Capítulo 33: Comienzos y finales
He estado huyendo, siempre temerosa de lo que sería..., de lo que perdí. Se me fue de las manos. No era capaz de retener a una persona; a la persona que mas amaba. Viví con la culpa, no solo como una carga sino como un sentimiento que en vez de servir como antioxidante, solo era corrosivo; destruyendo un metal con el paso del tiempo. Dejé mucho de mí atrás y recogí lo que quedaba, lo que pude.
Me gusta recordarlo —aunque en su tiempo fue doloroso—, tener ese paralelismo con el ahora. Me gusta también saberme diferente. No como mi yo adolescente que desafiaba a mamá; no como la diseñadora amateur que consiguió su propio espacio para diseñar y vender sus creaciones; no como la novia que se sintió abandonada; no como la que recuperaba sus trocitos; no como la que apartaba a todo hombre pues no hallaba en ella la confianza suficiente, el amor hacia ella misma. Soy una mujer con anhelos de mujer, con sueños que compartir, con aspiraciones que respirar.
Leitan, como un hermoso recuerdo, vino a ser ese enlace. Lo veo comer, un poco mas sobrio y no paro de imaginarlo dentro de unos veinte años, haciendo los mismos movimientos al masticar; beber de vez en cuando de su agua, o jugo, o vino. Hacerme un par de preguntas de cómo preparé esta cena y que siente que le daré malas noticias.
Y quisiera, entonces, sorprenderlo como haré esta ocasión.
—No estás comiendo —apunta, habiendo él ya terminado.
Observo mi plato y, en efecto, no he probado bocado. Suele pasar si soy quien cocina.
Miro a Leitan y frunzo el ceño al ver borroso a causa de las lágrimas que no se han derramado. Estoy a la par de nerviosa, feliz, tan feliz de tener este pequeño cielo que significa un pináculo en mi vida. ¿Cómo es que lo sigo visualizando como un cincuentón y solo quiero besarlo?
—Te amo, Leitan —digo, aclarando mi garganta que se obstruye por la emoción—. Y te lo diré todos los días, no importa donde esté, porque quiero que lo sepas. Que nunca lo olvides.
Me vigila con sospecha. Une sus manos sobre la mesa y arquea sus cejas con socarronería.
—Sé que me amas.
—Te amo más, entonces —insisto inequívocamente. Él ríe y ubica sus manos sobre sus labios.
—¿Este es un momento tuyo en que eres coqueta sin razón?
Sonreí agrada con esa respuesta/pregunta.
—Tu eres la razón —le muestro.
Ríe casi a carcajadas y se levanta de la mesa, haciendo que también lo haga. Pero antes, tomo una caja azul que dejé en el asiento contiguo y se la enseño.
—Ábrela —pido, depositándola en su mano.
Lo bueno es que la abre sin dilación y se sorprende.
—Es un reloj —dice, examinando con curiosidad.
Realmente es una respuesta a su proposición. O mas bien, una propuesta mía.
Hay una costumbre o una tradición en que, si recibes un anillo como una propopuesta de matrimonio, si regalas de vuelta un reloj le decías con ese obsequio que sí. No es usual, y supongo que es lo que hace que me encante poder obsequiar mi respuesta en una propuesta.
—Ahora falta mi anillo —le digo como si me molestara no tener qué mostrar—. Claro, si me dices que sí.
—¿Decirte sí a qué?
Le quito la caja y saco el reloj, uno de elegante correa y circunferencia, algo señorial y de color plata. Extiendo mi mano, con urgencia imperiosa, pero también constante anhelo pausado.
—A ser mi esposo —proclamo, mirando su muñeca mientras ajusto.
Me interesaba cada vez mas el dejarlo momentáneamente mudo. Dio tiempo suficiente para abrochar el reloj en su muñeca izquierda y determinar la hora exacta en que le pedí que fuese mío, para siempre. Lo anoté en mi mente y rodeé su cintura con mis brazos.
—Dime que sí —supliqué, dando un beso pequeño a su barbilla.
En una exhalación dijo—. Sí.
