Capítulo IV
(Cartas de odio falsas)
29 de mayo de 2017. Shirley Mendoza.
Me encontraba recitando unas sublimes palabras para la clase de español, desde ese entonces tenía fascinación por la poesía y la literatura, me encantaba asombrar con palabras rimbombantes a mis demás compañeros de la clase, pues disfrutaba (y sigo disfrutando) de adornar mis frases con metáforas y palabras estrafalarias, pues sonaban bellísimas ante el oído humano.
—"De la luna plena límpida, límpida como tu alma, descendían, sobre el parque adormecido, gráciles velos de plata"... — recitaba mi yo de doce años, pues ese día habíamos acordado llevar poemas al colegio para el tema que se nos era enseñado en ese momento.
—Maestro, no le estoy entendiendo nada... — interrumpió entonces la estúpida de Judith, una de mis "mejores amigas" que por supuesto, era más falsa que el "por siempre juntos" de tu ex.
—Jud, por favor, no vuelvas a interrumpir a tu compañera... Shirley, veo que usaste un par de palabras nuevas, ¿Investigaste su significado? — Me interrogaba el profesor, pero antes de poder definir las "palabras nuevas", un chico sentado en el fondo del aula gritó dirigiéndose a mí a manera de mofa.
—Segúramente solo copió y pegó el texto — dijo a manera de acusación, por lo cuál, sumamente ofendida, alcé mi voz para que todos pudieran escucharme con claridad, por lo cuál, el silencio perpetuó en el salón, dando excepción a mi explicación.
—¡Límpida, significa que es puro, transparente o que no tiene mancha alguna, mientras que grácil o gráciles, tarado, se refiere a que algo es fino o delicado, transmitiendo ligereza y armonía, por lo cuál, la próxima vez que esté exponiendo algo, te sugiero que seas más grácil y cierres la puta boca! —
—¡Shirley! — Dirigió un regaño hacia mí el profesor —Shirley, por favor quédate un poco a la hora del receso. — Me dijo más tranquilo, por lo cuál, estaba esperando el momento para conocer la queja que me iba a dar el hombre, a lo cuál, cuando mis catorce compañeros salieron al receso, yo me quedé sentada en mi banca. Cabe recalcar que éramos grupos sumamente pequeños, pues era un colegio pequeño al que asistía.
—Shirley, fué grosero gritarle eso a tu compañero, él no debió interrumpirte, pero recuerda, yo lo sancionaré si así lo veo necesario, solo... no grites esas groserías, podrían regañarte. — Me aclaró con extremada paciencia el profesor, pues no era la primera vez que estos pequeños "desplantes de ira" me pasaban, se hicieron muy frecuentes cuando comenzé a socializar con Judith y sus amigas, a pesar de que ya era irritable desde el preescolar. Por alguna razón, el regaño del maestro me había llegado a mi corazoncito, por lo cuál, sin darme cuenta, mis ojos se tornaron como un cristal roto, totalmente llorosos, pero reteniendo sus lagrimitas en ellos, sin dejarlas caer. —Shirley, no llores, no es un regaño, pero debes de aprender a controlar tu enojo — dijo él, por lo cuál, solamente asentí y salí del aula como bala recién disparada, dirigiéndome a mis amigas, las cuales, por cierto, en cuanto llegué, noté como hablaban sobre mí y mi incidente en el salón de momentos anteriores.
—Shirley, amiguita, ¿Por qué tan agresiva con el niño? No es su culpa que uses palabras raras, ¿Sabes? — decía Judith soltando unas risitas.
—Tampoco es mi culpa que él no sepa lo mismo que yo... además, creí que sonaban bonitas las palabras... — le dije un poco desilucionada y deprimida por lo mal recibidas que habían sido mis bellas palabras y por lo descortésmente ignorado que había sido el poema de Edgar Allan Poe que expuse.
—Pues no, solo suenas como una rara, además, mira lo que llevas puesto, ¿Ese era el vestido de tu abuela? — Me preguntó de manera retórica la mocosa, mientras yo me sentía ofendida porque ahora se burlaban de mis prendas hermosas para mí.
