Capítulo 28

Ian

El enorme árbol de Navidad resplandecía en el medio de la plaza y Harley lo miraba maravillada mientras apretaba mi mano con fuerza. 

—¿No podemos tener uno así en casa?— Preguntó ella tirando de mi manga.

—No, no creo que me lo permitan.— Ella asintió.

—De todas formas podemos venir aquí siempre que queramos.

—Por supuesto.

Nos encaminamos al otro extremo de la plaza, dónde Santa Claus recibía a cientos de niños para que le pidieran los regalos que deseaban. A ella se le iluminaron los ojos y enseguida supe que es lo quería, asentí y nos pusimos al final de la cola junto al resto de las familias.

Me sentía agobiado, tanta gente en un mismo espacio no me resultaba agradable, en cambio, Harley esbozaba una sonrisa de oreja a oreja. Ella observaba con atención a Santa Claus en su trono recibiendo a un niño que se sentaba de su regazo cuando esté volvió hacia sus padres su mirada vagó hacia ellos, que esperaban a su hijo, el abrazó a sus padres y, de la mano, se marcharon; parecían una familia feliz, justo la clase de familia que ella había perdido.

Harley carraspeó y bajó la mirada, echaba de menos a sus padres. La alcé y la puse sobre mis hombros, ella rió y la felicidad volvió a su rostro. No iba a permitir que se sintiera triste el día de Nochebuena.

—Ian. ¡Que sorpresa!- Dijo una voz femenina a mis espaldas. Cho se encontraba a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja. ¿Es que no me iba a dejar en paz? "Apuesto a que me ha seguido." Pensé.

Yo bufé a modo de respuesta en cuanto la vi.

—¡Vale! Yo también me alegro de verte.— exclamó ella.

—¿Qué demonios quieres ahora?— Harley me miró desde arriba frunciendo el ceño.

—Sé educado con Cho.- Exclamó la niña. Cho la mandó callar al instante y la pequeña se puso la manos a la boca percatándose de que aquello no debía de haberlo dicho.

—Espera. ¿La conoces?— le pregunté a Harley una vez estuvo en el suelo. Ella negó con la cabeza y yo la miré severo, ella vaciló.

—Si... pero ella me dijo que no te contara nada.

Yo me giré y observé como Cho le lanzaba una mirada asesina a la pequeña.

—Me estabas espiando.—dije incrédulo.— Sabías en cada momento que es lo que estaba haciendo.— Cho levantó los hombros declarándose culpable y yo respiré hondo, estaba rodeado de locas.

—Tan solo estaba supervisando, en el fondo lo hago por ti.

—Estas loca, eres, eres...— Ella puso un dedo en mi boca indicando que me callara y yo la miré asombrado.

—Cariño, no digas nada.— dijo ella tomándose todas las libertades que yo jamás le habría permitido darse. Cho se pegó a mi y me abrazó.— Abrázame como si estuvieras enamorado de mí.— susurró. Yo vi entre el gentío una chica de cabellos castaños y una gabardina roja que nos hacía fotos y comprendí. Rodeé a Cho como si se tratara de el gran amor de mi vida.

Cho puso las manos en mi cara y posó su mirada en mis labios y acarició mi mejilla, yo pestañeé rápidamente pues sabía que es lo que venía después.

—Te voy a besar ¿Vale?— dijo ella. Yo asentí, aquello era por Harley, solo por ella.

Cerré los ojos y sus labios tocaron los míos, su lengua buscó la mía y yo seguí el beso como pude; era un beso torpe, carente de sentimientos... No podía hacerlo. Abrí los ojos y vi a Ella que me miraba suplicante.—Bésame. Por favor...— Volví a cerrarlos y puse mis manos en su cintura intensificando aquel beso, deseaba con todas mis fuerzas que aquella chica fuera Ella y no Cho.

Pero cuando abrí los ojos y volví a ver a Cho detuve el beso, ambos nos apartamos y yo busqué a la chica de la gabardina una vez más, pero ya no estaba allí.

—¡Guau! Ian, que ha sido eso.—exclamó ella. Yo sacudí la cabeza.

