Capítulo 30: Pasos importantes
Vaya.
Traer a colación a mi memoria mi primera visita al edificio Riqueña no se comparaba con la diferencia diametralmente opuesta de esta.
—Soy Cristy, señorita Denver.
La asistente de Leitan me caía en gracia. No porque enfatizara mi apellido en la proeza de hacerme sentir agradada o cada acción concienzuda quisiera depositarme cual taza de plata sobre una superficie mullida. Sólo se trata de que notaba su esfuerzo y su inflexión de voz no era forzosa.
—¿Me llamarías Mony, por favor? —le sonrío. Que esté tranquila. Las personas remilgonas no son motivo de desprecio.
—No creo que al señor le guste. Tenemos políticas, señorita.
—Entiendo —le concedo—. ¿Le avisarías que vine? Sé que no tengo cita...
—No se ocupe —niega, solícita a hacer una llamada rápida—. Señor, siento interrumpir su junta, pero la señorita Denver vino y... Perfecto, enseguida. —Toca un botón a un costado del inalámbrico y se mueve hasta abrirme la puerta—. Espérelo. Llegará pronto.
La ansiedad me dio tanta hambre que me aproveché de la situación, y de la solicitud de Cristy, que le pedí un sándwich y una tarta. No quiero saber cómo lo consiguió, pero estaba comiendo antes de que Leitan arribara.
Caminaba con una velocidad más acelerada de lo que lo hace naturalmente. En un traje negro, camisa azul y corbata blanca. Nunca vi que una corbata blanca la usaran en un ambiente de oficina, pero le quedaba, así que omití el detalle. Con mi boca llena, y que llenaba incluso antes de tragar, mofé el intento de una sonrisa a labios cerrados. Sin embargo, Leitan no me saludó con su habitual sonrisa, ni se sentó.
Ya decía que algo va mal.
—¿Ocurrió alguna cosa? —preguntó, buscando las respuestas en mis ademanes para comer. Porque sigo comiendo—. Por qué Presley llamó furiosa, amenazando con que mas me valía protegerte.
Ay Presley. ¿Por qué una vez no vas de abogada defensora?
—Estoy comiendo —muestro el sándwich de queso con pepinillos—. ¿Me esperas?
—No, no te espero. —Se apropia de mi comida y la deja con el plato en que vino—. Salí de esa reunión resolviendo un problema para venir y arreglar otro, y si tiene que ver contigo, no hay tiempo que perder.
—¿No recuerdas haberme llamado esta mañana?
Niega, como temí. De repente tiene un semblante comprensivo, diluyéndose la preocupación anterior.
—¿Estás molesta porque no te llamé? Mi cielo, he estado... —interrumpo su mediación pre-discusión.
—No estoy molesta contigo —aclaro—. Es más, no estoy molesta sino confundida por lo que piensa tu familia de mí. ¿Por qué creen que soy una caza fortunas? ¿Saben de la cláusula? Porque si no, se las puedo explicar y aprovechamos para que renunciemos a todo. ¿Por qué? Te preguntarás, y harías bien: porque no me casaría con el hombre cuya familia supone que vine, dejando todo, de casería.
Desencaja su mandíbula y no tarda en refutarme.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Me llamaste sin querer y te oí —subí mis hombros, cotidiana a estas vicisitudes. No pude evitar la ironía—. Que desafortunado.
De forma un tanto desesperada, me pide—. Monilley, no mines tu cabeza, te lo imploro.
—Ella está a punto de explotar —le pongo sobre aviso—. Responde a mi primera pregunta, por favor.
Lo veo como a quien le quitaron algunos años de vida cuando decide sentarse, acompañarme en una amenizadante charla tu a tu.
—Fue extraño que llegaras y les dijera que serías mi esposa. Mis hermanos no se lo tomaron a pecho, conocen mi mente y como ella funciona, pero Almerine y mamá siempre nos han sobreprotegido. Papá... —sopla, como el mal que lo aqueja—, él simplemente no confía en ti.
—¿Cómo no confías en quien no conoces? —dije y no pude evitar lo a la defensiva que soné—. ¿Acaso te obligo a estar conmigo...?
—Sofia, por favor —dice entre bufidos.
