Capítulo 13
Ella
-Escucha Sean, hoy me es imposible verte. Le he prometido a Abbie que iría con ella de compras. Ya sabes... día de chicas.- Dije tratando parecer lo más convincente posible. Era la tercera vez en una semana que le daba plantón, o buscaba una manera de contárselo y lo perdía o me apuntaba a clases de interpretación, porque como actriz era pésima. -Gracias por entenderlo, mañana prometo que te lo compensaré.-Me mordí el labio.- Yo también te quiero, adiós. -Y le colgué con el corazón en un puño. Suspiré y lancé el móvil a la cama.
-Pobre. Esta colado por ti.- Dijo Abbie, mientras se acababa el batido de fresa.
-Gracias Abbie, siempre sabes como hacerme sentir mejor.-Ella encogió los hombros y dejó el vaso vacío sobre la mesa para ponerse una vieja sudadera verde que estaba ligeramente desteñida y le quedaba enorme. Levanté el dedo pulgar y rebusqué una camiseta limpia que ponerme. No iba a quedarme un sábado en casa. Quería despejarme y divertirme.
-¿Que vas a salir?
-Vamos a salir.- La corregí.
-Ella, y yo que pensaba verme toda la saga de Crepúsculo esta tarde y pedir unas pizzas. Ni chicos de sueños ni Seans por hoy, solo Jacob.- Propuso ella.
-Y Edward, te olvidas de Edward.
-Da igual, ese blancucho me importa bien poco. Bella no sabe lo que se pierde. -Dijo poniendo los ojos en blanco.
-Vamos Abbie. Necesito salir, despejarme...
-¿Y que mejor que Jacob para hacerlo?-Dijo con voz chillona. Abbie no era de las que aceptaba un no por respuesta y yo no sabía decir que no. Cedí.
-Pero elijo yo las pizzas. Nada de quesos fuertes, los odio.- Abbie se levantó y se puso a dar saltitos como una niña pequeña y yo me dirigí al armario. Saqué la manta de las películas y puse unos grandes cojines en el suelo para sentarnos. Cuando Abbie acabó de saltar y celebrar que nos quedábamos en casa, marcó el número de teléfono de la pizzeria y pidió una familiar de carbonara.
Tal como habían prometido, se presentaron en la puerta de nuestra habitación puntuales, mientras Abbie se entretenía oliendo las pizzas y observándola como si fuera su nuevo amor. Abbie comía mucho, amaba la comida. A veces me daba envidia que pudiera comer todo lo que quisiera y nunca engordara ni un gramo, mientras yo era lo que comía. Tenía que mantener una dieta sana para mantener el tipo. A veces me preguntaba dónde guardaba todo lo que comía y si no se ponía enferma con todo lo que se llevaba a la boca en una sola comida.
Preparé unos nachos y traje bebidas. Nos envolvimos en la manta y Abbie, contenta, me apretó la mano y me la soltó poco después para agarrar la manta.
Abbie mantenía toda su atención en la película mientras porción a porción iba acabándose la pizza. Yo apenas prestaba atención a los comentarios que ella hacía acerca de lo buenos que estaban los actores o lo tonta que Bella era a veces. Francamente, no prestaba atención a nada salvo a mis propios pensamientos que me mantenían completamente ajena a la película. ¿Sentía algo por Sean o tan sólo era un aprecio como el que podía sentir por cualquier otro amigo? Quería creer que tan sólo lo hacía para fastidiar a Cassie, pero en el fondo sabía que él significaba mucho más que eso y no quería perderlo. Pero no podía decírselo ahora, ya era demasiado tarde. Lo había engañado y le había dado esperanzas sobre mi. El creía que yo era especial, diferente... y estaba hecha de la misma mierda que Cassie. ¡Oh dios! Me odiaba profundamente por ello. ¡Vaya si lo hacía! Esperaba que todo acabara bien entre nosotros y no era una persona fatalista, pero sabía con certeza que Sean no soportaría mi traición, no había un final feliz para aquella historia. Apreté el cojín con fuerza y doble las piernas. ¿Desde cuándo era así?
Abbie se había quedado dormida, tras tres horas de películas, cayó rendida con una leve sonrisa dibujada en su redondeado rostro. Sonreí. Hasta las personas que desprenden tanta energía como ella necesitan descansar. La desperté suavemente y la acompañé hasta la cama, al llegar a ella siguió durmiendo enseguida. Cuando la tapé, fijé la vista en la flor turquesa y no pude evitar sonreír. La cogí y acaricié suavemente y con cuidado cada uno de los pétalos, temiendo que se deshiciera en mi mano igual de fácilmente como había sido creada. Yo también debería dormir.
Me puse el pijama y me deshice el moño. Olí la flor. Seguía conservando su olor como el primer día y no parecía marchitarse. La deposité de nuevo en el jarrón y me metí en la cama.
En aquel mundo no había preocupaciones tan solo, él y yo. Sin complicaciones ni limitaciones. Un mundo dónde podía mostrar mi verdadero yo. Un mundo dónde todo era posible.
