Capítulo 50

Ella

Renuncié a Paris y pospuse el gran desfile de moda en el que tanto habíamos trabajado por él. 

Lo visité todos y cada uno de los días que le quedaban. 

Aquella tarde Aiden también se encontraba a mi lado.

Acaricié sus cabellos dorados y observé como dormía en el sillón. 

Me levanté del suelo y me aproximé hacia mi marido moribundo que dormía igual que mi hijo. 

El tumor se había extendido muy deprisa y el doctor sospechaba que no le quedaba más de una semana de vida.

Había pasado los años más felices de mi vida junto a él y ahora me lo quitaban, lo peor de todo era que no podía hacer nada para impedirlo.

Me agaché y apoyé mi cara en el colchón, tomé su mano con delicadeza y lo observé dormir de la misma manera que hacía con Aiden. 

Ian había perdido mucho peso y su piel se había vuelto de un tono amarillento enfermizo, sus pestañas largas y densas acariciaban sus mejillas pálidas mientras descansaba y yo ya había perdido la esperanza.

  —Mira lo que hemos creado.—le dije en una ocasión.

Ian se limitó a sonreír y plantó un beso en mi frente mientras observaba como nuestro hijo correteaba por el jardín. 

  —Te quiero.—dije.

  —Hasta que el sol se apague.respondió.

Una lágrima escapó y varias más la siguieron descendiendo sin permiso a través de mis ojos ojerosos, de tantas noches en vela,  y mis mejillas enrojecidas, de tanto llorar.

  —Hasta que el sol se apague—susurré acariciando su rostro. 

Mi sol se estaba apagando y yo no podía hacer más que observar como la llama se extinguía entre mis dedos.

Yo era la luna y una luna sin su sol no brilla.

Cerré los ojos por un momento y me quedé dormida.

En mi sueños Ian estaba sano, le leía cuentos a Aiden, me daba besos y sus promesas siempre se cumplían.

 En mis sueños reía, amaba y vivía. 

Pero nunca moría de cáncer.

Un ruido ensordecedor me despertó. 

Aiden lloraba y yo no sabía que es lo que estaba pasando.

Observé la pequeña pantalla que mostraba que el corazón del amor de mi vida se había parado y el mío lo hizo con él.

—No, no, no...—dije zarandeándolo al tiempo que mis lágrimas ardían en mis ojos—¡Vamos despierta!—grité desesperada—¡Me lo prometiste! Me prometiste que no te irías. ¡Me lo prometiste!

Me dejé caer sobre él y sollocé. Lo había perdido, lo había perdido...

—Aún estás a tiempo de salvarlo—dijo la voz de una mujer detrás de mí mientras el insoportable pitido continuaba sonando de fondo.

 Observé a Megan detrás de mí y la miré sin entender nada.

—Dime como salvarlo y lo haré—respondí acariciando la mejilla carente de pulso de mi marido—Haré lo que sea por salvarlo—aseguré decidida.

Megan se aproximó a mi hijo que lloraba en la silla y lo tomó en brazos.

—No... Megan a él no...—supliqué. 

Ella lo meció entre sus brazos y me miró muy seria. Entendí que no iba a cambiar de parecer.

—Tienes que decidir—respondió.

Mi mirada viajo hasta el rostro de Ian y besé sus fríos labios.

—Sálvalo—pedí muy segura. 

Megan asintió y en cuanto me quise dar cuenta ella ya se había marchado con mi bebé y la piel de mi amado comenzó a recobrar su color habitual.

Sus ojos se abrieron de nuevo y yo lo besé aliviada.

—Por un momento pensé que te perdía...—dije besándolo de nuevo.

Él me miró confuso y se incorporó en la cama.

—Me siento... bien.

Un médico y un par de enfermeras entraron de repente en la habitación. 

Al ver a Ian consciente y más sano que nunca el doctor no pudo creerlo, ni siquiera yo me lo creía.

