermoso y colorido escritorio yaciente en mi cuarto, volviendo a dañarme a mí mismo, haciendo un corte medianamente profundo en cada antebrazo, dejando salir la sangre junto a un ahogado alarido de dolor, llorando de manera incontrolable, sintiéndome cada vez más pequeño e inútil, cuando pude notar como la puerta de mi alcoba se abría, parecía ser mi "padre", venía aparentemente a hablar conmigo de lo sucedido con Lita, sin embargo, en cuanto prendió la luz, notó la escena sangrienta ante él, atando con rapidez mis brazos con un pañuelo a manera de torniquete, debido al escándalo, Emanuel se despertó, llendo a mi habitación para ver el alboroto, y al notar lo que había pasado, se reflejó en su mirada un profundo sentimiento de arrepentimiento y culpa...

— Perdón... — fué lo único que salió de su boca, mientras que el señor me tomó en sus brazos, cargándome hasta su camioneta del trabajo, pues el otro carro que tenían lo llevaba su esposa en el hospital junto a Lita; en fin, conducimos hasta el hospital, es lo único que recuerdo, pues, el cansancio me ganó en ese momento, haciéndome caer profundamente dormido, además, me encontraba algo mareado. Al despertar, me desayuné con la noticia de que sería llevado de vuelta a la casa hogar, pues, bien parece que mis cuidadores no sabían cómo lidiar con... alguien como yo... me sentía solo, más solo que antes, me habían abandonado de nuevo, todo por mi culpa, ellos no querían lidiar conmigo, era solo un problema... después de la noticia entregada por mi trabajadora social solo me dediqué a llorar, llorar y llorar sin cesar, sin control alguno, me sentía horrible, a pesar de haber llevado solo un par de meses en esa casa lo que habían hecho me había dolido, pues, jamás pensé que me dejarían por ese motivo... ese motivo era... yo mismo.

Para estas alturas yo ya no quería una familia temporal, ya no quería ser adoptado, ya no quería a nadie... no quería volver a pasar por lo mismo, me sentía tan deshecho que lo único que quería era dormir, dormir y jamás despertar, la gente a mi alrededor me había hecho saber que no tenía valor, a lo largo de mi vida todos se habían encargado de hacerme menos, hacerme pequeño, apagarme poco a poco hasta que ya no quedaran más que cenizas, sin embargo, a los catorce años, llegaría una nueva familia, esta vez, una pareja sin hijos, se veían tan emocionados por tenerme, a pesar de que yo no compartiera su entusiasmo en absoluto, sabía que realmente no me amaban (o eso pensaba), sabía que yo no iba a ser su hijo verdadero jamás, me sentía la oveja negra del rebaño, me sentía como un intruso, la verdad, no quería causarles mal a ellos, pero tampoco quería que me lastimaran como mis familias anteriores, por lo que, mi conducta se empezó a tornar bastante huraña contra ellos, no era su culpa, pero yo no quería que me dañaran de nuevo, por esto, cada mañana eran gritos y peleas con ellos, ellos siempre intentaron acercarse a mí, más el señor que la mujer, mi "padre" se llamaba Carlos y mi "madre", María, Carlos siempre intentó más que María, la verdad, Carlos se esmeraba para hacerme sentir cómodo y amado, siempre intentaba conversar conmigo, mientras que María solo se molestaba y se iba a su cuarto ignorándome. Después de pasar un par de semanas viviendo con ellos, Carlos pudo percatarse de que yo no estaba del todo bien, por lo cuál, gracias a él, visité por primera vez a un psicólogo, el cuál, me dirigió con el psiquiatra casi directamente.

— Mire señor, la cuestión con su hijo es que, el padeció desde una edad muy temprana una depresión muy severa y mermante a su salud, aparentemente, ante lo que nos cuenta el chico, tuvo ya dos intentos de suicidio, o por lo menos uno, si no estamos contando el de los ocho años, pues, a pesar de lesionarse, no se puso en un peligro tan grave como tal, sin embargo, no está para nada bien que un niño de ocho años se cortara las muñecas, este niño no ha sido atendido en absoluto... además, parece que desarrolló cierto rechazo a la convivencia, sobre todo a la que involucre figuras de autoridad... o padres.— Les explicaba con calma aquel doctor.

— Eso es horrible... Dígame, doctor, ¿Qué podemos hacer? — Preguntaba genuinamente angustiado Carlos.

— Devolverlo... — Decía en un susurro casi inaudible María, honestamente pensé al principio que había escuchado mal, sin embargo, después me dí cuenta que si, en efecto, lo había sugerido.

— En absoluto, este niño necesita su apoyo sin importar qué, tendré que trabajar más con él, y paralelamente, deberá tomar una de estas cada noche. — Le entregó entonces al hombre una caja de Doxepina, un antidepresivo/ansiolítico de 25mg por píldora, esta me ayudaría a regular los niveles depresivos, sin embargo, yo me resignaba totalmente. Después de la consulta llegamos a casa, era ya de noche, yo me encontraba afligido, no quería tomar el medicamento, un medicamento que solo me haría cegarme ante la realidad de las cosas, nadie podía sanar la falta de amor que la gente me tenía, nada podía arreglar lo inútil que era yo... nada podía arreglarme.

— ¡No pienso tomar estas porquerías! — Dije lanzando el frasco de medicinas al suelo, comenzando a acelerar mi paso, sin embargo, pude notar como Carlos recogía el frasco del suelo.

