Capítulo I

(Bienvenido al infierno)

5 de enero de 2021, 3 meses atrás...

Me encontraba sentado en una sala de espera, mirando viejas imágenes en la pared de un hospital, pues mi tutora legal se encontraba hablando con el director de aquel triste sitio. Un corto tiempo después, su charla cesó, saliendo así ambos de aquella oficina, dándole a mi falsa madre (pues no era mi madre biológica) las noticias que ya nos había dicho mi anterior psiquiatra tiempo antes, solo que ahora, algo había cambiado.

─Me temo que Andrés está pasando por una depresión bastante severa, por lo qué, es recomendable que sea internado en la brevedad posible para prevenir un daño a su persona. ─ Dijo con seriedad aquel director.

Creo que no lo mencioné, por lo cuál, lo digo ahora, me encontraba en un hospital psiquiátrico, aparentemente, no es muy sano haberse intentado matar cuatro veces ya, por lo qué, mi "madre" decidió acudir a un centro de ayuda en el cuál supuestamente sanaría y recuperaría mi estabilidad emocional, no obstante, todo eso eran patrañas para deshacerse de mí, era una persona muy ausente, y en palabras de ella misma, solo me tenía en casa por el cheque que les ofrecían a los padres temporales por hacerse cargo de los niños como yo, niños que nadie quiere, que a nadie le importan, los cuales viven y vivieron en condiciones tan deplorables que tuvieron que buscar un mejor hogar para ellos. Yo era de esos niños, y digo era, porque a partir de aquí, pasaba de vivir con aquella mujer a mantener mi estancia en aquel viejo y frío lugar, el hospital psiquiátrico de Sunsville, el pueblo en el que vivía, el lugar más horrible y solitario que te podrás imaginar en tu vida, un lugar en el cuál te vuelves más miserable de lo que ya eres.

Este lugar era una clínica especializada en jóvenes como yo, yo tenía diecisiete años en ese entonces, y los internos de ese lugar tenían aproximadamente mi edad.

Pero bueno, volviendo al tema inicial... después de las palabras del doctor y de uno que otro formulario llenado, fui introducido a dicho escalofriante lugar, siendo escoltado por dos enfermeras carentes de decencia y amabilidad, con la cara de mayor frustración y molestia que he podido detectar en un ser humano en toda mi vida, ni siquiera yo al mirarme al espejo lucía tan horriblemente molesto con la vida. ¡He aquí, mi nuevo hogar!

Las enfermeras se habían encargado de quitarme las pertenencias que considerasen riesgosas para mí, lo que incluía cosas con filo o punzo-cortantes, cosas con las cuales podría dañarme a mí mismo; fui llevado a una habitación medianamente grande, en la cuál yacía un chico, su complexión era delgada, lucía pequeño, era un poco pálido y su castaño cabello llegaba hasta sus hombros, parecía una melena bastante enmarañada, como ropa arrugada recién sacada de la lavadora. El pobre chico solo miró hacia nuestra dirección, con una cara de sorpresa aparente y a la vez preocupación.

—¡Anímate, Barry! Tendrás un nuevo amigo con quien congeniar. -- Dijo la enfermera en un tono burlón, mientras salía de la habitación cerrando la puerta detrás de ella.

—Así que... tú nombre es Barry?— exclamé, intentando aligerar un poco el ambiente, mientras que el chico, me miraba con sus ojos abiertos como platos, percatándome de un aura de incomodidad sumamente pesada. Pasados un par de segundos, el chico desvió su mirada temerosa hacia un costado, evitando la mía, mientras pronunciaba.

—Barrymore... mi nombre es Barrymore p-pero... me llaman Barry...— dijo el pobre chico, con un más que obvio nerviosismo en su expresión, su voz era tan suave como la de un suspiro y a la vez aguda como si de un niño se tratase, aunque obvio, tampoco tanto como para aturdirse, se podría decir que su voz era aguda para el promedio. Barry tenía tan solo dieciséis años de edad, era menor que yo, parecía un chico bastante normal de inicio, aunque demasiado tímido, pero cuando digo demasiado, era algo exagerado, como si jamás hubiese tenido algún contacto humano en su vida, lo cuál, después, sería entendible; se sentía con miedo, como si temiera alzar la voz o hacer un movimiento en falso.

Pude darme cuenta de lo que Barry hacía, parecía estar llenando con números algunos cuadros, debo admitir, que cuando conocí a Barry a profundidad, noté que su facilidad para las matemáticas era inhumanamente ágil, además, se veía a leguas que le gustaban.

—¿Qué es lo que haces ahí?— pregunté acercándome un par de pasos lentamente a la cama del muchacho, intentando alertarlo lo menos que me fuera posible.

