Capítulo 32: Motivos
Los siguientes días fueron un tormento. Llamadas y llamadas, arreglos —no de rosas,gracias a Dios—, cestas de fruta, niñerías para disculparse y realmente no me interesaba recibir. Por ahora, mi distancia entre la familia de Leitan y yo es inexcusable. Y él estuvo de acuerdo, así que mas a mi favor.
Para el día en que los gemelos aterrizaron, Presley estaba del peor humor. Y he vivido con ella lo suficiente para saber cuáles son cuáles.
Hace todo un alboroto con sus lápices, el block de hojas blancas y su tablet, donde suele hacer los bocetos si no los imprime en papel, que es a lo que estoy acostumbrada. Tiene un casi perfecto orden para sus pertenencias pero, justo hoy, se ha perdido hasta el saca puntas. No encuentra el termo de café que utiliza para guardar el chocolate mañanero; hace años compró una ridícula máquina que hace zumos con solo introducir la fruta, que jamás usa, pero hey, hoy es un buen momento para usarla.
Sabía lo que se propone.
—No me harás llegar tarde —le digo, cuando su cabeza está metida en el cesto de ropa sucia, buscando guantes. Guantes en temporada de calor—. Si no quieres ir...
Se levanta, sacando la mitad de su cuerpo del cesto.
—Pues no quiero.
Comenzaba a preocuparme de sus actitudes.
—Pres...
—¡Anda ve, vete con ellos y hazlos tus mejores amigos! —La vi, inexpresiva. Ella se acercó y dio palmadas a mi espalda, empujándome para salir—. ¡¿Qué esperas?!
—¡Presley! —Pero ya había cerrado la puerta.
**
Elias se hizo cargo de los pedidos; hay que hacer fila para pagar y retirar. Nos quedamos Eliseo y yo compartiendo la experiencia del éxito que está teniendo la línea y él, como si no quisiera hacerme enfadar, me comenta su trabajo aquí con una agencia de seguridad a tiempo completo.
—Que les vaya bien —le deseo. Además los tengo cerca, lo que hagan y con quien me es irrelevante.
—¿Y no deseas también la muerte del hombre? —cuestiona con un dejo de ironía. Le sonrío. La idea es atractiva.
—¿Es que pueden hacerme ese favor...? —Eliseo arquea sus cejas y me rindo—. Olvídalo.
Ríe entre dientes y se pone serio de pronto. Observo el entorno, pero no noto qué pudo hacerle cambiar de cara.
—Confiesa, Fantasía. ¿Presley no vino a propósito, no?
No sé porque les inventé una excusa. No es como si su trato sea un secreto o un tabú. Cada oportunidad en que Presley fue a verme y ellos estaban cerca ninguno fingió con el otro. Una inmadurez de la que participo poco o nada; quiero entender y no quiero entenderla. Porque seguro que es una bobería.
—Ajá.
Asiente como un hecho que él ya veía venir. Pronto tengo a una grande y blanca sonrisa obviando el cambio.
—No te aflijas por nosotros. Un día lo resolveremos.
—No los entiendo —digo entonces, abriendo mi mente—. ¿Me dirás que es química? ¿Cómo puedo quererlos y ella no?
—Todo tiene una razón de ser. Hay personas que no se necesitan, que viven mejor sin la otra. ¿No has pensado en que ese sea nuestro caso?
—Ni siquiera se conocen —acusé, modelando mi mano como una muestra—. ¿No has pensando que ese sea el motivo? Por favor, Eliseo, no tenemos diez años.
—No, no los tenemos —repite, de acuerdo pero ausente—. Y por no tenerlos, no es mas fácil empezar de cero. No si ambas partes están reacias a hacerlo.
—Tu podrías —dije, sonriendo y apretando su brazo. Lo ve y a mí, desconfiado—. Puedes intentarlo, sé que si lo haces con ganas y con una ofrenda de paz Presley no se adelantará y...
—¿Estás segura que conoces a tu mejor amiga? —interrumpe, haciéndome callar y oír—. Una vez, Elias trató. Y todo se fue al garete.
—¡Un combo para inspirar a la diabetes! —dice Elias, colocando la bandeja con lo que compró y una cuantas envolturas de más. Se sienta y frota las manos como si empezará un buen juego y va a ganar.
Eliseo bufa, apartando tanto y sacando su vaso con café. Un café como el mío, con leche y poca azúcar.
—No sé cómo comes tantas porquerías —dice bebiendo un buen sorbo.