— Andy, por favor, espera... — dijo comenzando a seguirme despacio, pero yo hacía caso omiso a su llamado. — Andrés... ¡Andrés! — Dijo entonces para tomarme con fuerza moderada por el brazo, deteniendo mi andar, mirándolo ahora a él.

— ¡Suéltame! ¿Acaso quieres drogarme ahora? ¿¡Qué más planean hacerme!? — Dije furioso intentando zafarme del agarre, sin embargo, Carlos comenzó a hablar, captando mi atención.

— Andy, hijo, entiendo que te sea difícil entender esto, pero yo te quiero, hijo, no sabes cuánto esperé para tener a un niño como tú, eres un gran muchacho... Andy, sé que no es fácil esto, y sé que tal vez no quieras tomar las medicinas, tal vez lo veas inútil o... ¿Qué sé yo? Pero vamos, hijo, hazlo por tí, créeme cuando te digo que quiero lo mejor para tí, quiero verte mejorar, quiero que seamos una familia, verte crecer y ser el mejor hombre cuando seas mayor... Andy, por favor, si quieres hablar, hazlo, pero, solo toma tu medicina, por tu bien... quiero que te sientas mejor, hijo.— Me dijo en un tono cálido y comprensivo, mi pecho comenzó a oprimirse mientras que mi mirada descendía de a poco, mis ojos dejaban salir lágrimas gradualmente, por primera vez sentí que un ser humano se preocupaba por mí, quería hacer las cosas bien esta vez, por ende, no dije nada y solo tomé el frasco, dirigiéndome a mi cuarto sin decir palabra.

Un par de horas después decidí ir al cuarto de mis padres a decirles buenas noches, comenzaba a sentirme feliz por primera vez, comencé a pensar que las cosas tal vez... funcionarían.

— No puedo tolerarlo más, es un mal agradecido. — Escuchaba a María discutir del otro lado de la puerta, pues aún no entraba.

— María, cielo, tenle paciencia, es solo un niño, no me imagino por todo lo que pasó, no podemos abandonarlo ahora. — Argumentaba mi padre, intentando hacer entrar en razón a María, sin embargo, no se veía con ánimas de aceptarlo.

— Es un maldito berrinchudo, no puedo aguantarlo más, acepté adoptar un hijo contigo, pero yo no quería un saco de problemas en mi casa, ¿Por qué no eliges un niño normal y ya?. —

— María... eso es sumamente grosero de tu parte ¡¿Cómo puedes hablar así de él?! —

— Solo te digo esto, Carlos... ya no quiero más a ese mocoso aquí. — Al escuchar eso, mis ilusiones de empezar de nuevo se fueron totalmente por el caño, María me odiaba, me sentía tan mal, Carlos peleaba con su mujer por mi culpa, de nuevo lo hacía, otra vez les causaba daño a mis padres, de nuevo llegaba a romper una familia, de nuevo yo... todo era mi culpa... corrí entre sollozos a mi habitación, abriendo el frasco de Doxepina que me había dado recién el médico, tomando aproximadamente cinco pastillas del frasco, tragándolas todas en un intento más de irme, dejar este mundo... de dormir eternamente en paz al fin... pasados unos cuántos minutos después, los efectos del medicamento se hicieron presentes, comencé a sentirme mareado y somnoliento, mi vista se nublaba de a poco como si de neblina se tratase, me sentía horrible y mi ritmo cardiaco disminuía, por lo qué, sin saber nada más, caí al suelo, de nuevo, me había desmayado... ahora estaba en coma.

No se preocupen, el coma solo duró unas cuantas horas, pues me desperté un tiempo después esa misma noche en el hospital, estaba en una camilla, no comprendía nada de lo que pasaba a mi alrededor, me sentía aturdido, mis oídos zumbaban incesantemente, no podía centrarme en absolutamente nada, no fué hasta que, escuché una discusión ocurrir fuera de mi cuarto del hospital... eran María, Carlos y... la trabajadora social.

— Lo siento, pero no podemos más con esto, lo intentamos, pero esto es más de lo que podemos manejar... — Escuchaba decir a María.

— P-puede pasar por sus cosas una vez se sienta mejor... lo sentimos mucho. — ¿Ese era... Carlos? No, no, él no... su voz era sollozante, se escuchaba deshecho, al final si habían decidido regresarme, de nuevo volvería a la casa hogar... de nuevo solo... noté como se iban con lo poco que mis sentidos funcionaban en ese momento. La trabajadora social entró entonces a mi habitación, portando una cara de pena.

— Andy... cariño, me alegra que estés despierto... cielo, lamento decirte esto, pero... —

— Me regresaron... — Dije interrumpiendo a la chica, la cuál salió de la habitación, dándome espacio para digerir la noticia, simultáneamente, una lágrima escurría por mi mejilla, me habían abandonado de nuevo... al parecer estaba destinado a esto, vivir en soledad por el resto de mi vida, mientras que mi mente y mi corazón mueren de manera lenta y dolorosa... así serían las cosas.

Está de más contar lo que ya saben, a los quince años me adoptó una mujer con fines de ganar dinero a base de la ayuda que se les dá a los padres temporales, duré dos años conviviendo con ella, hasta qué, frustró un cuarto intento de suicidio que estaba realizando en una noche de soledad y dolor como tantas otras, solo que esta vez, me logró detener antes de ingerir las veinte pastillas que iba a tomarme... después de eso, decidió traerme aquí, traerme a "sanar", aunque bueno, no me arrepiento del todo, pues aquí los conocí a ellos, conocí a mis amigos... conocí a Barry.

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