—Son... son unos cuantos crucigramas, es lo mejor que tengo para pasar el rato aquí...— soltó, aliviando un poco, la preocupación en su ser, se podía notar como respiraba con más tranquilidad.

—Bueno ¡Eres bastante bueno! Se ve que lo dominas con facilidad. -- Dije para ahora sentarme en una esquina de su cama.

—En realidad, me gustan bastante, se me pasa más rápido el tiempo cuando los hago, es como si me olvidara de todo cuando comienzo a llenarlos, además, me ayudan a concentrarme bastante.— Dijo tomando un poco más de confianza para desenvolverse, pero aún, restringiéndose un poco. —...¿Por qué te metieron aquí?— Soltó Barry de manera inesperada, no me hubiera imaginado que me preguntase eso de una manera tan tosca y tan pronta, cuando hace algunos segundos parecía no querer hablar en absoluto.

—Bueno... digamos qué... se debió a complicaciones con mi depresión.— Dije un poco desconcertado pero abriéndome a la vez con el chico para que notara que no era malo. —¿Y tú, qué es lo que haces aquí?— dije en el tono más sutil que me salió.

Barry tampoco se esperaba mi pregunta, pero contestó, volviendo a mirarme a los ojos. —Yo... padezco de ataques... a veces tengo una especie de brotes psicóticos y... me han afectado bastante...— dijo retomando su postura nerviosa y su mirada cabizbaja.

—Comprendo... lo siento.— Dije un poco avergonzado

—Descuida, en realidad, eres mi primer compañero de cuarto y... luces agradable.— Dijo esto último para tomar sus crucigramas y reacomodarse en su cama, ahora boca abajo, dándome la espalda, por lo cuál, decidí mejor ir a terminar de instalarme en la cama que se encontraba en la otra orilla de la alcoba, a unos dos metros y medio de la de Barry, prácticamente, la mitad del cuarto era para mí, mientras que el baño, tenía que compartirlo con el chico, aunque no era un problema, desde siempre, él fue bastante respetuoso. A diferencia de lo que me imaginaba, los cuartos no eran tan horribles como los pensé, aunque si, eran viejos y la pintura estaba desgastada, por las noches, el frío era tan intenso como una mañana en las montañas, como si viviera dentro de un refrigerador gigante, pues el termostato se había descompuesto y no había fuerza humana que pudiera calentar aquel lugar.

Unas cuantas horas más tarde, después de haber ido a cenar y prepararnos para dormir, nos encontrábamos recostados en nuestras camas, con las luces totalmente apagadas. Era de sobra decir que esa noche me encontraba con insomnio ¿Y cómo no? Era la primera vez que yo me encontraba en un psiquiátrico, quieras o no, es una experiencia bastante agobiante más que benéfica, es como una cárcel para enfermos mentales.

—¡Psss...! Barry ¿Sigues despierto?— Dije susurrante, pues el eco de la casa vieja se encargaba de hacer llegar mi voz hasta los oídos del chico en mi cuarto.

—Si... ¿Qué pasa, Andy?— Exclamó refiriéndose a mí.

—Creo que no podré dormir esta noche, este lugar es escalofriante.—

—Bienvenido al infierno... aquí créeme la mayoría nunca duerme y menos cuando uno se imagina que en cualquier momento, un maldito monstruo saldrá a devorarlo. — Dijo Barry con cierta tensión y miedo.

—¿Un monstruo?—

—¡Así es! A veces me imagino que un monstruo peludo y de grandes colmillos quiere venir a por mí, lo visualizo saliendo de entre la oscuridad del baño y acercándose a tomarme de los pies para llevarme con él a un infierno infinito, donde seguramente me devorará vivo...— exclamó, comenzando a ponerse cada vez más y más nervioso, Barry se dejaba llevar demasiado por su paranoia, aunque tampoco era como que pudiera evitarlo.

—Barry, tranquilízate, ningún monstruo vendrá, te aseguro que por la mañana estaremos igual de vivos y miserables como hoy.— Dije para sentarme en la cama, cuando me percaté de que Barry comenzaba a acercarse para sentarse en el borde de la mía, subiendo sus piernas y entrelazándolas.

—Oye, Andy... ¿Qué pudiste haber hecho tú para acabar aquí?— Dijo, mirándome ahora directo a los ojos, su mirada era bastante penetrante esta vez.

—Bueno, es una larga historia, así que, la resumiré en un par de cuchillos y sobredosis de Doxepina... Pero tú ¿Cómo es que tú pudiste haber terminado en un lugar tan horrible como este?— Dije, esperando la respuesta del pequeño Barry.

—Bueno...— soltó para después tomar un profundo respiro y comenzar a hablar.

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