Capítulo 35

Ian

Nos presentamos en todos los orfanatos del condado pero, uno tras otro, nos cerró sus puertas sin encontrar lo que andábamos buscando. 

  —Ian, deberíamos volver. Está comenzando a anochecer.—Yo golpeé el volante del coche antes de arrancar y apoyé la cabeza en él derrotado. 

—No puedo dejarla sola,—Me arrepentía de no haberla adoptado cuando me lo pidió, la había perdido y jamás la tendría de nuevo a mi lado—yo soy lo más parecido que tiene a una familia.

 —Ian, te prometo que la encontraremos. Sé lo que significa para ti esa niña y estoy segura de que, dónde quiera que esté, la encontraremos.—Yo asentí y ella sonrió—Deberíamos buscar un lugar dónde dormir. 

Odiaba tener que tirar la toalla tan pronto. ¿Estaría en un orfanato triste y sola? ¿Formaría parte de una familia que no la quisiera?—Me preguntaba—Pero no era eso lo que realmente me asustaba, me asustaba que me olvidara, que un día nos cruzáramos por el camino y no me reconociera. Aunque sonara egoísta, no quería que aquella niña fuera adoptada por cualquier familia, yo quería ser su familia. Harley me había hecho ver con más luz la vida, me había enseñado que aunque las cosas fueran mal siempre había un motivo por el que sonreír.

Un hombre bajo y escuálido nos entregó las llaves de la habitación del motel en el que pasaríamos la noche. A la mañana siguiente retomaríamos la búsqueda.

Ella se dejó caer sobre la cama profiriendo un largo suspiro. Estaba agotada, y la comprendía pues llevábamos todo el día recorriendo medio condado en busca de la niña. Me sentía mal por ella, supongo que buscar a una niña no era lo que tenía pensado. 

 —Ella—La llamé desde la puerta. Ella profirió un sonido y se removió en la cama.—voy a darme una ducha, no tardaré demasiado.—Esta vez no respondió. 

Cerré la puerta del baño y me deshice de la ropa que llevaba puesta. Me metí dentro de la ducha y dejé que el agua caliente me aliviara. Apoyé ambas manos en la pared mientras el agua chorreaba y me paré a pensar durante unos minutos cual sería mi siguiente paso "¿Dónde debo buscar?" me pregunté. Dana era una bruja, disfrutaba viendo a aquella pobre niña sufrir, como si ella tuviera la culpa de su infelicidad. No, sus motivos no justificaban lo que,año tras año, le había hecho pasar a su sobrina. 

Froté mis cabellos con una toalla para eliminar el exceso de agua, me enrollé otra alrededor de las caderas y salí del baño.

 Me acerqué a Ella y observé como sus ojos permanecían cerrados y sus pestañas largas y espesas acariciaban sus pómulos curvándose ligeramente hacía arriba, como sus labios se entreabrían y su pecho subía y bajaba lentamente, como sus cabellos dorados se desparramaban sobre el colchón simulando ser rayos de sol. 

Retiré un mechón de pelo de su rostro y sonreí,  aquella chica era muy bella y parecía no ser consciente de ello, parecía hacerlo sin querer.

Me metí en la cama con cuidado evitando despertarla y ocupé el lado izquierdo. Cerré los ojos y traté de dormir ¿Soñaría aquella noche con ella o tan solo aparecerían pensamientos dispersos arremolinados en mi cabeza? Unos brazo pasó por encima de mi torso desnudo y la mano de Ella buscó la mía, cuando la encontró entrelazó sus dedos con los míos y yo la apreté ligeramente. Su cuerpo se pegó al mío y apoyó su mejilla contra mi espalda.

—Buenas noches, Ian.—susurró aún con los ojos cerrados.

—Buenas noches, Ella.

Ella

Cuando abrí los ojos observé como Ian dormía, estaba tan tranquilo, tan... feliz que no me atreví a despertarlo. No recuerdo cuanto tiempo me quedé mirándolo dormir, tal vez fuera un segundo o tal vez fuesen horas. Acaricié su mejilla con suavidad y él puso una mano en mi cintura aún con los ojos cerrados para acercarme a él.

—No la vamos a encontrar.—dijo entreabriendo los ojos. 

—No debe de estar muy lejos...—yo aún albergaba esperanzas de encontrar a la niña pero Ian estaba cansado y derrotado, cada vez que abrían la puerta de un orfanato y nos decían que jamás habían visto a esa niña su rostro se ensombrecía y sus esperanzas se desvanecían.

—Quiero volver.—Yo apreté su mano y lo miré a los ojos fijamente. 

