Capítulo 1: ¡Es Aleix!

«Y he estado tratando de encontrar una razón para levantarme. He estado tratando de encontrar una razón para esto».

Mi madre me contó que nunca lloré, ni cuando nací. Era extraño y perturbador. Sobre todo porque vine acompañado de una condición que me hacía ver tan anormal a sus ojos. No fui de su agrado, ni tampoco del de mi padre. Pensaban que tendrían un hijo común, no uno como yo.

Tal vez, tuve que darme cuenta antes, pero tenía la esperanza de que solo fuera temporal y que en algún momento pudiera considerarme "normal".

Las miradas furtivas y los susurros a mis espaldas mientras recorría el pasillo del instituto me dejaron claro que nunca encajaría. Para ellos, siempre sería diferente, alguien que no pertenecía a su mundo.

Me senté en primera fila nada más llegar al aula, mirando al frente en silencio. No era como si no quisiese socializar o algo así, era el simple hecho de que nadie me haría caso.

—Ey, ¿te importa que me siente a tu lado? —Un chico me dedicó una sonrisa genuina, señalando el asiento sobrante a mi lado.

Analicé nuestros alrededores, viendo que aún quedaban otros lugares libres.

—Es que necesito prestar atención —se excusó.

Ladeé la cabeza en respuesta, por lo que se sentó y sacó todos sus materiales, organizándolos sobre su escritorio.

—¿Cómo te llamas?

Entrecerré los ojos, observándolo con recelo.

Que alguien intentara hablar conmigo no era algo que ocurriese todos los días, menos aún cuando era el alumno más popular del instituto.

—Lyren —contesté de forma escueta.

Entreabrió la boca, seguramente sorprendido por mi tono seco.

—Vale, oh, yo soy Aleix.

—Ya.

—¿Encantado de conocerte?

Al no recibir respuesta, se rindió al instante y frunció los labios.

¿Qué le podía decir? No podía entender qué hacía a mi lado. Quizá, sencillamente quería burlarse de mí con sus amigos, como lo hacía todo el mundo.

El profesor llegó poco después y comenzó la clase sin dudarlo. Las matemáticas eran tan sencillas y aun así, cuando entregó los exámenes, parecía tan decepcionado.

—Chicos, ¿qué ha pasado? Pensaba que habíamos acordado todos que el examen era sencillo. Si no habíais entendido algo, podríais habérmelo dicho el día de antes y hubiéramos repasado —suspiró pesadamente el profesor Fitzpatrick.

—¡Es que esto no es lo mismo que dimos en clase! —exclamó con burla otro estudiante, riendo junto a sus amigos.

—La cosa es que tratéis de aplicar vuestros conocimientos sobre el papel. —Él se cruzó de brazos.

—¡Seguro que nadie ha sacado más de seis y medio! —gritó otro.

Pude sentir la vista del profesor sobre mi examen, pero no comentó nada al respecto y sacudió la cabeza.

—Hay al menos tres o cuatro personas con un nueve. Y hasta hay un nueve con nueve por ahí repartido.

—¡Claro, Solange tiene un nueve!

—¡A mí no me metáis en esta discusión!

—¡Deja de llorar! ¡Ya quisiéramos esa nota la mitad de nosotros!

—¡Haber estudiado!

La clase estalló en carcajadas por la discusión de ambos y yo, yo odiaba tanto que hicieran ruido. Me encogí en mi sitio, a la espera de que se calmasen.

—¡Silencio, chicos! —ordenó el profesor, quien se apoyó en mi mesa—. Este es el primer examen del año, no os preocupéis. Tengo fe. El resto los quiero de diez, ¿vale?

—Entonces, sigue teniendo fe —murmuró Aleixandre, recibiendo una mirada de reproche.

—Venga ya, cualquier duda, decídmelo y os ayudaré.

—Repasemos todo el tema de nuevo —se mofó otro de los graciosillos de clase.

—Puede que tengamos que hacerlo —masculló, desesperanzado—. Dadle otro vistazo al examen y anotad las dudas, vamos a corregirlo juntos. Mantened la boca cerrada mientras tanto.

Aunque muchos fueran bromistas, el respeto hacia el profesor Fitzpatrick era notorio, tanto en las aulas como fuera de ellas, así que solían obedecer. Él se sentó en su mesa y encendió el ordenador, tecleando con velocidad algún mensaje.

Frustrado era poco para lo que sentía en ese instante.

—Guau, nunca había visto una nota tan buena de cerca. —Aleixandre se inclinó hacia mí, viendo mi calificación por encima de mi hombro.

Agarré la hoja y se la estampé en la cara.

—Ahora la puedes ver mejor.

—Auch —rió—. ¿Por qué tan amargado?

—¿Amargado?

Él asintió con la cabeza. No tenía idea de cómo contestarle. Yo no era amargado, tampoco tenía la necesidad de demostrarle nada, así que me callé.

—¿Te he ofendido...?

—No, ¿por qué?

—Me has mirado con disgusto y ni siquiera me has respondido.

—¿Disgusto? Esta es mi cara.

—Ah.

El profesor Fitzpatrick se acercó a nuestra mesa.

—Vaya, ¿socializando? ¿Vosotros? —Parecía satisfecho.

—Eh, lo intentamos, creo. —Aleixandre frunció el ceño.

—Ya, veo que os está costando. —Sus ojos estaban posados en mí.

