Capítulo 8: La cumbre y el abismo.
«Las cenizas caen lentamente mientras tu voz me consuela. A medida que pasan las horas te lo haré saber, que necesito preguntar antes de estar solo cómo se siente descansar».
—¡Todo es tu culpa! ¡Si no hubieras sido tan imbécil, ahora no estaríamos aquí! —A los chillidos de mi madre siguió un fuerte golpe.
—¡Lo dices como si yo hubiera dado a luz a un niño como el que nos ha salido!
Tenía la certeza de que mi padre se había desabrochado el cinturón para golpearla. No era la primera ni la última vez. Hacía tiempo que había perdido la esperanza de huir de este lugar, ni aunque cumpliera los dieciocho años. No entraba dentro de mis posibilidades.
Me mantuve en silencio, a la espera de que se calmaran pronto y no decidieran subir juntos a mi habitación.
Todo había comenzado cuando mi madre se emborrachó y empezó a insultarme nada más verme. Luego, llegó mi padre, quien me dijo que me fuera a un lugar lejos de su vista y, finalmente, se pusieron a discutir sobre mi existencia como si yo hubiera deseado nacer en primer lugar.
Mi viejo teléfono, el cual era uno de segunda mano que mi padre dejó de utilizar y cuya pantalla estaba hecha mil pedazos, sonó con la peculiar notificación propia de una aplicación de mensajería actual.
Aleixandre Sterling: ¿Puedes venir ahora?
Mandé un corto sí y aproveché la oportunidad para recoger lo necesario y huir de este infernal lugar al que debía llamar hogar.
—¿A dónde crees que vas? —me cuestionó mi padre, con el cinturón en mano. No había fallado en mi suposición, y no sabía si eso me alegraba tanto como me asustaba.
—Voy a estudiar con un compañero de clase.
—Para lo único que sirves —suspiró con molestia—. Largo, antes de que me saques de quicio.
Y hui lo más rápido que mis piernas me lo permitieron.
El recorrido desde mi casa hasta la mansión de Aleixandre era largo. Había una gran separación de mi barrio al suyo. Eran como dos mundos completamente distintos en una misma ciudad.
Tras más de quince minutos andando, la lluvia hizo acto de presencia y no estaba ni cerca de mi destino. Al cabo de otra media hora, por fin había logrado sobrevivir, aunque empapado de pies a cabeza. Toqué el timbre, pero no recibí respuesta.
—Debe de ser una jodida broma —gruñí.
Volví a llamar.
—Aleixandre... —siseé, enfadado.
Mentiría si dijera que prefería estar en mi casa. Había llegado un punto de mi vida en donde prefería mil veces quedarme bajo la lluvia que en mi supuesto hogar.
Abracé mi mochila en un absurdo intento de evitar que se mojara. Obviamente, con la evidente intensidad pluvial del momento tampoco es que sirviera.
—¿Lyren? —Aleixandre me miró con sorpresa. Con una mano sujetaba el mango de su paraguas y con otra una bolsa de la compra.
Llevaba un conjunto de ropa casual, muy diferente al elegante uniforme escolar.
—Gracias por avisar —solté con brusquedad y mucho sarcasmo impregnado en mis palabras.
—Lo siento, es que estabas tardando y mi madre me ha mandado a comprar un par de cosas... —balbuceó, enseñándome lo que cargaba.
—No necesito tus excusas. Solo estudiemos rápido.
Él entreabrió la boca para luego cerrarla al instante y abrir la gran reja que delimitaba el gigantesco jardín que rodeaba su mansión. A pesar de que ni siquiera necesitaba que me cubriera, hizo el intento con su pequeño paraguas. En el momento en que llegamos a la puerta de su casa, su hermano saltó para abrazarlo.
—Aleeeeeix —canturreó el menor, abalanzándose sobre el pelinegro—. ¿A que has traído barritas de chocolate?
—Espero que no hayas hecho eso, Aleix —dijo el que parecía su padre en un tono de regaño.
—No, papá —respondió él, pasándole con disimulo una cajita al pequeño, quien corrió escaleras arriba y volvió como si nada hubiera ocurrido.
Ninguno pareció percatarse de mi presencia, hasta que volví a encontrarme con los ojos llenos de curiosidad de esa criatura.
—Tú —musitó, frunciendo el ceño—. Yo te conozco.
—A menos que tengas memoria a corto plazo, deberías —suspiré.
—¡Ah! ¡Tú eres el que parece un personaje de libro! —Saltó de emoción para luego también tirarse sobre mí.
—¡Illie! —lo regañó Aleixandre.
Hacía tiempo que nadie se alegraba de mi presencia. Debía admitir que era ciertamente reconfortante.
—¿Quieres algo? ¿Por qué estás empapado? ¿Por qué estás aquí? ¿Aleix te ha tratado mal? —Ignoró por completo a su hermano mayor.
—¿A quién has traído, Aleix?
Este último cargó en brazos al niño y lo dejó en la cocina, por donde se asomó el dueño de la voz.
—Es mi tutor —masculló el pelinegro.
—Oh, bienvenido. Siéntete como en tu casa.
