Capítulo 29

Ella

Las calles frías y abarrotadas de gente se extendían delante de nosotras, cada día me enamoraba más de Chicago. 

Observé a Abbie y le dirigí una amplia sonrisa, ya estaba fuera de aquel hospital y podía pasar el resto de las vacaciones junto a mi amiga.

—¿Por qué estás tan contenta?—preguntó Abbie.

—Por qué ya estoy bien y creo que a partir de ahora todo me saldrá mucho mejor.—confesé—Además, ahora puedo pasar más tiempo contigo, necesitaba una tarde de chicas con urgencia...—contesté. 

A penas había salido del hospital y me encontraba tan fresca como una rosa, me sentía como si jamás hubiese tenido un accidente, revitalizada y nueva; volvía a creer que era invencible. 

—¡Oh, Ella!—dijo mi mejor amiga estrechándome con fuerza contra su pecho.—¡Yo también me alegro de verte!—sonreí y retomamos la marcha.

—Bueno...¿Y ahora dónde vamos?—pregunté. Habíamos quedado para comprar lo que nos íbamos a poner para la fiesta de Noche Vieja que organizaba Sean en su casa y necesitábamos algo que ponernos aquella noche. 

—¡He oído que en una tienda no muy lejos de aquí venden los mejores vestidos de Chicago!—exclamó ella. Yo asentí y, cuando fijé de nuevo la mirada delante de mí, mis ojos se desorbitaron sin creer lo que veían.

Ian.

Él estaba ahí delante, sin moverse mirándome igual de incrédulo que yo. No podía ser cierto.

—Abbie...-dije en voz baja—¿Ves lo mismo que yo?—pregunté sin despegar la mirada de Ian que no se había movido de su sitio.

—¿Qué se supone que tengo que ver?

—A él, él está ahí.— Yo señalé en dirección al chico de cabellos dorados y ella negó con la cabeza.

—Ahí no hay nadie Ella... ¡Venga, vámonos!—dijo al tiempo que tiraba de mi brazo para que la siguiera, yo me solté de ella y la miré seria a la cara.

—No, Abbie. Espérame en casa.—Ella asintió y me encaramé hacia Ian, esbocé una amplia sonrisa mientras mi corazón parecía dar saltos dentro de mi pecho y mi estómago se llenaba de pequeñas maripositas que revoloteaban en mi interior sin orden ni concierto. 

Él comenzó a caminar hacia mí mientras me devolvía una deslumbrante sonrisa. 

Estábamos cerca, lo iba a sentir.

Estábamos cerca, lo iba a besar.

Estábamos...

De pronto choqué con algo sólido y Ian se detuvo. Yo, sin saber que pasaba, toqué lo que parecía ser un frío cristal con la palma de la mano. Él, colocó una mano encima de la mía simulando que ambas se juntaban, pero en realidad aquel condenado cristal nos separaba evitando que lo tocara y tan solo podía sentir la superficie lisa y límpida de aquella barrera que nos mantenía a ambos separados.

El rostro se me llenó de lágrimas y comencé a aporrear el cristal sin importarme lo que pudieran pensar los demás, no me iba a dar por vencida, no cuando estaba tan cerca. En aquel momento, me daba igual que me tacharan de loca, me daba igual todo, estaba desesperada por tocarle.

Mis nudillos comenzaron a sangrar mientras el cristal poco a poco se iba fragmentando, no importaba nada salvo Ian.

Mis puños chocaban contra aquel muro lastimándome pero yo tan solo podía fijar mi mirada en la incipiente grieta que gradualmente se extendía. 

"Casi, solo un poco más." Pensé.

Mientras aporreaba el cristal, no me daba cuenta de como, poco a poco, el mundo se caía a pedazos, de como el cielo parecía caerse a trozos y los edificios se desvanecían. 

—¡Ella, para! ¡Lo estás destruyendo todo!—gritó Ian. Yo hice caso omiso de sus palabras e ignoré el hecho de que estaba destrozando todo mi alrededor, continué golpeando el muro con todas mis fuerzas. 

Las lágrimas brotaban de mis ojos y, ardientes como el fuego, quemaban en mis mejillas; mis puños parecían ignorar el dolor de los repetidos impactos, pues mi alma rota tan solo quería unirse con la de Ian.