—Lo que no tiene sentido es que mantenga ese abdomen —intervengo, celosa.
Elias sonríe, modestamente. Estira el brazo y abre un bolsa con dos cupcakes de chocolate rellenos. Mete uno entero en su boca y lo pasa con un café de triple crema y triple caramelo, no recuerdo qué cosa más tiene pero a leguas se ve que hay condimento y poca cafeína.
—¿De qué hablaban? —dice ya habiendo pasado el segundo cupcake por su garganta.
—De Presley —soy quien responde.
—¿Qué con ella? —Bebe; mira a su hermano; me mira—. ¿Está bien?
Asentí porque debía; su pregunta me agarró con la guardia baja. ¿Que si Pres está bien? Perfectamente saludable y queriendo tenerlos lejos como ayer. Bien, sí. Como ella sola.
—Odio las películas de suspenso —presiona a que respondamos. ¿Por qué nos tardamos? Intento sistematizar una pequeña precaución que escucho en su modulación.
—Sólo que me gustaría que sean cordiales —digo y va para los dos—. Sé que no todo puede ser perfecto y que tres de las personas que mas amo se lleven bien es mucho, pero imaginar no tenerlos o escoger... Es mucho para mí y lo siento; lo siento, no los voy a obligar. Pueden... ¿no toparse? —pido con cuidado—. Por favor.
Elias dejó de comer y, con una vergüenza que no admitiría de mi parte, sostuvo mi rostro y me hizo una carantoña como si fuese la mujer o cosa mas adorable.
—No te preocupes por nada, Reina mía. —Besa mi frente y me hace cosquillas con su pequeña barba—. Solo... —frunce el ceño e inspecciona mis manos—. ¿Dónde está el anillo?
Bendito sea Dios. ¿Cómo él se puede fijar en eso? ¡Si ni yo me fijo!
—No hemos ido a escogerlo —farfullo.
—Es que no se va a escoger —habla Eliseo con lentitud en <<escoger>>, abriendo una bolsa de Pingüinos —. Él debe tenerlo. Si te lo propuso y tu dijiste que sí...
—Es que no le he dicho que sí.
—¿Por qué no? —dice Elias con toda la tolerancia que le caracteriza. Escojo mi cara en mis brazos y al abrirlos, enloquezco.
—No encuentro cómo iniciar.
—Pero te lo pidió, lo único que debes hacer es decir <<Sí, me caso contigo>>. ¿O estás haciendo lo de la navidad pasada?
En la navidad del año pasado les prohibí que me dieran regalos usando la manipulación, no estoy orgullosa pero evité que hicieran lo de los años anteriores: creer que soy una niña y pasarse. Si por ellos fuera, me tendrían rodeada, usando blindaje y cargando mascarilla.
Ojalá fuese tan simple como una manipulación que podría dejar en cualquier momento, tal vez incluso sea peor.
—Lo evado.
—Eres muy egoísta —dice Eliseo llanamente. Me quiero defender, sin tener con qué—. Y lo peor es que lo eres contigo misma. ¿No has sufrido mucho ya? ¿quieres seguir sufriendo y convertirte en una masoquista?
—¡No, por supuesto que...! —Él intercepta mis palabras.
—No mientas. No lo hagas ni sin querer ni queriendo, aprende de lo que sabes y lo que no, Monilley. ¿Sabes lo que se siente no ser correspondida? —Asiento, y mis ojos se aguan con su tono de profesor autoritario que quiere dar lecciones—. ¿Sabes lo que es serlo? —Repito la acción y él me copia—. Si lo estás viviendo, aférrate y no dejes ir lo que quieres. Si nunca lo has hecho, ¿por qué empezar ahora, con lo que más te ha importado? Y si no sabes cómo, actúa como crees, ¡pero actúa!
No pensé vivir para escuchar que Eliseo me dijera que tuviese coraje.
Pero sí. Estoy viva y lo dijo.
—Gracias —dije a un paso del llanto. Me sonríe tiernamente y da una caricia a mi cabello, a lo único que no se sostiene en una cola.
—No agradezcas. Sólo no le hagas pasar mas tortura.
—No sabía que era una tortura esperarme —dije un poco bastante aludida.
Elias suspira como si no pudiese creer que haya dicho eso. Sin embargo, lo dije y no me arrepiento.