Hice un ligero movimiento con la cabeza.
—Lo siento, Lyren. Hoy está toda mi familia en casa, pero no nos molestarán. Lo prometo. —Aleixandre parecía avergonzado y más deprimido que de costumbre—. Puedes subir a mi habitación. Hay un baño en donde puedes ducharte. Te llevaré ropa. De nuevo, lo siento.
Asentí y subí con obediencia. A diferencia de la última vez, los apuntes estaban bien colocados, pero el resto de su cuarto era un completo desastre.
No era mi tarea ordenarlo, así que me dirigí al baño, tratando de ensuciar lo menos posible. Dejé mi ropa húmeda a un lado y me metí debajo de la ducha. Fue un gran descubrimiento el hecho de que el agua saliera caliente, muy distinto a lo que solía ser en mi propia casa.
Había estado tan metido en mis propios pensamientos que no me había dado cuenta de cuándo Aleixandre había dejado un conjunto de ropa y unas toallas sobre la estantería al lado de la puerta.
—Ey, Lyren. —El pelinegro me saludó, sentado en el suelo, delante de la mesa llena de apuntes al salir.
—¿Has comenzado a estudiar?
—Supongo. —Me mostró una sonrisa llena de cansancio.
—¿Cuánto tiempo llevas?
—Toda la mañana y tarde. —Se encogió de hombros.
—Te ves exhausto para lo poco que llevas —señalé.
—¿Poco...? ¿Cuánto sueles estudiar, Lyren? —Se echó hacia atrás, apoyándose sobre sus manos.
—Dependiendo del día, de doce a dieciséis horas.
—¿¡Doce a dieciséis!? ¿Pero tú comes, sales de casa o algo así?
—No tengo amigos, Aleixandre. Puedo comer mientras estudio.
—Te vas a acabar muriendo pronto —indicó, revolviéndose el cabello.
—No me importa. —Me senté delante de él, tomando mi mochila.
Todo lo que había traído había quedado igual de húmedo que esta. No había una sola manera de salvar todas las hojas de papel, pegadas entre sí, con la tinta corrida. Tanto las sueltas como las encarpetadas.
—Eso se ve mal —dijo Aleixandre.
—Solo son folios sucios.
—¿No eran tus apuntes? Te puedo dejar los míos. Sé que no estarán al nivel de los tuyos, pero al menos podrás...
—No necesito nada tuyo —lo corté—. No quiero deberte nada.
—Lyren... Solo son apuntes y tú eres mi tutor —masculló—. No necesito nada a cambio.
—No hace falta. Tengo buena memoria. Puedo hacerlos desde cero.
—Vaya. Ojalá yo. —Soltó una risita.
—Sin embargo, te agradezco la ropa —susurré.
—Oh, sí, espera. Deja que lleve la que traías a la secadora, para que esté lista para cuando te vayas.
—Te devolveré el favor algún día.
—Ya te he dicho que no —suspiró—. Ahora vuelvo.
Durante su ausencia, aproveché para tomar su libreta y ponerme al día. Había avanzado bastante más de lo esperado, aunque muchas de las operaciones eran erróneas. Al volver, me arrebató el cuaderno de las manos, sonrojado hasta las orejas.
—¿No te han dicho que no debes cotillear en asuntos ajenos? —cuestionó entre dientes.
—Estaba corrigiendo tus apuntes.
—Ya sé que están todos mal —farfulló—. No hace falta que me lo eches en cara.
—No lo iba a hacer —aclaré—. Y no están todos mal. Solo aplicas mal las fórmulas.
Él abultó su labio inferior. Luego, no hubo ninguna interacción más entre nosotros que no tratase sobre los estudios. No tenía nada que hablar con Aleixandre. No era como si nos hubiéramos convertido en amigos en tan poco tiempo.
—Lyren... ¿Puedo preguntarte algo? —El pelinegro rompió el silencio.
—Sí. Para algo soy tu tutor.
—No es sobre Matemáticas ni Química.
—¿Entonces? —Arrugué la nariz.
—Lo que pasó el otro día —mencionó con un hilo de voz.
—Está solucionado —declaré.
—No era nuestra intención hacerte daño, Lyren. —Aleixandre agachó la cabeza—. Hay veces que es doloroso verte tan solo, ¿sabes?
—Pues perdona. Mi culpa —siseé con rabia.
—No me entiendes, Lyren. Aunque el profesor Fitzpatrick me lo pidiera, el resto sí que se acercó a ti con buenas intenciones. —Dejó su bolígrafo a un lado—. Puedes odiarme todo lo que quieras, pero Leigh, Harlan y Solange realmente querían entablar una amistad contigo.
—No necesito amigos.
—Si tan bien se supone que te sientes estando solo, ¿por qué parecías tan consolado con gente a tu alrededor? —No pude descifrar la expresión en su rostro, si era de pena, tristeza o burla.
—Estás traspasando una línea, Aleixandre.
—Todo lo que pasó con Dorothea, Tobías y Mason. Si alguien, solo alguien no os hubiera dejado solos...