—¿Realmente quieres eso?—No podía creer que se diera por vencido, no podía creer que abandonara tan pronto.

—Si.

—En ese caso volvamos—El asintió y se puso una camisa blanca y unos tejanos. Yo me puse una sudadera gris y unos vaqueros blancos. 

Durante el viaje de vuelta Ian se mantuvo callado, yo sabía que no estaba de humor para hablar. Era un silencio incómodo, él fijaba sus ojos en la carretera como si no existiera nada más y yo me sentía impotente.

—Ian, no puedes estar así todo el tiempo.

—Fue culpa mía no haberla adoptado cuando me lo pidió, tan solo  era cuestión de tiempo que ella se deshiciera de ella. ¿Como no lo pude ver venir?

—No es culpa tuya. Sé que piensas que solo tú eres el responsable de eso pero... estoy segura de que, esté dónde esté, esa niña algún día será feliz y todo habrá sido gracias a ti.

—No sé Ella... Tal vez me olvide, tal vez no sea feliz.—respondió inseguro. 

Yo callé, no quería discutir sobre el tema. Me apoyé en la ventana del coche y observé como pequeñas gotas se estampaban contra el cristal. 

Ya no hacía tanto frío. La nieve se había derretido y las flores comenzaban a exponer sus luminosos pétalos orgullosas. 

Observé como las gentes de Chicago habían cambiado sus abrigos de plumas por chaquetas más finas e incluso algunos valientes, como Ian, se atrevían a prescindir de ellos e ir tan solo con una camiseta de manga corta. Yo era más friolera y llevaba una camisa vaquera entreabierta que dejaba ver la camiseta de los "Guns n' roses" que llevaba debajo y unos pantalones vaqueros desteñidos que estaban rotos justo por la rodilla.

Ian aparcó el coche y ambos nos bajamos de él. Cuándo entramos en la residencia en la que él vivía, un hombre elegante que aparentaba unos cuarenta, tal vez más, se aproximó a él serio. Imaginé que aquel hombre debería ser alguien importante pues la cara de Ian cambió completamente al verle.

—Ian, te estaba buscando—dijo el hombre.

—Señor Jones, he estado fuera unos días.—confesó Ian.

—Ya lo veo. Trae a una jovencita encantadora con usted.—El hombre me sonrió y yo le devolví la sonrisa.

—Si, ella es Ella. Mi novia.—Mi corazón se aceleró. Era la primera vez que me llamaba así. ¿Eramos una pareja como tal? Recordé los últimos días junto a él y mis dudas se disiparon. Sí, sí lo eramos. 

 —Un nombre precioso.—respondió él tomando mi mano y llevándosela a los labios. Depositó un beso en ella y yo la retiré suavemente. Sabía lo que pretendía, pero yo era un chica enamorada y no iba a caer ante él. 

  —Es usted muy amable, señor.—respondí.

  —Por favor, llámeme Martin.—respondió cordial. 

  —Bueno, si nos disculpa...—Ian tomó mi mano y me obligó a seguirlo. 

—Un momento. No he venido para entablar ninguna amistad señor Jenkins.—Ian se detuvo y soltó mi muñeca.

 —Espérame arriba.—susurró tendiéndome las llaves. Yo asentí y él se marchó. Me giré un momento antes de subir las escaleras y observé como Ian asentía tratando de explicarle a aquel hombre alguna cosa, estaba tenso y deseaba salir cuanto antes de ahí. Cuando él hizo ademán de marcharse yo comencé a subir las escaleras cuándo, una chica de tez olivácea y grandes ojos negros me recibió con una sonrisa cordial.

—Hola soy Melissa, tú debes de ser la novia de Ian—dijo ella.

—Prefiero que no me conozcan por ser yo misma que por ser la novia de alguien.—respondí. Ella frunció el ceño. No pretendía sonar borde, pero fue exactamente así como soné. No tenía ganas de socializar, tan solo quería ponerme el pijama y sentarme a leer un buen libro. 

 —Oh perdona, no pretendía ofenderte.—respondió ella.

—Soy Ella.—contesté.

—Ella... ¿Qué es? ¿Diminutivo de Isabella?—preguntó curiosa.

—En realidad lo es de Elisabeth—confesé apretando los puños. Cada vez que lo pronunciaba se me formaba un nudo en la garganta, mi padre era el único que me llamaba así y odiaba tener que recordarlo. 

—Bueno, Ella es bonito.—yo sonreí y traté de subir las escaleras, pero ella de nuevo me cerró el paso.— Tienes suerte de estar con, Ian. Es un chico guapísimo y muy inteligente, estoy segura de que tendrá un futuro brillante y llegará a ser un gran físico.