Ian
Aquel día la encontré arrodillada en el suelo. Desangrándose y empuñando un cuchillo de cocina que gota a gota formaba un pequeño charco de sangre. Ella me miró con una mezcla de asombro y horror en la mirada. Con los ojos muy abiertos observó el cuchillo y lo dejó caer al suelo sollozando. Se miró las manos y las muñecas cubiertas de sangre desesperada y dijo con voz ahogada.
-Ayúdame.- Las lágrimas brotaban de sus ojos y recorrían sus mejillas. Sus ojos vidriosos e hinchados me pedían que la ayudará a levantarse de su caída. Nunca pensé que involucrarme en el bienestar de aquella niña rota iba a romperme poco a poco a mi también.
Le tomé las mejillas con las dos manos y apreté los dientes.
-Todo va a estar bien.- Le susurré. Planté un besó en su frente y la abracé fuertemente. Pude oír como ella trataba de reprimir los sollozos, pero estaba asustada y no podía. Sus puños se cerraban en torno de mi camiseta agarrándose a ella con fuerza. Sus muñecas sangrantes mancharon mi camiseta pero en aquel momento tan sólo me importaba ella. La aparté y busqué en su bolso vendas. Era perfectamente consciente de que no era la primera vez que lo hacía y debía de tener algo en el bolso que pudiera servir para detener la hemorragia. Vendé en silencio sus muñecas y estas rápidamente se tiñeron de rojo. Ella permaneció en silencio, no era momento de hablar.
Cuando acabé de curarla la mire seriamente y puse mis manos en sus hombros para que me prestará atención.
-Prométeme que jamás volverás a hacerlo, Charlotte. -Temblándole el labio y volviéndose a llenar sus ojos de lágrimas asintió. Yo mismo me aseguraría de que era la última vez que pasaba. La tomé de las manos suavemente y la levanté con suavidad. En aquel momento se veía muy frágil, como una niña indefensa. Me necesitaba, no podía dejarla sola.
La llevé a mi casa. Ella insistió en que no quería pisar su casa y que sus padres descubrieran el imprudente acto de su hija. Mi madre no volvería hasta el viernes por tanto me ofrecí a acogerla.
Tímidamente entró en mi cuarto y avanzó unos pocos pasos. Me quité la camiseta manchada de sangre y ella clavó la vista en el suelo. Busqué una camiseta limpia que ponerme y cogí otra para ella.
-Ten.- Dije lanzando la camiseta en su dirección. Ella la atrapó.- Puedes usar la ducha si quieres.- Ella asintió y yo me tumbé en la cama. La puerta se cerró y oí como el agua de la ducha caía. Suspiré. Estaba enfadado con ella pero a la vez preocupado. Era una adolescente autodestructiva, un arma cargada. Salió de la ducha con tan sólo mi camiseta puesta, que le llegaba hasta las rodillas. Charlotte era bajita y nada curvilínea. Tenía el pelo castaño claro y los ojos negros. Su pelo rizado caía sobre sus hombros de una manera que me volvía loco. No era una chica exuberante pero sus rasgos aniñados le conferían un aspecto dulce e inocente. Quería protegerla, cuidarla y amarla. Ella tímida avanzó a la habitación. Observé sus hombros huesudos, sus piernas delgadas y pensé 《Demasiado delgada.》Avancé furioso, no quería asustarla pero ella retrocedió. Me planté en frente de ella y miró hacia el suelo.
-Mírame.- Soné demasiado severo. Con un dedo levanté su mentón en mi dirección y la miré a los ojos muy serio.-¿Por qué lo haces? - Sonó más a súplica que a pregunta. Ella me miró fijamente.
-N-no lo sé...
-Escúchame. Eres hermosa, no tienes que ser como ellas. No tienes porque complacer a nadie. Tu eres bella a tu manera, deberías de saberlo. -Dije decepcionado. -Dime que tengo que hacer para que seas feliz y lo haré. No puedo verte así, se me rompe el alma.
-Soy una persona deshecha, inestable y enferma. No soy buena para ti, Ian.- Dijo llorando.
-Yo estoy aquí por ti. Te quiero Charlotte. Pase lo que pase.- Confesé. La primera vez que lo decía abiertamente. La primera vez que estaba seguro de mis sentimientos hacia ella.
-No quiero hacerte daño. No quiero que acabes como yo...- Dijo apartando la mirada. La obligué a mirarme de nuevo a los ojos.
-Correré ese riesgo.- Dije esbozando una sonrisa triste. Acerqué sus labios a los míos y nos fundimos en un beso suave y triste. Ella lloraba. Pasó las manos por dentro de mi camiseta y acarició mi espalda. Me la quité y la tumbé sobre la cama. La miré con una mezcla de furia y dolor y la besé con más intensidad. Mientras nos explorábamos nos íbamos olvidando de de todo lo que había pasado aquel día. Nos perdimos en nosotros y los problemas desaparecieron momentáneamente.
Ella se acurrucó al lado mía y se durmió rápidamente. La observé y le susurré.
-Te prometo que todo estará bien.- Su perdición implicó la mía. Y no fui capaz de cumplir mi promesa.
Durante meses pensé en ella. La eché de menos y me desvelaba con ella.
La había olvidado completamente. Había pasado un año desde la última vez que la vi. Cuando se presentó en la facultad me quedé completamente paralizado.
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