Capítulo 3 "La luna en las estrellas"

La luz del amanecer resplandeció directamente en la mirada de Jane. Sintió que la locura de ayer había sido un sueño hermoso, tocó su cabeza, volteó por un momento y... ¡No! No era un sueño o una broma, era verdad. Paul estaba a su lado y la abrazaba con suavidad. Ella sonrió, no podía creerlo.

—Despierta, hola... ya es tarde.

—Uff. Jane—dijo Paul y talló sus ojos—, me alegro que no haya sido un sueño. Pensé que lo seria.

—Yo también—admitió ella.

Ambos se levantaron y se sentaron en su pequeña mesa del cuarto del hotel. No querían, pero tuvieron que prender la televisión. Cientos de personas, fanáticas y prensa en general estaban a fuera del registro de Marylebone, gritando acojonadas, impresionadas y sobre todo; preocupadas. La periodista Cleave decía lo siguiente:

—Impresionante, increíble en el sentido anglosajón de la palabra. ¡Inaudito! El Beatle Paul ha abandonado y dejado en el altar a la señorita neoyorquina, madre soltera y con dudosa procedencia, heredera de departamentos Lindner, ¡A Linda Louise Eastman! La señorita se ha negado a dar conferencias de prensa. Sus compañeros; John Lennon, George Harrison y Ringo Starr, no tienen la más ligera idea de dónde se pueda hallar. Se presume que huyo con Jane Asher, a pesar de que su compromiso y relación hubiese acabado. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué dicen sus fans? ¿Lo apoyan?

Eran cosas variadas, cómo:

—Me alegro que Paul haya huido con Jane. Era necesario, Linda era poca cosa para él.

Pero también:

—Paul no pudo hacer eso. Él no dejaría plantada a una señorita, ¡Fuera quién fuera! No me agrada Linda, pero estoy segura de que él reaparecerá y arreglarán las cosas.

Y otras extremistas que gritaban:

—. ¡PAUL! SI VES ESTO... ¡APARECE! ESTO NOS CARCOME, ¿DÓNDE ESTÁS? ¿DÓNDE, DÓNDE? AUNQUE ESTÉS CON JANE U OTRA MUJER, ¡¡PERO REGRESA!!

Jane puso mute al televisor.

—Eso me hace sentir mal. Pobre Linda, en verdad, no se merecía esto.

—Lo sé, estuvo mal, lo reconozco. Pero vamos, por lo menos obedecimos al amor por primera vez.

—. ¡Esto no es por amor! Esto está mal, toda Londres está de cabeza.

—Es cierto... ¿Quieres regresar?

—Ostia, no—lo besó—. Hasta que un policía nos vea, ahí será cuando regresemos.

—Te amo Jane—correspondió el beso.

Paul volvió a poner volumen al televisor. Le sorprendía ver a todas esas chicas, gritando, arremolinadas y con suficiente dolor emocional. Pero él se sentiría como ellas, cuando vieron al abogado de Linda dar su declaración:

—Abandono injustificado del hogar, incumplimiento de deberes e inconsistencias político-económicas, indemnización por daño emocional a mi clienta. Estos y muchos más crímenes serán imputados al ciudadano James Paul McCartney por no presentarse el día de hoy al cumplimiento de sus obligaciones maritales, además, de huir delictivamente del país. He dicho.

Él apagó la televisión y la miró con unos ojos grandes y aterrados. Jane también se sentía mal, pero podía evitar una tragedia más grande.

—Vamos Paul, si llegas aun, estás a tiempo para enmendar esos crímenes.

—Carajo, no me iré—estipuló decidido.

— ¡Paul!

— ¡No, Jane! Estoy bastante grandecito para tomar mis propias decisiones. ¡Y eso haré!

—Diablos, no, no lo hagas. Esto está mal, esta jodidamente mal—dijo Jane con dolor.

—Sí, mal para la justicia y el sistema político de la Gran Bretaña, pero no para mí, no para nuestros corazones.

—Hablaste como un psicópata enamorado—dijo Jane entre risas.

Paul se río también y la besó. Salieron discretamente del cuarto y en ningún momento se quitaron sus trajes para resguardarse y cubrirse. No les convenía que nadie los mirara o viera de lejos. Pudieron salir del hotel con mucha facilidad.

No sabían si ellos eran unos expertos con el disfraz... o la gente era demasiado ciega como para no darse cuenta que Jane Asher y Paul McCartney estaban en sus narices. Comieron en restaurantes, caminaron tranquilos y nada malo pasó. Vestían con una gran gabardina, ropa que los cubría mucho, unos lentes y unos sombreros, todos del mismo color: negro. Nadie los reconocía o hacía preguntas, ¡Era excelente!

