Capítulo 26
Ella
—Si, ya está despierta.—anunció una voz al otro lado de la puerta. Yo me incorporé y cerré el libro que se encontraba apoyado en mi regazo. Rápidamente, antes de que la puerta se abriera y Abbie y Zack entraran, me peiné el pelo con los dedos intentándo estar presentable para ellos.
Abbie se apresuró y me abrazó pillándome desprevenida ,en cambio Zack se mantuvo al margen sin mostrar ningún tipo de emoción, como solía hacer.
—Dios... Ella, estás bien. Por un momento pensé que... pero no, estás aquí. No sabes lo preocupada que estaba.—dijo ella con voz entrecortada.
Tenía un aspecto terrible, ni siquiera se había molestado en maquillarse y por eso sus ojos le conferían un aspecto cansado y apagado. Aunque iba vestida con colores vivos no transmitía la alegría de siempre, me sentí mal por ser yo la causa de ello. Mi mejor amiga me apretaba demasiado y mi cuerpo aún frágil se quejaba de ello.
—Abbie... Yo también me alegro de verte.—dije mostrando una amplia sonrisa. Ella me miró y esbozó una media sonrisa.— A ti también, Zack.—dije mirando al chico que se había mantenido fuera de la conversación. Zack se acercó lentamente mientras las dos esperábamos que hablara. Este se sentó a un lado de mi cama y me tomó la mano derecha con delicadeza, como si temiera que pudiera romperme allí mismo, posó sus negras pupilas en las mías que me observaban serias.
—No lo vuelvas a hacer.— Abbie lo miró contrariada, antes de que saltara yo le indiqué que se callara, pues ella no sabía como yo lo que quería decir con eso. Asentí con la cabeza y cerré mi mano en torno la de él expresándole con la mirada todo lo quería.
—No lo haré.—él me dedicó una media sonrisa y yo se la devolví.
—Te he traído tu móvil.- Abbie sacó mi móvil de su bolsillo y me lo tendió.—Pensé que tal vez lo quisieras.
—Gracias. ¡No sabes cuanto me aburro aquí! Ya me he leído el mismo libro unas tres veces, al menos con esto podré entretenerme un poco más...
—Maya, Kyle y Robert no han podido venir, ya sabes... los exámenes son dentro de una semana y tienen que...
—Está bien, Abbie.—Interrumpí, no hacía falta que me diera más explicaciones, lo entendía. Ella me miró de arriba a abajo y tomó un mechón de mi cabello grasiento.
—Estas hecha una porquería.—soltó ella.
—Tú también—Dijo Zack. Ambas reímos y él se encogió de hombros sin entender que tenía todo aquello de gracioso.
—¿Cuando vas a poder salir de este odioso y deprimente hospital?—preguntó Abbie cambiando de tema.—Odio los hospitales.
—Ya somos dos.—confesó Zack, yo puse los ojos en blanco y me encogí de hombros.
—Si todo va bien, creo que en diez días me darán el alta.—respondí. Abbie me miró horrorizada.
—¿Diez días más sin ti?—exclamó.—¡Me moriré del asco!
—Lo superarás.—respondió Zack dándole unos pequeños golpecitos y esbozando una falsa sonrisa. Yo sabía que Abbie y Zack no se soportaban, sin embargo ahí estaban, juntos, deseando que me recuperara.
—Es insufrible—me susurró Abbie al oído.
—Y tú una hippie tonta.—rebatió Zack con voz calmada.
—Imbécil ¡Soy vegetariana, no hippie!—exclamó roja de ira.
—Que más da lo que seas.
Yo observé como ambos discutían, Abbie casi estaba gritando, en cambio Zack la miraba altivo como si supiera desde el primer momento que aquella batalla la iba a ganar él.
—¿Sabes lo que he tenido que aguantar para verte? ¡No, no lo sabes!—exclamó ella dirigiéndose de nuevo hacia mí, no pude reprimir la risa.—¿Te parece gracioso?—preguntó ella ofendida. Antes de que pudiera contestar Zack me interrumpió.