—¿Quién era esa chica que nos estaba haciendo fotos?— Ella cargó a Harley que puso sus brazos en su cuello.

—Taylor Harris, la mejor amiga de Melissa.— Confesó ella.- Supongo que mi hermana le habrá pedido que venga aquí para ver como andan las cosas entre tu y yo. Supongo que dije en voz demasiado alta que íbamos a vernos- Cho rió y Harley la imitó. Al parecer ellas dos se habían hecho muy buenas amigas.

—No lo entiendo. Si tanto le gusto a tu hermana... ¿Porqué no viene ella mismo a hablar conmigo?

—Quería asegurarse de que estabas completamente libre. Odia romper relaciones. Es extraño ¿No te parece? Puesto que no vacila en cuanto se trata de mí, probablemente ahora tendrás más atención por parte de ella. Espero que no me cambies por ella.— Ella tocó mi mejilla de nuevo y yo la aparté bruscamente.

—Que te haya besado no significa que te aprecie.—Cho puso los ojos en blanco.

—¿Por qué tratas tan mal a tú novia?— preguntó Harley contrariada.— ¿No la quieres?

—No es...

—Cariño. Ian tiene un mal día, eso es todo.— contestó por mí la joven.— Verdad que sí ¿Ian?.— Yo asentí y ella me sonrió.

—Si, la verdad es que mi día no hace más que empeorar.— Cho me propinó un fuerte pisotón y yo reprimí todos los insultos que mi mente comenzaba a idear para ella.

—Pero he venido yo y ahora tu día es más bonito ¿Verdad?— Yo le lancé cuchillos con la mirada mientras ella salía airosa.

—Si... tú le aportas luz a mi vida.— Contesté con ironía.

—Algún día yo seré igual de feliz que vosotros y comeremos perdices todos juntos, que siempre he querido probarlas.— dijo Harley interrumpiendo nuestra guerra de miradas.

Apenas quedaban unos cuantos minutos más para llegar hasta Santa Claus. Cho la bajó de sus brazos y ella corrió sonriente hasta el abuelo gordinflón que se sentaba en el trono con un traje rojo y blanco y un sombrero ridículo.

—Es una niña adorable. ¿No crees?- dijo Cho observando con ternura a Harley. La pequeña le entregó la carta a Santa Claus y se sentó en su regazo abrazándolo. Yo saqué el móvil y le tomé varias fotos mientras conversaba con aquel hombre.

—Si, lo es.— El abuelo le dio una palmadita en la espalda y ella volvió corriendo hacia nosotros.

—¡Ian! ¡Por fin he podido conocerle! Me ha dicho que soy una niña muy buena y que este año si que me traerá regalos, dice que es muy amigo tuyo y que recibió tu carta. ¡Es tan simpático! Le perdono que se haya equivocado.—Yo sonreí y le dí un gorro de lana.

—Ponte esto, hace frío.

—¿Me has hecho fotos?— preguntó ella esperando una respuesta afirmativa, yo le tendí el móvil y las observó con detenimiento.

—Quiero una con vosotros.—declaró. Cho y yo nos miramos y asentimos. Nos pusimos junto al árbol de Navidad una vez conseguimos salir de la larga cola.

Ambos nos agachamos para estar a la altura de la niña y Cho pasó mi brazo por su cuello, parecíamos una familia.

Harley, que sostenía el móvil, comenzó a hacer fotos sin control poniendo un sin fin de caras.

Ninguno nos percatamos de que había comenzado a nevar hasta que observamos las fotos.

Recuerdo que mi favorita era una en la que los tres salíamos sonriendo, en aquella foto por una vez parecía ser feliz.

Ella

Mamá me había prometido que para Nochebuena estaría fuera del hospital, pero sin embargo ahí seguía yo, tumbada en la misma cama asquerosa, en el mismo hospital y con los mismos doctores inútiles que no sabía que hacer conmigo.