—Entiendeme, Leitan —urgí, desconsolada con él, con su gente—. ¿Te gustaría oír que le digo a mi papá que te has acercado a mi por un provecho? ¿O que tu familia no quede...? ¿en qué, precisamente? En la calle no iba a ser, solo no tendrían las añadidas comodidades a las que mi abuelo nunca los privó. Intento —preciso con mi tono a calmarme—, en verdad intento no ponerte en medio, pero eres parte de ellos. Yo ahí no pinto ni una raya.
—Me estás poniendo nervioso con cómo hablas.
Reflexiono lo mejor que puedo con Leitan casi encima, casi asfixiándome por el miedo de que me vaya y la angustia de retenerme. Me esfuerzo en poner a cada quien donde creo correcto. Quiero, en verdad, creer en que podremos resolverlo pero lo veo difícil si siento que en vez de darle, le quito.
—Asumo que no saben —digo, bajando el rango de mi voz.
—No. No saben.
Es gracioso. Una relación donde no hay senderos por los que caminar hasta que sea uno solo, sino que se van desembocando uno, y otro, y otro y no consiguimos razones para confiar en que al final habrá ese que sea nuestro.
Constatando lo que ya supuse, le hice otra pregunta que desemboca más:
—¿Te puedo hacer una pregunta y prometes honestidad aunque sea difícil?
—Nunca voy a dejarte marchar, Sofie —dijo, con aquella tortura en la cara que me costaba no apresurarme para alivianarla.
Sonrío entre feliz y acongojada. Es tan tonto que responda sin haberle formulado la pregunta aún.
—¿Disolverías el contrato si te lo pido?
Observo el movimiento de su mandíbula, como ésta sube y baja, como si estuviese masticando o danzando la lengua entre el interior de las mejillas, insatisfecho conmigo y antipático consigo para dejarme en ascuas. He puesto mucha paciencia en el fuego, así que esperar no me costaba como a él no guardarse lo que siente.
La antítesis de mis acciones.
—Si es... —comienza, y hago esfuerzos por escuchar. No hace contacto, se opone a verme y prefiere sus dedos que mi rostro—, si es lo que quieres, sí. Pero escucha una cosa —me señala, penetrando sus orbes claras a las mías oscuras—, no importa lo que hagas, no importa a donde vayas, no voy a dejar de amarte.
Sonreí con algo de gracia. No entendía a qué se refiere con «hacer» e «irme», pero si dice que me ama, suena grave.
—Ahora tú me pones nerviosa —arrastro las ruedas de la silla y me apoyo en sus rodillas—. ¿Eres tonto? ¿A dónde voy?
Arisco, su pecho presiona su ropa en una aspiración y exhalación.
—No me gustan tus bromas.
—Bueno, si vamos al caso no te gustan muchas cosas. —Acerco mi rostro, mirando al techo para pensar—. Por ejemplo, no te gustan las manchas; no te gusta el pescado; no te gustan los colores neón ni un pequeño desajuste que sientas en tu auto o sino lo mandas revisar y tampoco te gusta utilizar camioneta. —Toco con las yemas de mis dedos su frente arrugada, logrando que dejara de fruncir—. Tengo una apuesta con Presley de que un día contratarás chófer. Ella dice que sí y yo que no. Mas te vale que gane.
—Monilley.
—Cuando te molestas o entusiasmas dices mi primer nombre —cargo el asunto de diversión, tratando de que cambie su seriedad. Pero no me resulta—. ¿En qué te sirvo?
—¿Vas a dejarme? —dice apesadumbrado. Doy un bote por su conclusión—. ¿Por eso quieres disolver la cláusula?
—Dios, Leitan. —Río. Salgo de mi asiento y lo abrazo con fuerza, para que me sienta aquí con él—. Nunca te dejaré, ¿y sabes por qué? —Siento su cabeza negar, y vuelvo a reír encantada por lo mucho que lo quiero—. Te amo, tonto.
Salgo de mi centro; de pronto no me sostengo a mi misma y Leitan es quien lo hace, besando mi cuello, mi pelo y parte de mi frente, repetidas veces y regando en mi corazón fresca agua en tierra antes fértil que necesitaba volver a la vida.
Realmente, una parte de mi yo de hace unos años que aun vive dentro se siente con una simple duda: ¿habría sido todo lo dichosa que imaginé con Miguel? Pero se responde instantáneo; es que... La vida no es un pozo de los deseos donde pides uno, lanzas la moneda y al cuarto de hora obtienes lo que deseaste. Para estar completo, debes decidir y en esas decisiones está lo que es bueno o malo para ti.