Su corazón volvía a latir y sus ojos volvían a resplandecer. Había pagado un precio muy alto por su vida, tal vez jamás me lo perdonara pero había hecho lo que me dictaba el corazón.

—Hemos recibido un aviso de parada cardíaca del paciente Ian Jenkins.—dijo una enfermera sin entender.

—Nos ha dado un buen susto pero mi marido ya se encuentra de nuevo bien—contesté esbozando una tímida sonrisa.

—De todas formas le haremos unas pruebas esta tarde para ver como evoluciona el tumor ¿Como se encuentra?—preguntó el doctor aproximándose a su paciente mientras ordenaba a las enfermeras abandonar la sala.

—La verdad es que, me encuentro de maravilla—respondió Ian.

El doctor asintió y anotó un par de cosas en su libreta, después de esto se despidió de su paciente y se marchó.

Ian acarició mi mejilla y observó todos los rincones de la sala, como si buscara algo. Yo me estremecí pues sabía exactamente a quién estaba buscando.

—¿Dónde está Aiden?—preguntó.

Desvié mi mirada y apreté la mandíbula. 

—Ella ¿Dónde está mi hijo?—repitió obligándome a mirarlo a la cara. 

Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo y enterré la cara en mis manos. 

—Lo siento, lo siento, lo siento.—repetí una vez tras otra—Tenía que hacerlo, no podía perderte.—confesé.

Ian tiró la cabeza hacia atrás y cerró los ojos entendiendo lo que había hecho para salvarlo.

—Preferiría estar muerto a eso.—dijo con dureza.

Sus palabras cayeron sobre mi como un jarro de agua fría.

—Ian...

—Preferiría estar muerto—repitió.

—He hecho lo correcto—dije rompiendo el tenso silencio que se había creado entre nosotros—Ambos estáis vivos.—continué. 

—Sabías como iba a reaccionar, Ella. Debiste dejarme morir.—me reprochó.

Mis puños se cerraron y la tristeza que sentía se transformó en ira.

—Siento haberte salvado ¿Eso es lo que querías oír?—espeté.—Soy egoísta Ian, no puedo perderte. Mi vida siempre ha estado desestructurada y jamás nadie me ha querido como tú me quieres.—confesé—Siento haber salvado lo único que me hace feliz en esta vida.

Ian se quedó sin palabras, inspiró hondo y me miró fijamente a los ojos durante varios minutos sin despegar su mirada de mí.

—Aiden no será nunca un niño normal, Ian.—comencé—Antes o después querría saber lo que es. Lo he visto, Ian. Habla solo por las noches, como si alguien estuviera allí...—confesé—Es un viajero, lo he sabido desde el día en que nació, tú también lo sabías.

Ian se frotó la frente y yo traté de adivinar que es lo que pasaba por su mente.

—¿Es que no lo entiendes? Tarde o temprano ella se lo hubiese llevado y tú hubieses muerto esta misma noche.—concluí. 

Ian tenía la mirada perdida. Sabía como se sentía, la impotencia lo mataba y admitir que yo tenía razón era aún más duro.

—Escúchame, volveremos a ver a Aiden. Tal vez ella deje que lo veamos...—dije. El alzó la mirada y suspiró.

—¿Te das cuenta de que les hemos dado justamente lo que querían?—preguntó derrotado.

—Sí, lo sé.—respondí.

Ian tomó mi rostro entre sus manos y clavó sus ojos centelleantes sobre los míos una vez más. Verlo de nuevo sano, el saber que esa no sería la última mirada que me dirigiera me hizo sentir tremendamente feliz a pesar de las circunstancias.

Nuestra amor nunca resultó fácil pero lo que comenzó como un sueño se hizo realidad. 

Cuando Ian posó sus labios sobre los míos me prometí que te encontraría, Aiden.

No es una promesa, es una verdad. Te encontraré, cueste lo que cueste volveré a verte sonreír.

Solo basta con desearlo.

Fin.

            

                                   

         


   

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