—Pues claro que le parece gracioso ver a una niñata como tú chillando.—cortó Zack sonriendo triunfante.
—¿Perdona?—dijo ella sorprendida.
—Lo que has oído.
—Serás...
—Será mejor que cierres el pico si no quieres hacer autoestop para volver a casa.—Ella se puso tensa y apretó los puños, decidió morderse la lengua y guardarse para otro momento todos los insultos que tenía preparados para él.
La puerta se abrió y una enfermera irrumpió en la habitación haciendo que los tres dejásemos de hablar.
—Siento interrumpir, pero me temo que me he de llevar a la señorita Connors.—Zack y Abbie asintieron y se despidieron de mi al tiempo que la joven enfermera empujaba un silla de ruedas.
Cuando por fin mis amigos se marcharon yo me senté en la silla de ruedas con ayuda de aquella enfermera.
—¿Adónde me llevas?—pregunté.
—Vamos a hacerte unas cuantas pruebas, no te preocupes, no tardaremos casi nada.—Yo asentí, tenía ambas piernas y la mano izquierda rotas, además de varias costillas.
La enfermera me llevó a una fría sala y me ayudó a incorporarme en una camilla, yo cerré los ojos deseando salir pronto de aquel hospital.
Ian
Me planté enfrente de la fuente y esperé a ver el reflejo de Ella en el agua, pero no llegó y yo seguí durante un rato sentado en el borde de la fuente, no apareció en toda la noche.
Acaricié la pulsera y suspiré.
—Más te vale llevarme con ella.— dije deseando que funcionara aquella descabellada idea.
Metí la mano poco a poco en el agua de la fuente esperando que pasara algo, pero no pasó absolutamente nada, saqué la mano empapada decepcionado.
Nos habíamos equivocado, tal vez solo funcionaba con la flor de Ella...
Me senté en la fuente y me froté los ojos. ¿Que podía haberle pasado a Ella? Tal vez no podía despertarse, tal vez le había surgido algo... "¿A las cinco de la mañana? ¡Vamos Ian!" , tal vez le hubiese pasado algo... Me estremecí, no quería que le pasara nada, en el mundo real no podía protegerla de nada, en el mundo real yo no era nadie.
Me fui caminando a casa desilusionado, a las seis llegué a mi casa.
La luz estaba encendida y Harley me abrazó con lágrimas en los ojos.
—¡Ian! Pensé que me habías abandonado.—La niña se abrazó a mí con fuerza, no esperaba que se despertara tan temprano.
—Lo siento, tenía que ir a un sitio.—Ella se enjuagó las lágrimas y sonrió.
—Me he asustado mucho, pero ahora ya estás aquí y por eso estoy contenta.— Yo le devolví la sonrisa y observé la camiseta que le había prestado con desagrado, si iba a quedarse conmigo debía comprarle un par de cosas para que estuviera cómoda, además, no me apetecía ir a recoger la ropa de Harley, no me apetecía ver a su detestable y odiosa tía.
—¿Qué te parece si hoy vamos a comprarte un par de cosas?—le pregunté mientras hacía la cama.
—¿Comprarme qué?
—Pues... un pijama de tu talla, ropa, zapatos... en fin, todo lo que puedas necesitar.—Puesto que la beca universitaria incluía una paga mensual supuse que el dinero no sería un problema para mí. Podría darle a Harley todo lo que mi madre no pudo darme a mí.
—Ian, es como vivir un sueño.—Dijo mientras se subía a la cama y saltaba contenta. Yo la observé sonriente.— Ojalá esto nunca acabe.
—Escucha Harley.— Ella se sentó en la cama y me miró atenta.—Si te preguntan quien eres, tu deberás decir que eres mi hermana ¿Vale?— Ella asintió y yo le alboroté el pelo satisfecho. No quería tener problemas con nadie, aquello era los más prudente.
