Capítulo 36

Ann

Ella hizo un gran trabajo, cubrió mis moratones con maquillaje e hizo que mi piel apagada de un tono amarillento pareciera más viva. Me planchó el pelo y me tendió un espejo cuando terminó.

Yo lo tomé con ambas manos y miré a una hermosa joven que tímidamente sonreía. 

Por un momento pensé que volvía a ser aquella chica de antes que se calzaba un par de tacones y salía a la calle para comerse el mundo pero, de pronto lo vi. 

Lo vi a él pegándome, como se desabrochaba el cinturón y me sujetaba la cabeza con una mano.

 Will llora, yo lloro, él rie y de pronto, todo parece detenerse. Comienzo a notar como el dolor me recorre, me estremezco, y grito. Pido que pare pero no me escucha, vuelve a levantar el brazo y grito aun más fuerte, nadie va a ayudarme, no puedo escapar. 

Will me mira desde la cuna, está llorando, yo cierro las manos en torno de la manta con fuerza, me digo que tengo que ser fuerte y que pronto todo acabará pero sé que miento. El cinturón vuelve a cortar el aire, ya he perdido la cuenta, cierro los ojos y mi cabeza cae a un lado.

 —Ann, estás aquí, estás a salvo—dijo Ian obligándome a mirarlo a la cara. Tenía las manos en la cabeza y no era consciente de que estoba llorando y gritando hasta que oí su voz. Él me abrazó y yo apoyé mi barbilla en su cuello. 

—Tengo que irme, tengo que ir a por mi niño—dije deshaciéndome de él. Sé que él no quería que me fuera, sé que tenía miedo, yo también lo tenía. Él asintió, sabía que era cabezota y que me marcharía de todas formas.

—Deja que te acompañemos.

Ian y Ella me acompañaron después de retocarme de nuevo el maquillaje. 

—¿Ann?—escuché decir, aquella voz me resultaba familiar. Alcé la cabeza y vi a Taylor—Cuanto tiempo ¿Cómo estás?

—Espera... ¿Os conocéis?—preguntó Ian. Yo asentí y Taylor contestó por mí.

—Sí, la madre de Ann y la mía pasaban bastante tiempo juntas y, de vez en cuando, ella iba a verla y nosotras jugábamos juntas. Cuando yo me marché a la universidad perdimos el contacto—confesó esbozando una sonrisa. Era preciosa, la había visto en varias revistas de moda. Era guapa y muy inteligente, sus sueños se habían hecho realidad y me alegraba mucho por ella.

  —Ian, te importaría dejarnos solas—pregunté. Él dudó y yo lo tranquilicé—No te preocupes, estaré bien—Finalemente asintió y me dio un beso en la mejilla.

 —Cuídate.

Taylor me sonrió y yo esbocé una tímida sonrisa.

—Mírate, estás impresionante—dijo ella mirándome de arriba a bajo.

—No, tú eres mucho más guapa. No podría competir contigo—dije. Ella sonrió y tomó mi mano, me alegraba de que a pesar de los años las cosas siguieran igual entre nosotras.

—Ven, estaremos mejor fuera—Yo asentí y ambas nos sentamos en un banco de piedra. Observé los grandes jardines bien cuidados y los estudiantes leyendo al aire libre—¿Recuerdas cuando jugábamos a las princesas? 

  — Sí, yo era la Sirenita y tu eras Bella. Aún sigo teniendo el disfraz en casa—Ambas reímos.

 —Y bueno, cuéntame. ¿Que ha sido de ti?—Yo apreté la mandíbula y respiré hondo.

—No hablemos de mí, no me gustaría aburrirte—Taylor sonrió y yo le devolví la sonrisa—Mejor hablemos de ti.

—Pues... hay una chica... Se llama Melissa, llevo mucho tiempo intentando que se fije en mí pero... A ella le gusta otra persona, tu amigo Ian—Yo acaricié su hombro y le sonreí.

—Ella se lo pierde, era una mujer estupenda y preciosa—dije.

—¿Realmente lo crees?—preguntó. 

—Por supuesto. Eres maravillosa—Yo la abracé y en el momento de separarnos nuestras miradas se cruzaron, Taylor posó sus ojos almendrados en mis labios y yo me sorprendí haciendo lo mismo. Me aparté—Tengo que irme, me alegro de haber pasado este rato contigo—Ella asintió y se levantó.

—Si necesitas algo no dudes en llamarme. Si algún día te apetece venir a Chicago ya sabes que en mi casa eres bienvenida—Yo asentí y me despedí de ella.

Aquello había sido muy raro. ¿Por qué el corazón se me había acelerado al mirarla a los ojos? ¿Por qué quería volver a estar con ella? Sacudí la cabeza y rebusqué entre mis cosas, saqué las llaves y apoyé ambas manos en el volante, sonreí y ajusté el retrovisor, arranqué el coche y me alejé de allí.