El cristal pronunció un último quejido antes de romperse en mil pedazos. Chicago desapareció y yo miré a Ian aliviada mientras lloraba esta vez de alegría. Alargué la mano para tocar su mejilla pero en cuanto esta tocó su rostro se rompió al igual que todo mi mundo, dejándome de nuevo sola.

Me desperté azorada y puse mis manos sobre mi rostro mojado por el sudor. 

Tan solo había sido un sueño,

—No es real, no es real, no es real...—repetí tratando de calmarme mientras cerraba los ojos con fuerza y respiraba nerviosa.

Mi mente me había engañado, tan solo había jugado conmigo de una forma cruel. Ian estaba bien y yo seguía en aquel odioso hospital, todo parecía estar en orden. 

Me reincorporé en la cama apoyando mis manos en el colchón.

—¡Au!—me quejé. Me miré las manos ensangrentadas.—¿Pero que...?—No lo entendía, no entendía como mis nudillos podían presentar aquel aspecto después de aquella horrible pesadilla.

Ian

El teléfono comenzó a sonar y yo observé el nombre que aparecía iluminado en la pantalla, Dana. ¿Qué querría ahora?

Descolgué.

—Buenos días, Ian. ¿Cómo estás?—preguntó cordialmente, parecía estar de muy buen humor.

—Bien, si, gracias.—contesté.

—Me alegro mucho, querido.—respondió.—Voy a organizar una fiesta Navideña y bueno... Harley tiene que estar en casa para disfrutar de su familia.—"Harley, tiene que estar en casa para salvarte el culo."pensé.

—No creo que le haga mucha gracia...—Dana rió desde la otra línea.

—No se trata de lo que ella quiera jovencito, tiene que venir y punto. ¿Entiende?—contestó ella.

—¿Entonces tengo que llevarla allí en contra de su voluntad?—pregunté irritado deseando cortar la llamada.

—Es un chico muy listo.—dijo satisfecha—También puede acompañarnos, es lo menos que puedo hacer por... Harley.—pronunció su nombre con asco. No entendía por qué la odiaba tanto, ella tan solo era una niña que deseaba vivir su infancia en paz.

Miré a Harley que se encontraba concentrada dibujando sobre una hoja en blanco.

—Sí, iré.

—¡Estupendo!—exclamó satisfecha.—No olvide ir vestido adecuadamente, no quisiera que me pusiera en evidencia, es una fiesta para la alta sociedad.—apreté los puños e inspiré tratando de calmar mis impulsos de cantarle las cuarenta.

—No se preocupe, sé lo que es un esmoquin. Buenos días.—Dicho esto colgué el teléfono y lo lancé a la cama. 

Me acerqué a Harley quién estaba dibujando lo que parecía ser un vaso de agua derramado. Observé el dibujo desconcertado y ella se giró satisfecha.

—¿Te gusta? Es un vaso que se ha caído.—aclaró la pequeña. Yo asentí con la cabeza.

—Sí, eso ya lo sé. ¿Por qué has dibujado eso?—pregunté. Ella sonrió mientras añadía unos pocos detalles a su dibujo a lápiz.

—El agua es muy bonita, me gusta que esté libre... No creo que se sienta a gusto encerrada en ese vaso, a mi tampoco me gusta que la bruja me encierre en mi cuarto cuando me porto mal.-Yo sonreí. La verdad es que Harley tenía talento para aquello, estaba seguro de que dibujaba mucho mejor que yo, cosa que no era difícil, pero había plasmado cada ínfimo detalle en su obra.

—Es muy bonito.—dije sonriendo.-y tiene un significado muy profundo.

—No, profundo no. No está profundo eso—respondió confundida. Yo reí y le alboroté los cabellos.

—No Harley, profundo significa que hace pensar. Has sido capaz de buscar un significado más allá de un vaso que ha derramado el agua que contenía y has elaborado una bonita metáfora.

—¿Qué es metáfora?—preguntó ella, yo bufé.

—Es... una manera de establecer una similitud entre el concepto real, en este caso sería el agua derramada, y el concepto abstracto, la libertad.—Ella, asintió. 

—El agua no es libre en el vaso, yo la he liberado.—dijo contenta—¿Me liberarás tú a mí?—preguntó ella, yo la observé y asentí.

—Si, haré todo lo posible para que te derrames.

—Yo no quiero derramarme, yo quiero cambiar de vaso.—confesó. Yo carraspeé, sabía que es lo que quería decir con eso, pero yo no podía hacerme cargo de ella ni de nadie, no podía ni siquiera conmigo mismo.