—¿Me puedo quedar contigo para siempre?—preguntó ella deseando oír un sí por mi parte, yo la miré sin saber que responder, odiaba cuando me ponía contra la espada y la pared.
Tenía que acabar los estudios, resolver el asunto de Ann, buscar a Ella... No sabía si Harley estaría en mi vida después de acabar la universidad, ni siquiera sabía si lo estaría la semana que viene.
—Eso es una cuestión que debería hablar con tu tía.—dije evitando una posible discusión con ella.—Pero tienes que portarte bien.—Ella asintió contenta. Odiaba mentirle.
El reloj marcaba las ocho en punto, así que decidí llevarla a unos grandes almacenes no muy lejos de allí.
—Ian... tengo hambre.—dijo la pequeña tirándome de la manga mientras yo sostenía un par de prendas.—Antes de seguir probándome cosas quiero comer algo.
Me había olvidado por completo del desayuno, así que la llevé a una cafetería para saciar el hambre. Una vez allí ambos pedimos chocolate caliente acompañado de bollos.
Harley bebía de la taza humeante feliz, sonreía ampliamente y se había machado la cara de chocolate, yo sonreí porque de alguna manera ver a Harley feliz me hacía serlo a mí también. Sentía la necesidad de protegerla y cuidarla como a mi propia hija, por un momento adoptarla no me pareció una mala idea, pedirle a su tía que me cediera la custodia de la niña no sería muy complicado, sospechaba que lo haría incluso con los ojos vendados... tan solo tenía que firmar un papel y yo sería el responsable de Harley. Sacudí de mi mente todos esos pensamientos, mi vida estaba patas arriba y no estaba preparado para encargarme de nadie.
La miré con ternura y le limpié con una servilleta la cara, ella aprovechó y metió un dedo en el chocolate para luego estamparlo contra mi cara y mancharme a mí también. Ella rió y yo fingí enfadarme.
Cuando hubimos acabado de desayunar nos dirigimos a la planta baja, dónde se encontraba la ropa infantil y demás.
Acabé por comprarle dos pijamas, cuatro pares de zapatos nuevos, dos chaquetas, varias camisetas y unos cuantos pantalones, también unos cuantos calcetines de animales que ella se había empeñado en comprar.
Las tiendas estaban decoradas con temática navideña, tan solo quedaban dos semanas para Navidad y no sabía ni siquiera si este año iba a ir a casa para celebrar las fiestas con mi familia, después de discutir con mi madre no estaba de humor para volver a verla.
¿Que haría Harley en Navidad? ¿Se sentaría en una enorme mesa con un montón de invitados estirados los cuales se limitaría a ignorarla? ¿Su tía se molestaría siquiera en comprarle algún regalo? Miré a la pequeña la cual no dejaba de observar un enorme caballo balancín.
—¿Te gusta?—le pregunté acercándome a ella.
—Si, todos los años pido uno y nunca consigo que Santa Claus me lo traiga. Dana dice que estoy en la lista de los niños malos y por eso no me lo trae.
—Eso no puede ser. ¡Debe de haber una equivocación con eso!—dije indignado. Miré el caballito y le tomé de la mano, este año no se quedaría sin regalos, este año Santa Claus le haría una visita.—Hablaré con él para que te traiga el caballito.—Dije finalmente.
—¿Crees que soy una niña buena?—preguntó insegura, con los ojos relucientes.
—Si, a veces un poquito rebelde, pero eres una niña muy buena. —suspiré. No entendía por qué Dana se comportaba de aquella forma con Harley, aquella señora podía nadar en dinero si quisiera y ni siquiera se había molestado en comprarle nunca nada a la niña. Todas las veces que la veía, ella llevaba unos tejanos remendados y unas viejas camisetas que le venían un poco pequeñas. Apreté los puños y me tranquilicé.—Estoy seguro de que ha habido una equivocación.
—No sabia que fueras amigo de Santa Claus.—dijo emocionada.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí, Harley.
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