Cuando llegué a casa me descubrí sonriendo, entré dentro y mi marido apareció con una botella de whisky casi vacía.

—¿Dónde has estado?—preguntó. 

—He ido a visitar a una amiga—mentí. Él se aproximó tambaleándose y yo me estremecí.

—¿Que llevas en la cara?—preguntó apretando con una mano mis mejillas con fuerza.

—P-pues... mi amiga pensó que te gustaría...—contesté.

—¡Mientes! Tú quieres follarte a otro.—Él soltó mi cara y acarició mi mejilla con suavidad. Inspiré—Tan solo yo puedo hacer esto—Apretó mis senos con fuerza y comenzó a pasar la lengua por mi cuello.

 —Por favor... para—supliqué. Él no hizo caso. Intrudujo su mano en mis pantalones y comenzó a tocarme. Me hacía daño—Alex, por favor...

—Esto te gusta ¿Eh? Eres una puta y voy a tratarte como tal—Tiró de mi pelo y me lanzó al sofá. Bajó mis pantalones y mi ropa interior mientras con otra mano me sujetaba con fuerza evitando así que me moviera. Yo mordí un cojín y aguanté el dolor como pude. Las lágrimas inundaban mi rostro y yo ahogaba los gritos que salían de mi garganta.

Cuando terminó se quedó dormido encima mía, sudoroso, apestando a acohol. Yo me levanté con cuidado y me vestí, lo dejé tumbado ahí mismo y entré en el cuarto de mi bebé.

—Hola—saludé. Me acerqué a la cuna y lo tomé con mis brazos—Sé que estás asustado pero... no hay que tener miedo—Acaricié su pequeña cabecita y lo abracé—Todo va a estar bien...—susurré con la voz rota.

 Recordé aquella mañana a lado de Ian... como Ella me había hecho verme de nuevo hermosa, y como Taylor había conseguido que me olvidara de todos mis problemas por un segundo. 

Salí al salón con William en mis brazos y observé a mi marido tirado en el sofá durmiendo. Las manita de mi hijo se cerró en torno de mi dedo índice y me miró con sus grandes ojos grises. No quería aquel futuro para mi hijo

—Te daré el hogar que te mereces, pequeño.

Cuando despertó eran las nueve y me pidió de malas maneras que le hiciera la cena. Yo preparé una tortilla y después de eso él se fue a la cama. Él me obligó a dormir con él y yo obedecí. 

Aquella noche, como muchas otras, no fui capaz de dormir. A las seis de la mañana Alex despertó, cogió sus cosas y se marchó al trabajo. En cuanto oí la puerta cerrarse me levanté de la cama y metí un par de prendas en una bolsa. Cogí unos cuantos pañales, unos pocos billetes de cien dólares y un par de zapatos. 

Saqué a Will de la cuna y cogí la bolsa con la otra mano libre que me quedaba. Le dí su peluche favorito y dejé mi vida al cerrar aquella puerta. Ni siquiera cogí las llaves, ni siquiera escribí una nota, ni siquiera me despedí de mis padres.

Me subí a un autobús y observé como se alejaba. Abracé a mi niño y me senté. 

—Te prometo que seremos felices—susurré mirando a aquella frágil criatura. 

El autobús se detuvo y yo bajé con Will en mis brazos. 

Observé como los edificios se alzaban y como la gente caminaba deprisa. Aquella ciudad me ofrecía nuevas oportunidades, allí ya no era la mujer de alguien, allí podría volver a empezar.

 —Hola Taylor, soy... Ann—dije sosteniendo el móvil con la mano.

 —¡Ah hola! ¿Que tal?

 —Verás... estoy en Chicago y bueno... he venido a pasar unos días—No quería abusar pero ahora mismo no tenía a dónde ir, omití la parte del bebé, ya tendría tiempo de explicarle todo.

—¡Oh! Dime dónde estás y mando a mi chófer para que vaya a por ti

Le dije la dirección dónde me encontraba y en media hora un BMW negro muy elegante se paró en frente de mí. 

—¿Como se encuentra señorita? Suba—dijo un hombre de cabellos canosos y sonrisa radiante. Yo asentí. Cargué la bolsa en el maletero y me subí al coche. Alimenté a mi pequeño, debía tener hambre pues aferraba con sus biberón con fuerza.

  —Despacio William—susurré 

—¡Ah los hijos! Son el mayor regalo de la vida—dijo el hombre desde su asiento

—Si... No sé que haría sin él—respondí.

—Yo tengo una nieta, es la niña de mis ojos. Su madre me regaña cuando le compro dulces pero, soy su abuelo, no su padre. Tengo que consentirla de vez en cuando—El rió y yo sonreí. 

—Y bueno... ¿Qué la trae por aquí?—preguntó.