—Harley... tu tía me ha llamado hace un rato...—Ella dejó de lado el dibujo y me miró fijamente.

—No quiero ir.—respondió antes de que pudiera pronunciar una sola palabra.

—Lo sé, pero... vas a ir igualmente quieras o no, irás aunque tenga que venir Dana para llevarte a rastras. Por una vez, haz lo que te dicen Harley—Ella profirió un bufido y se dejó caer en la silla.

—Ven conmigo.

—Estaré contigo.

                                                                               *****************

Yo me puse un esmoquin y Harley un vestido que le había comprado unos días antes, al llegar a casa de su tía, ella la miró con disgusto.

—¿Le has comprado ropa nueva?—gruñó.

—Si ¿Algún problema?—Ella volvió a ponerse la máscara y adoptó un tono más relajado.

—No, es maravilloso que la trates así. Tiene mucha suerte de contar con alguien como tú...

—Yo también lo creo, señora.—Harley apretaba mi mano con fuerza mirando a su tía con temor.—No pasa nada Harley, estoy aquí.—le susurré, ella asintió con la cabeza y yo le sonreí mientras le apartaba el pelo de la cara.—Estás muy guapa princesa.

Poco después los invitados comenzaron a llegar y los camareros comenzaron  a servir tentempiés. Dana daba la bienvenida a cada uno de ellos mientras Harley y yo nos sentíamos cohibidos. 

—Ian, déjame que te presente a unos viejos amigos que han venido desde Hampton.—Una pareja un tanto grotesca se me acercó; el hombre era gordo y bajito, en cambio, la mujer era alta, guapa y esbelta. La joven parecía tener mi edad y el hombre parecía triplicarsela.—Si, como no.—Harley tiró de mi manga suplicando que nos fuéramos de allí.

—¡Oh! ¿Ella es tu sobrina Dana?—preguntó la esposa del hombre. 

—Sí, pero ya se va a dormir.—Harley me apretó la mano.

—No, que se quede un poco más. Adoro los niños.—la mujer se agachó para estar a la altura de Harley y yo sonreí.—¿Yo soy Megan Wells y tú?—preguntó ella.

—H-Harley—contestó ella.

—Estoy segura de que seremos muy buenas amigas.—Megan, estrechó la mano de Harley y esta le devolvió una tímida sonrisa.

—Verdaderamente adorable.—dijo el hombre con una voz profunda.

—Ian, querido, estos son Harry Wells y su esposa, Megan .—dijo Dana a mi lado.

—Un placer señor Wells.—dije estrechándole la mano con elegancia.

—El placer es mío señor Jenkins, no todos los días se conoce a un genio. Me encantaría poder hacer negocios con usted en un futuro.—Yo sonreí.

—Espera. ¿Tú eres Ian Jenkins?-contestó la joven morena al tiempo que su marido la regañaba con la mirada por su falta de modales. Yo asentí.

—El mismo.

—¡Vaya! Estoy segura de que seras, perdona, será grande en todo lo que se proponga. Los artículos que escribe me parecen fascinantes.—Ella me tendió su mano y yo la besé.

—Un placer señorita, me alegra que mi trabajo llegue a vuestros oídos.-contesté.—Si me disculpan, voy a bailar con Harley, he prometido hacerlo.

—Ian, querido. Aquí no se baila...—dijo Dana.

—¡Me parece una muy buena idea!—interrumpió Megan.—No seas sosa, mamá.—Dana, observó a su hija y asintió.

—Está bien, pero solo un baile.—cedió y la música comenzó a sonar. Poco después todos los asistentes comenzaban a llenar la sala de baile. Todos excepto Dana quién desapareció de la estancia. No entendía nada. ¿Por qué era tan malvada? ¿Cómo podía tener una hija tan alegre y hermosa siendo ella una cascarrabias sin corazón? 

Tomé a Harley de la mano y comenzamos a bailar alegremente, ella sonreía y yo me dí cuenta de que lo estaba pasando mejor de lo que esperaba.

—Disculpe—dijo un niño rubio con acento francés que debía tener aproximadamente la misma edad que Harley, tal vez un año o dos mayor que ella—Perdone señor, me llamo Antoine Moreau, me gustaría saber si la señorita me concedería un baile.