—Es una tortura la incertidumbre. ¡Dímelo a mí! —ríe, aunque no es gracioso para él—. Ponte un segundo en su lugar, Reina mía. Si tuvieses en tu mano una llave que abriera las puertas de la plenitud, ¿no querrías abrirlas para él y de paso, para ti?
—Tienes una llave —secunda su hermano—. Ve y abre la puerta —demanda.
Sonreí y los tomé de las mejillas.
Tal vez no fui la persona mas afortunada en ciertos aspectos de los que la mayoría presumen, pero una vida sin todos esas dificultades no habrían hecho posible esta amistad. Me dejó el hombre que mas quise en esa instancia, y en cambio tuve cuatro que supieron entrar con tiento, con tiempo y con humildad. Tuve un padre, un hermano mayor y otros dos que fusionaron lo que es tener un amigo y un hermano, por dos. El dicho de todo en esta vida se devuelve, es casi exacto.
—¿Les importa entonces que nos veamos mañana? Los invito a cenar. Y sí, Presley estará porque vivimos juntas, así que ideen la manera de que no me de cuenta de sus intercambios amistosos —dije irónica.
En realidad no dijeron que lo harían pero por esta vez me aproveché de lo mucho que me quieren y al final, iban a hacerlo. No tienen otra opción.
No duramos mucho mas comiendo juntos. Ellos tenían que instalarse en la casa que alquilaron a las afueras de la ciudad por esta temporada y yo, aunque no tengo mi agenda apretada como de costumbre, decidí ir de compras.
El señor Guille no acaba de tener mi simpatía. No porque no sea amable, sino que hace falta mas que dos oportunidades en vernos para que establezcamos una conversación. Y como no soy la única que se siente así, él va a hacer sus labores y me deja la cocina a mi sola. En unos minutos ya he ubicado los utensilios, la vajilla, el juego de vasos, el de café, las ollas y algunos dispositivos que hacen mas fácil cocinar y ahorran tiempo, pero no los necesito. Con lo que tengo, en suficiente.
Dorian, el cocinero, le ha echado un ojo a su cocina cada vez que puede. No se lo reprocho; es decir, es cómico. Si alguien viniera y tocara mis diseños, me desequilibraría lo suficiente para que se den cuenta. No obstante, he puesto cada cosa es su lugar con esa misma prevención y sentir. Quisiera no ofenderlo en la primera impresión.
Y de pronto, me vino una imagen. Si me casara con Leitan, esta podría ser mi casa. Mi nueva normalidad. Bueno, en parte. Si yo fuese Dorian no dejaría que vuelvan a pisar mi cocina.
—¿De qué se ríe?
Cubro mis labios y procedo a explicarle a Dorian que respeto mucho su cocina para estropearla con lo poco que sé cocinar.
—De mí, y de la ofensa que es pisar terrenos que no me corresponden. Espero me disculpe.
Niega, y su gorro se agita. Porque es de los cocineros que van enfundados en un uniforme de restaurante, y lo respeto mucho más por tomarse en serio lo que hace.
—No tengo que disculparle nada. Ha mantenido la limpieza y el orden. —Suena a una alabanza, pero no me regodeo. Quién sabe.
—Costumbre —le quito hierro y veo el temporizador. Queda poco—. Usted cree... que a Leitan vaya a gustarle.
Su rostro redondeado se ajusta a sus hombros en un gesto mas que simple, infantil, pero muy acorde con mis nervios. Es un caballero de piel oliva y estatura promedio; a su lado, lo sobrepaso por media cabeza. Sus ojos son pequeños y tan claros que no los distingo. No distingo con sudor en mi cuello.
—Seguro le gusta si lo preparó usted.
No evité mi risa.
—Quién sabe. —Calcé en mis manos los guantes de cocina y abrí el horno—. Según mis medidas, hay una combinación entre cítrico y dulce lo suficientemente balanceada para que a ambos nos guste. Pero no puedo asegurarlo... —Cargué con la bandeja y la coloqué sobre una superficie de goma—. ¿Es alérgico a alguna comida o fruta?
—No, en cuanto a lo existente en esta ciudad.
—Tengo alergia a las rosas —dije, revisando que las capas sean las suficientes.
—Suena terrible.
Ahora el temporizador me avisó que podía sacar la segunda bandeja. Vi ambas con desconfianza. He cocinado montones de veces, para diferentes personas. Pero el margen de error siempre está cerca.
—Es perfeccionista —comenta. Había olvidado que dijo que es terrible no soportar las rosas.