"¡Estoy bien!" Les gritaba a los doctores y enfermeras cuando perdía la paciencia, pero la verdad es que a penas podía sostenerme en pie, tenían que hacerme más pruebas y quitarme todos aquellos molestos metales que parecían envolverme como si se tratara de un bocadillo.

Seguía débil, lo sabía, pero quería volver a casa y olvidarme de todos aquellos doctores que deseaban abrirme en canal y manipular mis órganos. Odiaba los hospitales, me deprimían demasiado.

Alguien tocó a la puerta y yo me incorporé como pude, últimamente no recibía ninguna visita, todos deberían estar con sus familias, cenando y abriendo sus regalos. Hasta mamá se había ido. 

—Adelante.— dije deshaciéndome las lágrimas. "Las peores Navidades de mi vida" me dije.

Un joven de cabellos castaños poblados y ojos azules que conocía muy bien, apareció tras la puerta con un enorme ramo de flores.

—Q-qué estás haciendo tú aquí.— titubeé al ver que Sean se aproximaba a mí. El sonrió tristemente.- Pensaba que estarías con tú familia, pensaba que...

Sean aproximó sus labios a los míos y me calló.

—Qué estás...— Volvió a besarme esta vez con más intensidad.

—Estabas ahí... No despertabas, yo... Pensaba que te perdía. Ella, te quiero.— El acarició mi mejilla y posó sus azules ojos en los míos.— He sido un completo estúpido, no quise escucharte... yo no puedo perderte. Sé que soy un capullo al decirte todo esto ahora pero, joder Ella, me importas y no quiero que por un error nos separemos.

Yo lo observé dubitativa, también yo deseaba que las cosas estuvieran bien entre nosotros pero en el fondo sabía que no le amaba a él.

—Yo... tengo que pensarlo. Sean, no es tan fácil...— Su sonrisa desapareció gradualmente de su rostro y adoptó un aspecto sombrío.- Sean... lo siento, tengo pensarlo.

—Te esperaré, sigo creyendo en nosotros.— Mi corazón dio un vuelco. ¿Por qué me ponía las cosas tan difíciles?

—¿No deberías estar en casa, con tus padres?— pregunté cambiando de tema, me sentía incómoda. 

—Ellos están muy bien sin mí-contestó con amargura—eres tú la que está sola.— Yo asentí agradecida, había venido por mí y eso me dificultaba más el odiarle. No lo merecía, el era mucho mejor que yo.

—¿Por qué yo?— pregunté arrugando la sábana apretando el puño.

—A que te refieres con...

—Ya sabes... ¿Por qué a pesar de haberte hecho daño y haberte engañado sigues dándome oportunidades?— Él me miró sin saber que decir, tomó mi mano con delicadeza y sonrió.

—Contigo puedo ser yo mismo sin tener que fingir ser alguien más, contigo soy feliz. Tú... eres mi serendipia.— Yo inspiré hondo, no me esperaba todo aquello. "Lo siento, lo siento, lo siento... Tendría que quererte a ti, tendría que ser feliz a tú lado pero no puedo. Quiero a una persona que no puedo tocar ni sentir, un sueño incorpóreo que no sé si ni siquiera existe. Lo siento Sean, lo siento por todo." Pero callé todo lo que quería decir y me limité a tomar su mano y dirigirle una sonrisa melancólica. 

—¿Puedes abrazarme?—Pregunté tímida. El asintió y se tumbó a mi lado tratando de no hacerme daño, yo coloqué mi cabeza sobre su pecho y él acarició mi melena con suavidad.

—Gracias.— Susurré.

—No hay por qué darlas, te lo debía.— contestó, yo negué con la cabeza.

—No, no me lo debías.

—Te quiero, es lo mínimo que puedo hacer para demostrártelo.— Deseaba que dejara de decir aquellas palabras que significaban tanto y la gente parecía decirlas con tanta ligereza, cuanto más la decía más mal me sentía porque sabía que él lo decía enserio.

—No te merezco.— confesé.

—Puede,  pero siempre estaré aquí por ti.— Yo apreté mi mano contra su pecho y cerré los ojos deseando que las cosas fueran menos difíciles para los dos.






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