—¿Por qué habla raro?—cuestionó la pequeña.

—Es francés Harley.—aclaré.

—Ahh. ¿Como es Francia?—preguntó ella soltando mi mano y tomando la de Antoine.

—Preciosa.—contestó él sonriendo. 

Yo los dejé solos y salí al balcón, dónde estaba Dana. Yo me acerqué a ella y puse una mano en su hombro al darme cuenta de que ella lloraba en silencio.

—¿Está bien?—pregunté. Ella se enjuagó las lágrimas y asintió.

—Largo, no me cae bien y jamás lo hará. No tiene por qué inmiscuirse en mis asuntos.—contestó cortante. Yo apreté los puños al ver que ella me daba la espalda y se largaba.

—Usted es hermosa por fuera pero está podrida por dentro.—Ella se quedó paralizada por un momento y luego se marchó elegantemente como si no hubiera escuchado nada.

Me apoyé en la barandilla y traté de tranquilizarme.

—¿Ian?—preguntó una voz detrás mía. Yo me giré y vi a la hermosa joven de cabellos carbón y flequillo en forma de cortinilla.

—Hola, Megan.—contesté.

—¿Tú también huyes de esta estúpida fiesta?—preguntó ella esbozando una triste sonrisa.—No los soporto, ni a ellos ni a mi marido.—confesó colocándose a mi lado.—Odio llevar este estúpido vestido y mostrar falsos modales.

—¿Si eres tan infeliz por qué no te marchas?-pregunté cansado, en aquel momento quería estar solo.

—¡Oh si! He estado en muchas partes, pero siempre debo volver. No puedo dejar a Harry, mi madre se encargó de prometerme con él.—dijo ella.

—Entonces no sé de que te quejas. Fue elección tuya.

—Sí, fue elección mía.—suspiró—Era lo mejor que podía hacer.

—¿Por qué me cuentas esto a mí?—pregunté. Ella se giró hacia a mí y sonrió.

—Por qué pareces ser el único que, como yo, no encaja aquí.—La miré fijamente a los ojos, no me gustaba que otras personas hablaran de mí como si me conocieran pero aquella muchacha tenía razón en eso. No encajaba—.Mi madre puede llegar a ser una persona horrible pero la entiendo.

—Todo lo que le ha hecho a Harley no tiene justificación.—mi tono se alzó y Megan se sobresaltó.

—Lo sé, pero ella...—vaciló y yo fijé mis ojos en los suyos.

—Ella, qué.—Megan se miró las manos y yo la obligué a mirarme—Ella, qué.—repetí.

—No debería haber nacido.—dijo. Yo la miré notando como mi cara ardía de rabia.

—¿Cómo te atreves a...?

—No lo puedes entender,aún no, yo tampoco debería haber nacido.—Ella me dio la espalda y yo sujeté su mano, odiaba que la gente se andara con rodeos.

—Sí, estoy seguro de que podré entenderlo.—contesté desafiante. 

—Yo... simplemente te he dicho demasiado, no debería haber venido.—confesó—Ahora suéltame, por favor.—cuando dijo esto me recordó a su madre así que hice caso y la solté—Volveremos a vernos.—Sonrió y se marchó.

                                                                                 ***************** 

—Me llevo a Harley a casa.—anuncié a Dana una vez finalizada la fiesta. Ella negó con la cabeza.

—Nada de eso, ella se queda aquí.—contestó.

—¡No! ¡Yo quiero irme con Ian!—exclamó Harley.

—Tú harás lo que yo te diga mocosa.—espetó su tía.

—Oiga, no voy a consentir que usted le hable así.—Dana me miró con asco y con la cabeza bien alta dijo:

—Le hablaré como quiera, no pintas nada aquí.—contestó con un profundo odio—Y ahora, querido. ¿Te importaría llevarla a su habitación?

—Bruja.—contestó Harley. Dana le dirigió una mirada asesina y ella carraspeó.—No te tengo miedo, Ian me protegerá.

—Sí querida, mientras estés bajo mi techo harás lo que yo diga.—rió ella.

—Vamos Harley.—La pequeña asintió y subió las escaleras.

La acompañé a su cuarto y le tapé con la manta.

—Antoine es mi novio.—anunció ella.—nos casaremos cuando seamos mayores.—Yo sonreí y le dí un peluche para que no se sintiera sola.