Lo malo ya me pasó. Lo malo, ahora, es opcional si lo mantengo o lo suelto, como lo hicimos Presley y yo ese día, quemando lo que fue el vestido de mis sueños. Esos sueños que una vez fueron hermosos, no tienen lugar. No soy ni un porcentaje de lo que fui, antes de mi fallida boda, después de ella, pasados los tres años y la que está en los brazos de Leitan. Puede que sea una mezcla de todas, y esperaba, la mejor versión de todas ellas.
—Yo te amo más —contraataca, permaneciendo sus brazos cargando mi peso. Me sumerjo en las sensaciones y recuesto mi cabeza en su hombro.
—Tu ganas.
Siento el vibrar de su pecho al reír.
—Pero Sofie, debo decirte...
Un ruido nos sacude del momento y ojeamos a Cristy, con una sonrisa penosa.
—Siento la interrupción, señor... Lo llevan esperando treinta minutos.
Hago fuerza con él para regresar al suelo y tomo mi bolso y mi sándwich.
—Voy a engordar y todo será tu culpa —le reprocho a media mordida. Atrapa mi cintura y con comida semi masticada, me besa.
—Delgada o no, te amo —sigue empeñado en besarme, y a mí me vuelve loca, pero tiene una reunión.
—Te amo también —cubro su boca y al soltarlo, le susurro—: anda vete.
—Repítelo.
Sonrío enternecida y lo complazco.
—Te amo.
He llamado a Presley cinco veces y no me atiende. ¿Qué puede hacer que esa mujer deje de lado su móvil? ¡La necesito para contarle que me atreví a decir lo que siento y no estoy ensimismada ni queriendo correr a los brazos de papá! ¡¿Dónde rayos se metió?!
—Presley Enriqueta Aguilera —dije, dejando un mensaje de voz que ya no se usa. Mejor lo cambié por uno en whatsapp, repitiendo su nombre completo—. ¿Me explicas cómo logras desaparecer sin que esté encendido tu GPS y postees tu calórica merienda? Llámame..., me preocupa que estés bajo las alcantarillas.
Al instante llegó una llamada de Melina. No le respondí, estaba a punto de entrar y en persona uno se entiende y da a entender mejor. Ella insistió, y con lo que sucedió con las rosas aprendí a que si no tengo que saber, no tengo que saber.
—Dime, Mel.
—El señor Yetro está esperándote. ¿Quieres recibirlo o no? Escucha bien mi pregunta: ¿es lo que quieres o no lo quieres?
Me fue inavitable recordar la conversación con Leitan. Eso de amedrentar a otro me sonaba muy viejo. Si quieres ser claro, simplemente lo eres. Las personas como mi padre les sobraba motivos para ser honestos con todo aquel que pretenda tratarlo. Creo haber aprendido y heredado de él esa característica. Me molestaba sobremanera que la mentira estuviese ligada a un propósito, y mas si estoy implicada en él.
—No quiero —digo sinceramente—. Pero dime tu, ¿tengo alternativa?
—La tienes, Mony. No dudes de que la tienes.
—Posponer lo inevitable solo hace que se agraden las cosas. ¿Cuál es su actitud?
—No ha querido sentarse aunque se lo ofrecí dos veces; su rostro no dice si está molesto o viene a hablarte de un negocio; ha preferido estar de pie, ausente. Ni siquiera revisa el móvil o ve la hora. Es extraño, pero siempre ha sido así. No es extraño. ¿Tiene sentido para ti?
—Sí, lo tiene.
Le cuelgo y preparo mi mente —recordando también mis modales—
, para conseguirme con el que será mi suegro. Lo peor en esto, es no tener una acritud aprehensiva.
Si Dios nos ayuda.
Hago un escaneo al entorno al que estoy acostumbrada y en el que Yetro Manriqueña no parece estar a gusto. Melina dijo que se notaba natural, pero sé de actitudes naturales. Ser prácticamente criada y casi malcriada por un doctor que es tan minucioso como Patrick Denver te da ciertas facultades, no muy amplias, pero suficientes en cómo actuamos cuando nos sentimos amenazados.
Lo comparé con Leitan, que suele, dependiendo de la amenaza, tener expresión de hastío y socarronería. Sin embargo el señor Yetro es mas socarrón rayando a lo indiferente, pero seguro que si lo toco, todo eso se borraría de un plumazo. ¿Quién sabe?