—¡Te estás pasando! —lo corté, sintiendo mi corazón estallar—. ¿A qué viene tu compasión ahora? Ha pasado un año entero. No es como si tus disculpas pudieran solucionar algo. ¿Siquiera te estás disculpando porque de veras lo sientes o solo lo haces para calmar tu corazón?
»Después de todo lo ocurrido, no sabes la cantidad de gente que se acercó para soltar sus estúpidas disculpas, como si ellos nunca hubieran sido los culpables de alimentar cada uno de todos los golpes que recibimos.
—Lyren, yo...
—Os creéis moralmente superiores por eso. Pensáis que un simple «lo siento» lo solucionará todo. ¿De verdad piensas que disculpándote todo el daño que he recibido se desvanecerá? —Golpeé con fuerza la mesa.
—¡Sé que disculparme no cambiará nada! —exclamó—. Pero si tan solo soy capaz de que tú vayas por el mismo camino por el que fue Tobías... Tal vez tengas razón y esto solo sea un acto egoísta para no sentirme mal conmigo mismo, pero yo...
»No sabía que permanecer en silencio también era parte del acoso. Sé que nunca será una excusa, por eso mismo, no volveré a callarme. Nadie cree que estés enfermo, Lyren. Aun así, el miedo que todos le tienen a Mason y a sus padres es mayor a su valentía.
—Lo dices como si eso fuera a calmar todo el tormento que me han hecho pasar —susurré.
—Danos una oportunidad, Lyren.
—¿Para enmendar vuestros errores o para qué? —Solté una risa sarcástica—. Si yo soy el que sufre, ¿por qué estás llorando tú?
No sabía qué era: si rabia, dolor o furia, pero sí que era consciente de lo mucho que quemaba mi corazón al hablar del tema. Nunca tuve la oportunidad de desahogarme, porque todos a mi alrededor desaparecieron.
Aleixandre no pareció notar sus propias lágrimas hasta que las saboreó.
—No lo sé —contestó.
—¿Es la culpa? ¿Te está dañando? ¿Te consume poco a poco?
—Tal vez —sollozó.
—Puede que ese sea el castigo que todos nos merecemos. No hay ningún día desde el verano pasado en el que haya podido vivir con el peso de la culpa y la impotencia.
La mayoría de las personas jamás prestan atención a las estadísticas porque solo son eso: estadísticas. Hasta el día en el que alguien que conoces también se vuelve parte de ellas.
—Lo siento tanto, Lyren.
—Era irónico, ¿sabes? Cómo toda la gente que lo acorraló estuviera acompañándonos en ese lugar. Llorando y lamentándose como si de verdad hubieran tratado de hacer lo imposible para que no ocurriera. ¿Alguna vez has visto cómo la desesperación devora a alguien hasta que lo enloquece?
Aleixandre había abierto esa herida y yo no era capaz de volver a cerrarla. No después de que me hiciera tanto daño.
—Yo, la verdad es que no.
—Yo sí. No entenderías lo cruel que pueden ser las personas. Dices que quieres evitar que acabe igual que Tobías, pero sigues saludando como si nada a los culpables de todo.
»¿Sabes lo que fue para él ver cómo los que se hacían llamar sus amigos le daban la espalda y ver que los quedaron aún seguían interactuando con quien más daño le hacía?
—Lyren... —Tragó saliva.
—Puedo daros una oportunidad —murmuré—, pero para mí los amigos ya no son esenciales. Así que debes elegir un bando: el de Mason, lo que significa que me ignorarás por el resto de tu vida, o el mío, en el que no volverás a dirigirle la palabra a nadie de ese grupo.
—¿Elegir un bando?
—Es difícil, ¿verdad? Escoger entre la cumbre y el abismo...
—Lo haré —me interrumpió—. No volveré a cometer los mismos errores.
¿Un error? Sí. Eso era lo que todo el mundo decía.
—Te equivocas, Aleixandre. —Negué con la cabeza—. El suicidio de Tobías no fue un error.
***
Hola, hola. Cómo que casi un mes sin actualizar TT. Estoy volviendo a las malas costumbres (mentira, estaba escribiendo la nueva versión de ACDI).
En fin. No sé si es por todo el tiempo que ha pasado, pero realmente no tenía planeado revelar tan pronto lo que le había pasado a Tobías, pero bueno, Lyren ha hablado solito. Ahora solo queda saber por qué y qué hizo Lyren jeje.
Por mi parte, no siento que sea un capítulo triste, pero cada vez que digo eso, me decís que habéis llorado JAJAJ. Sí es triste en cierta parte, pero no es lo más triste de la historia wuju.
Una vez, alguien me preguntó que cómo se me ocurrían los plot twists de mis historias y, la verdad, es que ni putísima idea. Os juro que mis personajes hablan por sí solos JAJAJ. Revelan cosas que ni yo sabía, sooo...
Intentaré mantener un ritmo de actualizaciones, pero no prometo nada por si acaso JAJA. BESITOS A TODO EL MUNDO Y UNA DISCULPA POR NO ACTUALIZAR TAN SEGUIDO COMO ME GUSTARÍA.
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