—Parece que a su mamá no le alcanza para comprarle ropa nueva — dijo un chica del grupito de Judith.
—¡Este vestido es nuevo! ¿Por qué dicen eso? — pregunté sintiéndome bastante humillada por lo que estaban diciendo sobre mí, y debido al estrés, me dí cuenta de que comencé a temblar mientras que mi hombro se contraía y mi cabeza chocaba con él mientras se dejaba caer hacia la derecha, me estaba dando un ataque de tics.
—¡Mira! Ya está bailando — se reía la estúpida niña, mientras yo comenzaba a dar mordidas repetitivas al aire, haciendo chocar mis dientes de una manera dolorosa, a la par de que estas niñas solo se burlaban, por lo cuál, empecé a llorar. —Parece poseída, mejor vámonos, cuando se te pase, vienes con nosotras — dijeron para irse en grupito hacia no se donde, yo me sentía muy triste, se suponía que eran mis amigas, ¿Por qué se burlaban de mí por mi condición? Yo no elegía tener los tics, no podía detenerlos, pues si lo hacía, me resultaba una experiencia bastante dolorosa, pues se hacían más fuertes y se acompañaban de una crisis de ansiedad.
Todos los días era lo mismo, me juntaba con esas niñas, a pesar de mi carácter, yo era bastante inocente, pensé que era normal que te dijeran esas cosas los amigos, pensé que solo eran bromas que yo no entendía por ser pequeña, me mataba sobrepensando a cada instante en el pasado y sus acciones, sintiéndome cada vez peor cuando volvía a esos recuerdos, comencé a sentir que todo el mundo se ponía en contra mía, incluso comencé a pensar que el maestro me veía como una inútil y estúpida por buscar palabras nuevas... comencé a cambiar, casi no sonreía ya, dejé muchos gustos de lado, los poemas que había escrito los hice añicos con mis dos pequeñas manos en un ataque de odio que tuve... un día me cansé, me harté de las burlas, me harté de que no pudiera ser yo misma, me harté de no usar esos antiguos vestidos que para mí eran simplemente fabulosos, y sobre todo, me harté de Judith, me colmó la paciencia, y le fué mal... muy mal.
Me encontraba sumamente tranquila escribiendo un nuevo poema, decorándolo con mucho cariño, usando las plumas que me había comprado alguna vez mi madre, el maestro aún no llegaba, pues apenas estábamos entrando del recreo y muchos aún no regresaban al aula de clase, estaba tan concentrada que Judith me estaba llamando y no la escuché, lo único que logré captar de sus llamados, fué que quería que nos saltáramos esa clase, pues a ella no le gustaba, pero le daba miedo quedarse sola, seguía, precisamente, la clase de español, pero como ninguna de sus amiguitas quería faltar porque si eran descubiertas se meterían en problemas, decidió irme a convencer a mí, cuando se percató de que no le hacía caso, se le ocurrió que era una magnífica idea arrastrar todas las cosas encima de mi mesa hasta el suelo, solo por su capricho de que le hiciera caso.
—¡Maldita retrasada, te estoy hablando! — Gritó Judith. Yo, que ya era un manojo de nervios de por sí, me levanté totalmente cegada por el enojo, rodeando mi mesa hasta llegar a donde se encontraba Judith parada, para seguido, tomarla por los cabellos con fuerza, para después, azotar su cara contra la pared, dejando al fin libre toda esa ira y recelo acumulado que cargaba. Solté a Judith, la cuál estaba ya llorando a alaridos en el suelo, sangrando con su nariz rota, mientras yo la miraba con el ceño fruncido.