—Es un chico maravilloso, estoy seguro de que te cuidará tanto como yo.—Ella asintió y yo me levanté de la cama para marcharme.

—Ian... ¿Me cuentas un cuento?—Yo asentí y me volví a sentar a un lado de la cama.

—Está bien. Se llama "La pequeña cerillera"—Ella sonrió y abrazó al pequeño osito de peluche, yo comencé a narrar:

"Era Nochebuena en la ciudad. La gente caminaba deprisa buscando el cobijo de sus casas pues los abrigos no eran suficiente para resguardarse de aquel frío atroz. En medio de toda aquella oscuridad una niña de cabellos pelirojos cruzaba las calles observando como las familias se reunían en sus casas cantando villancicos y compartiendo una agradable cena.

Los niños aprovechaban las últimas horas de sol modelando muñecos de nieve en las aceras jugando y bromeando, la pequeña deseaba unirse a ellos pero debía vender unos pocos paquetes de cerillas que sujetaba con sus manos desnudas y temblorosas.

Era muy mal día pues no había conseguido ganar ni un céntimo. Los copos de nieve se posaban en sus cabellos cobrizos mientras ella deseaba volver a casa y calentarse junto al fuego pero no podía, sabía que si su tía se enteraba de que no había vendido ni una cerilla, la regañaría y la pequeña no quería disgustarla.

Era Navidad y el olor de los asados se sentía por todos lados, la pobre niña observó aquellas escenas triste y posó sus ojos en la cerilla que sostenía.

Se sentó en un rincón junto una fuente. Ella observaba como los farolillos colgados de las fachadas iluminaban las calles de tal modo que ya no se sentía tan sola.  

 Sus manecitas estaban rojas por el frío y apenas sentía sus pies. Ah! ¡Cuanto placer le causaría calentarse con una cerilla! Si se atreviese a sacar una sola de la caja, a rascarla contra la pared y calentarse los dedos... Sacó un fósforo y lo frotó contra la pared. 

—¡Qué bonito y cómo quema!—exclamó.

Tanto se concentró en la luz y calor que desprendía la minúscula llama que creyó que estaba sentada delante de su vieja chimenea mientras sus difuntos padres le contaban un cuento. Era una escena maravillosa, todos sonreían y el cariño de sus padres la envolvían.

La niña había cerrado los ojos por un momento y cuando la llama se extinguió tomó otra y la observó.

—Tal vez si enciendo otra vuelva allí.—aunque le dolía malgastar las cerillas que debía vender encendió otro fósforo y su llama chisporroteó entre sus dedos, esta le pareció más luminosa y caliente que la anterior.

La cena estaba servida y un enorme y hermoso pavo que desprendía un aroma apetitoso ocupaba el centro de la gran mesa, la niña sonrió y alargó la mano para comer de su plato, cuando la cerilla se consumió y la pequeña despertó. Observó el cielo cubierto por un infinito manto de estrellas y vio caer una estrella fugaz. Pidió un deseo, volver a su bonito sueño.

Encendió otra cerilla y vio a sus padres delante suya que le tendían una mano.

—¡Papá, mamá!—gritó ella.—¡Llevadme con vosotros! Cuando se apague esta última cerilla sé que ya no os veré más.

Sus padre tomó su mano y su madre la otra y los tres se elevaron en medio de la blanca luz. Allí no hacía frío, ni  tampoco tenía hambre, allí era feliz.

A la mañana siguiente entre la escarcha y la nieve de la fría noche una pareja encontró a una niña sonriente, sumida en el mejor de los sueños.

—¡Pobre criatura!—dijo alguien.

  Pero nadie supo las bonitas cosas que había visto aquella niña, ni en medio de que resplandor había elevado su alma hacia el reino de los cielos."

—Fin.—dije. Observé como Harley lloraba y lloraba, pasé un brazo por sus hombros y acaricié su melena.

—Es un cuento muy triste.—respondió entre lágrimas.

—Sí. Mi madre me lo contó una vez.

—Al menos pudo reunirse con sus padres.—contestó ella. Yo planté un beso en su frente y me levanté.

—Buenas noche, Harley.

—Buenas noches, Ian.—Observé como cerraba sus ojos y se cubría con la manta hasta el cuello.

Cerré la puerta de su habitación y coloqué el pequeño caballito de madera junto a su puerta.

—Feliz Navidad, Harley.—susurré.

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