—Qué va, enseguida nos haremos amigos.

—No es cierto —contesté.

—Pero...

—Está bien, ¿os importaría quedaros al final de la clase?

—¿Al final de la clase? ¿Lyren y yo? —Aleixandre me señaló y luego a sí mismo.

—Sí.

—Supongo.

—Sí, hay que hablar —sonrió el profesor, tratando de aligerar la tensión—. En fin, ¿qué piensas de tu nota, Lyren? Has vuelto a sacar la mejor de toda la clase.

—No es un diez —repliqué.

—¿Qué? —A mi lado, Aleixandre se veía estupefacto.

—Oh, vamos, Lyren.

—No es un diez.

El profesor solo carraspeó.

—Te saldrá bien el siguiente.

—Sí.

—Bien, ¡clase! ¡Sacad una hoja porque quiero que copiéis todos los ejercicios que no habéis sabido hacer!

Aplaudió para llamar la atención del resto. Continuó con normalidad la lección y cuando tocó el timbre, me quedé sentado obedientemente. Sin embargo, no pasó más de un segundo antes de que alguien tirara todas las cosas de mi mesa.

—Oh, vaya, lo siento, rarito. Es que me has asustado.

El grupo que lo acompañaba estalló en carcajadas junto a él. Los contemplé en silencio.

—Mason, si tanto lo sientes, recógelo. —El profesor se cruzó de brazos, irritado.

—Sí, señor... —musitó él, aunque no dudó en dedicarme miradas de odio.

Era su culpa, no la mía. ¿Qué había hecho para merecer esto?

Era capaz de sentir la compasión de quienes me rodeaban. A mi lado, Aleixandre y sus amigos parecían sorprendidos por mi nula reacción.

Una vez se fueron todos, me acerqué a la mesa del profesor.

—¿Qué es lo que quería? —pregunté, con la mochila colgada de un hombro.

—Hola a ti también, Lyren —saludó.

—Hola.

—Bien, trae una silla y ponte al lado de Aleixandre.

No me había percatado de su presencia y de que él ya estaba ahí antes que yo.

—Ya.

—Verás... A Aleix no le está yendo bien en clase —explicó con delicadeza.

—He visto su tres con nueve.

—Vale. Eso es bueno, significa que conoces su situación.

—Sí.

—A Aleix le está costando ponerse al día en clase y hemos pensado que le vendría bien algo de ayuda.

—¿Por eso está sentado a mi lado? —cuestioné.

—Sí, se lo he pedido yo. Te va bien en todo, por lo que me han dicho tus profesores.

—Es subjetivo.

—Cuentas con una media de diez, Lyren...

—Un diez no es suficiente para la universidad.

—Te estresas demasiado. —Se relamió los labios—. Pensaba que podrías ayudarlo tú: darle unas tutorías, por ejemplo. O en clase, si tiene alguna duda de los deberes y me ves ocupado...

—¿Y yo qué gano? —Fruncí el entrecejo.

—¿Tener un amigo más? —inquirió Aleixandre de la nada.

—La amistad no me va a llevar lejos.

De todas formas, era tan frágil y voluble que solo sería un peso muerto más.

—Auch —masculló él.

—Lyren. Creo que te ayudaría, ya sabes. Está bien que seas inteligente y extraordinario en clases, pero es positivo en tu vida diaria también tener un apoyo, aprender habilidades sociales...

—¿Con Aleixandre?

—Sí, por ejemplo.

—Solo perdería tiempo. No deseo hacer esto.

—Vale, bien, no puedo obligarte —suspiró él—. Si cambias de opinión, avísame.

—No lo haré.

Aleixandre abrió mucho los ojos y se veía inconforme con la resolución dada. Sin embargo, no le di más tiempo antes de dirigirme a mi segunda clase del día. No obstante, a mitad de mi trayecto, alguien me agarró del brazo.

No.

No de nuevo.

Me liberé violentamente, viendo al culpable con horror.

—Lo siento —se disculpó, apartando sus manos, desconcertado.

Inspiré profundamente.

—No importa —repliqué tras unos segundos, pero no permitió que continuara mi camino.

—Necesito que me ayudes, Lyren.

—¿Por qué lo haría?

—Necesito mantener una media de siete para poder seguir en el equipo —declaró.

—Lo dices como si me importara.

—Vale, bien, sé que no te beneficia. —Tragó saliva—. ¿Hay algo que pueda hacer a cambio?

—No tienes nada que necesite ni quiera.

—¿Seguro...?

—¿Estás tratando de insinuar alguna cosa en específico? —exhalé—. Prefiero palabras directas.

—Realmente puedo ayudarte a socializar.

Lo ignoré y anduve hacia mi destino con calma.

—Oh, vamos, Lyren. ¡La amistad es divertida!

Me detuve en seco y me volteé.

—Los amigos no sirven.

—Eso no es verdad.

—Los amigos te apuñalan por la espalda y luego te abandonan.

—¿Lo dices por experiencia propia?

Lo miré en silencio y no supe por qué me había dolido tanto.

—Tienes muy poco poder de convencimiento, Aleixandre.

—Vale, no ha sido muy inteligente de mi parte. Una disculpa...

—Déjame en paz y búscate a otro tutor, Aleixandre —lo interrumpí, logrando deshacerme de él y dejarlo atrás.

—¡Es Aleix! —me corrigió de lejos.

No me podía importar menos su nombre.

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