—¡Cállate, maldita bausana! — Le grité con odio, mientras que mis manos comenzaban a saltar, levantándose involuntariamente, mi ojo izquierdo no se quedó atrás y se cerraba con brusquedad, parpadeando por sí solo. Justo en ese momento, el profesor llegó y como es obvio, una cosa llegó a la otra y me trajeron aquí, descubrieron que yo había desarrollado un trastorno a parte del Tourette, que era el TLP (trastorno al límite de la personalidad) y mis padres, asustados y temerosos de que algo malo me pasara, me dejaron en este lugar.
Presente. Andrés Mercedes.
—Cuando entré, esta chica se me acercó, y al igual que a ustedes, me comenzó a interrogar indebidamente, pero resultó que era una muy buena persona, por lo cuál decidimos ser amigas. — Finaliza Shirley.
—Acabas de aceptar que somos amigas... — Daniela boquiabierta se precipitaba a abrazar a Shirley con fuerzas.
—Si, si, ya, suéltame rarita. — Decía Shirley empujando levemente a Dani del hombro, pero, con una sonrisa de amor en su rostro.
Después de este incidente todo nuestro día transcurrió normal, como nuestro psiquiátrico era juvenil, teníamos clases como solíamos tomarlas en el colegio normal, con la única diferencia de que éramos rodeados por las enfermeras dentro del aula por si algo malo pasaba, sincéramente, éramos muy pocos en ese lugar, aunque bueno, considerando que el pueblo de Sunsville es menor a lo usual, es totalmente comprensible. Dejando de lado todo esto, al día siguiente nos encontrábamos en una hora libre cualquiera de la tarde después del almuerzo, nos permitían salir al patio a esa hora, por lo cuál, después de ir al baño me dirigí hacia allá, encontrándome con Barry en el lugar, el cuál, era amplio y solitario, con mucha naturaleza, hasta eso, bien cuidada alrededor; me acerqué a Barrymore, el cuál, miraba el cielo nublado, me decidí colocarme a un lado y hacer lo mismo.
—¿No quisieras salir, Andy? — Me preguntó de la nada el pequeño Barry.
—¿Salir? Bueno, me encantaría, aunque, lo que sea es mejor que estar con mi "madre" — reí incrédulamente ante mi propio comentario, sin embargo, Barry solo giro su cuerpo, dirigiendo ahora su mirada hacia la mía.
—No quiero estar aquí... ¿Sabes lo que te hacen si desobedeces las reglas? — Decía Barry, cambiando su carita tranquila por una de completa preocupación, un cambió muy brusco, pero habitual en ese chico.
—No... ¿Qué te ocurre? — Pregunté ignorante del tema.
—La habitación oscura... me han llevado ahí un par de veces por no querer tomar el medicamento... a veces pensaba que las píldoras eran sedantes que me harían dormir profundamente para que alguna enfermera me sacara los órganos y los vendiera. — Narró el chico, volviendo a mirar hacia las nubes. —Ellas son crueles, creen que somos monstruos inhumanos... — algo asustado miré hacia él, sin embargo, unos segundos después, de la nada e inesperadamente, me abrazó con fuerza. —Jamás había tenido un amigo Andy, nadie se había acercado a mí...— a pesar de los míseros dos días que llevábamos conversando, el chico parecía verse más vivo ante mi compañía.
—Ya te lo dije chico... mereces amor, sin importar lo que padezcas, y puedes contar conmigo si así lo deseas. — Le reafirmé, dándole un par de palmaditas en su espalda con mi mano izquierda. Barry era tan pequeño, que me llegaba al mentón y yo mido 1.70 metros, realmente no sé su estatura real, pero lucía tan frágil y tan inocente, no puedo creer como las personas arrastran a otros hasta la locura, a tal grado de hacerlos perder la cabeza totalmente, el mundo es tan cruel, que es capaz de dañar mentes que deben ser protegidas, las personas mismas dañan a otras personas, hacen sufrir a inocentes niños que no deberían de sufrir, los hacen crecer a la fuerza cuando aún no están listos y los afecta mentalmente, rompiéndolos desde dentro hasta su exterior. Pobre y pequeño Barry, no puedo ni imaginar los secretos que estas paredes esconden y el dolor detrás de estas mismas.
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