Solté un chillido y lo besé tan emocionada que temía que se me fuese a salir el corazón, que volara por una ventana y gritara, que dijese todo cuanto siento dentro de mí. Leitan movió mi rostro con sus manos de modo que profundizó al beso y pasé a sostenerme de su hombros, juntándonos mas, si era posible. Y lo fue.
—Tengo tu anillo —dijo alejándose de mi boca, entusiasta como solo puede estarlo—. ¿Vamos por él?
—Antes —lo detengo, percibiendo que no hay que posponer esta charla—. Hablemos de tu familia.
Por su cambio y otro cambio en el ambiente, el tema se volvió escabroso.
—Ellos van a aceptarte.
—No, mi amor. —Respiro con fuerza—. Me han estado mandando infinidad de presentes, de disculpas que no quiero. Primero necesito un buen pie con ellos y luego...
—¿Luego? No —objeta, empeñado—. No irán a la boda y punto final.
—Nunca harías eso aunque estén peleados. Y tampoco me veo capaz de hacerlo. Es absurdo y Estéfano no habría querido enemistad. Lo solucionaremos.
Al menos, eso quise creer.
Pero es como dicen, que nada en totalmente perfecto.
Melina me entregaba un café sin azúcar y ella bebía té helado con rodajas de limón sumergidas en él justo al día siguiente. Presley se encuentra en un viaje con unos proveedores, conocidos suyos de los que dudo un poco pues jamás los ha mencionado. Marchaba la mañana natural; contratiempos típicos que Melina resuelve referentes a la página web y los nuevos clientes, y me mantiene informada.
Hasta que nos llegó una inesperada visita.
—¿Cómo estás, Monilley?
Almerine Manriqueña es una muchacha realmente bella. Indiscreta, en serio. Si comparo su indiscreción con la de Presley puedo defender ampliamente a mi mejor amiga con que en ella todo es parte de su modo de ser; si la conoces, entiendes que no lo hace para que te sientas mal o incordiar. En cambio Almerine...
—Ocupada —respondo. Y es la verdad.
Como está en medio de la oficina y ninguno le hemos ofrecido que tome asiento, se mueve inquietamente y dice concisa:
—Necesito saber si es cierto.
—¿El qué?
Ve a los lados y luego a mí, de nuevo.
—El que aceptaste casarte con Leitan para que no nos quedásemos sin nada. —Eso atrajo completamente mi poca atención hacia ella. Su mirar variaba con la duda y el asombro—. ¿Es cierto?
Intercambié miradas con Mel y ella, encogiendo sus hombros y siendo poco vista al estar de espaldas a Almerine, me indica que sea sincera.
—Es cierto.
Me sorprendo al tener que ponerle significado a su semblante de encogimiento y verdadera angustia. Es tanto que entre Melina y yo la hacemos sentar, mirando que esté bien y si no necesita tomar un vaso con agua. Nos mira con horror, pero a qué se debe este, también me sorprende no entenderlo.
—¿Y por qué harías eso por nosotros? —musitó.
Melina me invitaba a que le fuese sincera. Y por qué no. No pierdo nada.
—Lo hice por Estéfano y por mí. ¿Seguro no quieres un vaso de agua?
Niega e insiste.
—¿Por ti?
—Quise empezar una vida nueva y plena, Almerine —dije su nombre para que conste que está siendo irritante—. No voy a quitarles nada. No necesito tu dinero ni el de Leitan, lo único que quiero es que dejen de creer que sí. ¿Puedes tú hacer eso?
—He tenido suficiente tiempo para pensarlo, y sí. ¿Puedes...? —Se contrae su rostro y veo que se humedecen sus ojos—, ¿puedes perdonarnos?
Necesité buscar a Melina. Me mostró sus pulgares arriba y una pose de <<¡Anotación!>> que me hizo tanta gracia para no evitar reír.
—Te perdono, a ti —puntualizo.
Al menos a Leitan le encantó que intentemos empezar de nuevo su hermana mayor y yo, pero sabíamos que fácil no será. No quería enterarme cómo actuaré en presencia de sus padres que es, hasta ahora, a lo que mas le tengo respeto.
Y no dejaron de llegar presentes.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top