—Sí bueno, yo no fijé en esas cualidades.—Ella frunció el ceño.

—¿En qué sino te ibas a fijar?—preguntó ella. Yo abrí los ojos como platos, no podía creer lo que oía.

—Pues es atento, cariñoso...

—¿Te has fijado en su sonrisa? ¡Oh por dios! Y su cuerpo es... 

—Perdona, pero tengo que irme. —dije tratando de largarme.

—¡Oh! Pero si nos estábamos divirtiendo.—Yo la miré de arriba abajo.

—Perdona, no quiero pasar ni un momento más con una persona tan superficial como tú—dije zanjando la conversación. Ella abrió la boca y yo alcé una mano para saludar a Ian que venía hacia mí, él se colocó a mi lado y lo besé justo delante de ella. 

—No sé que te ha visto...—oí que decía mientras me marchaba con Ian.

—Al parecer tienes un club de fans—le dije a Ian. Él se encogió de hombros y abrió la puerta de su cuarto. 

Pegué mis labios contra los suyos y cerré la puerta con la mano que me quedaba libre. Comencé a enredar mis dedos en su cabello y lo conduje a la cama, nunca tenía suficiente de él. 

 —No sabes cuanto necesitaba esto.—Él sonrió y se colocó encima cuando de pronto alguien tocó a la puerta.—No abras.—supliqué. Tiré de él y pasé mis manos por su torso. Volvieron a tocar la puerta. Yo rodé los ojos y él esbozó una sonrisa de disculpa.

—Lo siento.

—Ve—dije. Él besó la punta de mi nariz y se colocó bien la camiseta. 

 Yo me senté sobre la cama y Ian abrió la puerta. Una chica peliroja con muy mal aspecto se encontraba al otro lado de la puerta. Era muy guapa y poseía un cuerpo envidiable.

 —Ian, necesito hablar contigo—Él tomó su mano preocupado.

—¿Qué te ha pasado?—dijo él acariciando su ojo amoratado.

—Eso no importa yo...

—¿Ha sido él?—dijo Ian elevando el tono. Ella apartó la mirada y yo supe que algo muy malo le había ocurrido a aquella joven.— Ann, escúchame. ¿Ha sido él? ¿Te ha pegado?—dijo Ian, zarandeándola suavemente. El labio de la chica comenzó a temblar y asintió con la cabeza deshaciéndose en un mar de lágrimas , yo me llevé las manos a la boca y reprimí una exclamación. Ian me miró y yo entendí lo que quería decirme. Me había hablado de Ann, su amiga de la infancia, la única que nunca se había marchado de su lado. Asentí con la cabeza y él sonrió tristemente mientras cerraba la puerta tras de sí.

Ian

 —Tenemos que denunciar esto, Ann—dije. Ella negó con la cabeza y se alejó de mí.

—¡No! Me encontrará, lo tiene a él, a mi niño. Él está allí.—Yo apreté la mandíbula y apreté los puños.

—Ese cabrón no va a irse de rositas, Ann. Tenemos que hacer algo.—Ella tomó mi cara entre las manos tratando de tranquilizarme. El corazón se me había acelerado y mis mejillas ardían de ira. 

—Ian, aquí tengo los resultados de la prueba de paternidad de Will.—Sacó un sobre y me lo entregó.—Aún no los he abierto, tengo miedo de que sea tuyo pero aún tengo más miedo de que sea de él.—Ann me entregó el sobre con manos temblorosas. Yo lo acaricié con los dedos y lo abrí. Leí el documento y la miré a los ojos.

—No es mío—dije. Ella se desmoronó y se abrazó las rodillas en el suelo. 

  —El padre de mi hijo es un monstruo—sollozó—Tenía la esperanza de que fuera tuyo, quería que fuera tuyo—Yo me senté a su lado y acaricié su espalda. 

—Todo estará bien—quise creer. En realidad nada estaba bien, pero no sabía que hacer para consolar a aquella mujer rota.

—Pensé que cambiaría, yo... le quiero. 

—Lo sé pero no va a cambiar, lo mejor es que te quedes aquí hasta que se solucione.

—No, tengo que volver a por mi niño—dijo

—Al menos entra para que Ella te pueda ayudar un poco con eso—señalé su ojo izquierdo que estaba hinchado y morado. Ella asintió y yo la ayudé a levantarse. Abrí la puerta y Ella se levantó inmediatamente de la cama—A ver que puedes hacer con esto.

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