—Simplemente quería cambiar de aires. Esta es mi oportunidad para volver a empezar.

—La entiendo... Nuevas aventuras, nuevas experiencias. Estoy seguro de que aquí encontrará lo que busca—Yo asentí y observé como los grandes jardines se extendían por delante de nosotros y como una gran mansión de paredes color chocolate y grandes ventanas aparecía delante de nosotros. Observé la bella fuente que disparaba pequeños chorritos de agua al aire dibujando bellas formas—Ya hemos llegado—anunció.

—Madre... mía—exclamé.

El chófer abrió mi puerta y sacó mi bolsa del maletero.

—Su nombre es... 

—Karl, señorita—respondió el anciano.

—Muchas gracias por todo, Karl

Taylor salió a recibirme y observó al niño extrañada.

—Vaya... que niño tan mono. ¿Quién es? ¿Tu hermano?—preguntó. 

—En realidad es...

—Bueno, ya me lo contarás más tarde. Quiero que veas tu cuarto, es precioso. Podemos comprar una cuna para el niño también—Ella subió las escaleras y yo la seguí observando cada detalle de aquella casa. Las paredes eran blancas y le daba mucha amplitud a la casa, estaba decorada con muebles muy modernos y el personal me trató muy bien. No podía creer que viviría allí, aquello era un sueño.

Taylor se detuvo en una habitación y me mostró una amplia habitación que era casi igual de grande que el salón de mi casa, bueno... mi antigua casa.

Había una gran cama pegada a la pared y una televisión en frente, al lado unas enormes ventanas ocupaban la pared y las cortinas blancas estaban descorridas dejando que la luz natural iluminara la estancia. También poseía una gran estantería llena de libros y un sillón, que parecía ser bastante cómodo, enfrente de la mesa de café, dónde había un jarrón de cristal con rosas rojas.

—¿Te gusta?—preguntó ella a mi lado. Yo asentí con la cabeza sin pensarlo dos veces.

—Es... es... Impresionante. Yo... Gracias—Ella sonrió y miró a mi bebé.

—Si quieres puedo pedir que cuiden de él... Ya sabes... así podremos pasar un rato juntas—Yo no pude evitar sonrojarme. Asentí, hacía mucho tiempo que no me preocupaba de mí misma.

—De acuerdo.

—A las cinco voy a ir al spa. ¿Te gustaría acompañarme?—preguntó.

—Nunca he estado en uno...—confesé.

—Pues te aseguro que te encantará. Mientras vivas conmigo no te faltará de nada.

—Muchas gracias, yo no sé como voy a poder pagártelo...—dije.

—Somos amigas—Yo asentí y sonreí.

—¿Tienes hambre? Comeremos dentro de media hora, espero que te guste el rissoto. Nuestra cocinera es italiana y te prometo que te encantará—dijo Taylor.

—No quisiera ser una molestia yo...

—¿Molestia? ¿Sabes lo sola que me siento? Bueno... tengo a Sofia pero... bueno ella es una gata muy vaga y apenas me hace caso, mis padres están fuera todo el tiempo y soy hija única. Tenerte aquí es un regalo más que una molestia—Yo sonreí y ella hizo lo mismo—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

 Cuando bajamos al comedor un olor increíble estaba presente en el aire viajó hasta mi nariz. Me senté en la mesa y Ann ocupó su asiento.

Probé un bocado y cerré los ojos. Estaba delicioso.

  —¡Dios! ¡Es como llevarse un pedacito de cielo a la boca!—exclamé. 

  —¿Has oído eso Alda? ¡Un pedacito de cielo!—gritó Taylor. Ambas reímos y ella se me quedó mirando.

  —¿Qué pasa? ¿Me he manchado?—pregunté limpiándome la cara.

  —No, no. Es que... me acabo de dar cuenta de lo mucho que te he echado de menos—¿Por qué se me había acelerado el corazón?

—¡Oh! Señorita Anna, me alegra que le guste la comida—interrumpió una mujer regordeta con un delantal y una mancha de harina en la comisura derecha.

—Es Ann, Alda—corrigió Taylor.

—Perdóneme, tengo una sobrina que se llama Anna y... No las interrumpiré más, volveré a mi tarea.

—Tómate un descanso. Trabajas demasiado—dijo Taylor.

—Me gustaría seguir en la cocina si no le importa, me gusta mi trabajo—La cocinera sonrió y se marchó después de que Taylor le diera permiso.

—Es una buena mujer—dijo ella mirándome a los ojos. 

William se quedó a cargo de la cocinera y yo confié en que estaría en buenas manos.

Ocupé un asiento al lado de Taylor y mantuvimos una agradable conversación con Karl durante todo el trayecto. Me descubrí riendo, sonriendo e incluso cantando. La vida parecía volver a sonreírme.    





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