Capítulo 7

Ella

—¡Te he dicho mil veces que no!—le grité a Abbie.

—Va venga... si tan solo seráuna temporada...—pidió con ojos de corderito.

Tan solo llevaba ocho días viviendo con ella y ya habíamos discutido varias veces, entre lo desordenada que era y sus pésimos despertares, había hecho de mi vida un completo caos.

La primera vez que la vi me pareció una muñeca de porcelana, frágil y dulce; creo que me nunca me había equivocado tanto con una persona. Si, Abbie era una muñeca, una muñeca con muy mala leche.

—¡Pero míralo!—exclamó—¡Es adorable! No entiendo como no le puedes dar una oportunidad a esta cosita.

Cogió en brazos al gato y empezó a acariciarlo, por mucho que lo intentara, no  iba a convencerme.

—No—dije alzando el tono de voz—Definitivamente, no—zanjé echándole una mirada asesina a mi amiga, juraría que hasta el condenado gato se asustó.—Arañará los muebles, me molestará, necesitará cuidados...

—Venga Ella,—suplicó—yo quiero un gatito... ¿Porque todo lo que hago te parece mal?—cuestionó dejándose caer en la cama.

—Abbie, llegas a casa a las cinco de la mañana la mayoría de días, y enserio, no me importa eso, pero... eres irremediablemente ruidosa, y mucho más cuando estás borracha.

Ella puso el gato en mi cama y enseguida lo eché de ella, Abbie puso los ojos en blanco y yo estiré las sábanas eliminando cualquier rastro que el gato pudiera haber dejado.

—Además eres la persona más desordenada que he conocido.—confesé—¡Mira esto!

Cogí una prenda que estaba sobre el montón de ropa que había encima del escritorio y se la lancé indignada.

—Hace una semana que te la pusiste y aún no has sido capaz de lavarla y ponerla en su sitio.—dije—¿Realmente crees que serías capaz de encargarte de un animal si ni siquiera sabes organizarte tus cosas?

Miré al gato, era negro y poseía los característicos ojos traicioneros de los que todo el mundo hablaba.

Odiaba a los gatos, en realidad a la mayoría de animales, pero sin duda, los gatos se llevaban la palma.

No podía estar con esa cosa durante mucho más tiempo, ya notaba como me empezaba a poner nerviosa con su presencia.

—Eres una aguafiestas.—dijo enfurruñada.

—Devuélveselo a Kyle o lo abandono en la calle.—amenacé.

No era capaz de llegar hasta ese extremo, pero necesitaba echar a ese animal de mi habitación.

—Bien, bien...—contestó rápidamente alzando las manos—Ahora me lo llevo.

Cogió al pequeño animal en brazos, abrió la puerta y se marchó siquiera sin despedirse. Me percaté de que se le había olvidado el móvil, lo desenchufé del cargador y me apoyé en el marco de la puerta esperando a que regresara a por su móvil.
Siempre se le olvidaba algo a Abbie, lo había convertido en una rutina que jamás se saltaba.

Sospeché que ella abriría la puerta en tres, dos, uno...

—Me he olvida...

Antes de permitirle acabar la frase se lo tendí y ella se apresuró a guardarlo en la mochila.

—Te espero en la cafetería.—dijo esbozando una sonrisa antes de cerrar la puerta y marcharse.

Adecenté un poco la habitación y bajé  a desayunar.

La cafetería a la que estaba acostumbrada en el instituto ofrecía una escasa variedad de alimentos para tomar, en cambio, la de mi residencia era una maravilla.

En el instituto había un único menú para todos y la comida era terriblemente mala, o te traías la de casa o te aguantabas con lo que había. Era muy fácil acostumbrarse a este nuevo menú que, al lado de mi antiguo instituto,  parecía ser el paraíso de la comida, en realidad, cualquier cosa de aquel maravilloso bufet libre era mucho mejor que el asqueroso puré de la señora Macallan.

Desde comida basura hasta comida para veganos, había de todo.

 De una cosa estaba segura, jamás volvería a cocinar mientras estuviese allí.

Me serví el desayuno y lo puse todo en una bandeja, acto seguido me encaminé hacia la mesa en la que Abbie me esperaba junto a Kyle, Maya y Robert, pero de pronto, un chico atlético de cabellos del color de la arena húmeda de la playa, apareció delante de mí irrumpiendo mi genial y apacible día. 

—Hola—saludó—¿Como es que no te conozco?—cuestionó el desconocido.

Quería que se apartara, no tenía ni el más mínimo en interés en chicos como él, la verdad, no quería tener nada que ver con ellos, así que fruncí el ceño y exageré una mueca de asco para hundir su autoestima.

Tenía que reconocer que aquel chico era guapo y atlético, vestía con un chándal del equipo de rugby universitario, aquel muchacho era exactamente la clase de tío que tiene hordas de tías tontas peleándose por él y le encantaba.

En cuanto observé sus andares chulos y su sonrisita de suficiencia supe exactamente lo que quería, pero quería oírlo de sus propias palabras, quería jugar y yo era demasiado buena en eso.

—Soy Sean Harris, capitán del equipo universitario—se presentó exhibiendo con orgullo su atuendo—¿No sabes quien soy?—preguntó extrañado.

"Menudo flipado" pensé.