—Soy diseñadora. Supongo que se me perdona. —Me quité los guantes y suspiré—. Sobreviviré.
No me funciona la broma; no reacciona como me gustaría, pero lo dejo ser. Peor sería estar incómodos y, de mi parte, no siento que lo sea.
Me ofrece su ayuda si la necesito y al irse, corro a la estancia cuando el ascensor abre sus puertas. Limpio mis palmas sudadas en mi vestido de mezclilla negra con bolsillos, de cuello en v y mangas cortas. Mis zapatillas se unen en una pose erguida. Y mis labios forman una sonrisa.
Mi boca se queda abierta. Paso las manos tras mi espalda y las sujeto, con fuerza, para contenerme.
—¿Quién eres y qué haces en mí casa? —pregunté; ni siquiera me preocupé por calmar a mi molestia. La dejé ser y decir lo que saliera.
Leitan elevó su cabeza y sonrió bobalicón. Lo ignoré, esperando que la señorita piernas kilometricas y piel tostada, rubia y de ojos claros que sostiene a mi novio se dé a explicar o tomaré medidas drásticas. Da un paso sin expresión alguna exceptuando la del esfuerzo de cargar a un hombre del doble de su peso; arrastró a Leitan con ella, cruzando las puertas y metiendo una de sus manos por debajo del brazo opuesto al que tiene alrededor. Pone a Leitan en el suelo con cuidado y se yergue, acomodando su pelo.
—Hola, sí, un gusto —dice inventándose una conversación individual—. Me llamo, ya que preguntas, Nadina Mitchell. Tu debes ser Sofie, ¿me equivoco?
Aparto de mi mente el que Leitan estaba con nada mas ni nada menos que una súper modelo de fama mundial. Ha contribuido en muchas campañas publicitarias donde se incentiva al buen comer como el buen vivir; se ha codeado con modelos de distintas tallas y raíces diferentes como un ejemplo de que la belleza está en los ojos de quien la ve, como si ella no fuese bella sin proponérselo. Y que le habló de mí.
—Monilley.
Frunce el ceño e idealizo con sus perfectamente arqueadas y uniformes cejas.
—¿No eres Sofie? —duda, curiosa. Luego sonríe—. Nah, claro que lo eres.
—Te dije que era preociosa —dice Leitan a duras penas, logrando que lo veamos apenas moverse.
—¿Está borracho? —pregunté no cupiendo en mis recuerdos que él sea una persona de beber de más.
—Al menos sabemos que un lince, no eres —dice Nadina y la fulmino con mis ojos. Finge espanto y toca su pecho—. No será para tanto. Te lo traje sano y salvo.
—Perdona que desconfíe de una desconocida.
Hace una mueca como si metió las de caminar, frota su mano en su abdomen como si limpiara restos que no existen y me ofrece su mano.
—Mis disculpas. —Ve a Leitan de reojo y a mí directamente—. Pasé por aquí y Leitan es un buen amigo; quise celebrar que conociera por fin, ¡por fin! —me señala con sus cabeza ladeada—, a una chica que le presentara. Es un poco ortodoxo, pero espero que no te molestes. Aunque si estuviera en tu lugar... —Arruga su nariz en una mofa graciosa—. Dios, sólo dime qué hacer para remediar esta primera impresión.
Desde que dijo que es un buen amigo me tranquilicé. Sonreí y le sostuve la mano.
—¿Quisieras cenar con nosotros?
—¿Me preparaste la cena? —grita Leitan y desliza las manos por la pared hasta ponerse en pie, caminando de a poco. Veo sus ojos chisposos y río—. Mi cielo... —me abraza, hundiendo la cara entre mi cabello.
—No —dice Nadina, retrocediendo y llamando el ascensor—. En otro momento.
—Pero...
—Hueles bien —susurra Leitan; quiero cubrirme el rostro por la vergüenza.
Nadina ríe y se despide antes de que las puertas se cierren.
—Huelo a condimentos —digo y lo estrecho, aunque el hedor no me encante—. Así que celebrabas.
—Que me ames es un motivo para celebrar, y ahora que estás conmigo, no me arrepiento.
Beso su mejilla y nos separo.
—Si te das una ducha, cenamos.
Hace morros, pero asiente y sube las escaleras como quien tiene un gran peso en la espalda. No aparto la vista hasta que le pierdo y doy un respiro hondo.
No puede ser que le haya dicho a Nadina Mitchelt que esta es mi casa cuando no lo es.
Bendita forma de declararme.
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