—Gracias, Melina —digo para hacerme notar. Lo consigo porque ella sale de mi silla y Yetro, en una esquina de pie sin mirar a ningún lugar, se centran en mí—. ¿Nos dejas solos, por favor? —Les doy la espalda para dejar mi chaqueta y bolso en el perchero.
Ella pasa junto a mi al retirarse y voy a tomar su lugar.
—Usted dirá —arrastro la silla, acomodándome debidamente—, ¿para qué soy buena?
Le pido que se siente, pero ignora mis buenos modales. Los que debía recordar pero me lo pone difícil.
—Vine a hacerle la misma pregunta que le hice cuando nos conocimos: ¿Por qué vino aquí?
Rehusé a mis ojos a motivarse a rodar. También despaché aquellas ansias de pedirle que deje mi espacio, que lo invada sin ser invitado como pude hacer con todo mi derecho. Pero pensé en Leitan, en que hoy dimos un paso tan gigante que echarlo atrás es como si le dijese a través de mis actos que no lo amo.
—Vine a despedirme de mi abuelo Estéfano; a cumplir su deseo de oír lo que tenía para mí y lo recibí. ¿Es un conflicto suyo el que lo esté?
—No me gusta el cinismo, señorita —dice en abierto desacuerdo. Aunque no fui cínica—. Se hizo novia de mi hijo en un tiempo corto y su prometida enseguida. ¿Me dirá que no le resulta sospechoso?
—Se nota que no se ha enamorado fugazmente o no ha ido a Las Vegas.
Bromear no es mi mejor soporte, pero lo prefiero a las groserías.
—Ya veo —Sonríe, como si estuviese sobre el asunto—. Hablo con una niña.
—En comparación suya, podría ser su hija. ¿Le molestaría ser conciso?
Asiente, por primera vez de acuerdo conmigo.
—Le pido... O no —se autocorrige, con una sonrisita petulante que una que otra vez he notado en su hijo—, mas bien le exijo que se aparte de mi familia. Entiendo que ha hecho una colección, pero no tiene porque mezclarse con mi hijo para hacer vida. Mas claro no me gustaría ser y acabar ofendiéndola.
A mi mente acude el recuerdo de mí diciéndole a Leitan que yo misma podría decirles cuáles fueron mis iniciales motivaciones para venirme a vivir a esta ciudad. Al final, no decidimos si lo haríamos. La emoción de mi confesión lo eclipsó todo y lamento que así fuese.
Pero tomé una decisión.
—Su padre me dejó algo muy importante en manos. Algo en lo que usted y su familia no cumplen un papel fundamental, pero se ven afectados.
—Ahora está inventando excusas para quedarse y que no la atosigue. —Que esté tan ancho afirmando lo que no sabe, deja un mal sabor en mi paladar e incomodidad en mi ambiente. Ve a mi dirección como esperando salir victorioso. Pero aquí no hay ninguna guerra en la cual ganar—. Señorita Denver, agradezca que sea yo quien le hable y no mi esposa o mi hija; ellas no tienen tanta tolerancia.
Me reí. ¿Cómo la tolerancia a los lácteos? Por favor.
—Nos dejó una petición bajo una regla —seguí, como si no escuché lo que dijo—. Teníamos que casarnos o sus bienes, todos, los perderían. ¿Entiende a lo que me refiero?
No conocía al señor lo suficiente para saber si lo sorprendí o si está pensando; un poco de ambos, sí. Una satisfacción temporal al no oír su voz me dejó mas calmada; mas repuesta en qué hacer a continuación, si lo supiera.
Tengo tantas ganas de decirle que he decido que no me casaré porque necesiten su vida primorosa, como diría Presley. Si me caso con Leitan, es porque queremos pasar nuestras vidas juntos y no por lo que diga un papel. Si Estéfano quería sacar de lo malo lo bueno, lo consiguió pero no creo que tomara en cuenta lo que su familia —o el resto de ella—, pensaría al respecto de mí; sin conocerme.
—¿Por qué mi padre dejaría lo que es nuestro, en sus manos? —dice, en un tono que da lugar a la duda. Pero no busco ser su bálsamo, ni su dictadora, así que voy por la vía de dar la noticia como es: una incertidumbre para todos los que la conocemos.
—Aun no lo sé, señor. Puede calmarse —para continuar, una sonrisa me acompaña—, no quedarán sin nada. Ahora, ¿puedo pedirle que se vaya? Si tiene algo de lo que hablar, Leitan le será una referencia más amena de lo que yo puedo y aspiro ser.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top