—La verdad es que no.—dije finjiendo lástima.—Esto... Seth no me hagas perder el tiempo, tengo muchas cosas que hacer y me gustaría tomarme el café caliente a poder ser.—continué alzando la bandeja—Ahí tienes a tres tías babeando por ti en estos momentos.—Las señalé y estas, que estaban mirando la escena preguntándose que es lo que tenía yo que ellas no, se giraron apresuradamente fingiendo no haber estado pendientes de la conversación.

El chico se sorprendió aún más de lo que antes estaba y yo contuve una carcajada que amenazaba con salir al exterior. "Lo siento Sean, pero te aseguro que yo no me podré a tu pies, ni a los tuyos, ni a los de nadie. Te podrás tu a los míos, y lo peor de todo es que te gustará."

—Mi nombre es Sean...—dijo siendo incapaz de ocultar su vergüenza.

—Sí, eso. Sean, Seth... ¡que mas da!—Me giré sin despedirme, pero aún su fracaso, el chico no se rindió y continuó intentando hablar conmigo. 

—Ella... mira, se que pensarás que soy el típico capullo universitario que no merece la pena— "Bingo. ¿Por fin captas la indirecta?"—pero te aseguro que soy muy buen anfitrión y me gustaría que estuvieras en la fiesta que se organiza esta noche en mi fraternidad—"¿Este tío es imbécil?"—y me encantaría que tu fueses conmigo.—confesó—Lo pasaremos bien.— "Definitivamente, lo es."

El chico sonrió, era una sonrisa que a la antigua Ella le hubiese convencido al instante, pero ni loca volvería a pasar por ello, nunca más tropezaría con la misma piedra.

Puse los ojos en blanco y me dí la vuelta, una vez más, para irme.

Sean tocó mi hombro tratando de captar mi atención una vez más y yo comencé a irritarme, al parecer Sean no se daba cuenta de que no quería tener nada que ver con él.

—Espera, espera—dijo desesperado.

Yo inspiré hondo y trate de mantener la calma mientras Sean sacaba un trozo de papel del bolsillo y me lo tendía. Era su numero. "Eres aún más idiota de lo que había pensado."  No pude contener un leve carcajada. Todo aquello me resultaba cómico, pero no le dije nada al respecto, bastante estaba pasando el pobre.

Disfrutaba viendo como se ponía en ridículo por mí , como se arrastraba y lo intentaba una y otra vez.

—Avísame si cambias de opinión.—concluyó desnaimado.

El joven alto y ya no tan seguro de sí mismo se alejó para reunirse con sus amigos que, por lo que pude observar, se reían de su fracaso.

Yo hice lo mismo y miré como aquellas chicas me miraban con despecio, como si me quisieran acuchillar con la mirada allí mismo.

Decidí ignoralas y me encaminé hacía la mesa donde estaban mis amigos, cuando, al pasar por la mesa de aquellas tres arpías,  tropecé y caí.

Muchos comenzaron a reírse de mí y yo contuve las ganas de lanzarme contra la chica que me había hecho la zancadilla y arrancarle los ojos.

Abbie y Kyle me ayudaron a levantarme del suelo. No, no era el karma, era mucho más sencillo que eso y se llamaba celos.

—¿Estas bien?—reguntó Mia.

Aturdida me levanté del suelo tratando de mantener la compostura y la poca dignidad que me quedaban.

—¡Pues claro que no esta bien Mia!—exclamó Abbie— ¿No te cansas de hacer siempre preguntas obvias?- espetó mientras trataba de limpiarme la camiseta manchada del café que se me había derramado encima.

Mia se sintió avergonzada y se mantuvo callada, pero su vergüenza no era nada comparado con la humillación que yo estaba sufriendo en aquellos momentos.

Estaba furiosa con esas chicas por haberme provocado un caída tan rastrera.

Mi cabeza empezó a maquinar una venganza, tal vez fueran varias...

—¡Oh, Dios! ¡Estás completamente hecha una porquería! Tienes que ir a cambiarte rápidamente.—exclamó Abbie haciéndome volver a la realidad.

—Gracias por aportarme esa información.—dije sarcástica.

No pretendía ser borde con ella, pero me daba la sensación de que aquel día no podía empeorar.

—La próxima vez,  que no le hable a Sean, todo serás más fácil para ella de ese modo.—habló la morena causante de mi caída.

Era guapa, probablemente todo el maquillaje que llevaba puesto en la cara le hubiese costado el mismo tiempo que a mi me costaba leerme la obra completa de Stephen King, vale, tal vez no tanto... lo que quiero decir es que llevaba demasiado, en realidad todas ellas habían invertido demasiadas horas en sus rituales de belleza.

Su voz estaba tranquila y llena de orgullo, se mostraba altiva e impasible alzando la taza de té que tomaba.

Las otras dos, ambas rubias, hicieron lo mismo que esta con sus respectivas tazas.

Maya recogió la bandeja del suelo y la dejó en algún lugar que no recuerdo, miré donde se supone que debía de estar Sean y me sorprendí al ver que ya no ocupaba su asiento, de todas formas, aquel tío no me importaba. A la morena le había molestado que Sean tontear conmigo y yo tenía aquel papel con el numero que me permitiría contactar con él y vengarme de aquella zorra.

Cambio de planes, iría a la fiesta y no precisamente sola.

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