Paul no tardó en darse cuenta que su rostro estaba en primera plana, y aun así, no le importó en lo absoluto que era lo que la personas pudieran decir o pensar. Era sorprendente que estuviera en los periódicos él solo, sin los otros Beatles, nadie más aparecía en rectitud.

—Los rumores especulan que escapó con la joven actriz; Jane Asher—leyó en voz baja—, según declaraciones de Margaret y Peter Asher, madre y hermanos respectivamente. Curioso de este caso, la señorita Asher no ha aparecido al momento y se duda que lo hará.

—Que listos—dijo Jane con sarcasmo.

—Esto es una locura. He sido un gran artista durante gran parte de mi vida, y sin embargo, esto es lo más emocionante y excitante que se me ocurriría jamás.

—Lo sé, digo lo mismo—Jane asintió con la mirada baja—, a mí también.

Paul cambió la hoja del periódico y Jane observó el rostro desgarrador y entristecido de Linda, acompañado de su pequeña hija, Heather. La pequeña lloraba y su madre tenía los ojos más entristecidos que podía tener. A lado de ella, decía la leyenda: "No quería casarme por segunda vez y esta tragedia sucedió".

Jane sintió un dolor y un cargo de conciencia que no pudo cargar. Miró a Paul que leía la sección de deportes, no le cabía en la cabeza como él se podía ver tan normal a pesar de todo. Suspiró con pesadez.

—Mira, en un lugar cercano, van a dar juegos artificiales y una pequeña feria del condado—dijo Paul.

Jane no respondió y salió del café con indisponibilidad. Paul la siguió y olvidaron las cosas que no terminaron de comer.

—Jane—la sostuvo por el brazo— ¿Qué te pasa? ¿Por qué te vas así?

—No puedo Paul, te juro que no puedo—dijo ella entristecida—. No es algo que no quiera, es algo que me carcome y no me deja estar a tu lado en paz.

—Jane...¿Lo dices por esto? Ella es una manipuladora, es así siempre.

—Pero no importa lo que sea, ¡Es una pobre mujer! Dios me libre de no sufrir algo por el estilo.

—No lo sufrirás, porque yo te amo—la abrazó fuertemente.

—No, no, Paul tenemos que regresar a Londres en este instante. ¡La pasaremos mal!

—Mierda, Jane. Ya te he dicho que no me importa lo que pueda suceder, prefiero pasar un paraíso pequeño contigo a una mierda de eternidad con alguien más.

Ella sonrió y correspondió al abrazo. Dejaron la fuente de sodas y fueron a la feria que había propuesto Paul. Fue lo más divertido que los dos pudieron haber vivido.

Jugaron normalmente y se mezclaron entre los pueblerinos que poco o nada conocían de los Beatles o que había un tipo que había abandonado a su mujer. Jugaron a los dardos, comieron comida chatarra, bebieron alcohol, se subieron a los juegos mecánicos y ya no tenían que usar el gorro que los cubría. Nadie en esa pequeña localidad los reconocía o sabían quiénes eran. Eso era algo que amaron definitivamente, que podían pasar anónimos o desconocidos, sin tener que cubrirse.

Total, la fiesta dio su fin a las 2 de la madrugada y todos se fueron a sus respectivos lugares. Pero Jane y Paul no querían que ese momento acabara, total, los dos sabían que en cualquier momento, ese sueño maravilloso, esa realidad perfecta podría desaparecer. ¿Por qué iban a perder su tiempo? Cada minuto contaba.

Se fueron corriendo hasta los pastizales friolentos de una extraña localidad que no reconocían. El pasto era relativamente corto y Jane se quitó la gabardina, quedándose únicamente con una pequeña blusa y su pantalón. Paul imitó su acción, él ya no podía correr mucho por su falta de condición física, pero por ella, hacía lo que fuera.

Ambos se acostaron en la suavidad del pasto y sintieron la humedad de ese ambiente. Tenían frío, pero estaban abrazados.

—Oh... este es el espectáculo más hermoso que jamás he visto—dijo Jane al contemplar a la luna en las estrellas.

—Digo lo mismo. ¿Sabes? Si la policía me encontrara, estaría dispuesto a sufrir o pasar de todo, sólo con tener en mente que la pasé de maravilla este día—admitió Paul.

—Valió la maldita pena—prosiguió Jane con felicidad.

Ellos rieron inevitablemente, ella lo abrazó y se recargó en sus suaves hombros. En su estómago rechoncho y suave. Paul acarició su hermoso cabello pelirrojo. Pero la felicidad no duraría para siempre:

Las luces de una sirena policial se hicieron presentes. Jane se levantó y su rostro fue iluminado por la lámpara de un guardia de azul. Lo acompañaban otros dos sujetos:

—Vaya, vaya—dijo el que tenía la lámpara y apuntaba a la prófuga pareja—. Miren que tenemos aquí.

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